domingo, 3 de mayo de 2020

TRISTE, SOLITARIA Y FINAL: EL LARGO ADIÓS DE LA APÓSTATA IGLESIA CONCILIAR






Los tontos se indignan tan sólo contra las consecuencias”.
Nicolás Gómez Dávila


Aunque nosotros no lo podamos ver, Dios sigue escribiendo derecho sobre líneas torcidas, en estos catastróficos acontecimientos desatados por el llamado vulgarmente “coronavirus”. No tratamos, por eso, de buscar ser optimistas, sino realistas, en cuanto tiene que ver con sustentar nuestra esperanza sobrenatural. Y, claro, ver lo bueno que esto puede acarrear, porque sabemos bien que Dios permite el mal para sacar de allí un mayor bien. De allí que pensemos que algo muy bueno está ocurriendo, y es que la llamada Iglesia conciliar o Iglesia Novus Ordo, la Nueva Iglesia surgida del concilio Vaticano II (con su nueva eclesiología, nueva doctrina, nueva liturgia, nuevo Catecismo, nuevo Código de Derecho Canónico, nuevo Rosario, nuevo Padrenuestro, nuevo Avemaría, nuevo santoral, nuevas devociones, etc.,etc., contrarios a lo enseñado por la Iglesia hasta entonces) se encamina más y más hacia su disolución, siguiendo su transformación hacia una secta protestante más, que tendrá su parte destacada en ese mejunje que será la nueva religión mundial del nuevo orden mundial (puesto todo con minúscula, por supuesto). Una secta protestante con un Papa que hace todo lo posible por desacreditar el Papado (cosa que no podrá del todo, por supuesto).

El actual confinamiento lo ha puesto en evidencia: la “exitosa” Iglesia posconciliar hace agua por todos lados, y ya no disimula su papel rastrero de esclava de los amos del mundo, apéndice de la ONU y sus organismos colaterales. A los lobos les cuesta cada vez más sostener su disfraz de corderos o de perros guardianes. Sus voces suenan más claramente como voces de dragón.

“Sola, fané y descangayada”, como dice el tango, así acaba mostrándose esta Iglesia que, habiendo desplazado la Tradición y a los hijos fieles de la Iglesia de siempre, fornicó con el mundo y obliga a los católicos verdaderos a hacer ingentes esfuerzos para encontrar con suma dificultad la verdadera misa, la verdadera doctrina y los verdaderos sacerdotes, no mezclados con la herejía modernista.

La Iglesia conciliar se disuelve para hacer posible el plan globalista de una única religión mundial. Sus restos católicos se le terminan de caer a pedazos. El mundo ha dejado de sonreírle. Ya no atrae sino que repele. Su prestigio se ha esfumado. Su influencia pública es inexistente. Achacosa, descolorida, ha terminado hasta desligándose del ritual para sonreír a sus amos en un nuevo ritual de sanación corporal y lenguaje eco-sustentable. Se ha apartado del camino del Calvario, abandonando a ese camino a los católicos fieles a la Tradición dispersos por el mundo entero. 

La Iglesia conciliar asume su derrota. La naturaleza tiene derecho a “patalear”, según Francisco. La Iglesia no. La Iglesia debe callar, agachar la cabeza y hacer lo que los amos del mundo le indiquen.

La “Iglesia en salida” ya hemos comprendido lo que significaba y significa para Bergoglio y cía.: una oenegé asistencialista, “preocupada” por la salud de los cuerpos y despreocupada por la salud de las almas. Más allá de las condiciones creadas por esta llamada pandemia del covid-19 –según parece y conjeturan estudiosos en la materia, el virus creado en laboratorios de China (todo viene de allí, ¿por qué no también el virus?) como ensayo para obtener un estado de vigilancia mundial y una quiebra económica favorable a la necesidad de una tercera guerra mundial que posibilite el “Nuevo Orden Mundial”-, lo cierto es que, en todos los sentidos, la Jerarquía eclesiástica se ha lavado las manos. ¡Ay, pero no el alma! Y ahora muchos fieles, algunos quizás que cuando tenían la misa no la aprovechaban, piden a las autoridades eclesiásticas –a esas autoridades eclesiásticas subordinadas enteramente al poder político anticristiano- que les “devuelvan la misa”. Sabemos que son fieles piadosos y bien intencionados. Pero quizás habrían hecho mejor en pedir: “Devuélvannos la misa tradicional”. O más aún: “Devuélvannos la Iglesia y la Tradición que nos robaron con el Vaticano II”. Y aún: “Devuélvannos la doctrina católica”.  Todavía no se han dado cuenta de todo lo que les han robado y tienen derecho a pedir. Todavía están sometidos a la confusión diabólica de la Nueva Iglesia.

