lunes, 31 de marzo de 2014

LA OBRA DE DIOS – PADRE EMMANUEL


         


  1. La Obra... y las obras

Se ha dicho que nuestro siglo es el siglo de las obras. Hay tantas que cada uno tiene la suya, poco más o menos. Algunos dicen: Mi obra, otros: Mis obras. En efecto: todo hombre es autor de alguna cosa.

Por consiguiente, hay obras de toda índole: buenas, mediocres, despreciables.

Las obras despreciables deben inspirarnos compasión; de las mediocres mejor no ha­blar; a las buenas, les deseamos todas las bendiciones de Dios.

A pesar de eso, no dejamos de temer que nuestras obras sean como las de ciertas Igle­sias del Asia, a las cuales Nuestro Señor es­cribió cartas como la siguiente:

“Al Ángel de la Iglesia de Sardes:

“Conozco tus obras y que tienes nom­bre de vivo, pero estás muerto (...) no
he hallado tus obras perfectas en la presencia de Dios” (Apoc. 3, 1-2).

“Al Ángel de la Iglesia de Laodicea:

“Conozco tus obras y no eres frío ni caliente. Ojalá fueras frío o caliente; mas porque eres tibio y no eres caliente ni frío, estoy para vomitarte de mi boca. Porque dices: yo soy rico y de nada tengo necesidad, y no sabes que eres un desdichado, un miserable, un indigente, un ciego y un desnudo” (Apoc. 3, 14-17).

Es bastante fácil ver todo color de rosa, comenzando por uno mismo; conocemos mucha gente de escasa virtud que llega a tal situación.

Aplaudirse a sí mismo y tributarse elogios que serían verdaderos si vinieran de Dios, pero bastante sospechosos si proceden de otra parte, es asemejarse con bastante perfección al ángel de Laodicea.

Demasiado a menudo nuestras obras no son perfectas delante de Dios. Tienen una especie de pecado original al que podríamos nombrar. Llevan en sí un vacío, un vacío funesto.

Pero, lamentablemente, son nuestras obras. Son nuestras, son de nosotros. Y nosotros somos de Dios, y de la nada, y en nuestras obras siempre pesa más la nada donde hemos sido sacados que Dios que nos sacado.

Ejemplo: de todo lo que se escribe, imprime, vende, compra, se lee o no se lee, no hay casi nada que no se escriba para poner en evidencia algún pensamiento humano, del todo humano, casi siempre manchado por el error por algún lado, si no enteramente.

El hombre escribe para el hombre: si pusiéramos a un lado los libros hechos puramente para Dios y la verdad de Dios, y al otro las obras del hombre, habría una desproporción espantosa.

Hay una prueba evidente: el Evangelio, libro que nos da el pensamiento puro de Dios ¿no es, acaso, un libro dejado a un lado por casi todos y en casi todas partes?

Hemos citado un solo ejemplo: podríamos citar cientos y aún más.

Llenas del pensamiento del hombre y vacías del espíritu de Dios, nuestras obras se han puesto en acción y, sin embargo, ¿qué espectáculo tenemos a la vista? ¿Dónde estamos y adónde vamos? Todas las obras ¿han podido hasta ahora obrar la salvación?

No negamos los resultados felices de muchas obras, por lo cual bendecimos a Dios. Pero, ¿no es patente que esos resultados son restringidos y que, en suma, la salvación general está por lograrse todavía?

Desde hace casi un siglo el mal se ha desatado sobre Europa principalmente, y luego sobre el resto del mundo; el mal, pese a todas las obras ¿no ha realizado conquistas aterradoras? ¿No se ha apoderado del poder público y de la autoridad política en casi todo el orbe? ¿No ha hecho sentir su yugo a todo lo cristiano, desde el augusto jefe de la cristiandad, León XIII, prisionero en el Vaticano, hasta el niño bautizado más pequeño al cual se le prohíbe la enseñanza cristiana y se le impone por ley la enseñanza atea?

Ésta es la situación: ¿qué prueba más evidente de que nuestras obras no son perfectas delante de Dios?

No obstante, hay una obra, una obra perfecta delante de Dios, una obra que nada tiene de la vanidad del hombre, una obra que conseguiría infaliblemente la salvación del mundo, una obra a la que sólo le faltan operarios.

Muy pronto diremos su nombre; mientras tanto, dejaremos que lo adivinen...


           2. ¿Cuál es la obra de Dios?

Hemos dejado adivinar el nombre de la obra que es la única capaz de salvar al mundo y, ahora, escribimos su nombre con todas las letras: la llamamos la obra de Dios.

Leemos en el GÉNESIS:

“En el principio Dios creó el cielo y la tierra (...) en el séptimo día, Dios había concluido su obra” (Gen. 1, 1 y 2,2).

La obra de Dios comienza, pues, con la creación y por la creación.

Por eso el primer artículo de nuestro Símbolo, la primera palabra de nuestra fe es:
Creo en Dios Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra.

