lunes, 29 de diciembre de 2014

COMENTARIOS ELEISON - REALISMO DE MONS. LEFEBVRE II



Número CCCLXXXIX (389)
27 de diciembre de 2014

Realismo de Mons. Lefebvre – II

Mons. Williamson




Hacia Roma un gran Arzobispo, sí, empujó.
Pero, ¿qué puede hacerse cuando las mentes
de los Romanos son papilla?

Doce semanas atrás (5 de octubre) el “Comentario Eleison” presentó una primer serie de extractos de la última entrevista pública de Monseñor Lefebvre, otorgada a la revista Fideliter a principios de 1991. Aquí sigue una segunda y última serie de extractos, ligeramente editados en aras de brevedad y claridad:—

P: ¿Qué conclusiones podemos sacar de la Fraternidad San Pío X después de 20 años de su existencia?

R: Dios ha querido la continuación de la Tradición católica. Estoy profundamente convencido que la Fraternidad es el medio que Dios quiso para guardar y mantener la Fe, la verdad de la Iglesia. Debemos continuar a mantener fielmente los tesoros de la Iglesia, esperanzados en que un día ellos puedan reasumir el lugar que nunca hubieran debido perder en Roma.
P: Usted dice a menudo que, más que la liturgia, es ahora la Fe la que nos opone a Roma moderna.

R: Ciertamente la cuestión de la liturgia y de los sacramentos es muy importante, pero lo más importante es la cuestión de la Fe. Esta no es una cuestión para nosotros. Tenemos la Fe de todos los tiempos, la del Concilio de Trento, la del Catecismo de San Pío X, la de todos los Concilios y de todos los Papas antes del Vaticano II. Por años ellos en Roma han tratado de mostrar que todo en el Concilio era totalmente consistente con esta Tradición. Ahora ellos están mostrando su verdadera cara al decir que no hay más ninguna Tradición ni Depósito para ser transmitido. Tradición en la Iglesia es lo que sea que el Papa está diciendo hoy en día. Usted debe someterse a lo que el Papa y los obispos dicen hoy en día. Aquí está la famosa ‘Tradición Viviente’ de ellos que fue la única base para nuestra condenación de 1988.
Ahora ellos no tratan más de probar que lo que ellos dicen es consistente con lo que Pío IX escribió o con lo que el Concilio de Trento promulgó³. No, todo eso ya pasó; es anticuado como dijo el Cardenal Ratzinger. Está claro, y ellos pudieron haber dicho eso antes. No tenía ningún sentido nuestra conversación, nuestra discusión con ellos. Ahora sufrimos a causa de la tiranía de la autoridad porque no hay más ninguna regla del pasado.
Más y más están mostrando que estamos en lo correcto. Estamos tratando con personas que tienen una filosofía diferente a la nuestra, una manera de ver diferente, que están influenciados por todos los filósofos modernos subjetivistas. Para ellos no hay verdad fija, no hay dogma. Todo está evolucionando. Esto es realmente la destrucción Masónica de la Fe. Afortunadamente, ¡tenemos nosotros la Tradición para apoyarnos en ella!

P: Usted ha enfatizado que usted está seguro que la Fraternidad está bendecida por Dios porque en distintas ocasiones hubiera podido desaparecer.

R: En efecto. Ha sido una y otra vez el blanco de ataques muy difí­ciles. Eso es muy doloroso, pero no obstante debemos creer que la línea de la Fe y de la Tradición que estamos siguiendo, es imperecedera porque Dios no puede permitir que Su Iglesia perezca.

P: ¿Qué puede usted decir a aquellos de los fieles que aún tienen esperanza en la posibilidad de un acuerdo con Roma?

R: Nuestros verdaderos fieles, aquellos que han comprendido el problema y que precisamente nos han ayudado a continuar a lo largo del sendero derecho y firme de la Tradición y de la Fe, me dijeron que los acercamientos que yo estaba haciendo hacia Roma eran peligrosos y que estaba perdiendo mi tiempo. Con todo, yo esperaba hasta el último minuto que en Roma presenciaríamos un poquito de lealtad, así que no se me puede acusar de no haber hecho el máximo posible. Así, ahora también, a aquellos que me dicen “Usted tiene que alcanzar un acuerdo con Roma”, pienso que puedo decir que entonces fui aún más lejos de lo que habría debido ir.

Kyrie eleison.




sábado, 27 de diciembre de 2014

FIDENTEM PIUMQUE - SOBRE LA DEVOCIÓN DEL ROSARIO - PAPA LEÓN XIII



Fidentem Piumque
De LEÓN XIII
Sobre la devoción del Rosario
Del 20 de Septiembre de 1896



l. Amor del Papa a la Santísima Virgen y respuesta del pueblo a sus exhortaciones.

