martes, 21 de abril de 2020

LA ACCIÓN CONTRARREVOLUCIONARIA – JEAN VAQUIÉ






(Fragmento del editorial de Le Sel de la terre n° 58, Otoño 2006)

En un folleto titulado La Batalla preliminar (1), Jean Vaquié (1910-1992) distingue dos batallas: la inferior y la superior. Aquí lo que dice:

Nosotros debemos en principio combatir para conservar las últimas posiciones que nos quedan. Es necesario de toda evidencia y de toda necesidad, conservar nuestras capillas, nuestros monasterios, nuestras escuelas, nuestras publicaciones, nuestras asociaciones, y más generalmente nuestras esperanzas de salvación y la ortodoxia de nuestras doctrinas. Estamos así implicados en una serie de combates conservadores de pequeña amplitud a los cuales no sabríamos sustraernos (…)

Pero por encima de eso innumerables compromisos conservadores, una batalla más importante aún, ha comenzado por la cual el objetivo es el cambio de poder (…) “Yo reinaré a pesar de mis enemigos” (…) Podemos estar seguros que hoy Nuestro Señor opera misteriosamente según su manera habitual, en vistas de extirpar el poder de la Bestia y de instaurar su propio reino. Este misterioso combate, del cual Él es el agente principal, constituye la batalla superior, la del objetivo principal.

Jean Vaquié explica a continuación la naturaleza de cada una de esas dos batallas. En efecto, importa no confundirlas, aun cuando ellas se libran al mismo tiempo y son realizadas por las mismas personas, porque en los dos casos la manera de actuar es bien diferente.

A propósito de la batalla inferior, retengamos esto:

La batalla de cada día consiste en mantener la luz en medio de la noche.

Es necesario que el Maestro, cuando venga, nos encuentre “velando”. Es lo que nos pide.

A.  Esta batalla se libra sobre objetivos secundarios.

B.    Ninguna asistencia divina excepcional le está prometida.

En cuanto a la batalla superior,

Se propone un doble objetivo:

-la extirpación del poder de la Bestia

-la restauración del poder del derecho divino.

Ahora bien, ese doble objetivo es radicalmente imposible de alcanzar por la minoría reaccionaria actualmente subsistente, neutralizada como está por el aparato masónico.

A. Ella es llevada por la misma minoría sobre la cual pesa ya la batalla inferior.

B. Ella se terminará por un milagro de resurrección.

Hay entonces dos batallas: llevamos la primera con nuestras propias fuerzas (ayudados por supuesto por la gracia de Dios), pero la segunda depende de la iniciativa de Dios. En el lenguaje de Santo Tomás de Aquino, uno diría que en el primer caso Dios nos da su gracia cooperante, en el segundo su gracia operante.

Sin embargo, en esta segunda batalla, no se trata de esperar sin hacer nada. Para preparar la intervención de Dios, nosotros debemos en principio trabajar para conservar la fe:

Dios se reserva siempre un “pequeño número” donde Él pone la fe como en reserva. A menudo es incluso a un solo hombre que Él la confía. Por ejemplo Moisés no tenía más que su bastón, y su fe, para hacer salir a los Hebreos de Egipto. Del mismo modo, David no tenía más que su honda y su fe, para vencer a Goliath. Igualmente, en tiempo de la Encarnación, una sola familia era perfecta, la Sagrada Familia.

A continuación, debemos librar la “batalla preliminar”, que consiste en rezar y hacer penitencia para obtener la intervención de Dios:

Hay que quitar el obstáculo que impide a Dios intervenir. Y ese obstáculo, es la insuficiencia de nuestros deseos y de nuestras oraciones.

Esta distinción de las dos batallas permite comprender el error estratégico cometido por aquellos que esperan obtener el cambio de poder (objetivo de la batalla superior) por pequeños combates que nos permitirían ganar terreno poco a poco (2) He aquí la reflexión de Jean Vaquié, que nos parece muy justa:

Venimos de marcar la diferencia entre por una parte los objetivos secundarios, o sea el mantenimiento de las últimas posiciones tradicionales que constituyen el asunto de la batalla inferior, y por otra parte el objetivo principal, o sea la extirpación del poder de la Bestia que es el asunto de la batalla superior.

Muchos no querrán admitir esta distinción. Dirán y dicen ya: “No hay dos batallas, no hay más que una. El cambio del poder no puede resultar más que de la sucesión de pequeñas victorias elementales del combate día a día. Este cambio es un asunto de largo aliento, nuestro ascenso no puede ser sino muy lento. Es utópico dar por descontado un desenlace repentino”.

Los jefes de grupos que razonan así van a llevar su esfuerzo principal sobre los objetivos secundarios, allí donde nuestros adversarios los esperan, fortalecidos por su legalidad socialista.
Nuestros adversarios, en efecto, buscarán, como hacen de ordinario, hacernos perder nuestra sangre fría y hacernos entrar en la violencia (o al menos en el activismo).

Al final de este breve análisis del texto de Jean Vaquié, podemos sacar la siguiente conclusión:

Debemos llevar una doble batalla: la batalla de conservación de los islotes de cristiandad y la batalla preliminar de oración y de penitencia. Pero es ilusorio y peligroso lanzarse a acciones de envergadura para retomar el poder (3). Eso no podrá hacerse más que en la hora señalada por Dios.




Notas:

(1)-Aparecido por primera vez en Lecture et Tradition, enero 1990, y reeditado por De Rome & D’Ailleurs 156, enero 1999, después por L’Action familiale et scolaire (2001).
(2)-Esos pequeños combates no son sin embargo a desdeñar, porque forman parte de la batalla de mantenimiento. Ellos permiten a veces obtener reales victorias: la historia de la Tradición desde hace cuarenta años es la prueba. Pero la ilusión consiste en pensar que sumando pequeñas victorias uno terminará por obtener el cambio de poder. La batalla superior es de otra naturaleza que la batalla inferior.
(3)-Eso no quiere decir que los católicos no deban comprometerse en el plano político. Mons. Lefebvre (…) recuerda ese deber siempre imperioso. Sin embargo, dadas las circunstancias actuales los resultados serán forzosamente limitados (por ejemplo al nivel de un municipio). El retorno al reino de Cristo-Rey a nivel nacional e internacional no podrá hacerse sin una intervención especial del cielo: es lo que Jean Vaquié llama la batalla superior, que coincidirá sin dudas con el triunfo del Corazón Inmaculado de María prometido en Fátima.