Desde el principio de su obra, Dios dio su ley a nuestros primeros padres:

“Dios formó al hombre del polvo de la tierra y lo hizo a su propia imagen (...). Del cuerpo del hombre formó a la mujer. Les dio discernimiento, dioles lengua, ojos y oídos, y un espíritu para pensar y llenólos de la luz del intelecto. Llenólos de ciencia e inteligencia y dioles a conocer el bien y el mal (...). Les dio, además, una norma para regir su conducta y la ley de vida como herencia”.
(Eccli., 17, 1-9).

En el primer día la obra de Dios era magnífica. La naturaleza y la gracia estaban felizmente unidas y era voluntad de Dios que jamás se separasen para llegar juntas a la bienaventuranza suprema.

Pero la voluntad del hombre separó lo que Dios había unido; sobrevino el pecado, y si Dios hubiera abandonado a su creatura, todo habría concluido para nosotros y para siempre jamás.

Dios no permitió que su obra fuera así destruida. Decidió vencer al pecado y lo venció.

Por la creación había vencido a la nada, por la Redención venció al pecado. Ésa fue la obra de Dios por excelencia.

Como anticipo de la Redención, Dios entregó su ley a Moisés.

Leemos en el libro del ÉXODO:

“Y Moisés bajó de la montaña, llevando en sus manos las dos tablas del testimonio que estaban escritas de ambos lados, por una y otra cara. Eran obra de Dios, lo mismo que la escritura grabada sobre las tablas” (Éxodo, 32, 15-16).

Nos complace encontrar el término obra de Dios, referido a la ley dada a Moisés. La hallamos repetida más a menudo en la Escritura cuando se trata de la Redención.

Varios siglos antes de la divina Encarnación, el profeta HABACUC exclamaba:

“¡Dale, Señor, existencia a vuestra obra en el transcurso de los años!
Domine, opus tuum, in medio annorum vivifica illud”.
(Hab. 3, 2).

Y cuando el Hijo de Dios vino a este mundo dijo en el mismo sentido:

“Mi alimento es hacer la voluntad de Aquél que me ha enviado y cumplir su obra [opus eius]”
(Jo. 4, 34).

Esta obra, la obra de Dios, era la salvación de los hombres que Nuestro Señor debía alcanzar mediante sus ejemplos y su predicación, sus méritos y su Pasión.

La víspera de su muerte, en la divina oración antes de su agonía, decía a su Padre, en igual sentido:

“He consumado la obra que me encomendaste” (Jo. 17, 4).

Hablaba de una obra cumplida, a causa de la certidumbre de su muerte inminente, que debía tener lugar ese mismo día.

En boca del Salvador así como en la de su profeta, la obra de nuestra salvación era la obra de Dios.

Los Apóstoles, a quienes el Señor asoció a su obra divina, encomendándoles su continuación, no hablaban de otro modo que el divino Maestro:

“Así, pues, hermanos míos muy amados, manteneos firmes e inconmovibles, abundando siempre en la obra del Señor”.
(1 Cor., 15, 58).

Y       agrega:

“Timoteo trabaja en la obra del Señor”. (1 Cor., 16, 10).

Y       a los Filipenses:

“(Os he enviado a Epafrodito), recibidlo, pues, en el Señor con toda alegría, y honrad a los que son como él, que por el servicio de Cristo estuvo a la muerte por haber servido a la obra de Jesucristo” (Filip., 2, 28-30).

¿Cómo actuaban esos hombres de Dios que trabajaban en la obra de Dios? Imitaban humilde y fielmente al mismo Dios. Dios había comenzado su obra por la creación, la continuó por la ley y la consumó por la Redención; esos varones de Dios hicieron conocer el Creador a los hombres y de ello se siguió la sumisión de todos a Dios; hicieron conocer la ley y a su luz, los hombres reconocían sus pecados, el mal que habían hecho y el bien que dejaron de hacer; y finalmente, les dieron a conocer la gracia del Redentor, que es la única que sana las almas, la única que las purifica y la única que les da el poder y la voluntad de hacerlo.

Y entonces la obra de Dios se continuaba conforme a la voluntad de Dios y ninguno de los que trabajaba en esa obra decía: mi obra. El propio Hijo de Dios no lo dijo nunca y con eso, como con toda su vida, nos enseñó la humildad, una de las virtudes más indispensables para trabajar en la obra de Dios.


           3. Los operarios de Dios

¿Cómo comprendían la obra de Dios los Apóstoles, instruidos por Nuestro Señor? SAN PEDRO nos ha revelado todo el secreto:

“Pues nosotros debemos atender a la oración y al ministerio de la palabra”.
(Hechos, 6, 4).

En esas pocas palabras ¡cuántas luces! Los Apóstoles debían orar, obtener de Dios las gracias de conversión y luego predicar el Evangelio y llamar las almas a la conversión; así se hacía la obra de Dios.

La oración de los Apóstoles debía ser apoyada por la oración de los fieles. SAN PABLO recuerda con frecuencia ese gran deber a sus cristianos:

“Os exhorto, hermanos, por Nuestro Señor Jesucristo y por la caridad del Espíritu Santo, a que me ayudéis mediante vuestras oraciones a Dios por mí”.
(Rom. 15, 30).

A los Colosenses:

“Rogad por nosotros para que Dios nos abra una puerta para anunciar el misterio de Jesucristo”.
(Col. 4, 3).

