domingo, 6 de julio de 2014

SEPULCROS BLANQUEADOS







Por Antonio Caponnetto
Editorial del Nº 55 de Revista Cabildo, correspondiente al mes de abril de 2006.


La impostura oficial, abocada a glorificar a los guerrilleros marxistas que le declararon la Guerra Revolucionaria a la Argentina con el apoyo internacional de varios Estados Terroristas, desde el cubano hasta el soviético, ha recibido el pasado Martes Santo una nueva bendición del Cardenal Bergoglio. El Martes Santo, para que la profanación fuera completa. Cuando el centro de toda contemplación y de toda conducta cristiana, no debía ser otro sino el misterio de la inminente resurrección; cuando las lecturas del día remitían al profeta Isaías definiendo la vocación del siervo de Dios como el oficio de ser luz para las naciones (Isaías, 49, 1-6); cuando la tierra se prepara para el sepulcro y el cielo para la gloria, el Cardenal y los suyos celebraron la memoria de quienes se alistaron con el ateísmo.

Fue en San Patricio, más que parroquia —como la de la Santa Cruz, como tantas otras— verdadero museo de la propaganda anticatólica y antro de agitación irreligiosa. Aguantadero de siniestras organizaciones, podio de fariseos, teatro de la amnesia, vidriera de la malaventurada progresía.

La verdad es muy distinta a la versión amañada que dan gobierno y clerecía. Angelelli, Mujica, las monjas francesas o los palotinos, integrantes todos de la nómina de “mártires” que el Cardenal considera beatificables si no canonizables, eran activos militantes de las bandas terroristas, traidores consumados a Cristo y a la Iglesia. Compañeros de ruta, socios y cómplices de los innúmeros crímenes cometidos por los rojos; desembozados o agazapados miembros de los forajidos pelotones de erpianos y montoneros. Ellos mismos lo han testimoniado con desparpajo y abundancia de pruebas. Ellos mismos, sabiéndose impunes y poderosos, han reivindicado las sangrientas trapisondas. Como lo hiciera en el 2000 Ernesto Jauretche, precisamente en relación con el papel de los palotinos. Ésta es la verdad, se busquen para encubrirla o edulcorarla los eufemismos que se buscaren.

Sin embargo, para tales apóstatas abundan los homenajes “litúrgicos”, los servicios interreligiosos, las “misas” ecuménicas, los santuarios con votivas lumbres, las trágicas parodias rituales de un sincretismo atroz, en el que convergen judíos, masones, herejes y vulgares patanes. Todo suma a la alucinación colectiva de una feligresía errática a la que le han trastrocado el sentido más hondo de la vida martirial.

Para el montonero Taiana, el Cardenal y sus acólitos tienen pronta la preocupación por sus presuntos padecimientos en tiempos de la “dictadura”. Para sus víctimas inocentes, el mutismo, la desaprensión y el olvido. Para el protervo Telerman, las visitas de cortesía y los recíprocos augurios. Para quienes padecen su gestión, desde los tiempos de Ibarra, edificada en el apoyo a la cultura de la muerte, la contranatura, la subversión y la blasfemia, no hay pastorales tan caritativas ni beneplácitos efusivos.

La tenida de San Patricio no sólo fue una fiesta de la nueva y ficta historia oficial. Fue casi —porque el paralelismo es inevitable— la sombría consolidación de lo que en las negras horas de la Rusia leninista se dio en llamar Iglesia Renovada, con el traidor Alexander Vedensky a la cabeza; esto es, una asamblea dócil y funcional a los requerimientos del bolchevismo. La Iglesia deja de ser así “la basura” identificable con “la dictadura”, poniéndose del lado de los marxistas, y llorando con ellos los comunes muertos de una guerra inicua que supieron librar codo a codo. Los sepulcros de los demonios se blanquean. Quienes lo hacen posible se convierten en sepulcros blanqueados. Ya se sabe qué dijo de ellos el Señor.

El miserable de Kirchner conoce bien los trucos. Por eso asiste a estas funciones de “su” iglesia católica, como asistió ayer a los sacrilegios del sodomita Maccarone, o a la toma de posesión del oficialista Monseñor Romanín o a los despliegues canallescos del Padre “Pocho” Brizuela. La Iglesia Renovada es ahora, para Kirchner, su nueva madre y maestra. Y ella, como una barca invertida y maldita, lo recibe en su seno, le da la mano y lo acoge con holgura. Navegan en bajamar o en aquerónticas aguas. Con esta “iglesia”, claro, no miente al decir que “nunca tuvo problemas”.

Pero en la patria hubo católicos a quienes, por odio a la Fe, mató arteramente la guerrilla marxista. La misma a la que sirvieron los palotinos, las monjas francesas, Angelelli y Mujica. Católicos cabales, asesinados por ser testigos valientes de la Cruz. Católicos como Jordán Bruno Genta y Carlos Alberto Sacheri. Católicos como tantos humildes soldados o policías, abatidos a mansalva, sin tiempo a veces para musitar una oración. Católicos como los guerreros de Tucumán, que portaban escapularios en sus pechos y ataban el rosario al caño del fusil. ¿Qué Misa celebró públicamente por ellos, Cardenal Bergoglio? ¿Qué llanto derramó por sus memorias, qué consuelo para sus deudos, que confortación para sus familiares, qué homenaje visible y orgulloso tributó en el altar para sus conductas de combatientes de Dios y de la Patria? ¿Qué santuario alberga sus restos y ante ellos su responso y su homenaje? ¿Qué proceso de beatificación promueve o acompaña Usted, para quienes por luchar por el Amor de los Amores, mató el odio desalmado y oscuro? ¿Qué secreta lista de mártires integran estos gloriosos caídos para que ninguno de sus nombres egregios resuenen entre los muros posesos del templo de San Patricio? Al final era cierto. Existe el Evangelio de Judas. Pero no es un apócrifo de la gnóstica secta cainista. Es una triste realidad que parece escribir a diario la Jerarquía nativa.

Caídos en la guerra justa contra el marxismo: primero por sus almas hemos elevado esta Semana Santa nuestras más encendidas plegarias. Y no habrá pastor medroso ni gobernante crápula que puedan impedir que lleguen, piadosas e invictas, ante el Dios de los Ejércitos.

Caídos en la guerra justa contra el marxismo: a la diestra del Padre, donde no llegan las felonías del clero ni las crueldades de los resentidos, descansen en paz.

Caídos en la guerra justa contra el marxismo:

¡Presentes!

Antonio Caponnetto