viernes, 8 de noviembre de 2013

CARTA DE MONS. FELLAY A LOS TRES OBISPOS


ACTA DE FUNDACIÓN DE LA NEO-FSSPX


Menzingen, 14 de abril de 2012

A NN.SS. Tissier de Mallerais, Williamson y De Galarreta

Excelencias:

Vuestra carta colectiva dirigida a los miembros del Consejo General ha retenido  toda nuestra atención. Les agradecemos su solicitud y su caridad.
Permítanos a cambio con la misma preocupación de caridad y de justicia, hacerles las siguientes observaciones.

Por principio, la carta menciona muy bien la gravedad de la crisis que trastorna a la Iglesia y analiza de manera precisa la naturaleza  de los errores que proliferan en su ambiente. Sin embargo, la descripción está salpicada de dos defectos respecto a la realidad de la Iglesia: carece de lo sobrenatural y al mismo tiempo carece de realismo.

Carece de lo sobrenatural: Al leerlos, uno se pregunta seriamente si ustedes creen todavía que esta Iglesia visible cuya sede está en Roma, es la Iglesia de Nuestro Señor Jesucristo, una Iglesia que ciertamente está desfigurada horriblemente a planta pedis usque ad verticem capitis, pero una Iglesia que por lo menos tiene todavía por jefe a Nuestro Señor Jesucristo. Se tiene la impresión que ustedes están tan escandalizados que ya no aceptan que esto todavía pudiera ser verdad. Para ustedes Benedicto XVI ¿es Papa legítimo? Si lo es, ¿Jesucristo puede todavía hablar por su boca? Si el Papa expresa una voluntad legítima respecto a nosotros que es buena, que no es una orden en contra de los mandamientos de Dios ¿tenemos el derecho de desatenderlo, de rechazar esta voluntad? Y si no ¿en qué principio se basan para actuar de este modo? ¿No creen ustedes que si Nuestro Señor lo ordena El nos dará los medios para continuar nuestra obra? Ahora bien, el Papa nos ha hecho saber que la preocupación de arreglar nuestro asunto por el bien de la Iglesia estaba en el corazón mismo de su pontificado, y también que él sabía que sería más fácil tanto para él como para nosotros  dejar las cosas como están.  Por lo tanto, es una voluntad irrevocable y justa la que expresa.

Con la actitud que ustedes preconizan ya no hay lugar ni para los Gedeón ni para los David ni para aquellos que cuentan con el socorro del Señor.  Nos acusan de ser ingenuos o  tener miedo, pero es su visión de la Iglesia la que es demasiado humana e incluso fatalista. Ustedes ven los peligros, los complots, las dificultades pero no ven la asistencia de la Gracia y del Espíritu Santo. Si aceptamos que la Divina Providencia conduce los asuntos de los hombres, respetando su libertad, entonces hay que aceptar que los gestos de estos últimos años a nuestro favor están bajo Su gobierno. Estos indican una línea –no siempre recta- pero claramente a favor de la tradición. ¿Por qué esta línea terminaría súbitamente cuando nosotros estamos haciendo todo lo que podemos para permanecer fieles y cuando nuestros esfuerzos están siendo acompañados por no pocas oraciones por nuestra parte? ¿El buen Dios nos dejaría caer en el momento más crucial? Eso no tiene sentido. Especialmente si nosotros no tratamos de imponerle nuestra propia voluntad, sino que estamos tratando de discernir por los acontecimientos lo que Dios quiere, estando dispuestos a actuar como El disponga.

Asimismo, vuestra actitud carece de realismo tanto respecto a la intensidad de los errores como en su amplitud.

Intensidad: En la Fraternidad estamos haciendo de los errores del Concilio súper-herejías, convirtiéndolo en el mal absoluto, peor que todo, de la misma manera en que los liberales han dogmatizado este concilio pastoral. Los males ya son suficientemente dramáticos como para exagerarlos. (cf. Roberto de Mattei  Una historia jamás escrita pág. 22, Monseñor Gherardini Un debate que comienza pág. 53, etc.). Ya no se hacen distinciones. Mientras que Monseñor Lefebvre hizo varias veces las distinciones necesarias respecto a los liberales. Esta falta de distinción lleva a uno u otro de entre ustedes a un “endurecimiento absoluto”. Esto es grave porque esta caricatura ya no está en la realidad y en el futuro  desembocará lógicamente en  un verdadero cisma. Y puede ser que este hecho sea uno de los argumentos que me empuja a no demorar más en responder a las instancias romanas.

Amplitud: Por un lado, culpamos a las autoridades actuales de todos los errores y todos los males que se encuentran en la Iglesia, olvidando que ellas intentan al menos en parte de liberarse de los más graves (la condenación de la “hermenéutica de la ruptura” denuncia errores muy reales). Por otra parte se afirma que todos están arraigados en esta pertinacia (“todos modernistas,  “todos podridos”). Esto es obviamente falso. Una gran mayoría se deja llevar por el movimiento, pero no todos.