Y a los de Tesalónica:

“Orad por nosotros para que la palabra de Dios avance con celeridad y sea Él glorificado como lo es entre vosotros”.
(2 Tes. 3, 1).

Esta doctrina apostólica, esa oración de la Iglesia en su cuna, era consecuencia de lo que Nuestro Señor había instituido y enseñado al darnos el Pater. Nos ha enseñado en él a pedir al Padre celestial que su nombre sea santificado, que venga su reino, que su voluntad se haga así en la tierra como en el cielo. Ahora bien: ¿qué es eso sino la obra de Dios? en la cual los Apóstoles trabajan con la oración y la palabra y los fieles con la oración solamente; pero en el plan divino todo fiel debe ser hombre de oración y por ello mismo, un operario de la obra de Dios.

SAN CIPRIANO es un admirable testimonio de esa doctrina divina. Al explicar el Pater enseña que debemos orar para conservar la gracia que nos fue dada y para que esa gracia se difunda entre quienes no la han recibido aún como nosotros.

He aquí las palabras del gran Obispo:

“Decimos: Santificado sea tu nombre; no deseamos que Dios sea santificado por nuestras oraciones sino que le pedimos que su nombre sea santificado en nosotros. Porque ¿por quién podría Dios ser santificado, puesto que Él es quien santifica todas las cosas? Le rogamos, por lo tanto, que nos conceda la gracia de conservar la santidad que hemos recibido en el bautismo, y eso se lo pedimos todos los días. Le rogamos sin cesar, día y noche, que su bondad se digne conservar en nosotros la santidad y la vida que Él nos ha comunicado mediante su gracia.

Viene después: Venga a nosotros tu reino; pedimos a Dios su reino en el mismo sentido en que le hemos pedido la santificación de su nombre (...).

Añadimos: Hágase Tu voluntad así en la tierra como en el cielo, no para que Dios haga lo que Él quiere, sino para que nosotros mismos podamos cumplir lo que a Él le agrada (...). Pedimos a Dios todos los días, o, más bien, en todos los instantes, que se cumpla su voluntad en nosotros, en el cielo y en la tierra, porque la voluntad de Dios es que las cosas terrenas sean pospuestas a las celestiales y priven las divinas y espirituales (...). Rezamos por la salvación de todos los hombres, para que así como la voluntad divina se ha cumplido en el cielo, es decir, en nosotros por nuestra fe para que nos volvamos celestiales, se cumpla también en la tierra, es decir, en los infieles, de modo que quienes son todavía terrenales por su primer nacimiento, comiencen a ser celestiales cuando reciban el segundo por el agua y el Espíritu Santo”. (Tratado del Pater).

La doctrina de San Cipriano fue conservada fielmente en la Iglesia de África. Vital, un cristiano de Cartago, había prestado oídos a las doctrinas pelagianas y creía que la sola voluntad humana conducía al hombre a la fe. SAN AGUSTÍN le escribe:

“Hablar de ese modo es ir contra las oraciones que elevamos a Dios todos los días. Decid pues claramente que basta contentarse con predicar el Evangelio a los infieles pero que no se debe rezar por ellos para que crean: alzaos contra las oraciones de la Iglesia, cuando el sacerdote desde el altar exhorta al pueblo de Dios a rogar por los infieles para que Él los convierta a la fe, por los catecúmenos, para que Él les inspire el deseo de la regeneración y por los fieles para que Él los haga preservar en lo que han comenzado a ser; burlaos de esas santas exhortaciones, responded altivamente que no haréis nada de eso y que no rogaréis a Dios que convierta a los infieles a la fe, porque lo que los hace pasar de la infidelidad a la fe no es un beneficio de la misericordia de Dios sino un efecto de la voluntad humana.

Declaraos contra San Cipriano, vos que habéis sido educado en la iglesia de Cartago y condenad lo que el santo doctor enseña en su explicación de la Oración dominical: que es menester pedir al Padre de las luces esas mismas cosas de las que pretendéis es autor el hombre, y que cada uno tiene solamente de sí mismo”.

Vital no quería rogar a Dios pidiéndole la gracia de la fe para los incrédulos, porque pensaba que la voluntad del hombre le era suficiente para creer en la palabra de Dios: en eso era hereje, y, por lo tanto, no era operario de la obra de Dios. Tenemos hoy cristianos que tal vez no tienen esas ideas pelagianas, fundamentalmente naturalistas, pero, que no obstante, ya no son operarios de la obra de Dios, porque no rezan en absoluto.

Según la doctrina de los Apóstoles y de los Santos Padres, rezamos el Pater pidiendo a Dios la conservación de la fe en los creyentes, y el don de la fe para los infieles; los cristianos del día no piden a Dios ni lo uno ni lo otro: recitan la fórmula de labios para afuera, y así piensan que han rezado sus oraciones. ¿Quién creería que han rezado en el sentido que San Cipriano entendía la oración? Por eso, ¡la obra de Dios es una obra que está a la espera de operarios!



Padre Emmanuel, “El cristiano del día y el cristiano del Evangelio”, Editorial Iction, Bs. As., 1980.

