sábado, 17 de agosto de 2013

DE LA SANA INTRANSIGENCIA CATÓLICA EN OPOSICIÓN A LA FALSA CARIDAD LIBERAL





R. P. Félix Sardá y Salvany – “El liberalismo es pecado”, Cap. XXI

¡Intransigente! ¡Intransigencia! Oigo exclamar aquí a una porción de mis lectores más o menos resabiados, tras la lectura del capitulo anterior. ¡Qué modo de resolver la cuestión tan poco cristiano! ¿Son o no prójimos, como cualquier otro, los liberales? ¿A dónde vamos a parar con estas ideas? ¿Cómo tan descaradamente se recomienda contra ellos el desprecio de la caridad?

"¡Ya apareció aquello!", exclamaremos nosotros a nuestra vez. Ya se nos echó en nosotros lo de la "falta de caridad". Vamos, pues, a contestar también a este reparo, que es para algunos el verdadero caballo de batalla de la cuestión. Si no lo es, sirve a lo menos a nuestros enemigos de verdadero parapeto. Es, como muy a propósito ha dicho un autor, hacer bonitamente servir a la caridad de barricada contra la verdad.

Sepamos ante todo qué significa la palabra caridad.

La teología católica nos da de ella la definición por boca de un órgano el más autorizado para la propaganda popular, que es el sabio y filosófico Catecismo. Dice así: Caridad es una virtud sobrenatural que nos inclina a amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios. De esta definición, después de la parte que a Dios se refiere, resulta que debemos amar al prójimo como a nosotros mismos, y esto no de cualquier manera, sino en orden y con sujeción a la ley de Dios y por amor de Dios.

Ahora bien: ¿Qué es amar? Amare est velle bonum, dice la filosofía: "Amar es querer bien a quien se ama". ¿Y a quién dice la caridad que se ha de amar o querer bien? Al prójimo, esto es, no a tal o cual hombre solamente, sino a todos los hombres. ¿Y cuál es este bien que se le ha de querer para que resulte verdadero amor? Primeramente el bien supremo de todos, que es el bien sobrenatural: luego después, los demás bienes de orden natural, no incompatibles con aquél. Todo lo cual viene a resumirse en aquella frase "por amor de Dios", y tras mil de análogo sentido.

Síguese, pues, de ahí, que se puede amar y querer bien al prójimo (y mucho) disgustándole, y contrariándole, y perjudicándole materialmente, y aun privándole de la vida en alguna ocasión. Todo estriba en examinar si, en aquello que se le disgusta o contraría o mortifica, se obra o no en bien suyo, o de otro que tenga más derecho que él a este bien, o simplemente en mayor servicio de Dios.

1.° O en bien suyo. Si claramente aparece que disgustando y ofendiendo al prójimo se obra en bien suyo, claro está que se le ama aún en aquello en que por su bien se le disgusta y contraría. Así al enfermo se le ama abrasándole con el cauterio o cortándole la gangrena con el bisturí; al malo se le ama corrigiéndole con la reprensión o el castigo, etc. Todo lo cual es excelente caridad

2º O en bien de otro prójimo que tenga derecho mejor. Sucede frecuentemente que hay que disgustar a uno, no en bien propio suyo, sino para librar de un mal a otro a quien el primero se lo procure causar. En este caso es ley de caridad defender al agredido de la violencia injusta del agresor, y se puede hacer mal a éste cuanto sea preciso o conveniente para la defensa de aquél. Así sucede cuando en defensa del pasajero, a quien acomete el ladrón, se mata a éste. Y entonces matar o dañar, o de otra cualquier manera ofender al injusto agresor, es acto de verdadera caridad.

3.° O en el debido servicio de Dios. El bien de todos los bienes es la divina gloria, como el prójimo de todos los prójimos es para el hombre su Dios. De consiguiente, el amor que se debe a los hombres, como prójimos, debe entenderse siempre subordinado al que debemos todos a nuestro común Señor. Por su amor y servicio, pues, se debe (si es necesario) disgustar a los hombres; se debe (si es necesario) herirlos y matarlos. Adviértase la fuerza de los paréntesis (si es necesario), lo cual dice claramente el caso único en que exige tales sacrificios el servicio de Dios. Así en guerra justa, como se hieren y se matan hombres por el servicio de la patria, se pueden herir y matar hombres por el servicio de Dios; y como con arreglo a la ley se pueden ajusticiar hombres por infracción del Código humano, puédense en sociedad católicamente organizada ajusticiar hombres por infracción del Código divino, en lo que obliga éste en el fuero externo. Lo cual justifica plenamente a la maldecida Inquisición. Todo lo cual (cuando tales actos sean necesarios y justos) son actos de virtud, y pueden ser imperados por la caridad.

No lo entiende así el Liberalismo moderno, pero entiende mal en no entenderlo así. Por esto tiene y da a los suyos una falsa noción de la caridad, y aturrulla y apostrofa a todas horas a los católicos firmes, con la decantada acusación de intolerancia e intransigencia. Nuestra fórmula es muy clara y concreta. Es la siguiente: La suma intransigencia católica es la suma católica caridad. Lo es en orden al prójimo por su propio bien, cuando por su propio bien le confunde y sonroja y ofende y castiga. Lo es en orden al bien ajeno, cuando por librar a los prójimos del contagio de un error desenmascara a sus autores y fautores, les llama con sus verdaderos nombres de malos y malvados, los hace aborrecibles y despreciables como deben ser, los denuncia a la execración común, y si es posible, al celo de la fuerza social encargada de reprimirlos y castigarlos. Lo es, finalmente, en orden a Dios cuando por su gloria y por su servicio se hace necesario prescindir de todas las consideraciones, saltar todas las vallas, lastimar todos los respetos, herir todos los intereses, exponer la propia vida y la de los que sea preciso para tan alto fin.

Y todo esto es pura intransigencia en el verdadero amor, y por esto es suma caridad, y los tipos de esta intransigencia son los héroes mas sublimes de la caridad, como la entiende la verdadera Religión. Y porque hay pocos intransigentes, hay en el día pocos caritativos de veras. La caridad liberal que hoy está de moda es en la forma del halago y la condescendencia y el cariño; pero es en el fondo el desprecio esencial de los verdaderos bienes del hombre y de los supremos intereses de la verdad y de Dios.