Muchas veces en el transcurso de Nuestro Pontificado, atestiguamos públicamente Nuestra confianza y piedad respecto a la Bienaventurada Virgen, sentimientos que abrigamos desde nuestra infancia, y que durante la vida hemos mantenido y desarrollado en Nuestro corazón.

A través de circunstancias funestísimas para la religión cristiana y para las naciones, conocimos cuán propio era de Nuestra solicitud recomendar ese medio de paz y de salvación que Dios, en su infinita bondad, ha dado género humano en la persona de su augusta Madre, y que siempre se vio patente en la historia de la Iglesia.

En todas partes el celo de las naciones católicas ha respondido a Nuestras exhortaciones y deseos; por donde quiera se ha propagado la devoción al Santísimo Rosario, y se ha producido abundancia de excelentes frutos. No podemos dejar de celebrar a la Madre Dios, verdaderamente digna de toda alabanza y recomendar a los fieles el amor a María, madre de los hombres, llena de misericordia y de gracia. 

Nuestro ánimo, henchido de apostólica a solicitud, sintiendo que se acerca, cada vez más el momento último de la vida, mira con más gozosa confianza a la que, cual aurora bendita, anuncia la ventura de un día interminable. 

Si Nos es grato, Venerables Hermanos, el recuerdo de otras cartas publicadas en fecha determinada en loor del Rosario, oración en todos conceptos agradable a la que tratamos de honrar, y utilísima a los que debidamente la rezan, grato Nos es también insistir en ello y confirmar Nuestras instrucciones.

II. Necesidad de la oración.

Excelente ocasión se Nos ofrece de exhortar paternalmente a las almas y corazones para que aumenten su piedad y se vigoricen con la esperanza de los inmortales premios.

La oración de que hablamos recibió el nombre especial de Rosario, como si imitase el suave aroma de las rosas y la belleza de los floridos ramilletes. Tan propia como es para honrar a la Virgen, llamada Rosa mística del Paraíso, y coronada de brillante diadema, como Reina del Universo, tanto parece anuncio de la corona de celestiales alegrías que María otorgará a sus siervos.

Bien lo ve quien considera la esencia del Rosario; nada se Nos aconseja más en los preceptos y ejemplos de Nuestro Señor Jesucristo y de los Apóstoles, que invocar a Dios y pedir su auxilio. Los Padres y doctores nos hablaron luego de la necesidad de la oración, tan grande que si los hombres descuidaren este deber, en vano esperarán la salvación eterna.

III. La asiduidad en la oración.

Mas si la oración por su misma índole y conforme a la promesa de Cristo es camino que conduce a la obtención de las mercedes, sabemos todos que hay dos elementos que la hacen eficaz: la asiduidad y la unión de muchos fieles.

Indícase la primera en la bondadosísima invitación que nos dirige Cristo: Pedid, buscad, llamad[i].

Parécese Dios a un buen Padre que quiere contestar los deseos de sus hijos; pero también que éstos con instancia acudan a él y que, con sus ruegos, le importunen, de suerte que unan a Él su alma con los vínculos más fuertes.

viernes, 26 de diciembre de 2014

MONSEÑOR DR. JUAN STRAUBINGER





Al cumplirse un nuevo aniversario de su natalicio (26 de diciembre de 1883), aprovechamos para publicar dos textos del gran traductor y exégeta de la Sagrada Biblia, a modo de homenaje.


Los Fariseos


Para entender perfectamente el Evangelio, es preciso que en primer término conozcamos el ambiente histórico que rodea a la persona del Salvador, ante todo, las tendencias religiosas y políticas que agitaban aquella época. Había entonces entre los judíos, además de algunas sectas de menor importancia, dos partidos, en los que se concretaban, como en dos polos, tanto las energías nacionales del pueblo judío como su mentalidad religiosa: los fariseos y los saduceos.

Prescindamos de los saduceos que más tarde nos han de ocupar, así como vamos a pasar en silencio la clase de los escribas, mencionados a menudo juntamente con los fariseos, no constituyendo un partido político, sino un grupo profesional, los escribas eran los que sabían escribir y leer y explicaban la Ley de Moisés, como lo expresa su nombre y más aún su título de “rabí”. Lo que no excluye que la mayoría de ellos políticamente se declaraban a favor de los fariseos.

Ya el nombre de “fariseos” que significa los segregados, marca el rumbo del partido. Segregándose de la masa que vivía en ignorancia religiosa y política, los fariseos aspiraban a la realización de la Ley de Moisés y de las “tradiciones de los mayores”, las cuales desgraciadamente a veces no eran más que una deformación de la Ley.

