martes, 21 de abril de 2020

EL LIBRO NEGRO DEL PERIODISMO








Nunca como en estos momentos ha cobrado tanta importancia el papel del periodismo –a través de todos los medios, pero sobre todo los audiovisuales- para configurar una transformación del mundo, afectando súbitamente a miles de millones de personas. Los gobernantes parecen haber reemplazado a los obispos, y los periodistas a los sacerdotes, dictando cátedra, enseñando lo que debe o no creerse, definiendo lo que es o no verdad. Quizás por eso sea oportuno leer un libro muy completo dedicado a este tema, del cual publicamos debajo su prólogo y unas pocas citaciones incluidas en el mismo.

  


El Libro Negro del Periodismo
Flavio Mateos
Bella Vista Ediciones, 2012

Prólogo de
Antonio Caponnetto




Se me permitirá eludir en la ocasión los rodeos propios de los que suelen valerse los prologuistas para llamar la atención sobre la obra que presentan.

Este libro no necesita escaramuzas, y a la fecha en que acaba de escribirse –mediados del año 2011- reclama ser leído cuanto antes. Agregaría que para un católico argentino, o que resida hoy en nuestra irreconocible patria, tal lectura se torna casi tan ineludible como llevar un equipo de supervivencia en una difícil travesía.

Explicaré por qué.

El autor empieza por encuadrar el tema del periodismo, no en el marco fenomenológico en que suele abordárselo, sino en el más alto y más hondo telón de fondo de la teología católica.

Existe un misterio de iniquidad; existe el demonio; existe el Mal desatado por el mundo, y existe una bandera preternaturalmente ruin, que es divisa de la contienda librada por los protervos.

No puede sorprender entonces que al mismísimo demonio pueda adjudicársele la paternidad del periodismo. Porque él es el responsable final de los cuatro movimientos por los cuales la inteligencia se aparta de la Verdad: el error, la ignorancia, la confusión y la mentira.

Y si alguna especialidad y finalidad poseen hoy los periodistas, ésa no es otra que la conjura sistemática contra la Verdad.

Ver detrás de toda cuestión política una cuestión teológica, es lo propio del sabio, según enseñanza del Marqués de Valdegamas.

Flavio Mateos ha visto esta cuestión teológica con abundancia de razones y solvencia de argumentos. Pero la ha visto no tras un problema subalterno o menor, como quien exagera la nota o padece de cierto aparicionismo célico. Ha visto la cuestión teológica de la infestación demoníaca allí donde veramente existe: en el despliegue infernal de cientos de multimedios, ocupados sistemáticamente en falsearlo todo, en corromperlo todo.

Otros comienzan por indagar los móviles ideológicos de los mass media, los ocultos resortes financieros, las maquinaciones turbias entre poderes combinados. No negamos esta vía de acceso a la funesta cuestión. Bien necesaria es.

Pero lo primero es lo primero, si cabe la redundancia. Y lo primero es saber que ultrajar la Verdad es ofender a Dios, y que sólo hay un Maldito que puede estar interesado en tan nefasta medida.

Hasta La Fontaine, que tenía lo suyo, en su Lettre a M. Simon de Troyes, del año 1686, dejó dicho que “todo periodista es tributario del Maligno”. Por algo habrá sido. Y ese “algo” lo sabe luminosamente nuestro autor que ha acumulado pruebas de los efectos causados por esta presencia luciferina tras los medios.

Léase con particular detenimiento, entonces, el apartado dedicado especialmente a estos efectos causados. Allí verán los escépticos, y hasta los relativistas, que tamaños frutos de envilecimiento del alma humana no pueden ser la simple consecuencia de un grupúsculo de escribas o de parlanchines. Hay otro Innombrable que inspira la tragedia.

Por lo tanto, la recurrencia del autor a la teología no debe ser objetada. Porque no es explicar el chaparrón de hoy por el diluvio de los tiempos de Noé. Es inteligir la plena dimensión de la mentira buscando a su progenitor. Así de simple y de trágico.

Pero no todo es legítimo y prioritario discurrir sobre teología en estas páginas.
Encuentro un segundo motivo para leerlas con fruición.

El autor se ha tomado el trabajo ingente y notable de desenmascarar lo que todos sabíamos, pero sin demasiadas pruebas documentales; esto es, la existencia de una red nefastísima de “los dueños de la prensa en la Argentina”.

