miércoles, 24 de junio de 2015

EL COCTEL INFERNAL DEL LIBERALISMO







Por Joseph Lémann

Desde el principio, la Revolución se hizo venenosa, pero con arte, con hablilidad; ella recuerda y sobrepasa las maquinaciones de Agripina y  Locusta.

Vayamos un instante a la Roma pagana: Locusta es una famosa envenenadora de los tiempos de los Césares. Ella primero debe asesinar al emperador Claudio por órdenes de Agripina. Ella es llamada al consejo; le piden que ponga ingenio a su destreza. Un veneno demasiado rápido pondría de manifiesto el asesinato de Claudio; un veneno demasiado lento le daría tiempo de reconocerse y de restablecer los derechos de Britanicus, su hijo. Locusta comprende, y encuentra lo buscado con un veneno que trastornará la razón y extinguirá lentamente la vida.  Un eunuco hace tomar al infortunado César el veneno en una seta, la cual saborea con delicias: ¡Muere embrutecido!

Un año después, Locusta libera a Nerón de Britanicus que lo molestaba. Esta vez, él no pide un veneno lento, tímido, secreto, como el que hizo con tanto refinamiento para Claudio; sino un veneno activo, rápido, fulminante. Britanicus cae muerto en la mesa imperial.

Locusta tuvo alumnos, Nerón le permitió formar a sus discípulos en una escuela de envenenamiento. La historia, en efecto, y la pintura, la representan probando sus venenos en esclavos desgraciados, unos retorciéndose a sus pies, y los otros convirtiéndose en locos.

Regresemos a nuestra época.

¿Quién hubiera podido pensar que Locusta fuera sobrepasada?  La Revolución se ha encargado de este siniestro progreso.

En efecto, desde la aparición del cristianismo en el mundo, todo ha tomado una forma más elevada, más espiritualizada, incluso el mal, incluso el envenenamiento. Se envenena a los espíritus y a la moral como antes se envenenaba el cuerpo: ¡con ingenio! ¿No decimos en los siglos cristianos, el veneno de la herejía, el veneno del error? La sombra de Locusta sin duda ya rondaba los conciliábulos del maniqueísmo, del arrianismo, del calvinismo, del voltairenismo; pero en 1789 la Revolución, inspirándose en la envenenadora y ávida de sobrepasarla, imaginará en el orden intelectual y social un veneno que trastornará la razón y extinguirá lentamente la vida en los pueblos cristianos: ¿qué es lo que ella imaginó?

El liberalismo

En efecto, para llegar a trastornar la razón en un pueblo como el de Francia y llegar a extinguir lentamente su vida, es necesario un brebaje que sea a la vez veneno, poción, narcótico:

— el veneno mata;
— la poción embriaga;
— el narcótico adormece.

Todos estos efectos reunidos son necesarios para lograr acabar con la robusta constitución de una nación cristiana.

Se trata de matar en ella las ideas cristianas; al mismo tiempo embriagar las almas generosas; y al mismo tiempo adormecer a la gente honesta: Todo esto, al mismo tiempo. El liberalismo será esta mezcla hábil, este terrible brebaje. Si se le descompone, encontramos allí los tres elementos, veneno, poción, narcótico.

·                     El veneno primero: así como encontramos, en los campos, plantas venenosas, encontramos también, en el orden intelectual, malas doctrinas, opiniones perniciosas. Se puede decir que la Iglesia siempre las ha extirpado, pero ellas reaparecen con la facilidad y la tenacidad de las malas hierbas: por ejemplo, la negación del pecado original, también la omnipotencia de la razón a la cual todo se debe someter, la suficiencia de las fuerzas humanas para hacer su camino y la suficiencia de las fuerzas sociales para conducir a los pueblos. Producciones venenosas de todos los siglos, el filosofismo del siglo XVIII las hizo resurgir y las propagó. La Revolución sólo tendrá que agacharse para recogerlas. Ellas formarán el primer elemento de su terrible brebaje.




·                     Además del veneno, la poción: Hay, en el tesoro de las lenguas humanas, palabras que tienen el poder de arrebatar, de embriagar, de apasionar, estas son: las palabras mágicas de libertad, de fraternidad, de igualdad. El Evangelio habiendo purificado estas palabras, las explicó y, poniéndoles un fermento divino, las agrandó tanto que ellas expresaron ideas nuevas. Durante mucho tiempo permanecieron apegadas al Evangelio, penetraron y trabajaron el mundo de una manera tan  segura y saludable como eran dulces, ponderadas, respetuosas. Pero he aquí que en el siglo XVIII el filosofismo se apoderó de estas palabras. Inmediatamente perdieron su fermento divino y se convirtieron en poción. La Asamblea nacional, en la célebre noche del 4 de agosto de 1789 [abolición del régimen feudal. N. del blog], que será una embriaguez sin precedentes en la historia de los pueblos, experimentará esta poción. Entran entonces como segundo elemento en el brebaje encantador y funesto que prepara la Revolución.

·                     El narcótico, finalmente, se encuentra como el tercer elemento. Entre todos los sentimientos de los cuales el corazón del hombre ha sido dotado, hay uno que se distingue por su gran nobleza cuando la verdad es su guía, pero que se convierte en un peligro extremo cuando se inspira sólo en sí mismo: es el sentimiento de tolerancia, de indulgencia. En efecto, cuando ella toma por guía la verdad, la tolerancia se traduce en compasión por las personas, pero se rehúsa a reconocer los errores: compasión por la persona, reprobación del error, tal es la expresión de la tolerancia católica. Al contrario, cuando sólo se inspira en sí misma, la tolerancia, extraviándose en la blandura de las creencias o en una sensibilidad falsa y exagerada, se convierte en indulgencia por los errores al igual que por las personas, y excusa todo sin consideración: actos de debilidad y doctrinas culpables.

La Iglesia siempre unió cuidadosamente este sentimiento a la verdad. El filosofismo del siglo XVIII lo separa. Es entonces que en la sociedad toman la forma de máximas como estas:

“La tolerancia es madre de la paz” – “Sólo la tolerancia ha podido contener la sangre que brotaba de un lado a otro de Europa” – “Si Dios lo hubiera querido, todos los hombres tendrían la misma religión, así como ellos tienen el mismo instinto moral. Seamos entonces tolerantes”. Este sistema de tolerancia alentado y propagado, será el opio, el narcótico que necesita la Revolución. Ella se servirá de él para dormir todas las querellas religiosas e incluso, si fuese posible, las mismas religiones. Una multitud de gente honesta, de gente buena, no pedirán más que aletargarse, dormitar y permanecer neutras, a pesar de la severidad de la teología. ¡Tercer elemento del brebaje revolucionario!

Y así:

·                     Omnipotencia de la razón o tribunal al cual todo debe someterse; suficiencia de las fuerzas humanas para hacer su camino, y suficiencia de las fuerzas sociales para conducir los pueblos (veneno).

·                     Grandes palabras de libertad, igualdad y fraternidad (poción).

·                     Sentimiento de tolerancia recíproco no solamente para las personas, sino para las doctrinas (narcótico).

Este es el pérfido brebaje que, como en tiempos de Locusta, debe trastornar la razón y extinguir lentamente la vida. Unos serán embriagados, otros adormecidos, y un gran número serán muertos a la larga. Esta mixtura recibirá, más tarde, su nombre característico: el liberalismo.


Extracto  de Les Juifs dans la Révolution française, Joseph Lémann (1836-1915), Paris, 1889. [José Lémann y su hermano Agustín fueron sacerdotes católicos. Siendo judíos, se convirtieron en 1854. Escribieron unas 150 libros. N. del blog]