Por primera vez ocurre el nombre de los fariseos a mediados del segundo siglo en la época del Macabeo Jonatán (160-143). Es el famoso historiador judío Flavius Josefus el que los reduce a ese tiempo (Ant. XIII 5, 9), siendo probablemente los predecesores de ellos los llamados “asideos” (piadosos), que eran hombres de los más valientes de Israel y celosos todos de la Ley (I Mac. II, 42), pero que fueron perseguidos por Alcimo (I Mac. VII, 16).

Ya bajo el gobierno de Juan Hircano (135-104) los fariseos lograron subir al poder, pero sin alcanzar a mantenerse; al contrario, el tirano Hircano, después de someter a los idumeos y derrocar el templo de los samaritanos en el monte Garicim, renegó enteramente de las costumbres de sus padres, adoptando una conducta contraria a la Ley; lo que provocó la resistencia encarnizada de los mismos fariseos que antes fueron sus más valientes compañeros de armas.

miércoles, 24 de diciembre de 2014

¡FELIZ NAVIDAD!



Desea a todos sus lectores, colaboradores y amigos una
Feliz y Santa Navidad


“Señor, ¿quién te ha hecho tan pequeño? ¡El Amor!”
(Palabras de Nuestro Señor a San Bernardo)

martes, 23 de diciembre de 2014

PRÁCTICA DEL TIEMPO DE NAVIDAD




Dom Prósper Guéranger – "El año litúrgico"



IMITAR A LA IGLESIA, — Ha llegado el momento en que el alma fiel va a recoger el fruto de los esfuerzos realizados en la carrera penosa del Adviento, para preparar una morada al Hijo de Dios, que quiere nacer en ella. Ha llegado el día de las bodas del Cordero, y la Esposa está preparada'. Ahora bien, esta Esposa es la Santa Iglesia; toda alma fiel es esposa. Dios infinito se da enteramente y con una especial ternura a todo el rebaño y a cada una de sus ovejas. ¿Cuál será nuestro ornato para salir al encuentro del Esposo? ¿Cuáles las perlas y joyas con que decoraremos nuestras almas para tan afortunada entrevista? La Santa Iglesia nos da instrucciones sobre este punto en su  Liturgia; y sin duda, lo mejor que podemos hacer es imitarla en todo, ya que ella es siempre bien atendida y, por ser nuestra Madre, debemos siempre escucharla.

Pero antes de hablar de la venida mística del Verbo a las almas, antes de publicar los secretos de esta sublime intimidad entre el Criador y su criatura, señalemos primeramente con la Iglesia los deberes que la naturaleza humana y cada una de nuestras almas tienen que cumplir con el divino Infante, que nos han otorgado por fin los cielos como un benéfico rocío. Durante el Adviento, nos hemos unido a los santos del Antiguo Testamento para implorar la venida del Mesías Redentor; ahora que ya ha nacido, consideremos los honores que debemos tributarle.

ADORACIÓN. — Pues bien, en este santo tiempo, la Iglesia ofrece al Niño Dios el tributo de sus profundas adoraciones, los transportes de sus inefables alegrías, el homenaje de su agradecimiento infinito, la ternura de su amor incomparable. Estos sentimientos, adoración, alegría, agradecimiento, amor, expresan el conjunto de actos que toda alma fiel debe también tributar al Emmanuel en su cuna. Las oraciones de la Liturgia la prestarán su voz pura y perfecta; mas penetremos en la naturaleza de esos sentimientos para sentirlos mejor y hacer totalmente nuestra la forma con la que los expresa la Santa Iglesia.

Nuestro primer deber ante la cuna del Salvador es la adoración. La adoración es el primero de los actos de religión; pero se puede decir que, en el misterio de Navidad, todo parece contribuir a hacer ese deber más sagrado todavía.

En el cielo, los Ángeles se cubren el rostro y se postran ante el trono de Dios; los veinticuatro ancianos deponen continuamente sus diademas ante la Majestad del Cordero; ¿qué hemos de hacer nosotros, pecadores, miembros indignos del pueblo redimido, cuando el mismo Dios se humilla y anonada por nosotros; cuando, por el más sublime de los cambios, los deberes de la criatura para con su Creador son por El mismo realizados, cuando Dios eterno no sólo se inclina ante la Majestad Infinita, sino ante el hombre pecador?

Es, pues, justo que, a la vista de un espectáculo semejante, procuremos con nuestras profundas adoraciones devolver al Dios que se humilla por nosotros una partecita de lo que le sustrae su inmenso amor al hombre y su fidelidad a los mandatos de su Padre. Debemos, en cuanto nos sea posible, imitar en la tierra los sentimientos de los Ángeles del cielo, y no acercarnos nunca al divino Niño sin ofrecerle el incienso de una sincera adoración, las protestas de nuestro vasallaje y la pleitesía del acatamiento debido a su Infinita Majestad, tanto más digna de nuestro respeto cuanto más se rebaja por nosotros. ¡Ay de nosotros si, demasiado familiarizados con la aparente flaqueza del divino Infante, y con sus tiernas caricias, creyéramos poder prescindir de esa primera obligación y olvidarnos de lo que El es y lo que somos nosotros! El ejemplo de la Purísima Virgen María nos ayudará mucho a conservar en nosotros esa humildad.