Dicha red –y he de subrayar lo que digo- está compuesta tanto por el Gobierno como por sus supuestos opositores; tanto por el oficialismo como por sus conjeturales adversarios; tanto por el ominoso poder político triunfante como por aquellos a quienes ese mismo poder zahiere sin tregua por juzgarlos sus rivales.

No hay tal reyerta. Viene a probar este libro la aterradora unidad de los hipotéticos “contrarios”. Unidad en la mentira, en la fealdad y en la maldad; esto es, en la negación de los trascendentales del Ser, de los nombres de Dios. Unidad de Pilatos y Herodes a la hora de sentenciar a Cristo. Unidad en el servicio a la Modernidad y a la Revolución. Como las ranas del Apocalipsis, croan juntas sirviendo a la Bestia, aunque no parezcan la una exactamente igual a la otra.

Los dueños de la prensa tienen sus confrontaciones, es cierto. Confrontan plata, dominio, influencia, posturas, criterios, lo que se quiera. Jamás se los verá disputar por lo esencial, porque en lo esencial coinciden: odian a Dios, a la Patria y al Hogar. Y a todo aquello que de estas filiaciones trascendentes se sigue. La Iglesia, la Tradición o el Orden Natural. Como las caras manoseadas de un mismo dado arrojado por un solo tahúr en la mesa del delito.

Lea y estudie el lector estas páginas. Úselas de índex y conjugue con ellas los verbos más prohibidos de la historia contemporánea: censurar, discriminar y reprimir.

Censure a estos “dueños”. Que no entren en su entorno. Discrimínelos: sepa que unos son peores que otros. Reprímalos; esto es, no los consuma ni los promueva. Ejerza el nobilísimo derecho a no ser políticamente correcto. Sufrirá merma la democracia, mas por eso mismo, usted se arrimará otro tranco a la conquista de la Vida Eterna.

Hay un tercer motivo de encomio.

No sabemos cómo ni cuándo, pero es evidente que Flavio Mateos ha leído absolutamente todo lo que críticamente se ha escrito sobre el periodismo. Todo en el tiempo, en el espacio, en el ayer y en el hoy, y en las lenguas humanamente audibles. Su exhaustividad lectora en la materia hace acordar a la de Marcelino Menéndez y Pelayo.

Leyó atentamente. Marcó, subrayó, escogió. Y nos hace el regalo de una poderosa antología, única en su género.

Cuantos han tenido algo entitativo que decir sobre las amenazas del periodismo, aquí están registrados. Pontífices, santos, ensayistas, escritores, poetas, profetas. Una larguísima nómina de juicios sensatos, para que el lector pueda rumiar y meditar largamente y arribar a conclusiones propias. Confieso que no he visto antología semejante.

Objetarán algunos que queda afuera de la consideración de esta obra la acción tenaz y esclarecedora de los buenos periodistas.

Si se escribe el libro negro de una profesión, oficio o sistema, es fácil deducir que se está queriendo alertar sobre sus peligros. Las excepciones confirman la regla. Y Flavio Mateos no desconoce estas excepciones, puesto que a muchas de ellas menciona. A él mismo, por otra parte, lo hemos sorprendido en más de una ocasión, haciendo las veces de articulista, cronista o reportero. Y está muy bien que así sea.

Porque Ramiro de Maeztu distinguía entre periodistas y además periodistas. Los segundos eran personas decentes y sensatas, que vivían limpiamente su vida, pero que, en determinadas circunstancias, se valían de los modos periodísticos para difundir la Verdad. Los primeros en cambio, consagran sus esfuerzos a la entronización de la falsía, y cuanto más lo logran, más se encumbran en su oficio y en su patrimonio.

Acierto grande es que este esforzado ensayo se llame “El libro negro del periodismo”.

Acierto de la inteligencia dilucidadora. Y acierto del coraje, que no se amilana, a pesar de que los aquí justísimamente atacados son poderosos y podrán, si lo quieren, caerle con todo el peso de sus torvas presiones.

Para lo que pueda servirle al autor, si tales sacudidas sobrevienen, que sepa que nos tiene de su lado.

Y si sobrevienen los encomios, en buena hora hayamos podido contarnos entre los primeros que públicamente se los reconocimos.