ENTREVISTA AL PADRE MARTIN FUCHS POR REX!



Entrevista en NON POSSUMUS

LOS PRECEPTOS DE LOS MANDAMIENTOS DE LA LEY DE DIOS: 8vo. MANDAMIENTO – DOM TOMÁS DE AQUINO (EN PORTUGUÉS)

SPES


sábado, 29 de marzo de 2014

SAN PEDRO - EXHORTACIÓN A TODOS




“Y todos, los unos para con los otros, revestíos de la humildad, porque ‘Dios resiste a los soberbios, pero a los humildes da gracia’. Humillaos por tanto bajo la poderosa mano de Dios, para que Él os ensalce a su tiempo. ‘Descargad sobre Él todas vuestras preocupaciones, porque Él mismo se preocupa de vosotros’. Sed sobrios y estad en vela: vuestro adversario el diablo ronda, como un león rugiente, buscando a quién devorar. Resistidle, firmes en la fe, sabiendo que los mismos padecimientos sufren vuestros hermanos en el mundo. El Dios de toda gracia, que os ha llamado a su eterna gloria en Cristo, después de un breve tiempo de tribulación, Él mismo os hará aptos, firmes, fuertes e inconmovibles. A Él sea el poder por los siglos de los siglos. Amén.”


Primera Carta de San Pedro, V, 5-11.

FRANCISCO ESCONDE SU CRUZ PECTORAL ANTE SUS HERMANOS MAYORES


Francisco en el infame almuerzo con la comunidad judía.



“Allí donde fueron establecidas la Sede del bienaventurado Pedro y la Cátedra de la Verdad como una luz para las naciones, ellos han erigido el trono de la abominación de su impiedad; a fin de que, una vez golpeado el pastor, puedan dispersar el rebaño”. León XIII


El 17 de enero de 2014, Francisco recibió a los representantes de la comunidad judía de Argentina en un almuerzo kosher en el comedor de la residencia Santa Marta. Como la Cruz molesta a los hermanos mayores de los conciliares, Francisco decidió esconderla…



 Cardenal Vingt Trois en la conferencia del Rabí Jacobson.



24 de Marzo de 2009, el Cardenal Vingt Trois y Turckson escondiendo su cruz en el Museo de la herencia judía de NY.


 

Bergoglio y su compañero escondiendo su cruz en Argentina.



Tomado de aquí.

COMENTARIOS ELEISON - RELIGIÓN FABRICADA



Número CCCL (350)
29 de Marzo de 2014

RELIGIÓN FABRICADA

Mons. Williamson



Hace dos meses un auto-declarado ateo celebró en Francia su cumpleaños 85to, y todos los teístas de la verdadera religión tienen para con él una seria deuda de gratitud porque, en el mundo de mentiras de hoy en día, el Profesor Robert Faurisson ha sido un poderoso defensor de la verdad. Yo, por lo menos, desearía que muchos más creyentes en el Verdadero Dios tuvieran su inteligencia y su honestidad para discernir la verdad y su coraje para decirla.

Por ejemplo, sea que sí o sea que no es un hecho histórico que hubieron seis millones de víctimas gaseadas en cámaras de gas en el Tercer Reich, el Profesor Faurisson insiste en tratarlo como una cuestión histórica a ser resuelta por los hechos y por las evidencias científicas y no por la emoción ni por la legislación - ¿Qué podría ser más razonable? Y, sin embargo, en esta cuestión en particular, una masa de nuestros contemporáneos no escuchará razón. ¿Están sus mentes funcionando aún? Nuestra cálida gratitud para el Profesor por traer una excelente y erudita mente a examinar una cuestión histórica como una cuestión de historia y no como de otra cosa.

¿De otra cosa? Nuevamente, sea que sí o sea que no los Seis Millones son una realidad histórica, es el Profesor quien declara que de cualquier manera ellos han adquirido status de religión secular. ¿Se necesita un hombre supuestamente irreligioso para discernir lo que sirve como la principal religión de nuestros tiempos? Yo desearía que unos pocos Católicos más tuvieran la iniciativa para ver y para decir lo que hoy en día es el principal antagonista de su verdadera religión. He aquí un muy breve resumen general de un artículo sobre el tema escrito en el 2008 por el Profesor Faurisson:

Los Seis Millones constituye una religión laica con sus propios dogma, mandamientos, decretos, profetas, sumos sacerdotes y Santos: Santa Ana (Frank), San Simón (Wiesenthal), San Elías (Wiesel). Tiene sus lugares sagrados, sus rituales y sus peregrinajes. Tiene sus templos y sus reliquias (barras de jabón, pilas de zapatos, etcétera), sus mártires, héroes, milagros y milagrosos sobrevivientes (millones de ellos), su leyenda de oro y su pueblo santo. Auschwitz es su Gólgota, Hitler es su Satán. Dicta su ley a las naciones. Su corazón palpita en Jerusalén, en el monumento Yad Veshem.