María era humilde delante de Dios antes de ser Madre; después de serlo, es más humilde todavía ante su Dios y su Hijo. Pues nosotros, despreciables criaturas, pecadores mil veces perdonados, adoremos con todas nuestras potencias a Aquel que desde tan elevadas alturas baja hasta nuestra miseria, y tratemos de compensar con nuestros actos de humildad, ese eclipse de su gloria que se realiza en la cueva y en los pañales.

Mas en vano intentaríamos colocarnos al nivel de su humildad; sería preciso ser Dios para llegar a las humillaciones de un Dios.

ALEGRÍA. — Pero la Santa Iglesia no ofrece solamente al Niño Dios el tributo de sus profundas adoraciones; el misterio del Emmanuel, del Dios con nosotros, es también para ella fuente de inefable alegría. El respeto debido a Dios se conjuga de un modo admirable, en sus cánticos sublimes, con la alegría que los Ángeles la recomendaron. Tiene a gala imitar el regocijo de los pastores, que a toda prisa y rebosantes de contento acudieron a Belén y también la alegría de los Magos, cuando a su salida de Jerusalén volvieron a ver la estrella. Es el motivo de que toda la cristiandad consciente celebre el divino Natalicio con cantos alegres y populares, conocidos con el nombre de Villancicos.

Unámonos, oh cristianos, a esa jubilosa alegría; no es tiempo de lágrimas ni suspiros: Un Niño nos ha nacido. Ha llegado el que esperábamos y ha llegado para morar con nosotros. Como ha sido larga la espera, deberá ser embriagador el gozo de poseerle. Día llegará, y muy pronto, en que este niño que hoy nace, hecho ya hombre, será el varón de dolores. Entonces nos lamentaremos con El; ahora debemos alegrarnos de su venida y cantar con los Ángeles junto a su cuna. Estos cuarenta días pasarán veloces; recibamos con el corazón dilatado la dicha que nos viene de arriba como un don celestial. La Sabiduría divina nos enseña que el corazón del justo es una continua fiesta, porque en él reside la paz: ahora bien, estos días ha venido la Paz a la tierra, la Paz a los hombres de buena voluntad.

AGRADECIMIENTO. — A esta mística y deliciosa alegría viene como por sí mismo a unirse el sentimiento de gratitud para con Aquel que, sin detenerse ante nuestra indignidad ni ante las consideraciones debidas a su infinita Majestad, quiso escoger una Madre entre las hijas de los hombres, y una cuna en un establo: tan empeñado estaba en la obra de nuestra salvación, en apartar de sí todo lo que pudiera inspirarnos miedo o timidez y en animarnos con su divino ejemplo a seguir el camino de la humildad, por donde debemos marchar para llegar al cielo, perdido por nuestro orgullo. Recibamos, pues, con el corazón emocionado el precioso regalo de un Niño libertador. Es el Hijo único del Padre, de ese Padre que amó al mundo hasta el extremo de entregarle su propio Hijo; y es el mismo Hijo único quien confirma plenamente la voluntad de su Padre, viniendo a ofrecerse por nosotros porque El   lo quiso. En verdad, al entregárnosle el Padre ¿no nos lo ha dado todo con El, como dice el Apóstol? ¡Oh inestimable dádiva! ¿Podríamos ofrecer un agradecimiento equivalente al regalo, cuando, en el fondo de nuestra miseria, somos incapaces de estimar su valor? En este misterio, sólo Dios y el divino Infante, que guarda el secreto en el fondo de su cuna, saben perfectamente lo que nos dan.

