lunes, 25 de abril de 2016

EL FETICHISMO DE FRANCISCO




  





“La vida imita al arte mucho más que el arte imita a la vida”.
Oscar Wilde.


Luis Buñuel fue uno de los más talentosos directores del cine español, pero fue también uno de los más corrosivos, irreverentes y provocativos, en su relación con el catolicismo. Su temprana educación con los jesuitas se cruzó en su juventud con la influencia de los surrealistas; del anarquismo adolescente pasó luego a formar parte del Partido Comunista en los años del stalinismo. Luego de un breve paso por Hollywood, tras salir de España -al parecer con funciones de espía de la República-, y sin llegar a trabajar allí, recaló en un México que daba la bienvenida a revolucionarios de diversas latitudes, para finalmente volver a España en los años ’60. Aunque había roto tempranamente con la escuela surrealista, su caracter provocador seguiría incorregible. Del surrealismo apreciaba Walter Benjamin un concepto radical de la libertad que había quedado adormecido al decaer la influencia de Bakunin: la liquidación, además, de un ideal de libertad esclerótico-liberal-moral-humanista”. Así las cosas, una de las obsesiones de Buñuel era quitarse de encima la “represión” sufrida en su temprana edad por la rígida educación católica, por lo que recurrió una y otra vez en sus películas a temas y referencias de la cultura católica heredada. A la vez que lo fascinaban las ceremonias religiosas, habiendo perdido la fe, recurría al fetichismo o lo erótico para manifestar su gusto por blasfemar, poniendo en escena tales ceremonias pero insertándoles algún elemento irreverente. Quizás en una búsqueda desesperada por tapar el vacío que no se atrevía a llenar aceptando la fe, recaía una y otra vez en caricaturizar aquello que no podía digerir ni olvidar. El mismo Buñuel perverso que no creía en la verdad, el libertario que no se cansaba de alborotar, el que afirmaba “soy ateo gracias a Dios”, era también el que alguna vez dijo:  “No me gustan los herejes, ni Lutero, ni Calvino. Con ellos la misa se convierte en una conferencia aburrida pronunciada en una sala triste por un hombre vestido de negro. La Iglesia Católica, al menos, ha tenido el mérito de crear un arquitectura, una liturgia, una música que me conmueven.”

El poeta comunista Rafael Alberti dijo por su parte de este director: “Creo que Buñuel, en el fondo, es un hombre religioso y completamente católico, que cree en el infierno y que tiene terrores nocturnos...A él le preocupa enormemente la religión, y que es ése el pensamiento central de casi todas sus cosas...Y hace Nazarín, Viridiana...El hombre que hace eso es que ha tenido una formación como yo, de colegio de jesuitas...esas cosas las tenemos a flor de piel...Y Buñuel ha tenido la valentía de...mostrarla...Se ve que le preocupan de una manera extraordinaria estos problemas. Está latente en todas sus obras...es el pensamiento central de Buñuel...Es realmente curioso que a la persona que parece más avanzada en las artes nuestras, y que es la vanguardia más absoluta, le preocupen las cosas más viejas. Estas preocupaciones son las de una beata española de provincias, llena de terrores y de cosas...Esta preocupación de Luis es tan fantástica...que de pronto se queda uno atónito de que Buñuel tenga la sinceridad de atreverse a exponerla. Pero lo hace con miedo. Porque creo que Buñuel tiene miedo de hacer una profanación...Sólo el que cree blasfema o alaba a Dios; hay que tener una creencia para blasfemar o alabar.” Como fuere, esta contradicción se manifiesta en sus películas, tirando la piedra a la iglesia como un niño que se las da de “comecuras” pero luego no se atreve a ir por más. Un amigo del cineasta contó que la madre de Buñuel había recibido una carta de su hijo en la que le decía “Mira mamá, estoy buscando la fe hasta con cerillas”. Como suele decirse, sin Dios no habría ateos, y sin la verdad católica no habría blasfemos.

Como Francisco, Buñuel era popular entre los enemigos de la Iglesia, incluyendo desde luego los que hacían daño adentro mismo de su estructura visible. Ambos son considerados “transgresores”, y, en el fondo, no tomados muy en serio. Ambos jesuitas, lucharon por quitarse el pesado lastre de encima que representaba la Iglesia de otros tiempos, con la proclamación de sus dogmas y su férrea disciplina. Lo cierto es que la Iglesia del actual Francisco –y la invadida por la secta modernista desde el Vaticano II- está superando la imagen paródica e irreverente con que el cineasta español quería soterrar lo que lo obsesionaba. Si Buñuel viviera hoy probablemente miraría con espanto aquello que él mismo intentara desfigurar en vano. Recientemente observaba Juan Manuel de Prada una excelente ilustración de la falsa caridad provista por la película “Viridiana”, en relación a lo que ocurre hoy con la falsa caridad francisquista. Otra de sus películas nos sirve para indirectamente advertir de qué modo la iglesia conciliar ha llegado en su monstruosa degradación más allá de donde el comecuras Buñuel osó llegar.


