sábado, 22 de agosto de 2015

FIESTA DEL CORAZÓN INMACULADO DE LA SANTÍSIMA VIRGEN





El Corazón Inmaculado de la Santísima Virgen debe, en justicia, ser honrado especialmente.

1.° Documentos de los Romanos Pontífices.—El Sumo Pontífice Pío VII concedió a muchos varones principales, cardenales, arzobispos, obispos, congregaciones eclesiásticas seculares y regulares que dedicaran un día determinado al honor del Santísimo Corazón de María, con el oficio y misa, mutatis mutandis, de Santa María de las Nieves y lecciones del segundo nocturno, como están en el día quinto de la octava de la Natividad de María.
Su Santidad Pío IX aprobó el oficio propio y la misa del Corazón Inmaculado de la Santísima Virgen con rito doble mayor.
Pío X alaba a San Juan Eudes, propagador principal del culto a los Sacratísimos Corazones de Jesús y de María, di­ciendo: “Pero, además, crecieron sobremanera los méritos de San Juan para con la Iglesia cuando, abrasado en sin­gular amor hacia los Santísimos Corazones de Jesús y María, pensó antes que nadie, y no sin inspiración divina, en tribu­tarles culto litúrgico
Y Pío XI colocó en el número de los santos al mismo sier­vo de Dios, insigne en virtudes y milagros, el primero en in­troducir y propagar el culto litúrgico de los Sagrados Corazo­nes de Jesús y de María.

2.° CONCILIOS PROVINCIALES Y OBISPOS, que recomiendan el culto del Inmaculado Corazón de María:
a) El Concilio provincial de Reims del año 1853 dice: “Nunca la Madre ha de separarse del Hijo. Porque, como dice San Bernardo (Serm. de duodecim stellis), “para con el me­diador es necesario otro mediador, y ninguno más útil a nos­otros que María. De ahí que, cuando en la Iglesia, al correr de los tiempos, se establecen festividades nuevas para gloria de Jesús, poco después se instituyen otras análogas en honor de María. Y expresamente consta que esto ha sucedido siem­pre. Instaurado públicamente, con el favor divino, el culto del Corazón de Jesús, los fieles comenzaron a dar culto al Co­razón de María. Por tanto, a los que en nuestro clero tra­bajan movidos por el espíritu de Dios, es decir, nuestros co­operadores en la obra de Dios, les exhortamos amorosamente a que, sirviéndose del celo que los inflama por las almas, pro­curen promover solícitamente el culto al Corazón de la Virgen”.
b) Muchos obispos de Francia, a mediados del siglo xvii, aprobaron y recomendaron los libros escritos para explicar y defender el culto del Corazón Purísimo de María, y procu­raron que se erigieran cofradías en honor, ya del Corazón de la Santísima Virgen solamente, ya también de los Cora­zones de Jesús y de María juntos, cofradías que los Sumos Pontífices ratificaron y enriquecieron con privilegios y gra­cias.

3.° Doctores y piadosos escritores que, antes de que la Iglesia determinara cosa alguna sobre este culto, se mos­traron devotísimos del Corazón de María, celebraron su san­tidad y purísimos afectos y recomendaron su devoción a las almas.
Así, Eadmero: “¿Qué alabanzas —dice—, qué gratitud debe no sólo la humana naturaleza, sino toda criatura, a esta Santísima Virgen? La pura santidad y la santísima pureza de su Corazón piadosísimo, superando con incomparable sublimidad la pureza y santidad de toda criatura, merecie­ron dignísimamente fuera constituida reparadora de todo el orbe”.
San Bernardo escribe: “Abre, por tanto, ¡oh Madre de misericordia!, la puerta de tu Corazón benignísimo a las an­gustiosas súplicas de los hijos de Adán... Tú no aborreces ni desprecias al pecador, por más corrompido que sea, si a ti suspira y pide tu intervención con corazón penitente... Ni es extraño, ¡oh Señora!, si el consuelo ha sido derramado con el óleo copiosísimo de la misericordia de tu Corazón, ya que aquella obra inestimable de la misericordia, que predestinó Dios ab aeterno para la redención humana, fue primeramen­te realizada en ti por el Artífice del mundo”.
Ricardo de San Lorenzo expone bellamente los servicios que de su Corazón nos prestó María: “Del Corazón de la bien­aventurada Virgen procedieron la fe y el consentimiento por los cuales se inició la salud del mundo, y su mismo Corazón fue hallado digno, con preferencia a todas las criaturas, de recibir al Unigénito de Dios, cuando el Corazón del Padre rebosó el Verbo bueno que, saliendo del seno del mismo Pa­dre, se acogió al seno de la Madre Virgen. Así también en su Corazón y en sus entrañas se encontraron la misericordia y la verdad, cuando la divina justicia dio a la paz el ósculo de salvación. Además, su Corazón, dulce siempre y amantísimo, llenóse de amargura sobre cuanto puede imagi­narse viendo al Hijo crucificado, y el álveo todo de su alma fue henchido por la compasión con el torrente de la pasión, vulnerada entonces por nuestras iniquidades y triturada a su modo por nuestros crímenes. Ella llevó en las entrañas de su misericordia nuestros dolores y los del Hijo, nuestras enfermedades y las del Unigénito, porque entonces toda pla­ga fue tristeza para su Corazón dulcísimo (Eccli. 25)”.