AMOR. —Pero, si la gratitud no puede ser proporcionada a la dádiva ¿quién habrá de pagar la deuda? Sólo el amor será capaz de hacerlo, porque, por muy limitado que sea, no tiene medida, y siempre puede ir en aumento. Por eso la santa Iglesia se siente invadida de una inefable ternura en la cueva, después de haber adorado, bendecido y dado gracias, y exclama:¡Cuán hermoso eres, oh amado mío! ¡Oh divino Sol de justicia, cuán suave es a mi vista, tu despertar! ¡Cuán vivificantes tus rayos para mi corazón! ¡Cómo se afianza tu triunfo en mi alma cuando la vences con las armas de la pobreza, de la humildad y de la infancia! Y todas sus palabras son palabras de amor; la adoración, la alabanza, la acción de gracias no son en sus Cánticos más que expresión variada e íntima del amor que transforma todos sus sentimientos. Sigamos también nosotros, oh cristianos, a nuestra Madre la Iglesia y llevemos nuestros corazones al Emmanuel. Los Pastores le ofrendan su sencillez, los Magos le llevan ricos presentes; unos y otros nos enseñan que nadie debe presentarse ante el divino Infante sin ofrecerle un donativo digno. Ahora bien, es preciso que lo sepamos: ningún tesoro estima tanto como el que ha venido a buscar. El amor le hizo bajar del cielo; ¡compadezcamos al corazón que no le entrega su amor! Estos son los deberes que nuestras almas deben tributar a Jesucristo en la primera venida, que hizo en carne y flaqueza, como dice San Bernardo, no para juzgar al mundo sino para salvarle. Sobre el Advenimiento del último día envuelto en gloria y terrible majestad, ya hemos meditado bastante en las semanas del Adviento. El temor de la futura ira ha debido despertar de su somnolencia a nuestros corazones, disponiéndolos a recibir humildemente la visita del Salvador en esta venida intermedia, que se realiza secretamente en el fondo de las almas, y cuyo inefable misterio vamos a tratar de esclarecer


EL LIBERALISMO LLEVA AL SATANISMO


Satanistas estadounidenses instalan un monumento ante el Capitolio de Míchigan







Publicado: 22 dic 2014 12:51 GMT | Última actualización: 22 dic 2014 13:01 GMT

El pasado domingo los miembros de la organización satanista The Satanic Temple colocaron ante el Capitolio del estado de Míchigan (EE.UU.) la figura de una serpiente enrollada alrededor de la cruz satánica ofreciendo el libro 'Revolt of the Angels' (la rebelión de los ángeles), con el objetivo de mostrar sus puntos de vista y promover sus creencias a pocos días de la festividad cristiana de la Navidad, informa la agencia AP
La acción ha creado polémica entre los cristianos por la fecha que se ha escogido para llevarla a cabo. "Podrían haberlo instalado en julio, abril o cualquier otro momento", opinó el republicano Rick Jones, que ante los rumores sobre la instalación del monumento satánico decidió el pasado viernes instalar una escena de la natividad de Jesucristo ante el edificio.



lunes, 22 de diciembre de 2014

R.P. TRINCADO - SERMÓN EN EL DOMINGO IV DE ADVIENTO



El pecado original ha dado a las almas
 las formas torcidas de la serpiente.




Voz del que clama en el desierto: reparad el camino del Señor; haced rectas sus sendas. Antiguamente, en esa región del mundo, cuando un rey viajaba, se preparaban los caminos por donde debía pasar su carruaje, rellenando las partes bajas y rebajando las elevaciones, rectificando en lo posible las curvas y aplanando las partes ásperas o abruptas. La Iglesia lee hoy este Evangelio para que en nuestras almas preparemos el camino a nuestro Rey que llega en la Navidad.

Preparad el camino, hacedlo recto. Como dijimos el domingo pasado, el pecado original ha dado a las almas las formas torcidas de la serpiente, pero Dios, que es la perfecta rectitud, no puede morar en un alma retorcida. ¿Y qué es un alma recta? Un alma que verdaderamente ama el bien y la verdad. El alma recta y pura es la que aborrece la oscuridad y va siempre hacia la luz, todo lo quiere hacer en la claridad, de frente, con sinceridad; aspirando a que todas sus acciones, palabras, pensamientos y deseos lleven el sello de la verdad ante Dios y ante los hombres.

Hay falta de rectitud en el alma que desea algo contra el querer de Dios, y no es recto el corazón que, para el logro de fines buenos, está dispuesto a valerse de medios impuros como la mentira, el engaño, la hipocresía, la lisonja, la astucia. Tampoco es recta el alma que se reserva algo ante Dios, que quiere guardar para sí algún espacio oscuro en el que no permite la entrada de la luz divina. El corazón doble e impuro a veces mira a Dios y otras veces querría no ser visto por Dios. El corazón puro y recto es el que somete todos sus anhelos al deseo  profundo y central de alabar, reverenciar y servir a Dios y, mediante esto, salvar el alma; como dice San Ignacio en el Principio y Fundamento de sus “Ejercicios Espirituales”.

Un alma recta, un corazón puro no zigzaguea, no serpentea en el polvo buscando lo que no es Dios, ni vacila inconstante y veleidoso como las débiles cañas que doblegan los vientos; sino que se yergue firme sobre la roca sólida del santo deseo primordial: cumplir la voluntad de Dios siempre y en todo, y resistir a la impura voluntad propia, a las infinitas tendencias del egoísmo. ¡Eso es negarse a sí mismo! ¡Eso es tomar la cruz y seguir a Cristo! ¡Eso es la santidad!