Es una nueva religión que ha gozado de un crecimiento meteórico desde la Segunda Guerra Mundial. Ha conquistado Occidente y se está equipando para conquistar al mundo. Mientras que el progreso del pensamiento científico en nuestra sociedad de consumo ha debilitado el agarro de todas las religiones clásicas al volver a las personas más y más escépticas en cuanto a la verdad de las narraciones de la religión y de las promesas que la religión ofrece, la nueva religión prospera al punto que cualquiera pillado negando su dogma básico es grabado a fuego como un “Revisionista”, es echado fuera de la comunidad y es tratado como solamente los heréticos eran otrora tratados. Es, en efecto, una religión, y es hoy en día un instrumento mayor y, uno puede decir, la religión popular del impío Nuevo Orden Mundial.

El Profesor arguye que este éxito puede atribuirse a que recurre a las técnicas propias de la sociedad de consumo en cuanto a propaganda y venta. Aquí pienso yo que a él sí le falta la perspectiva religiosa. Seguramente la apostasía de las naciones otrora Cristianas es la principal explicación. Cristo es Dios. Cuando Dios es empujado hacia afuera, Él deja detrás de Él un enorme vacío que debe ser llenado con algo. Los promotores de la nueva religión tienen a causa de su historia un instinto sin igual para la fabricación de religiones sustitutas. Pero, sea como sea, invitaría a los creyentes a rezar por el no creyente Profesor para que él pueda recoger la divina recompensa que, visto humanamente, él merece por los heroicos servicios que ha prestado a la verdad.

Kyrie eleison.


jueves, 27 de marzo de 2014

EL ENCANTAMIENTO REVOLUCIONARIO (LA REVOLUCIÓN DENTRO DE LA FSSPX)









Para poder hablar de la revolución en los tiempos modernos, hay que hablar del nominalismo y todos sus errores.

Todo el problema de la filosofía moderna es el no creer en la capacidad de la razón para conocer la Verdad. La primera consecuencia de esta negación del intelecto humano es que, para imponerse, la revolución no hará razonamiento, ella buscará los métodos que están mucho más cercanos de los métodos publicitarios que de los métodos de demostración (la lógica).

Hay una segunda razón (y consecuencia) de esta negación. La revolución es contra natura, le será necesario encontrar un método particular, diferente de las vías normales de la naturaleza. Este método lo llamaremos “maleficio revolucionario”. El encantamiento según el diccionario es “la acción de subyugar a alguien, de atraerlo, de dominarlo irresistiblemente[1]”.

¿Por qué estudiar este método? Porque los católicos tradicionalistas[2] que somos tenemos confianza en la razón y su lógica. Creemos en las verdades y en las definiciones. En todos los problemas ante los cuales estamos práctica y cotidianamente enfrentados, nosotros buscamos el error y no es habitual en nosotros buscar por principio las maniobras y mucho menos las maniobras puramente psicológicas que no tienen nada de racionales. Es por eso que tenemos una cierta debilidad e ingenuidad frente a la revolución: bajo el pretexto de tomar las cosas con seriedad, no queremos ver a la revolución tal como ella es y ella no nos ataca siempre con groseras mentiras y horrores que estarían en plena contradicción con las verdades por las cuales luchamos. La revolución moderna es más sutil: ella nos ataca minando astutamente los cimientos del espíritu.

La historia de la revolución nos permite constatar este hecho: hay un gran número de contrarrevolucionarios que se convierten en revolucionarios de dos maneras: sea sin darse cuenta o siendo persuadidos de servir a la contrarrevolución (este es el fin de los fines). Se ve así un gran número de gente que han tenido contactos con la revolución y que no la han comprendido verdaderamente. En cada batalla contrarrevolucionaria, algunos, que parecen haber comprendido hasta ese momento, se dejan atrapar en la trampa. Cada vez hay un golpe de publicidad que tiene éxito donde los estrategmas precedentes de la revolución habían fracasado.

Observemos ahora el ciclo revolucionario.

     1.    El ciclo revolucionario

1) Lobby, 2) encantamiento, 3) terror.

Lobby, es el nombre del pasillo del parlamento inglés. En el concilio Vaticano II, hubo la cafetería, el bar Jona y el bar Abbas. Es allí donde se hizo el concilio. Y en las reuniones secretas de cardenales que prepararon la revolución. El lobby es un grupo de presión, más aún, un núcleo dirigente. El alma escondida.

Una vez que esta preparación tuvo lugar, este lobby lanzará una campaña que está preparada. Se pasa a la etapa de encantamiento.

Fase externa. Encantar. Esencialmente es la anestesia de la inteligencia por la exacerbación de las pasiones.

En esta segunda fase está la subversión, la desinformación. Tantos aspectos o partes integrantes del mecanismo del encantamiento.

Los revolucionarios no creen en la inteligencia y si ellos dejan ejercer la inteligencia, necesariamente ella va a volver a la Verdad, por lo tanto, a la contrarrevolución. No hay nada más contrarrevolucionario que un hombre que habla de su oficio. Él es muy contrarrevolucionario porque sabe de lo que habla.