Leímos alguna vez que Hegel repudiaba a ese hombre moderno, cuya plegaria matutina es la lectura del periódico.

El autor prefiere rezar el Credo. Amén.

Antonio Caponnetto

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Citas:

“Gobernar es hacer creer”.
Nicolás Maquiavelo

“El pueblo no renuncia nunca a sus libertades sino bajo el engaño de una ilusión”.
Edmund Burke

“Miente, miente, que algo queda”.
Voltaire

“El arte de crear con la palabra es un instrumento al servicio de la Revolución”.
Karl Marx

“...los movimientos de masas pueden crearse y promoverse en forma artificial, primordialmente por los medios de difusión”.
Lenin

“Los escritores son los ingenieros de las almas”.
José Stalin

“De todos los monopolios de que disfruta el Estado ninguno será tan crucial como su monopolio sobre la definición de las palabras. El arma esencial para el control político será el diccionario”.
José Stalin  

“...No hay construcción sin destrucción. La destrucción significa crítica y repudio, significa revolución. La destrucción quiere decir razonamiento y razonamiento es construcción. La destrucción va primero y en su curso ya implica la construcción”.
Mao Tse-Tung  

“Para derrocar el poder político es siempre necesario, ante todo, crear opinión pública y trabajar en el terreno ideológico. Así proceden las clases revolucionarias, y también las clases contrarrevolucionarias”.
Mao Tse-Tung


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“Vivimos en la época más locuaz que registra la historia del mundo. En el pasado se habrían necesitado tal vez de 10 a 15 millones de hombres para comunicar al resto del mundo la misma información que hoy transmite una sola persona, a través de la radio o la televisión. El amor al ruido y la excitación dentro de nuestra moderna civilización, es debido en parte, al hecho de que las gentes de hoy se sienten desdichadas íntimamente. El ruido pues, las exterioriza, distrae y hace olvidar, al menos de momento, sus preocupaciones. Hay una relación inequívoca entre una vida vacía y un ritmo turbulento. Cierto que para progresar, el mundo requiere de la acción, pero necesita conocer también el porqué de semejante acción, y para ello es indispensable la contemplación, el pensamiento y el silencio. (…)
Las comunicaciones rápidas, la transmisión de noticias hora a hora, las noticias del día siguiente dadas la noche anterior, son factores que mantienen a la gente viviendo sobre la superficie de sus almas. Como resultado, muy pocos son quienes llevan una vida introspectiva. Nuestros estados de ánimo son determinados por el mundo. En lugar de llevar nuestra propia atmósfera con nosotros, como la tierra cuando gira en torno al sol, somos como los barómetros que registran los cambios que ocurren en el mundo exterior. Sólo el silencio puede darnos esos santuarios interiores que tanta falta nos hacen para reposar, y que son como aquellos jardines ocultos, donde el hombre antes de su Caída, caminaba al lado de Dios en la frescura del atardecer”.
Mons. Fulton Sheen


“El periodismo revolucionario, que ha traído al mundo para confusión de él una filosofía y una literatura suyas especiales, ha inventado también un modo de discurrir especialmente suyo. Que es, no discurrir como antiguamente se solía, sacando de principios consecuencias, sino discurrir como se usa en las plazuelas y en los corros de comadres, moverse por impresión, vociferar a diestro y siniestro pomposas palabrotadas (sesquipedalia verba), y aturdir y marear al entendimiento propio y al ajeno con desatado turbión de prosa volcánica, en vez de alumbrarle y dirigirle con la clara y serena lumbre de bien seguida argumentación”.
Don Félix Sardá y Salvany