Dice la Imitación de Cristo (l, III, Cap. 33) que los judíos vinieron a casa de Marta y María Magdalena en Betania, no sólo por Jesús, sino también para ver a Lázaro. Se debe purificar la intención para que sea sencilla y recta Dios debe ser el único fin de todas nuestras acciones. Por eso salmo 118, que es un maravilloso canto a la rectitud de corazón, comienza así: Felices los que van por camino sin mancha, los que andan según la ley de Dios. Felices los que guardan sus mandatos, los que los buscan de todo corazón. Y recurriendo también la imagen del camino, se advierte a las almas poco rectas en Eclesiástico 2, 14: ¡Ay del corazón doble y de los labios dolosos, de las manos que hacen el mal y de los pecadores que van por dos caminos! 

Dice el Evangelio: todo valle será rellenado. Estos valles son lo hundido, deprimido o vacío de nuestras almas, son  la debilidad, la cobardía, la negligencia, la irresolución, pusilanimidad, la pereza; el vacío del desánimo, de la tristeza que no es según Dios, de las angustias e indebidas preocupaciones, de la falta de confianza en el poder divino, de la desesperanza, de la ignorancia culpable, del olvido de Dios, de la tibieza; el terreno hundido de lo que en nuestra vida hay de inútil, estéril o sin sentido. Estos terrenos bajos o vacíos deben ser rellenados con el fervor, el esfuerzo en el bien, la alegría espiritual, la confianza en el poder divino, la esperanza sobrenatural, la fe viva, el ánimo combativo y la fortaleza que nos da Dios para atacar lo que debe ser atacado y para resistir lo que debe ser resistido.

Todo monte y colina será rebajado. Por el contrario, las elevaciones que deben ser rebajadas son el orgullo y la rebeldía, el afán de autonomía, el egoísmo, la ambición, el deseo de dominar, la envidia y las pasiones que en nosotros se alzan insolentes para dominar al alma. Todo eso debe ser abajado con la humildad de Cristo, que dijo: el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”. “Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes”. "Aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón”. 

Y los caminos retorcidos serán enderezados. Los caminos torcidos son los corazones en los que se da la injusticia, el engaño, la hipocresía, la mentira, la simulación, la maledicencia, la impureza. Se enderezan estos caminos con la práctica de la justicia, con la simplicidad, con la veracidad y la franqueza en las palabras, virtudes -ambas- tan escasas en estos tiempos terribles, en los que la palabra de la mayoría de los hombres no vale nada; con la castidad.

Y los caminos ásperos serán allanados. Los caminos escabrosos o abruptos son los de las almas duras y violentas que se dejan arrastrar por la ira, la venganza, la crueldad, el rencor, las antipatías, la discordia, la impaciencia. Estos caminos se allanan con mansedumbre, con moderación, con caridad, dulzura, afabilidad, paciencia, paz, con amor de la Cruz. 

Estimados fieles: imitando a los Reyes Magos, los católicos acostumbramos hacernos regalos en Navidad. Pero ¿qué va a regalar cada uno de nosotros al Divino Niño? Pues lo que Dios quiere que le demos: el corazón. Ofrezcámosle un corazón puro, un corazón que ame realmente a Dios por sobre todas las cosas, un alma recta que quiera cumplir siempre su voluntad. 

San Juan Bautista preparaba el camino a Nuestro Señor en los corazones de los hombres pecadores, pero Dios se había preparado a Sí mismo un camino a esta tierra, nunca visto ni imaginado. Inmune a la acción de la serpiente infernal, este camino era totalmente recto y enteramente puro, sin que en él hubiera nada que rectificar, nada que elevar ni rebajar, nada que enderezar ni allanar. Tal camino fue y es la Santísima Virgen María, la Madre Inmaculada de Dios.

Pidamos, entonces, a la Sma. Virgen, Nuestra Madre, que el Cielo nos conceda dar a Dios, en esta Navidad, eso que Dios quiere de nosotros: esa respuesta que hizo posible la Encarnación del Verbo y nuestra Redención: he aquí mi alma esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra. Fue para darle esta respuesta pura, para decir a Dios estas palabras rectísimas, que fuimos creados.