Entonces, una vez pasado el encantamiento, queda gente que, a pesar de todo, reflexiona y que se sirve de su inteligencia. Gente que grita “el lobo”: “cuidado, se lleva a cabo una empresa de seducción”. “Pasa esto y aquello, se los mostraré”. “No caigan en la trampa”. El encantamiento tiene la ventaja de develar estas personas que empiezan a reaccionar. Hasta entonces eran desconocidos. Pero de golpe, salen. Entonces estas personas, al develarse, prueban que son peligrosos para la revolución porque razonan. Entonces se utilizará una última arma contra ellos que es muy simple: la eliminación (física, sociológica, financiera, etc…)

El terror. Actualmente hay leyes que van en este sentido a nivel de los estados revolucionarios: Está la ley Gayssot sobre el racismo. Con ciertas penas accesorias: por ejemplo, un racista puede ser privado del permiso de conducir. Se priva del permiso de conducir a un farmacéutico que se niega a vender anticonceptivos. Es mucho más eficaz socialmente hacerlo perder su permiso de conducir que de pagar una multa. Es eficaz, funciona, no es idiota.

PARECIDOS


Tiene algo del Che Guevara...



algo de Perón...



algo de Kirchner...




algo de Maradona...


¡Todos terminaron mal!

OTRO “LOGRO” DE FRANCISCO Y SU CONTRAIGLESIA

Bautizarán en la Catedral a la hija de dos madres


Las dos gravísimas pecadoras públicas recibirán además la Confirmación (¿para que sigan pecando?). La abominación de la desolación de la iglesia conciliar no católica. Por sus frutos los conoceréis.



El próximo sábado 5 de abril, Umma Azul será bautizada en la Catedral y la presidenta Cristina Fernández sería la madrina.

Se trata de la hija de Karina Villarroel y Soledad Ortiz, las dos cordobesas que contrajeron matrimonio hace poco más de un año y en torno a las cuales se desató una polémica por el pedido de licencia en la Policía de la Provincia por parte de la primera.

La ceremonia será más que especial: Cristina Fernández habría accedido al pedido de las mujeres, que agradecen la ley de matrimonio igualitario en el país por el que pudieron instituirse en familia de manera legal.

Este diario intentó confirmar el madrinazgo en Documentación Presidencial, de Casa Rosada, sin obtener respuesta. “La semana pasada me hablaron de Anses, porque me estaba buscando desde ‘madrinaje presidencial’ y no me podían contactar”, contó Karina. “Al otro día me hablaron de Presidencia para saber cuándo iba a ser el bautismo, porque querían participar. Es que somos la primera familia homoparental que bautiza a una hija”, agregó emocionada.

Karina y Soledad tuvieron que pedir la autorización del Arzobispado. “Tuve una audiencia con el monseñor Carlos Ñáñez para que diera la orden y me confirmó que en la Catedral no habrá ningún problema”, explicó. El párroco Carlos Varas presidirá la ceremonia.

Las dos mujeres tomarán la confirmación el mismo día y a las 10.30 será el bautismo de Umma Azul, que tendrá un padrino amigo de la familia y dos madrinas, la presidenta y una amiga. “Queremos que tenga una madrina en Córdoba también. No creo que Cristina venga para los cumpleaños”, dijo Karina entre risas.

“Pedimos que la presidenta fuera madrina como una forma de agradecerle. Fue gracias a ella que nosotras nos pudimos casar y hoy podemos tener una bebé con los mismos derechos que el resto de los niños”, agregó emocionada.

La Catedral celebra los bautismos los días domingos, pero el de Umma Azul será un sábado. “Va a ser solamente el bautismo de la nena, por si viene la presidenta”, explicó Karina. “¡Si viene ella nos morimos!”, reconoció.

Sigue la lucha
En tanto, Karina, perteneciente a la fuerza policial de la Provincia, continúa en la lucha luego de que realizara un planteo legal para que se le reconociera la licencia por maternidad de 180 días, pese a no haber sido la madre gestante. Aún continúa con un sumario administrativo y su sueldo está retenido. La Policía aseguró que la mujer hizo abandono de servicio.

Según el recibo
Hasta el mes pasado, en el recibo de sueldo figuraba su baja en trámite. Ahora, dice “en disponibilidad y con retención total de sueldo”, aseguró su esposa, Soledad Ortiz. “Si la vemos a la Presidenta, vamos a contarle acerca de toda esta discriminación”, señalaron.


"Si Bergoglio no hubiese sido Papa hubiera sido más complicado", confiaron finalmente

miércoles, 26 de marzo de 2014

REGLAS CATÓLICAS PARA LA LECTURA DE LA SAGRADA ESCRITURA - MONS. STRAUBINGER





Como poseemos en el magisterio infalible de la Iglesia la próxima y última regla de nuestra fe, la lectura de la Sagrada Escritura no es requisito indispensable para nosotros. Sin embargo, desde los tiempos de los apóstoles hasta las más recientes manifestaciones de las autoridades eclesiásticas, fue inculcado y sigue siendo inculcado el leer y estudiar las Escrituras a fin de profundizar la fe y ampliar y arraigar los conocimientos religiosos, y principalmente, para conocer la persona, vida y doctrina de nuestro Salvador Jesucristo. “Ignora a Cristo quien ignora las Sagradas Escrituras.” (San Jerónimo).
Más aun insiste San Juan Crisóstomo en la lectura del libro divino, por ejemplo en su primera homilía a la Epístola de San Pablo a los romanos: “Como los ciegos se hallan incapaces de ir derecho, así los privados de la luz que resplandece de las Escrituras Divinas, yerran continuamente puesto que caminan en espesas tinieblas.”
¡Ay de los muchos que hoy en día recorren los caminos de un mundo tempestuoso sin la luz del Evangelio!

