martes, 9 de abril de 2013

AMIGOS Y ENEMIGOS


NON POSSUMUS

Este excelente artículo de Le Sel de la Terre de los Dominicos de Avrillé, aunque escrito en el 2004, nos pareció muy adecuado para reflexionar sobre Monseñor Fellay y “sus nuevos amigos en Roma”.

 

Adúlteros, ¿no sabéis que la amistad con el mundo es enemistad contra Dios? Quien, pues, quiere ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios.
(Ep. del Apóstol Santiago, IV, 4)

En una época más “ordinaria” no tendríamos que abordar esta materia. Podríamos dedicarnos a la exposición serena de la sabiduría teológica y mística de Santo Tomás de Aquino. Desgraciadamente, la realidad está allí imponiéndose: estamos sumergidos en una terrible crisis.

Por lo tanto, no podemos hacer abstracción de esta situación concreta.

El Concilio Vaticano II soñó con reconciliar la Iglesia con el mundo. Este es el sueño de todos los liberales. Ellos desean “reconciliar plenamente el cristianismo con el siglo”, mientras que los verdaderos católicos ambicionan “reconciliar la sociedad con Dios”. (Bernard Bonvin, “Lacordaire-Jandel”).

Que el Concilio haya querido esta amistad con el mundo, es notorio en toda su historia, especialmente en el discurso de apertura de Juan XXIII declarando que se necesitaba dejar de lanzar anatemas, o del discurso de clausura de Paulo VI que explicó: “una simpatía inmensa ha penetrado (el Concilio) completamente (…) Su actitud fue clara y voluntariamente optimista. Una corriente de afecto y admiración se ha volcado del Concilio hacia el mundo moderno”.

Pero, al buscar la amistad con el mundo, el Concilio tomó el riesgo de convertirse en “adúltero” y “enemigo de Dios”. Es el Apóstol Santiago que nos lo advierte en su Epístola: “Adúlteros, ¿no sabéis que la amistad con el mundo es enemistad contra Dios? Quien, pues, quiere ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios.”

LA IGLESIA CONCILIAR ES UNA IGLESIA BASTARDA

El Concilio, por su amistad con el mundo se convirtió, según la terminología del Apóstol Santiago, en un “concilio adúltero”. De esta unión adúltera, dijo Monseñor Lefebvre, salieron frutos bastardos (29 de agosto de 1976 en Lille): nueva misa, nuevos sacramentos, nuevo catecismo, nuevo Derecho Canónico, en una palabra, la Iglesia conciliar.

La Iglesia conciliar existe: nadie puede negar la existencia de la nueva liturgia fundada sobre “la doctrina del misterio”, del nuevo catecismo fundado sobre la “nueva teología”, de la nueva doctrina moral y social fundada sobre los derechos del hombre, etc.

Esta Iglesia conciliar es una Iglesia cismática, porque rompe con la Iglesia Católica de siempre. Ella tiene sus nuevos dogmas, su nuevo sacerdocio, sus nuevas instituciones, su nuevo culto que fueron condenados por la Iglesia en muchos documentos oficiales y definitivos. (Monseñor Lefebvre, carta del 29 de julio de 1976, Le Sel de la Terre 36).

La falsa Iglesia que se muestra entre nosotros desde el curioso concilio Vaticano II, se aparta sensiblemente, año con año, de la Iglesia fundada por Jesucristo. La falsa Iglesia pos-conciliar se aparta cada vez más de la Santa Iglesia que salva las almas desde hace 20 siglos. La pseudo-Iglesia en construcción se aparta cada vez más de la Iglesia verdadera, la única Iglesia de Cristo, por las innovaciones cada vez más extrañas tanto en la constitución jerárquica como en su enseñanza y la moral. (Padre Calmel, “Autoridad y santidad en la Iglesia”).

Mi convicción firme y tenaz, es que entre la religión católica profesada hasta hace algunos años en el mundo católico y esta religión abiertamente impuesta al siglo como “nueva”, “progresista”, “evolucionada”, existe una diferencia de especie o diferencia por alteridad. Por lo tanto tenemos actualmente dos iglesias, gobernadas y servidas por una misma jerarquía: La Iglesia Católica de siempre, y la Otra. (Gustavo Corcao, Itineraires, 223)

LA ENEMISTAD ES IRRECONCILIABLE

San Luis María Grignion de Montfort explica que la enemistad entre el mundo y la Iglesia es irreconciliable, porque ella ha sido hecha y formada por Dios: por consecuencia, ella durará hasta el fin. Dios ha decretado esta enemistad en el paraíso terrenal cuando dijo:

Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya. Ella quebrantará tu cabeza y tu acecharás su calcañar (Génesis, III,15)

Que lo queramos o no, hay y siempre habrá una guerra aquí abajo entre estas dos razas, la de los hijos de la Mujer (la Sma. Virgen) –y por lo tanto hermanos de Nuestro Señor Jesucristo- y la de los hombres que viven bajo la influencia del diablo, el mundo.

