jueves, 18 de junio de 2020

EL ASEDIO A OCCIDENTE





“Se puede afirmar que la civilización occidental terminará el día en que Estados Unidos y la Iglesia católica se unan a la revolución. Cosa que está a punto de cumplirse: en Estados Unidos, después de 1967-68; y en la Iglesia, después del concilio Vaticano II”.

Thomas Molnar, La Contrarrevolución, 1969.



“La mayor monarquía que existe hoy día es la de los EE.UU. de Norteamérica; y gracias a ella no se ha disuelto ese país enorme”.

Padre Castellani, 1958.


“La cuestión de nuestro tiempo es si Occidente tiene la voluntad de sobrevivir”.

Donald Trump, discurso en Polonia, 6 de julio de 2017.




Apunten contra la monarquía

Cuando el rey Luis XVI vio la multitud arracimarse a las puertas del palacio de Versalles, preguntó: “¿Qué es esto, una revuelta?”. “No, Sire –le contestaron-, es una revolución”.

Creemos que Donald Trump es mucho menos incauto o tímido que aquel desgraciado rey, y está muy enterado de que lo que está ocurriendo ante sus propias narices no es otra cosa que una revolución. Y si se trata de una revolución, se trata, por supuesto, de una revolución comunista.

Claro que Trump –Dios no lo quiera- puede terminar también como el rey francés. No hay que asombrarse de ello.

Trump también sabe que lo que hay en juego es una cuestión que va mucho más allá de los Estados Unidos. Por eso las palabras que pronunció en aquel discurso en Polonia, o en su intervención en la ONU contra el globalismo. La soberanía de los países –lo que queda de ella- está a punto de sufrir su derrota mundial y absoluta a manos del globalismo igualitario, o para decirlo de otra forma, a manos del comunismo.

No parece pura retórica grandilocuente, el aviso de Trump. Ha hecho la pregunta necesaria. ¿Occidente quiere sobrevivir?

Occidente ha apostatado, ha expulsado a Cristo rey de las naciones, ha abrazado el liberalismo corruptor, ¿podía esperarse otra cosa? Hay pocas señales de que quiera sobrevivir. Pero, sin embargo, las hay. No bajemos anticipadamente el telón.

Resulta claro que estamos ante el final de un muy largo proceso de decadencia. Esta civilización enferma de muerte no tiene otra cura milagrosa que la intervención divina.

Pero mientras tanto puede sostenerse lo que queda de aquello que nuestros mayores nos han legado, en una heroica resistencia. “Guarda lo que está a punto de perderse”.

Quizás nunca como ahora podamos decir con fundamento, las palabras de Nicolás Gómez Dávila:

“La civilización es un campamento mal empalizado en medio de tribus insumisas”.

Debemos sostener el campamento hasta el fin.

Desde luego, Estados Unidos no es sinónimo de civilización occidental, sino de decadencia de la civilización occidental, pero debido a su papel preponderante en Occidente es un actor crucial para determinar el curso de los acontecimientos: si se produce el quiebre definitivo que lleve a hundirse al “Titanic”, o todavía falta un poco más de tiempo para su hundimiento. El otro barco es inhundible pero hace agua por todas partes y lo que queda está siendo arrastrado por la corriente del Nuevo Orden Mundial hacia las cataratas: hablamos de la Iglesia católica, copada por sus enemigos.

Trump desea mantener en pie el campamento, ante la acometida de los bárbaros. La izquierda o el “deep state” quiere como sea dominar a los Estados Unidos para hacer de éste el nuevo conquistador del Este, donde aún hay países cristianos que se resisten a arrodillarse ante el Nuevo Orden Mundial del Anticristo: Hungría, Polonia, Rusia. Países éstos acusados de ser “dictatoriales” por el buenísimo de Soros. Desde luego, sus gobiernos han tenido que erigirse a través de la farsa democrática, pero sus gobernantes –especialmente Putin- buscan la manera de conducirse como líderes prescindentes de toda la inútil comedia partidocrática, pues saben que su continuidad es necesaria para el mantenimiento de sus soberanías. Es indudable que Putin es a su manera un zar de los tiempos modernos. ¿Podría Rusia sobrevivir de otra manera?