CONSEJOS DE SAN AGUSTIN A LA JUVENTUD DEL SIGLO IV






"Los jóvenes dedicados al estudio de la sabiduría se abstengan de todo lo venéreo, de los placeres de la mesa, del cuidado excesivo y superfluo ornato de su cuerpo, de la vana afición a los espectáculos, de la pesadez del sueño y la pigricia, de la emulación, murmuración, envidia, ambición de honra y mando, del inmoderado deseo de alabanza. Sepan que el amor al dinero es la ruina cierta de todas sus esperanzas. No sean ni flojos ni audaces para obrar. En las faltas de sus familiares no den lugar a la ira o la refrenen de modo que parezca vencida. A nadie aborrezcan. Anden alerta con las malas inclinaciones. Ni sean excesivos en la vindicación ni tacaños en perdonar. No castiguen a nadie sino para mejorarlo, ni usen la indulgencia cuando es ocasión de más ruina. Amen como familiares a todos los que viven bajo su potestad. Sirvan de modo que se avergüencen de ejercer dominio; dominen de modo que les deleite servirles. En los pecados ajenos no importunen a los que reciban mal la corrección. Eviten las enemistades con suma cautela, súfranlas con calma, termínenlas lo antes posible. En todo trato y conversación con los hombres aténganse al proverbio común: "No hagan a nadie lo que no quieren para sí". No busquen los cargos de la administración del Estado sino los perfectos. Y traten de perfeccionarse antes de llegar a la edad senatorial, o mejor, en la juventud. Y los que se dedican tarde a estas cosas no crean que no les conciernen estos preceptos, porque los guardarán mejor en la edad avanzada. En toda condición, lugar, tiempo, o tengan amigos o búsquenlos. Muestren deferencia a los dignos, aun cuando no la exijan ellos. Hagan menos caso de los soberbios y de ningún modo lo sean ellos. Vivan con orden y armonía; sirvan a Dios; en Él piensen; búsquenlo con el apoyo de la fe, esperanza y caridad. Deseen la tranquilidad y el seguro curso de sus estudios y de sus compañeros; y para sí y para cuantos puedan, pidan la rectitud del alma y la tranquilidad de la vida".


El Orden, L II, cap. 8 n° 25.

EN LA VIDA DE LOS SANTOS





“En la vida de los santos, y especialmente en la de los santos contemplativos, se encuentra una serie de pasos en falso completamente ininteligibles. Estos santos vacilan, tantean, se engañan, avanzan, retroceden, cambian de camino, como si perdieran el tiempo, y como si las vías incomprensibles por las cuales son conducidos fuesen de una longitud extremada. Uno llega a preguntarse por qué el Espíritu que les guía no les indica inmediatamente el camino más corto que va directamente a su fin. ¿Por qué? ¡Ah! ¡Por qué! Es ésta una pregunta que no tiene contestación. Pero si para consuelo del espíritu había que imaginar una, podría decirse que aquellos errores comunican a los santos, por virtud de la experiencia y del arrepentimiento, profundas claridades que no tuvieran si su vida fuese constantemente llana y su camino constantemente recto”.

Ernest Hello, Fisonomía de Santos, Santa Catalina de Génova.



¿QUÉ PENSAR DEL MILENARISMO? Parte VI



"La teoría del milenarismo tuvo sus raíces en la literatura judía, obsesionada siempre con la idea de un Mesías reinando gloriosamente sobre la tierra".

Cita del libro Le Sens Mystique de l’Apocalypse, por Dom Jean de Monléon OSB (*), Edit. Nouvelles, Paris, 1948, pags. 325-329 (hemos destacado ciertos pasajes en negrita):

El reino de los mil años
(...) el Anticristo tendrá la pretensión de imponer a sus súbditos un rito análogo al del bautismo, donde los nuevos cristianos son marcados en la frente con el sello de Jesucristo. Todos estos servidores permanecen fieles a Dios a pesar de la persecución, son muertos, es verdad, a los ojos de los hombres: pero, en realidad, habiendo franqueado las puertas del otro mundo, ellos encontraron, en la unión de su alma con su Creador, una vida nueva mucho más perfecta que la de aquí abajo. Y ellos reinaron mil años con Cristo.

Estas últimas palabras requieren algunas explicaciones, pues es por ellas que se introdujo la doctrina llamada del milenarismo; doctrina rechazada por la Iglesia desde hace siglos y que sin embargo ve, de vez en cuando, levantarse nuevos campeones a su favor, bajo el falaz pretexto que cuenta con la opinión favorable de varios Padres auténticamente ortodoxos. Sus partidarios, los milenaristas, llamados también quiliastas, sostienen que antes del día de la resurrección general, los justos retomarán sus cuerpos y  resucitados, reinarán mil años en esta tierra, en Jerusalén restaurada, con Cristo. Luego vendrá la segunda revuelta de Satanás, el combate supremo contra la Iglesia llevado a cabo por Gog y Magog, la aniquilación de los rebeldes por Dios, y finalmente la resurrección universal seguida del Juicio final. Habría así dos resurrecciones sucesivas, separadas por un intervalo de mil años: la de los mártires primero, luego el resto de la humanidad.