Los primeros luchan por la oración, la penitencia, el testimonio de la palabra y de las buenas obras –testimonio que puede llegar hasta el martirio.
En cuanto a los otros, ellos luchan –como su padre Satanás, por medio de la mentira y por el asesinato:

-Ellos luchan matando los cuerpos por las guerras, el aborto, la contracepción, la droga, pero, aún más, matando a las almas llevándolas al pecado por la triple concupiscencia que reina en el mundo.

-Y cuando ellos no pueden matar, emplean métodos sucios como mentiras, calumnias y todos los artificios.

LOS ENEMIGOS DE MIS AMIGOS SON MIS ENEMIGOS

Es propio de los amigos, nos dice Santo Tomás de Aquino siguiendo a Aristóteles, querer las mismas cosas, entristecerse y alegrarse por el mismo objeto. Se dice también que un amigo es otro yo, un “alter-ego” . Es por eso que la amistad nos hace compartir las amistades de nuestros amigos: los amigos de mis amigos serán mis amigos, y los enemigos de mis amigos serán mis enemigos.

Por consecuencia, si la Iglesia conciliar busca la amistad del mundo, ella se constituirá enemiga de “aquellos que el mundo odia” (Juan XV, 18), es decir, los verdaderos discípulos de Nuestro Señor, a los que se les llama tradicionalistas.

No podemos hacer nada contra esta enemistad querida por Dios. La Iglesia conciliar, que predica por todas partes la paz y la unidad, que suprime todos los anatemas, ha pronunciado sin embargo la excomunión de los tradicionalistas, es decir, contra los verdaderos católicos. Excomunión ciertamente inválida pero que manifiesta una profunda verdad: nosotros somos sus enemigos.

Ciertamente, los que no conocen bien la cuestión, piensan que se debería por lo menos llegar a entenderse, a hacer la paz, a reconciliarse con “Roma” –“Vean ustedes, dicen ellos, este papa tan tradicional en la moral, miren al Cardenal Ratzinger que defiende la misa tradicional, etc”.

En realidad, en tanto que la Roma conciliar mantenga su amistad con el mundo, no podremos “reconciliarnos”. Pero el día en que la Roma conciliar rompa su amistad con el mundo, la Iglesia conciliar dejará de existir y todas las dificultades desaparecerán.

LOS QUE NO ESTAN CONTRA USTEDES, ESTAN CON USTEDES

A Jean Madiran le gusta mucho citar la frase del Evangelio: “Los que no están en contra vuestra, están con vosotros (Qui non est adversum vos, pro vobis est” San Marcos, IX, 39). El concluye que los tradicionalistas no deberían criticar a los que ya hicieron el acuerdo con Roma, porque ellos, aunque presten vasallaje a Roma, no están en “contra” de la Tradición (lo que veremos pronto…).

Pero de hecho, esta frase del Evangelio presupone que “los que no están en contra nuestra” no estén “contra Nuestro Señor”. Esta frase se aplica a un hombre que hace milagros en el nombre de Nuestro Señor y que, según lo afirma Jesús mismo “no puede hablar luego mal de mí” (Marcos IX, 38).
Este no es el caso de los acuerdistas. Haciéndose amigos de la Iglesia conciliar, ellos comparten las amistades y las enemistades: ellos se hacen “amigos del mundo” y por lo tanto “enemigos de Dios”.

La frase del Evangelio no puede entonces aplicarse a los acuerdistas: sin duda, algunos de entre ellos no quieren estar “contra nosotros”, pero sí están, de hecho, “contra Nuestro Señor”, entonces ¿cómo podrían estar “con nosotros”?

El Papa Pío IX condenó esta proposición en su Syllabus:

El Pontífice romano puede y debe reconciliarse y transigir con el progreso, el liberalismo y la civilización moderna.

Es contradiciendo la Epístola de Santiago y la condenación de Pío IX que se ha establecido la nueva Iglesia, la Iglesia conciliar. Ella se constituyó en todos los que buscan “la amistad con el mundo” y la “reconciliación con la civilización moderna”; y como una enfermedad contagiosa, se extiende a todos los que se adhieren a ella.

Contra estas cuestiones de amistad y enemistad, nadie puede hacer nada: son leyes teológicas (Padre Meinvielle en El judío en el misterio de la historia)

Lo que nosotros podemos –y debemos- hacer, es estudiar y trabajar en adquirir las virtudes cristianas, a fin de que Dios nos ayude a escoger el lado bueno: el de la descendencia de la Mujer y no el de la descendencia de la Serpiente.

LE SEL DE LA TERRE, N° 48, Primavera del 2004, págs. 1-6.