lunes, 25 de mayo de 2020

LA ANGUSTIA SEGÚN EL PSI “K” NÁLISIS – ANTONIO CAPONNETTO








Incluyéndose, con tanta desaprensión como liviandad, en un terreno transitado, entre otros, por Sartre, Sören Kierkegaard o Víctor Frankl, Alberto el de la voz de cuesco, sentenció la noche del 23 de mayo, que no puede haber angustia durante la cuarentena ni a causa de ella, porque “angustiante es enfermarse, no salvarse”. Y metido ya en las páginas del DSM 4, apuntó este diagnóstico: “angustiante es que no te cuiden, o que el Estado diga ; ¡dejen de sembrar angustia!”.

Fernández y su progenie no quieren entender que si la cuarentena angustia a la sociedad es, precisamente, porque hace largo rato que dejó de ser considerada como una medida sanitaria preventiva, para advertirse que se trata de un plan político de brutal sojuzgamiento. Porque quienes desde el primero de sus fatídicos días clausurantes y confinatorios sospechábamos que se traían algo bajo el poncho, ahora vemos con triste nitidez que se traían el modo más siniestro de llevarnos puesto; y de ir por ese que incluye  el ejercicio básico de las libertades concretas y legítimas.

Por eso prevalece la angustia; porque angustiante es enfermarse, claro; y esta peculiar y sospechosa cuarentena ha tomado la forma de la patología, de la morbidez y del trastorno. Ya despunta su signo trágico de indisimulado despotismo, en consonancia con déspotas mayores ocultos tras bambalinas. Se comprende entonces que el presidente en ejercicio, Pedro Cahn –testaferro científico de aborteros y sodomitas-  haya dicho para Perfil, el pasado 5 de abril, y sin que nadie le pidiera rendición alguna de cuentas, que “la cuarentena no se va a levantar nunca”.  Es el mundo totalitario de la epidemiología, diríamos parafrasenado a Pieper. La barbarie de la especialización, que denunciara Ortega; la amenaza, la intimidación y el castigo eterno con que nos quieren amedrentar estos peculiares demiurgos del panteón higiénico universal.

No; quede dicho tajantemente: esta cuarentena no es un criterio médico, es una táctica de aplastamiento comunitario movida por las peores intenciones. De a poco la autocracia de los infectólogos ha ido convirtiendo a Fernández en una especie de simulacro tétrico de aquel delirante pastor del “Templo del Pueblo”, que en jornada siniestra del 18 de noviembre de 1978, instó a sus seguidores a un suicidio colectivo. Fenómeno éste que, en cierta medida ya está sucediendo, aunque parezca una hipérbole decirlo ahora. Por lo pronto son muchos los que han aceptado resignadamente su condición de catalépticos enterrados vivos.

Todo sea por la salvación de “El Pueblo” ideológicamente invocado; mientras la población real padece los síntomas de un virus más contagioso y letal que el Covid 19: el de la patraña  que siembra el pánico para imponer una neo normalidad que es el monumento más infame jamás concebido en pro de todas las formas de la contranatura. Neonormalidad que, según su vocero plebeyo, el módico golem Kiciloff, es tan ineluctable como la ley de gravedad. Neonormalidad que, entre otras lindezas, ya se robó varias festividades religiosas y patrias, pero nos instaló a cambio el día del vicio solitario, conocido ahora como , según la guerra semántica.

Mentirás tu pandemia, escribimos apenas comenzada la farsa. Mentirás tu cuarentena, agregamos ahora. Esto es, la harás pasar como el requisito exclusivo y excluyente para salvarse. Cuando la salvación está en desenmascarar la maniobra alienante que ella esconde, la capitalización de la profilaxis como estrategia de dominio y de opresión espiritual, moral y psíquica. La angustia es enfermarse, no salvarse, descubre Fernández. Lo que no sabe descubrir es que un pueblo de catalépticos enterrados vivos, no ha sido salvado por quienes lo metieron en el cajón. Ha sido sometido a una insensatez homicida. Les han inoculado artificialmente el síndrome de la jaula. Nos acostamos en la Argentina, en marzo del 2020, y amanecimos en Stalingrado, en 1942. De tan ucrónica pesadilla sólo se puede regresar a fuerza de vigilia y de intrepidez.

Angustiante es que no te cuiden, vocifera el . Pero aquí y ahora, lo que nos está sucediendo, es lo previsto en la fábula de Samaniego: la que “cuida” el corral es la zorra astuta, reptante y asesina:

“Una Zorra, cazando,
de corral en corral iba saltando[...]
Las aves se alborotan, menos una,
que estaba en cesta como niño en cuna,
enferma gravemente.
Mirándola la Zorra astutamente,
le pregunta: <¿Qué es eso, pobrecita?
¿Cuál es tu enfermedad? ¿Tienes pepita?
Habla; ¿cómo la pasas, desdichada?>
La enferma le responde apresurada:
Muy bien si usted se quita de delante>”

Angustiante es que “el Estado diga ”, concluye nuestro Sigmund nativo. Pero ocurre que ni ese Estado es  la persona de bien con la que soñaba Oliveira Salazar; ni dice tampoco “aquí no pasa nada”, sino que impone coactivamente lo que “se” quiere que consideremos que pase. En una nueva vuelta de rosca del absolutismo de ese “se” impersonal y anónimo que mencionara Heidegger. Una variante más de la esclavitud que  buscan instalar.

Alberto el de la voz de cuesco –quédele el mote al modo modestamente homérico- no sólo se cree diestro en las artes psicoterapéuticas sobre la angustia, sino que, en su irrefrenable , practica también el Cesaropapismo. Lo hace, por supuesto, con la anuencia de los pastores en comunión con Bergoglio, cabeza visible de la iglesia de la publicidad. No puede extrañar entonces que el pequeño Poli, acabe de ratificar su apoyo incondicional al Gobierno en el “Tedeum virtual” por el 25 de Mayo.

Según Poli –que no sabemos aún si es un prefijo o un clérigo- los fernandinos están evitando un “genocidio virósico”. Ahora que ellos sean socios y cómplices activos de esta banda de frenéticos protagonistas del deicidio, eso, claro, no tiene importancia alguna. El único holocausto real, el de Nuestro Señor en la Cruz, no le merece al prete felón una sola palabra. El mito del genocidio virósico ya acaba de ser bendecido. ¿También nos obligarán a decir por ley compulsiva, que el número de víctimas del Covid 19 es de 30 mil personas?

¡Vaya si la angustia existe, y si hay motivos para mentarla y padecerla en los días que corren!

No será su antídoto negarla, ni abordarla estúpidamente como hace el presidente. Si no pedirle a Nuestra Señora de las Angustias –preciosa advocación ibérica que supo llegar a estas playas- que interceda por nosotros. Dicen que es de pluma lorquiana esta su copla celebrante:

«Molde de la estrecha vía
dos hileras luminosas;
prisionera de las rosas
viene la Virgen María.
De plata y de pedrería
lleva las andas repletas
y a su paso, las saetas,
para su lujo y derroche,
se van clavando en la noche,
constelada de cornetas».

Nuestra Señora de las Angustias, llégate hasta el umbral de esta patria desgarrada. Llégate a darnos ánimo, denuedo, resolución y valentía. Si te vienes, Señora, no te faltarán saetas, ni rosas ni pedrerías. La nación que aún formamos quienes te aman, se arrodillará ante tu paso, y quedaremos definitivamente sanos y salvos. Verdaderamente libres por haber conocido la Verdad.

Antonio Caponnetto