Edward Bernays, sobrino de Sigmund Freud, fue el primer teorizador importante acerca de la manipulación de la opinión pública con fines políticos con su obra “Propaganda” publicada en 1928. John Laughland en su artículo citado refiere que “el primer capítulo trae el siguiente título revelador: “Organizar el caos”. Para Bernays, la manipulación consciente e inteligente de las opiniones y de los hábitos de las masas es un elemento importante en las sociedades democráticas. Quienes manipulan los mecanismos ocultos de la sociedad constituyen un gobierno invisible que representa el verdadero poder. Somos dirigidos, nuestros espíritus son modelados, nuestros gustos formados, nuestras ideas sugeridas fundamentalmente por hombres de los cuales nunca hemos oído hablar. Esta es la consecuencia lógica de la manera en que nuestra sociedad democrática está organizada. Un gran número de seres humanos debe cooperar a fin de vivir juntos en una sociedad que funcione bien. En casi todos los actos de nuestra vida cotidiana, así se trate de la esfera política, de los negocios, de nuestros comportamientos sociales o de nuestras concepciones éticas, estamos dominados por un número relativamente reducido de personas que conocen los procesos mentales y las características sociales de las masas. Esas personas son las que controlan la opinión.” Todo esto se relaciona con la psicología de las masas que se ve estimulada a través de las emociones humanas básicas cuya manipulación obedece a una larga serie de estudios de especialistas en la materia, a través de una inmensa red que la revolución cultural (operada fundamentalmente por la Escuela de Frankfurt y sus teorías, aceptadas oficialmente por los EE.UU. durante la Segunda Guerra Mundial) ha tendido muy lenta pero eficientemente. Pero agrega el autor citado: “Ciertamente sería erróneo atribuir la propagación de las ideas únicamente a la manipulación encubierta. Ellas se inscriben en vastas corrientes culturales cuyas causas son múltiples. Pero no hay duda que el dominio sobre tales ideas, puede ser considerablemente facilitado por operaciones encubiertas, en particular porque la gente (que vive) en las sociedades donde la información es masiva, es asombrosamente influenciable. No solamente creen lo que leen en los periódicos sino que se imaginan que han llegado a conclusiones por sí mismos. En consecuencia, la astucia para manipular la opinión pública consiste en aplicar lo que ha sido teorizado por Bernays, desarrollado por Münzenberg y elevado al rango de gran arte por la CIA”.
(“La técnica del Golpe de Estado de “color”, Operación “cambio de régimen”, por John Laughland).


Una de las debilidades que sabe explotar esta prensa es la credulidad del lector en un sistema de cosas establecidas que se funda en la supuesta verdad y la honestidad de las noticias transmitidas. Al decir de Richard Weaver: “La explotación de las respuestas automáticas es especialmente flagrante en los periódicos de gran tirada. De tal suerte que el periodismo es una especie de monstruoso discurso de Protágoras, capaz de hechizar mediante hipnosis a los lectores para impedir que participen en esas actividades que solemos asociar con el pensamiento. Si a los lectores de periódicos se les enseñara a detectar suposiciones, si fueran conscientes de la retórica empleada en los reportajes más vigorosos, no habría por qué temer los efectos del arte periodístico. Pero para eso tendría que tratarse de lectores educados, y tal como funciona este mundo, los lectores ordinarios parecen haber perdido la capacidad de juzgar por cuenta propia, a lo que se suma el hecho de que la decadencia de la conversación ha acabado prácticamente con las costumbres dialécticas. No es de extrañar que lo que está en auge hoy sea el hábito de la credulidad.”
(Richard Weaver, Las ideas tienen consecuencias).


El poder del demonio es especialmente notorio e impresionante cuando opera sobre las masas. Aunque se ha estudiado mucho sobre la psicología de las masas, evidentemente el demonio sabe muchísimo más que nosotros, pese a toda nuestra sociología. Así se explica que los seres humanos –aunque cada uno de ellos sea un buen padre de familia, una buena madre, un ser caritativo y bondadoso- actuando en masa se conviertan en fieras. La historia está jalonada de horrores causados por las masas lanzadas en una u otra dirección. Para empezar, tenemos la condenación de Cristo, cuando los fariseos reparten a sus esbirros entre el pueblo, y obtienen así que éste pida la crucifixión de Jesús. Los horrores de la Revolución Francesa, de la Comuna, los crímenes de las últimas grandes guerras, los campos de concentración alemanes, la revolución soviética con sus horribles espantos, los movimientos de masas que presenciamos hoy en el campo político y que intentan organizar a las clases sociales para lanzarlas unas contra otras, son otros tantos hechos donde seguramente el demonio ejerce un poder muy grande y muy impresionante, porque siempre que la masa humana se mueve en sentido negativo, tiene graves riesgos de convertirse en una manada de fieras”.
(Julio Philippi Izquierdo, “Ángeles y demonios. Cómo y porqué existen a la luz de la fe católica”, Grijalbo, México, 1995).