En efecto, el pedido –en algunos casos acompañado de sonrisas y guitarritas, faltarían los globitos de colores- se queda corto y, por supuesto, ha chocado contra una pared. O por mejor decir, contra los corazones endurecidos de los fariseos que ocupan los cargos episcopales. Pero, ¿tiene sentido pedir a los lobos disfrazados de corderos, el alimento que necesitamos? Y además, ¿pedir el alimento envenenado del Novus Ordo? ¿Pedir la misa que no agrada a Dios? El arzobispo de La Plata, el inefable “Tucho” Fernández, quizás para no quedar pegado a una actitud mezquina ante la feligresía y pasarle la responsabilidad al gobierno de Alberto Fernández (e incluso para evitar que muchos fieles descubran a través de Internet la Misa tradicional), le hizo una solicitud-propuesta al gobierno, donde establece una normativa por la cual los fieles deberían recibir la Eucaristía en la mano. Es decir, que la respuesta ha sido seguir con el sacrilegio y la ofensa a Dios, que no son otra cosa que los que motivan este castigo actual. Para aumentar más la confusión en que vemos sumidos a los fieles y el clero, un sacerdote que se dice hace un apostolado “contrarrevolucionario” (porque parece que nadie se la cuenta) agradece esta resolución de Mons. “Tucho” Fernández. Es decir, como es tradi-novusordo, acepta la comunión en la mano. O al menos no la cuestiona en esta propuesta de Mons. Fernández. Y muchos lectores del blog del susodicho cura demuestran su gran ignorancia en el tema, sin ser corregidos por el cura. Está claro que la mentalidad Novus Ordo se centra en el hombre antes que en Dios, por eso muchos dicen que prefieren comulgar en la mano a no hacerlo. Olvidan que el Novus Ordo –peor aún con comunión en la mano- no es el culto digno que agrada a Dios, y el primer propósito de la Misa y de la comunión es glorificar a Dios, no complacerse a sí mismo.

Continúa la confusión  otro cura que en una carta publicada en un blog, responde con dureza a un obispo al parecer injusto, pero lo hace amparándose en Francisco, nada menos, como si éste no tuviera responsabilidad en el estado en que se encuentra la Iglesia en Argentina, en su tremenda apostasía.

Otro obispo, Carlos Domínguez, dice “los obispos no le hemos robado a nadie la misa”. ¿Ah no? ¿Está seguro? Ellos le han robado al pueblo el verdadero alimento santo que es la Misa tradicional. Le han robado todo lo que el pueblo necesita y a cambio le han dado una religión sustituta.

El obispo de San Justo, por su parte, monseñor Eduardo García, también responde a los fieles con ironías y desdén, planteando una falsa dialéctica entre el asistencialismo en una supuesta catástrofe que no es tal (a la fecha hay 225 muertos y 4.532 personas infectadas en un país de 44 millones de habitantes) y el supuesto desinterés por los enfermos que tendrían los que piden la devolución de las misas:  De muy poco servirá la reapertura gradual de los templos si no hay una reapertura radical de la Iglesia de cara a la realidad, sin ombliguismos seudo religiosos de autocomplacencia”. Cuando, como sabemos, es el amor de Dios el que nos hará efectivamente poder amar al prójimo y socorrerlo como se debe. El obispo del “ombliguismo seudo religioso de autocomplacencia” habla también de queLa vida religiosa digital como recurso nos exige asumirla como una realidad con sus dinamismos y lenguajes propios” (sic). ¡Vergonzante!

Terminamos con lo último, que ha sido un video colectivo de varios obispos (puede verse en este enlace) donde muestran la incomodidad en que los ha colocado el pedido de los fieles, y manifiestan a su vez su cortedad de miras, su pusilanimidad y, como dicen en un blog, su lumpenaje, su bajeza, pero no por el hecho de que sean argentinos, pues no son los únicos ejemplares, aunque quizás superen a casi todos debido a su influencia bergogliana, sino sobre todo porque son producto de los seminarios modernistas de la religión modernista, del liberalismo que les han inoculado, y de la misa protestantizante que celebran. Sus mentes, si alguna vez fueron católicas, ya no lo son, ellos son modernistas, democráticos, ecumenistas, naturalistas y liberales. Funcionarios útiles al poder despótico de turno.

