viernes, 7 de marzo de 2014

¿IMPOTENTES? – MONS. JUAN STRAUBINGER





¿Impotentes? Ciertamente si Dios lo quiere así. ¿Hay abnegación más grande que ésta? Mucho más cuesta la inacción que las obras porque en éstas desahogamos los deseos del corazón.

El sumo ejemplo es el de Jesús —Verbo por quien fueron hechas todas las cosas (Juan 1, 13)— reducido a la inmovilidad de pies y manos en la Cruz. Pasión es pasividad.

Y en seguida viene el ejemplo de María, la Virgen Sapientísima, que vivió en el silencio. Prefiere sufrir la sospecha y la infamia antes de descubrir el misterio de la Encarnación realizado en Ella (Mat. 1, 19). ¿Qué no habría podido escribir Ella? ¿Qué verdades y luces de oración no habría podido gritar a la humanidad?

Lo hizo una sola vez en el Magníficat, y fue precisamente para enseñar esa pequeñez que fue su virtud más propia, repitiendo en cada verso como si no tuviera otra cosa que decir, esa misma gran paradoja de que Dios da grandeza a los que no la tienen y la quita a los que creen tenerla.

Fuera de esto, María se abstuvo de defender a su Hijo. No se sintió abogada del Verbo Eterno, ni creyó que podía hacer favores a Dios, como dice Job a sus amigos; sólo sabemos que hizo favores al prójimo, cuando Dios se los puso por delante: en la Visitación y en Caná.

Refiere la vidente Catalina Emmerich que María presenció aquellos azotes de Jesús (los cuales, según dice la vidente, eran tan innumerables, que el Padre tuvo entonces que conservarle milagrosamente la vida). Uno de los sayones que destrozaban las carnes divinas de Cristo, apercibió allí cerca a la Madre del "Reo" y, al mismo tiempo que la señalaba a la atención de sus colegas como un objeto pintoresco que aumentaba el interés de la escena, juzgó prudente darle una lección moral y le dijo: "Si hubieras educado mejor a tu hijo, no lo verías ahora en este trance..."

Y María no dijo nada. ¿Creemos acaso que no sintió el ansia de explicarlo todo, de protestar, de aclarar el monstruoso error? "Silui a bonis" dice el Salmista (S. 38, 3): Callé aun lo bueno que habría podido decir. Esto sí que es fe y obediencia y reconocimiento de que Dios es poderoso para disponerlo y solucionarlo todo —como entonces lo hizo para sacrificar al Redentor— aunque no podamos intervenir nosotros.

También calló María al pie de la Cruz, donde parecía evidente que el Ángel la había engañado al prometerle que ese Hijo, allí moribundo, iba a sentarse sobre el trono de David su padre y a reinar eternamente sobre la casa de Jacob (Lúe. 1, 32-33). Y que también la había engañado Simeón, al decirle que Él sería luz para las naciones y gloria para ese pueblo (Lúe. 2, 31-32) que así rechazaba su realeza y no dejaba de ella sino el cartel irónico: "Este es el Rey de los Judíos" (Marc. 15, 26).

Pero María calló y no hizo nada. Como Abrahán, el padre de la fe (Rom. 4,11).

El Misterio del Mal, del Dolor y de la Muerte.