Si Trump entendiese lo mismo, quizás podría sostenerse. Pero, Estados Unidos no es Rusia, y las argucias legales y los métodos coercitivos allí son más difíciles de aplicar. Estados Unidos nació liberal y democrático. Ese es su pecado original.  Y es eso lo que ha hecho que ahora esté a sus puertas el comunismo. La democracia liberal partitocrática es el medio más eficaz para atraerlo. Eso no falla.

Decía Castellani que monarquía es el gobierno de uno apoyado por la mayoría, que en su mayoría son pobres. En EE.UU. no ha funcionado el parlamentarismo, a la manera europea, con su presidente, primer ministro y demás fantoches. ¿Es entonces Trump un monarca? Sin dudas en la percepción de la izquierda del partido demócrata y de las huestes igualitarias manipuladas por Soros, lo es. Mejor dicho, es un tirano, que ha sido acusado hasta de ser “más peligroso que Hitler” (sic).

Pero Trump ha llegado apoyado (no solo) en la mayoría del pueblo, que se cree demócrata, pero es monárquico. Es la gran contradicción de los useños. Y su gran problema, su ambigüedad, su indefinición. Y allí reside su peligro de disolución, como afirmaba Castellani. Los demócratas izquierdistas quieren acabar con la monarquía, con el liderazgo, porque eso no es “igualitario”, eso es “discriminador”. El Nuevo Orden Mundial igualitario quiere una masa de borregos dominados por un estado mundial impersonal, que se adapte y conforme a todo el mundo, por lo tanto maleable, flexible, un igual indistinguible que en cualquier momento pueda reemplazarse. Se trata de “empoderar” a todos. Ahí tiene el modelo del otro lado de la frontera, en el primer ministro de Canadá, el monigote afeminado llamado Justin Trudeau, permeable a todos los mandatos globalistas de la Sinagoga de Satanás, a quien los medios progresistas tratan de poner como “modelo”, hasta un “gran diario argentino” calificó de “épico” su silencio para comentar unas declaraciones de Trump. Hoy lo épico es callarse cobardemente, arrodillarse ante “Black Lives Matter” o quedarse en casa  mirando Netflix. En fin…

Trump desafía todo este estándar: es blanco, rubio, heterosexual, exitoso, pro-vida, cristiano, y no se arrodilla ante la presión mediática, sino que lo ha llegado a hacer en una iglesia católica, ante las iras del arzobispo modernista local.

Por todo esto Trump es considerado “el enemigo” a batir. Ahora bien, Trump ¿qué posibilidades tiene de vencer en esta batalla? A corto plazo más posibilidades que a largo plazo. Esto es porque Trump es antirrevolucionario, pero no contrarrevolucionario.

A corto plazo, porque tiene maña política y no tendrá escrúpulos a la hora de actuar con energía y violencia (a diferencia del mentado rey de Francia). Los contrarrevolucionarios siempre han tenido reparos a la hora de utilizar algunos recursos propios del enemigo.

Pero no a largo plazo porque el sistema en sí es insostenible, y sólo una reforma profunda podría garantizarle la continuidad. Y para eso hace falta otra mentalidad en una población que está formada (o deformada) por el liberalismo y el progresismo. No sabemos hasta qué punto Trump puede entender esto.

Si Trump, como ha ocurrido con Mons. Viganò, llegase a tal grado de lucidez –que es veramente una conversión, metanoia- quizás no se le ahorraría acabar asesinado, pero la intervención divina podría acelerarse. En la medida que Trump sea más monárquico y menos demócrata, tendrá más chances de resistir. Pero también en la medida en que se acerque más al catolicismo y se aleje más del protestantismo, será capaz de entender la totalidad del combate.