Su doctrina es esta: “Dad al César lo que es del César, y a Dios lo que permite el César”. Adaptado a la Argentina actual sería: “Dénle a la Democracia lo que es de la Democracia, y a Dios después más adelante vemos”.

Decía San Juan Crisóstomo: “San Pablo, lleno de caridad, consideraba a los tiranos y al mismo cruel Nerón como mosquitos; miraba como un juego de niños la muerte y los tormentos y los mil suplicios”. Por el contrario, estos obispos –que son los sucesores de los apóstoles-, son pueriles y temerosos de los tiranos democráticos, y prefieren que los fieles, a los que toman por imbéciles, sean sometidos a mil suplicios y aún a la muerte del alma, para obedecer al mundo sin el menor reparo.

Queridos fieles que reclaman, estos obispos son producto genuino de una Iglesia conciliar que así los ha formado, para el diálogo conciliador y no para el combate, para exaltar al hombre y no para adorar a Dios. Quizás lo próximo que ustedes deberían pedir, sería “Que se vayan todos”, es decir, que se vayan todos los traidores, los liberales, los modernistas, los sodomitas, los masones de la Iglesia. ¿Para qué seguir con la confusión, cuando cada día las cosas aparecen más claras?

Quizás Dios esté permitiendo esta suspensión del culto, de la misa bastarda (como la llamaba Mons. Lefebvre) para que de una vez por todas se abran los ojos de muchos y entiendan que la peor pandemia es la que afecta a la Iglesia oficial, notablemente desde hace casi sesenta años, infectada por el virus modernista, y cuya vacuna se llama Tradición católica. Estos sucesos actuales pueden acelerar el fin de esta crisis que no ha de durar cien años (¿quizás simbólicos setenta años, que se cumplirían casi en una década?). De aquí a los próximos años pueden darse una serie de hechos que, previos al gran castigo y el posterior triunfo del Corazón Inmaculado de María, vayan preparando a los fieles, y de un lado y otro se vayan configurando las fuerzas en combate, produciendo una purificación de la Iglesia a todo nivel. Por un lado la Iglesia conciliar se unirá a las “religiones monoteístas” y adaptará sus novedades conciliares evolutivas a las necesidades comunes de esa “fraternidad mundial por la paz”.  Hablando de fraternidad, es posible que ya la ansiada Prelatura personal sea concedida al fin a la FSSPX, de manera tal que, tras el actual encuesta enviada por Francisco acerca del motu proprio “Summorum Pontificum”, y viendo que sus resultados son prácticamente nulos en todo el mundo, vuele de un plumazo sus alcances para incorporar a todos los “frikis” de la misa tradicional en la Prelatura de la FSSPX. En la gran casa pluralista conciliar, un rincón exótico no les vendrá mal, a los ya domesticados tradicionalistas. Por el otro lado, los fieles resistentes de la Tradición en todo el mundo, y aquellos que se conviertan desde el Novus Ordo o los que salgan de la Neo-FSSPX, con tremendas dificultades para hacer sus vidas y encontrar sacerdotes fieles, seguirán fortaleciéndose al amparo de ese puñado de obispos y sacerdotes de la Resistencia cuya fuerza no estará en el número, ni en sus medios, ni en sus relaciones, sino en su fe oscura, su espíritu de sacrificio, su caridad y su amor a la cruz. Y todo en pro de la Iglesia de Cristo para que, cuando tenga que pasar y pasará, pero esperamos que los tiempos se aceleren, un Papa consagre Rusia según lo pidió Ntra. Señora de Fátima. Mientras tanto la Sma. Virgen María ha de preparar los apóstoles de los últimos tiempos.

Ya no hay lugar para componendas, transacciones, medias tintas, diplomacias, timideces. No hay más que dos banderas. Sepamos bien bajo qué estandarte nos ubicamos para dar esta pelea. Y no nos olvidemos que, aun cayendo en la batalla, la victoria en esta guerra ya es nuestra. Cristo ha vencido al mundo. Pero lo ha vencido desde la cruz.

Por tanto con sumo gusto me gloriaré de preferencia en mis flaquezas, para que la fuerza de Cristo habite en mí. Por Cristo, pues, me complazco en las flaquezas, en los oprobios, en las necesidades, en las persecuciones, en las angustias, porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (II Cor. 12, 9-10)


Ignacio Kilmot