I.               Leamos la Sagrada Escritura con espíritu de fe.

El hombre que vacila en la fe, “es semejante a la ola del mar alborotada y agitada por el viento, acá y allá” (Santiago 1, 6). El hombre de ánimo doble, que está dividido entre Dios y el diablo, es inconstante en todos sus caminos. En vez de enseñarle y consolarle, la palabra de Dios le sirve para su ruina.
¡Cuántas veces Nuestro Señor no ha insistido en la necesidad de la fe!: “Oh mujer, grande es tu fe; hágase conforme tú lo deseas. Y en la misma hora la hija quedó curada.” (Mat. 15, 28). Negó el médico divino varias veces su ayuda por faltar la fe, por la incredulidad de los suplican­tes. “Tenéis poca fe... si tuviereis fe, como un granito de mostaza, podréis decir a este monte: Trasládate de aquí a allá, y se trasladará y nada os será imposible.” (Mat. 17, 19). Jamás olvidemos el lamento del Señor: “¡Oh raza incrédula y per­versa! ¿hasta cuándo he de vivir con vosotros? ¿hasta cuándo habré de sufriros?” (Mat. 17, 16).

II.            Leamos la Sagrada Escritura con espíritu de humildad.

Los misterios del reino de Dios no se revelan a la sabiduría puramente humana, por grande que sea el genio de sus maestros, sino sólo a los humildes. La humildad, la virtud de los pequeños es indispensable, para que el lector de la Biblia saque los valores intrínsecos del libro de los libros. Hay que volver a ser niño; hay que exponerse con espíritu sencillo e inocente a los rayos de la luz que, por falta de nombre adecuado, definimos con el nombre de misterios.
De otro modo no podríamos comprender el espí­ritu del Evangelio, ni aplicarlo a la vida: “En verdad os digo, que si no os volvéis y hacéis semejantes a los niños, no entraréis en el reino de los cielos.” (Mat. 18, 3). Y para grabar esta amonestación en los corazones de sus discípulos, Jesús llamando a un niño y colocándolo en medio de ellos, les dio una lección más elocuente que todas las palabras.
“Quien se humillase, será ensalzado.” (Mat. 23, 12). Quien con espíritu de niño se acerca a los tesoros de la Sagrada Escritura, los conseguirá. A los demás, los orgullosos y presumidos, los pre­suntuosos y ambiciosos se les cierra la puerta.
Saca, pues, saca, alma mía. El pozo es pro­fundo; y jamás se agotará.

III.         Leamos la Sagrada Escritura con el propósito de reformar nuestra vida.

La senda que conduce a la vida eterna, es estrecha, mientras que el camino que conduce a la perdición, es ancho y espacioso (Mat. 7, 13-14). ¿Quién será nuestro guía en la estrecha senda? Abre el Evangelio, lee las Escrituras; medita un ratito sobre las enseñanzas que te brinda el Evangelio en cada página; y encontrarás al guía que te hace falta. La palabra de Dios es uno de los medios más apropiados para nuestra salvación; sólo que debemos ponerla en práctica, como dice Santiago: “Recibid con docilidad la palabra ingerida que puede salvar vuestras almas. Pero habéis de ponerla en práctica, y no sólo escucharla, engañándoos a vosotros mismos. Porque quien se contenta con oír la palabra, y no la practica, este tal será parecido a un hombre que contempla al espejo su rostro nativo y que no hace más que mirarse, y se va y luego se olvida de cómo está.” (Santiago 1, 21-24). El Evangelio es, pues, el espejo en que hemos de contemplar el semblante de nuestra alma, para ver las faltas que la manchan. Si no, somos como aquel hombre olvidadizo que se engaña a sí mis­mo, no sabiendo cuál es su rostro.
Reformar la vida, conformar la conducta a los preceptos del Evangelio; he aquí los frutos más provechosos de la lectura del Evangelio. Leyén­dolo, meditándolo dejamos de ser injustos, menti­rosos, avaros, orgullosos. La palabra de Dios penetra en el alma como una espada de dos filos (Hebr. 4, 12), que ha de apartar a los malos de los buenos; que va a despertar a los ociosos y rechazar a los presuntuosos; que está destinada a humillar a los doctos vanidosos, pero a satis­facer a quien con razón recta y pura busca a Dios y la salud eterna.
¡Ojalá busquemos con toda el alma esa fuente de regeneración moral!