Hasta el punto que, en la cuestión más crucial de todas, la de la posibilidad de sobrevivir en las condiciones de un reconocimiento de la Fraternidad por Roma, no llegamos a la misma conclusión que ustedes.

Dicho sea de paso que NOSOTROS NO HEMOS BUSCADO un acuerdo práctico. Eso es falso. Lo único que hicimos es no rechazar a priori, como ustedes lo solicitan, el considerar la oferta del Papa. Por el bien común de la Fraternidad, preferiríamos de lejos la solución actual de status quo intermedio, pero evidentemente Roma ya no lo tolera.

En sí, la solución propuesta de una Prelatura personal no es una trampa. Resulta, por principio, que la situación presente, en abril de 2012, es muy diferente de la de 1988. Pretender que nada ha cambiado es un error histórico. La Iglesia sufre de los mismos males, las consecuencias son todavía más graves y manifiestas que en aquel entonces, pero al mismo tiempo se puede constatar un cambio de actitud en la Iglesia, ayudado por las acciones y los gestos de Benedicto XVI hacia la Tradición. Este nuevo movimiento, nacido al menos hace unos diez años, se está fortaleciendo. Incluye a un buen número (todavía una minoría) de jóvenes sacerdotes, de seminaristas e incluso hasta un pequeño número de jóvenes obispos que se distinguen notablemente de sus predecesores y que nos expresan su simpatía y su apoyo pero que todavía están sofocados por la línea dominante de la jerarquía que favorece al Concilio Vaticano II. Esta jerarquía está perdiendo vitalidad. Esto es objetivo y muestra que ya no es ilusorio considerar un combate “intra muros”, sin dejar de estar muy conscientes de su dureza y dificultad.  He podido constatar en Roma que, aunque las glorias del Vaticano II están todavía en la boca de muchos, no están sin embargo en todas las cabezas. Cada vez son menos los que creen en ellas.

Esta situación concreta, con la situación canónica que se propone, es muy diferente a la de 1988. Y cuando comparamos los argumentos que Monseñor Lefebvre había dado en su época, concluimos que no hubiera dudado en aceptar lo que nos han propuesto. No perdamos el sentido de Iglesia que era tan fuerte en nuestro venerable fundador.

La historia de la Iglesia muestra que la curación de los males que la afligen, se lleva a cabo habitualmente de manera lenta y gradual, y cuando un problema se termina, hay otro que comienza oportet haereses esse. Pretender esperar a que todo se arregle para llegar a lo que ustedes llaman un acuerdo práctico, no es realista. Es muy probable, viendo cómo se desarrollan las cosas, que el fin de esta crisis tomará todavía decenas de años. Pero negarse trabajar en la viña porque todavía hay mala hierba, con el peligro de que esta asfixie y obstruya la buena, encuentra una curiosa lección bíblica; es Nuestro Señor que nos hace comprender por su parábola de la cizaña que siempre habrá, en una forma u otra, mala hierba a arrancar y combatir en su Iglesia.

Ustedes no pueden saber cómo su actitud en estos últimos meses –muy diferente en cada uno de ustedes- ha sido dura para nosotros. Ella ha impedido al superior general el comunicarles y hacerles partícipes de sus grandes preocupaciones, que gustosamente les hubiera compartido si él no hubiera encontrado una incomprensión tan fuerte y apasionada. Cómo le hubiera gustado poder contar con ustedes, con sus consejos, para apoyarse en este paso tan delicado de nuestra historia. Ha sido una gran prueba, probablemente la más grande de todo su superiorato. Nuestro venerable fundador ha dado a los obispos de la Fraternidad una tarea y unos deberes precisos. Dejó en claro que el principio de unidad en nuestra sociedad es el superior general. Pero desde hace tiempo, ustedes están tratando de imponerle su punto de vista –cada uno a su manera- incluso bajo formas de amenaza y además públicamente. Esta dialéctica entre verdad/ fe por un lado y la autoridad por otro lado, es contraria al espíritu sacerdotal.  Al menos él esperaba que ustedes trataran de entender los argumentos que lo llevaron a actuar como lo hizo estos últimos años de acuerdo con la voluntad de la Divina Providencia.

Estamos rezando por cada uno de ustedes para que estemos todos juntos otra vez  en este combate que está lejos de terminar,  por la mayor gloria de Dios y por amor a nuestra querida Fraternidad.

Que Nuestro Señor resucitado y Nuestra Señora se dignen bendecirlos y protegerlos.

+Bernard Fellay
 Nicklaus Pfluger +
 Alain-Marc Nély +