sábado, 26 de septiembre de 2020

NUEVA INCOHERENCIA DEL DISCURSO PROGRESISTA – ANTONIO CAPONNETTO

 


LAS CLASES EN LAS CALLES

 

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A poco de empezada la enajenante cuarentena, hicimos una serie de referencias a la descarada incoherencia del discurso de las izquierdas. Pongamos apenas un ejemplo: se pasaron la vida despotricando contra el Estado policíaco, militarizado u opresor; exteriorizando una inacabable muestra de epítetos anticastrenses, pro libertarios y derechohumanistas. ¡Qué no dijeron en pro de la sacra libertad, vuelta además, inter nos, un destemplado y tríptico sonsonete hímnico! Y ahora resulta que aplauden, incentivan y adhieren a un Alberto enajenado y esclavista que no cesa de amenzar con botones rojos, índices en ristre, fiscalizaciones casa por casa, aduanas infranqueables, detenciones carcelarias a los disidentes, apropiaciones estatales de los cuerpos, pensamiento epidemiológico único y hasta con el fatídico lema <por la razón o por la fuerza>, de reminiscencias no precisamente progresistas.

Recientemente, estos mismos personajetes de la izquierda nativa han coronado su esquizofrenia con una nueva cuanto penosa prueba. Resulta que ahora, sería cuasi un crimen de lesa educacionabilidad, el querer dar clases al aire libre –en las calles, las plazas o los espacios abiertos- propuesta rechazada de cuajo por Eduardo López, verbigracia, Secretario General de la UTE (Unión de Trabajadores de la Educación). Según el “utero”, tamaña medida sería “hacer marketing anticuarentena y no la vamos a acompañar”. Así oraculizó desde su módica esfinge gremial el pasado 16 de septiembre.

Nosotros creíamos ingenuamente que la cuarentena era, en el mejor de los casos, un mal necesario. Algo así como la inmovilidad física en un posoperatorio o la convalecencia en cama tras un episodio traumático. En cualquier consideración, algo que cuanto antes se superara airosamente, mejor. Pero resulta que no. Que la cuarentena es un logro de marcado signo ideológico revolucionario, una causa militante más; y que su antítesis es la reacción derechista misma o el ultramontanismo atroz. Así se pruebe con documentación abultada y hechos evidentes que las más portentosas usinas capitalistas trabajan para los cuarenteneros profesionales, que han sabido y saben sacar sus buenos dividendos del encierro obligatorio y compulsivo. El aislamiento hasta reventar de hambre o angustia, es de avanzada, ¡vamos! Cuarentena sine die para <todes>, braman día a día. Querer recuperar la normalidad y la presencialidad será fascismo y rechinar de dientes. El confinamiento y la muerte en un camastro solitario es un logro democrático, claro. La intemperie tiene una marcada nostalgia a Múnich en 1933. Estos tipos son capaces de ideologizar hasta las estaciones del año o los eclipses de sol.

Pero ¿por qué los acusamos de incoherentes y de esquizofrénicos en esta conducta cerril de negarse a dar clases en la calle?

Porque tal vez el gran público no lo sepa, ni tenga porqué saberlo. Pero desde los años sesenta del siglo XX que las izquierdas vienen agitando una corriente pedagógica que, bajo el lema común del “aula sin muros”, propone explícitamente “sacar la escuela a la calle y meter la calle en la escuela”. En esta tesitura se han expedido hasta el hartazgo autores como Everett Reimer, Ivan Illich, John Holt, Paul Goodman, Mc Luhan, Paulo Freire y De Olivera Lima. Y para justificar tamaño desafuero no dejaron desatino o cretinismo por predicar ni contranatura pedagógica por llevar a cabo. Se nos eximirá que analicemos ahora el despropósito de marras, pero abundamos en su momento, cuando en el año 1985 publicamos “Educación y Determinismo”; y no es esta la circunstancia de pormenorizar refutaciones académicas.

Sólo nos importa subrayar la hipocresía desenfrenada, el cinismo aborrecible y la incomparecencia cruel que acompaña fatalmente todo el andamiaje argumentativo del progresismo. Y como nunca faltará un desubicado ante el cual tengamos que mostrar nuestras credenciales existenciales, reste decir que nada nos une al señor Rodríguez Larreta, a no ser un anhelo manifiesto de que tanto a él como al resto de la clase política se los trague el averno, inexorablemente. Pero es de sentido común deducir, que si se pueden peatonalizar calles para la gastronomía u otros usos comerciales, bien podría hacerse algo análogo ante una presunta emergencia escolar.

Si bien se miran las cosas, lo mejor sería regresar al modelo socrático y aristotélico. Salir como Sócrates –mitad guerrero, mitad sabio- al gran espacio público de la ciudad, a forjar discípulos en el combate vigoroso contra los sofistas, que buena falta hace. Peripatear como el Estagirita, por las correderas y los callejones de la polis, enhebrando la Verdad, el Bien y la Belleza. Pues en la concepción clásica de estos grandes pensadores, no es la escuela la que sale a la calle, en el sentido mundano y mundanizante. Es el maestro, esté donde estuviere, a cuyo alrededor contemplan agradecidos y absortos la sabiduría aquellos que lo siguen. Después vendrían los montes elegidos por Nuestro Señor como Cátedras de Amor Vivo, izadas en la mitad de la Civitas. Pero no; por supuesto. No es la calle la que educa ni los muros tutelares los que han de derrumbarse para que se confundan con el estrépito de las urbes. Es el maestro quien guía. Donde él está, está la cabecera, se le oirá decir a Don Quijote. Le toque ayer en un aula salmantina, en un ágora ateniense u hoy en una recóndita senda de la ciudad trinitaria.

Parece que, a pesar de los docentes amontonados en la siniestra, todavía quedan padres, hogares y simples cuanto nobles profesores, que reclaman para sus hijos y alumnos la cuota de limpia normalidad que el poder político les viene negando con un talante crapulosamente homicida. Pero si algunos, a quienes estos meses de estar como galeotes privados de la luz, les resultara temeroso aceptar el desafío del peripateo y del clamor socrático al aire libre, que sepan las instituciones escolares lúcidas, que pueden contar desinteresadamente con los reservistas. “Tengo más de ochenta años –decía San José de Calasanz-  y aún voy muchas veces a ayudar en una u otra escuela”.

Sí; en efecto; pueden contar con aquellos que llevamos el magisterio en el alma; y que sabemos, con el Padre Castellani, que una escuela se construye con el contento como piso, la alegría y los goces como paredes laterales, y el júbilo cual techumbre. Este edificio no necesita ningún permiso gubernamental para construirse. Sólo que haya dos o más congregados en torno a Su Divino Nombre (Mt.18,20).

“Tu poder radica en mi miedo”, le habría dicho Séneca a Cicerón. Para acotar de corrido: “yo no te tengo miedo, luego, tú ya no tienes ningún poder”. Tomemos la decisión de una vez. Sin temores a la tiranía imperante. La infancia y la juventud son categorías demasiado valiosas para dejarlas en manos de estos déspotas indoctos.

 

Antonio Caponnetto