IV.          Leamos la Sagrada Escritura todos los días.

¿Por qué todos los días? ¿No bastaría leer la Biblia una sola vez, como los otros libros, y des­pués depositarla en la biblioteca? No, amigo mío. La Sagrada Escritura es un libro de categoría superior, y no como los demás de tu biblioteca, muchos de los cuales, una vez leídos no valen más que el polvo que los cubre.
Hallábase en Alejandría, en Egipto, la más rica biblioteca que se conocía en la antigüedad, una verdadera maravilla de riqueza literaria. Sin em­bargo, los musulmanes cuando ocuparon aquella ciudad, arrojaron al fuego todos los libros de la biblioteca argumentando: o consienten con el corán (libro santo de los musulmanes) o no consienten con él. En el primer caso son superfluos, en el segundo malos.
Hay en realidad un libro de que se podría afir­mar la preeminencia que los secuaces de Mahoma atribuyen al coran. Es la Sagrada Escritura. Por tanto ya León XIII concedió indulgencias a los que leen la Sagrada Escritura: una indulgencia de 300 días para la lectura de quince minutos y una indulgencia plenaria a los que durante un mes observen tan provechosa práctica. Pío X no desea más que la lectura diaria de la palabra de Dios. Benedicto XV repite la misma intimación en la Encíclica llamada de San Jerónimo del 15 de Sept. de 1920: “Toda familia debe acostum­brarse a leerlo y usarlo (el Nuevo Testamento) todos los días.”

V.             Leamos la Sagrada Escritura en la familia.

“Donde dos o tres se hallan congregados en mi nombre, allí me hallo yo en medio de ellos.” (Mat. 18, 20). Estas palabras del Señor, además de verificarse constantemente en la comunidad de la Iglesia, siguen cumpliéndose donde quiera que dos o tres se reúnen en nombre de Jesús para la lectura común de la Biblia en la familia. ¡Qué aspecto tan hermoso! El padre, rodeado de sus hijos, leyendo en voz alta el Evangelio, y añadiendo algunas anotaciones que el sentimiento religioso y la responsabilidad paterna le dictan!
La familia que diariamente se reúne pura la lectura de la Biblia, es un pilar del temor de Dios, un fuerte fundamento de la vida religiosa y un dique contra las ideas perversas. “¡Que no haya ninguna familia sin el Nuevo Testamento” Este deseo de Benedicto XV sea para nosotros un precepto. Tan pronto como las familias se pongan a leer la Biblia, el mundo se cambiará, porque de la familia inspirada en la doctrina del Evangelio, surge el renacimiento de la humani­dad, así como la regeneración del cuerpo procede de la célula.

VI. Siete consejos para los lectores de la Sagrada Escritura.

1° Antes de leer, recoge tus pensamientos. Dios, la verdad eterna quiere dialogar contigo fami­liarmente. ¿Hay un honor más alto que conver­sar con Dios?
2° Luego pide al Espíritu Santo la gracia de entender su Palabra. Piensa que el sacerdote antes de leer el Evangelio de la misa, está obli­gado a rezar el “Munda”, el “limpia mi corazón y mis labios”.
No leas demasiado de una vez. La Sagrada Escritura no es una novela. Dios no habla por la multitud de palabras sino más bien mediante la fuerza del espíritu, infusa en las palabras de la Sagrada Escritura.
4° Después de leer hay que meditar los ver­sículos leídos. En otras palabras: no sólo estudiar el contenido sino prestar los oídos a las inspira­ciones de Dios.
Cuando no comprendas lo que lees, consulta las notas añadidas, los comentarios o a un sacer­dote. La Iglesia, y no el lector, es intérprete de la Sagrada Escritura.
Acaba la lectura con una oración y acción de gracias por las ilustraciones que Dios te ha regalado.
Escribe en un cuaderno cuanto quieras gra­bar en la memoria para leerlo repetidas veces. Así se aumenta la eficacia de la Palabra de Dios.

VII.       Pongamos el hacha en la raíz.

¿Qué es lo que debemos hacer? preguntaba la gente que salía a Juan el Bautista (Luc. 3, 10). ¿Qué exige de nosotros la situación religiosa de nuestro tiempo y país? “La segur”, responde el Bautista, “está ya puesta en la raíz de los árboles. Así que todo árbol que no da buen fruto, será cortado y arrojado al fuego.” (Luc. 3, 9). Hoy también la gente va a buscar “la salud de Dios.” (Luc. 3, 6). El gran predicador del Jordán necesita sucesores que sin cesar proclamen lo que “la voz en el desierto” proclamaba: “Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas.” (Luc. 3, 4). Voz en el desierto son todos aquellos que tratan de difundir la palabra de Dios transmitida en la Sagrada Escritura.
Dios, quien es el inspirador de toda actividad fecunda, conduzca nuestros pasos, a fin de que de la lectura cotidiana del Evangelio nazcan siempre más beneficios para nuestra alma y para la patria; y que así vaya a cumplirse el dicho del apóstol: Toda escritura inspirada de Dios es propia para enseñar, para convencer, para corre­gir, para dirigir en justicia, para que el hombre de Dios sea perfecto, y esté apercibido para toda obra buena. (II. Tim. 3, 16-17).

Mons. Dr. Juan Straubinger.
Profesor de Sagrada Escritura.


(Tomado de “El Nuevo Testamento de Nuestro Señor Jesucristo”, Editorial Guadalupe, Bs. As., 1942).