Raimundo Jordán (Idiota) dice: “Tú, ¡oh beatísima Vir­gen María!, amaste a Dios tal como lo manda la Escritura. Amaste a Dios también con todo tu corazón; porque tu Co­razón a ningún otro amor fue más inclinado que al amor de Dios.”
"Amaste naturalmente, ¡oh Virgen María!, a tu Hijo unigénito, Dios y hombre verdadero... Tú... amaste a tu unigénito Hijo en su carne, con santo amor, porque fo­mentaste y nutriste la carne de Cristo con tanto afán y devoción que, distraída del amor de tu propia carne por el amor de la suya, le rendiste los afectos todos de tu Corazón sagrado... Tú, ¡oh gloriosa Madre Virgen!, amaste a tu uni­génito Hijo espiritualmente, que es tanto como decir con toda tu alma...”
"Con dilección plena, ¡oh beatísima Virgen!, observaste el precepto divino del amor de corazón y de obra, porque amaste al prójimo como a ti misma, a saber: para servir a Dios, para ver a Dios, para poseer la vida eterna”.
San Bernardino de Siena exclama: “¿Qué mejor tesoro que el mismo amor divino, con el cual ardía hecho hoguera el corazón de la Virgen? De este Corazón, como de un horno de amor divino, sacó María palabras buenas, es decir, pala­bras de caridad ardentísima”.
Y San Pedro Canisio dice: “Hablando del Corazón de Ma­ría debe decirse que fue purísimo de tal modo, que ella, antes que nadie, emitió su voto de virginidad; y fue humildísimo hasta el punto de que, si también por alguna otra cosa, fue principalmente por la humildad por la que mereció concebir del Espíritu Santo al divino Emmanuel; y fue ferventísimo, hasta abrasarse en un amor increíble a Dios y al prójimo, y fue, por último, fidelísimo en conservar y guardar todo lo que obrara en su infancia, en su juventud y en su madurez”.

4.° Por las Congregaciones religiosas, que, fundadas en los días de San Juan Eudes, y principalmente a fines del siglo xix, se propagaron extensamente, no sólo en Europa, sino también en otras muchas regiones del orbe cristiano se­paradas entre sí por espacios inmensos de mar y de tierra. Estas Congregaciones, llamadas o de los Sagrados Corazones de Jesús y María o del Inmaculado Corazón de la Virgen bienaventurada, tienen por fin establecer y difundir el culto de los Sagrados Corazones juntamente con otros trabajos apostólicos de piedad y de beneficencia, según las posibilida­des de cada una. Entre dichas Congregaciones, ya de hom­bres, ya de mujeres consagradas particularmente al Corazón de María, merece citarse la de los Misioneros Hijos del In­maculado Corazón de la Virgen bienaventurada, que en la ciudad española de Vich, y por los años de 1848 fundara San Antonio María Claret, antiguo arzobispo de Cuba, pre­clarísimo por su singular prudencia, mansedumbre y celo de la salvación de las almas.

5.° Razón teológica.—El objeto adecuado del culto que se tributa al Corazón Inmaculado de María es, como ya di­jimos, el Corazón simbólico, o sea, el Corazón físico o de carne de la Santísima Virgen, en cuanto que es símbolo de su amor, de su vida íntima y de todos sus purísimos afectos. Ahora bien, este Corazón de María es digno de honor y de veneración especial bajo los dos aspectos, física y simbólica­mente considerado.
a)  El corazón físico está íntimamente unido, como ya se ha dicho, a los afectos y pasiones humanas, ya del apetito sensitivo, ya de la misma voluntad, y, dada esta unión, aun­que el corazón no sea la sede o el órgano propio de las pasio­nes, es, sin embargo, instrumento del amor y de las otras afecciones de la vida psicológica, cuyos movimientos es el primero en percibir y recoger. Por tanto, el Corazón de María fue también instrumento del amor, del dolor, de la compa­sión y de los demás afectos con los que concurrió a la reden­ción humana. ¿Y quién no ve que estos sentimientos y afectos salvadores de la Santísima Virgen exigen y merecen un ho­nor especial y la gratitud de los hombres?
b)  El corazón, simbólicamente considerado, es el sím­bolo del amor y de toda la vida afectiva. Por ello, en el Co­razón de carne de la Santísima Virgen, en cuanto que es el símbolo de su vida afectiva, estaba toda su vida interior, toda su perfección moral, todo el tesoro de sus méritos y virtudes incomparables, todas las angustias y aflicciones que padeció en su vida, los dolores, más acerbos que la muerte, sufridos junto a la cruz de Cristo, sus gozos temporales y eternos y, principalmente, su inmenso amor a Dios, a su Hijo y a los hombres, de tal modo que el Corazón Inmacula­do de la Santísima Virgen era la expresión abreviada de todos sus santísimos afectos, y en especial de su caridad ardiente hacia Dios, hacia Cristo, Hijo suyo, y hacia los hombres y de todo aquello que, movida de esta caridad, sintió, obró y padeció y ahora siente y obra por la salvación humana. Por tanto, debe afirmarse que es convenientísimo el culto con que veneramos y celebramos todos estos santísimos afec­tos de la Santísima Virgen, simbolizados y expresados en su Corazón purísimo.


Gregorio Alastruey, “Tratado de la Virgen Santísima”.