En esta escena de “La Vía Láctea”, por ejemplo, se nos muestra el resultado del ecumenismo interreligioso o la igualdad predicada por Francisco ahora hasta con videos incluidos:





La labor destructiva de Buñuel se queda muy pequeña cuando vemos lo que ocurre en estos tiempos dentro de los templos supuestamente católicos. Una de las obsesiones de Buñuel era el fetichismo por los pies de las mujeres, o los zapatos que retrata en muchas de sus películas. Su película “Él”, filmada en México en 1952, es el retrato meticuloso de un "católico ejemplar" que es en verdad un enfermo que pasa de la neurosis obsesiva a la paranoia. Varios años antes había afirmado que uno de sus intereses cinematográficos era exponer “el origen y desarrollo de diferentes enfermedades psicopáticas. La vida del enfermo, su tratamiento, sus delirios". Esto lo hizo vinculando tales delirios con un ambiente religioso el cual, desde luego, no está en la realidad exento de tales casos, mas la visión de Buñuel, como ya dijimos, lejos de ser la de un católico que descubre la realidad del pecado y de la gracia, más bien expresa sus miedos ante lo terrible del misterio que no puede sucumbir del todo en quien perdió la fe. Y es exactamente la pérdida de la fe lo que trae esta serie de casos de aberrantes desquicios y personajes psicopáticos como los que abundan en la iglesia conciliar, “liberada” de la “rigidez” de los dogmas. Igual que en tales películas, lo antirreligioso hoy se disfraza de religioso. La piedad se vuelve mórbido sentimentalismo. La autoridad se esclerotiza o se vuelve inane. La interioridad religiosa es afectada o demencial. La sacralidad de las ceremonias es profanada. La pureza de la fe, ensuciada. Todo vale.

En la escena inicial de la película "Él" se muestra la ceremonia del mandatum o lavatorio de pies del Jueves Santo. Creemos que el torturado protagonista de la película vería excitantemente consumado su sueño fetichista si hoy fuera feligrés de la iglesia conciliar, donde a sus anchas podría toquetear y besuquear los pies femeninos a elección. Por lo menos si visitase la diócesis de San Isidro, una de las más aberrantes de Argentina, quizás por estar integrada por “gente bien”, liberales que se han hecho una religión a su medida y a su gusto, para no sentirse incómodos  sino “buenos cristianos”. Las imágenes que incluimos son de la Semana Santa realizada en la iglesia “Ntra. Sra. del Carmelo” de dicha diócesis:

Todo el mundo a lavarse los pies (el cura, los homres a las mujeres, mujeres a mujeres, etc.):








¿Quizás habrán ofrecido una terapia de “reflexología podal” gratis? 




Guitarreada de peña folklórica durante la “solemne” ceremonia.



 ¿El barman preparando los tragos en el boliche?





 No puede faltar la foto de la “gente feliz”. Esto nos hace acordar a cierto sacerdote caído en desgracia muy aficionado a las “selfies” de conjunto, publicitarias de sus "excelentes" frutos. La foto en sí misma no tiene nada de malo, pero el pretender que eso es una prueba de las bondades de su apostolado “victorioso” es ridículo. El fruto bueno de todo apostolado son las obras de caridad y la humildad de vida, cosas que ninguna “polaroid” puede retratar.




Un escriba de los que pululan por internet, mugió lo siguiente, sobre la película de Buñuel:

“El vehemente deseo de Francisco por encontrar a Gloria prueba que el deseo puede más que la piedad, que el amor es más fuerte que la religión. Francisco pasa del masoquismo al sadismo, encontrando tormento en el placer y placer en el tormento”.

Ah, sí, no lo habíamos dicho: el protagonista de la película se llama Francisco.

“Creo en el amor”, dicen los protagonistas del video interreligioso del porteño Francisco. No dijeron esto, pero se entiende que es el mensaje implícito: “Creo en el amor, que es más fuerte que la religión”, o al que no le importa la religión.

La Gloria mundana, ¿es el fetiche del modernista Francisco?