Ya es muy auspicioso que Trump haya elogiado y recomendado leer la excelente carta que le dirigió Mons. Viganò. Recordemos algunos párrafos:

“En los últimos meses hemos sido testigos de la formación de dos bandos opuestos que llamaría bíblicos: los hijos de la luz y los hijos de la oscuridad (…)
Estos dos lados, que tienen una naturaleza Bíblica, siguen la clara separación entre la descendencia de la Mujer y la descendencia de la Serpiente (…)
En la sociedad, señor presidente, estas dos realidades opuestas coexisten como enemigos eternos, así como Dios y Satanás son enemigos eternos. Y parece que los hijos de la oscuridad, a quienes podemos identificar fácilmente con el deep state a quien usted se opone sabiamente y que está librando una guerra feroz contra usted en estos días, ha decidido mostrar sus cartas, por así decirlo, al revelar sus planes. Parecen estar tan seguros de tener todo bajo control que han dejado de lado esa circunspección que hasta ahora había ocultado al menos parcialmente sus verdaderas intenciones (…)
Es necesario que los buenos, los hijos de la luz, se unan y hagan oír sus voces. ¿Qué manera más efectiva hay de hacer esto, señor presidente, que rezando y pidiéndole al Señor que lo proteja a usted, a los Estados Unidos y a toda la humanidad de este enorme ataque del enemigo? Ante el poder de la oración, los engaños de los hijos de las tinieblas colapsarán, se revelarán sus complots, se mostrará su traición, su poder aterrador terminará en nada, saldrá a la luz y quedará expuesto a lo que es: un engaño infernal.”

Los dos campos están claramente trazados. De un lado el comunismo (sin el anticuado símbolo de la hoz y el martillo, pero con todo el poderío de los chinos) cuya agenda no es otra que la del "Manifiesto Comunista" de Carlos Marx y Federico Engels, publicado a principios de 1848, que según Genta “es el programa político del ateísmo sistemático, destinado a destruir la Civilización Cristiana, desde sus cimientos: "todo lo que existe merece perecer" (Engels). Se trata de destruir todo lo que protege al hombre; todo lo que sustenta su ser y promueve el desarrollo de su personalidad: religión, patria, familia, propiedad, jerarquía, Estado. Lo primero será reemplazar a Cristo con la seducción de un mesianismo meramente terrenal y la engañosa promesa de un reino de este mundo para los pobres”. En definitiva, se trata del odio venido directamente de Satanás para imponer una utopía a la espera del nuevo “mesías”.

Del otro campo la defensa de la religión, patria, familia, propiedad, jerarquía, Estado. En definitiva, de la Verdad y el Amor que son los nombres de Dios.

El “Apocalipse Now” demócrata


Mientras tanto, la impresionante maquinaria mediática del periodismo trabaja día y noche para derrocar a Trump, a quien se quiere hacer pasar como una especie de Kurtz de Apocalipse Now, que habría enloquecido, se habría convertido en un dictador amenazante y peligroso, y por ello todas las fuerzas oprimidas y progresistas deben eliminarlo. No es una exageración, las acciones y palabras de sus oponentes son violentas y autoritarias, es decir, son aquello de que acusan a su enemigo. No se trata de oponerse a él, se trata de matarlo. ¿Se repetirá la película? Realmente la realidad siempre supera a la ficción. Por estos días se han visto videos de situaciones escalofriantes, absurdas, delirantes, criminales, en una especie de enloquecimiento colectivo –mejor digamos que se trata de infestación y/o posesión diabólica- que son propias de las grandes revoluciones.

De hecho la Revolución francesa fue muy bien preparada por la llamada “República de las letras”, los “filósofos” o intelectuales y periodistas que inundaron con sus periódicos y panfletos masónicos la sociedad toda, a fin de derrocar el antiguo régimen. Del mismo modo, se trata aquí de la prensa masiva que busca derrocar no a un presidente, sino un país entero para instalar el igualitarismo globalista. El individualismo norteamericano, el heroísmo que se ha visto encarnado en infinidad de películas clásicas, ya no corre. No falta mucho para que derriben todo vestigio de los grandes héroes de antaño como John Wayne, Gary Cooper o James Stewart, símbolos de lo épico y el orgullo nacional. Se trata de la destrucción del hombre en tanto individuo distinto, único y singular, como criatura de Dios. El héroe ya no es el individuo, sino la multitud indiferenciada. El heroísmo individual no es igualitario ni democrático, sino discriminador. ¡Afuera con él! Incluso podemos hacer una analogía con otra película, “Asalto al precinto 13” (John Carpenter, 1976), donde los héroes son un puñado de policías que defienden una comisaria del ataque de unos criminales anónimos que disparan con silenciadores y tornan su situación desesperada. Hoy se haría esa película volviendo a los atacantes los héroes, y a los heroicos resistentes unos malvados supremacistas blancos.