La teoría del milenarismo tuvo sus raíces en la literatura judía, obsesionada siempre con la idea de un Mesías reinando gloriosamente sobre la tierra. Retomada, en tiempos de San Juan, por el heresiarca Cerinto, es exacto que en los siglos II y III de la era cristiana, algunos Padres, y no los menores, lo adoptaron bajo formas diversas y más o menos atenuadas. Podemos citar entre ellos a San Justino, San Ireneo, Tertuliano, etc…

Pero el parecer de estos escritores no puede de ninguna manera ser mirado como representativo de la creencia de la Iglesia: para que el testimonio de varios Padres pueda ser considerado como la expresión de la Tradición católica, es necesario, dicen los teólogos, “que no sea impugnado por otros”. Esta condición no existe en este caso: el mismo San Justino reconoció que la teoría milenarista estaba lejos de ser admitida por todos; Orígenes la reprobó y la trató de necedad judaica. San Jerónimo rompió deliberadamente con ella:

Nosotros no esperamos, escribió, con las fábulas que los judíos decoran con el nombre de tradiciones, que una Jerusalén de perlas y de oro desciendan del cielo; nosotros no nos someteremos de nuevo a la injuria de la circuncisión, a ofrecer carneros y toros como víctimas, y a dormir en la ociosidad del Sabbat. Hay demasiados de nosotros que han tomado en serio estas promesas, notablemente Tertuliano en su libro titulado De la esperanza de los fieles; Lactancio, en su séptimo libro de las Instituciones; el obispo Victoriano, de Pettau, en numerosas disertaciones y, últimamente, nuestro Sulpicio Severo en el diálogo al cual dio el nombre de Gallus. En cuanto a los Griegos, cito el primero y el último, Irineo y Apolinar.

San Agustín se pronunció en el mismo sentido: si al principio tiene ciertas dudas, enseguida lo vemos, en La Ciudad de Dios, condenar claramente el quiliasmo, y esta opinión es la que prevaleció a partir de entonces, tanto en Oriente como en Occidente, en la Iglesia. A partir del siglo IV, no encontramos ningún escritor católico digno de consideración, que defienda el milenarismo, y el parecer unánime de los teólogos, entre los más importantes hay que citar a Santo Tomás y San Buenaventura, lo desecha resueltamente.

Sin duda, en la Edad Media, escribe el Padre Allo, Joaquin de Fiore y su escuela enseñaron una doctrina que era una especie de milenarismo espiritual, pero que no hay que confundir con quiliasmo antiguo. Éste no perseveró más que en ciertos luteranos o en las oscuras sectas protestantes; muy raros son los exégetas católicos que se esfuerzan en renovarlo bajo una forma atenuada y conciliable con la ortodoxia. Aunque el quiliasmo no haya sido calificado como herejía, el parecer común de los teólogos de todas las escuelas ve allí una doctrina errónea a la que ciertas condiciones de los tiempos primitivos pudieron arrastrar a algunos antiguos Padres.

La expresión: Y ellos reinaron mil años con Cristo, debe entonces, como ya lo indicamos, entenderse en un sentido místico. Los mil años designan todo el período que comprende entre el día en que Cristo, por su Resurrección, abrió el reino de los cielos, franqueando las puertas con su Santísima Humanidad, hasta el día que, gracias a la resurrección general, los cuerpos de los elegidos entrarán a él. Pero las almas de los bienaventurados ya están allí, estrechamente unidas a Aquél que es su verdadera vida; ellas participan en la gloria de Cristo, ellas constituyen su corte, ellas reinan con Él.
(...) 
¿En qué consiste esta primera resurrección? En salir, por la penitencia, del estado de pecado, en apartarse de la muerte espiritual, a recobrar la vida de la gracia. Todos aquellos que sabrán tomar parte en ella y perseverar, serán un día bienaventurados y santos: bienaventurados porque ellos obtendrán la beatitud saliendo de este mundo; santos, porque ellos serán establecidos y confirmados en la gloria, de tal manera que la segunda muerte, es decir, la condenación eterna, no tendrá ningún poder sobre ellos. Ellos serán los sacerdotes de Dios y de Cristo, ellos ofrecerán sin cesar el sacrificio de alabanza a Dios autor de todo bien, y al mismo tiempo que a Cristo, obrero de nuestra Redención; y sus almas reinarán en el cielo con Él durante mil años, es decir: hasta el día en que sus cuerpos les serán devueltos.
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(*) Otras obras del P. Monleón:

Le Cantique des Cantiques
La Fête du Christ-Roi
Les Patriarches (Histoire Sainte 1)
Moïse (Histoire Sainte 2)
Josué et les Juges (Histoire Sainte 3)
Le prophète Daniel (Histoire Sainte 4)
Le roi David (Histoire Sainte 5)
Les instruments de la perfection (commentaire ascétique sur le chapitre IVe de la Règle de S. Benoît)
Commentaire sur le Prophète Jonas
Les noces de Cana
L’Oraison
Les XII degrés de l’humilité (commentaire ascétique sur le chapitre VIIe de la Règle de S. Benoît)