El sistema globalista requiere de hombres pequeños, mediocres, manipulables,  tanto en los puestos de decisión, como en las calles apiñados unos con otros. Un comportamiento condicionado, automatizado, diríase robotizado, es imprescindible para que la gran maquinaria colectivista funcione.

Como decía Jünger: “Una de las notas características y específicas de nuestro tiempo es que en él van unidas las escenas significativas y los actores insignificantes”.

Mismo se entiende bien lo que afirmaba Thomas Molnar: “Mao Tse Tung confesaba a André Malraux que si el partido comunista chino no persiguiese con su acción incesante la nivelación del pueblo chino, las tendencias no igualitarias aparecerían espontáneamente en el cuerpo social producidas por tendencias ancestrales. ¿No es esto reconocer que una comunidad, una vez liberada de la presión ortopédica de un partido, ideología o gobierno, se diferencia en función del talento, el esfuerzo y la habilidad, del azar y de otros factores naturales?”.

No obstante lo cual, si la revuelta social no debe tener rostro que lo lidere, sí debe tener un rostro que lo justifique, en este caso un “mártir”, lo mismo da quien sea, en este caso alguien llamado “George Floyd”.

Es decir, las masas aún sin dejar de ser masas, necesitan un rostro que las identifique. Y un rostro contra el cual combatir. La abstracción no puede ser absoluta, o no lo es hasta que el hombre no se ha terminado de deshumanizar. Para eso hace falta un gobierno como el de China. Y para eso se está utilizando la llamada pandemia del coronavirus, con sus igualitarios barbijos y su distanciamiento social deshumanizantes.
   
Estamos en la época del colectivismo, cuyo ejemplo perfecto lo da China comunista, el gran hormiguero mundial, donde los hombres son esclavos de una élite diabólica. “Hegel –explica Molnar- termina el prefacio de su obra principal, la Fenomenología del espíritu, con la afirmación de que en nuestra época, el “Geist” individual, el espíritu singular, deja a los hombres cada vez más indiferentes, porque las tareas que quedan por hacer no exigen grandes esfuerzos del individuo. “El espíritu universal es lo que se encuentra bien consolidado y exige ser desarrollado y extendido”. O, dicho en otras palabras, la humanidad se ha elevado colectivamente al nivel del Weitgeist o espíritu universal, según Hegel, mientras que para Rousseau la “voluntad general” abarca toda manifestación humana” (La Contrarrevolución, Unión Editorial, Madrid, 1975).

Se trata, por supuesto, del progreso, el cual es inevitable, más allá de nosotros los “retrógrados”. Así hace la crítica de este progreso Maxence Hecquard:

“Si el mundo está en evolución perpetua, si la especie humana tiende a su perfección, es conveniente que el progreso del hombre sea de aquí en más colectivo. Es la sociedad que progresa más que los cuerpos que se transforman. La ley que se aplica a todos, borra las diferencias entre los individuos y permite la libre determinación de la libertad. Por la ley que ella establece y protege, la democracia permite así la paz y asegura el florecimiento de la libertad. De ahí que ella no es otra cosa que la condición del progreso de la especie.
Y es precisamente porque ella es condición del progreso que la democracia deviene obligatoria. Ella se hace imperativo moral, porque el progreso no es facultativo: él constituye el diseño mismo de la naturaleza. El derecho deviene así como una moral real. En verdad la democracia es a partir de ahora la única obligación a respetar”. (Protestantisme et démocratie moderne, Le Sel de la terre n° 100, printemps 2017).

Sin dudas, los chinos creen que ellos tienen una democracia, y en el sentido arriba mencionado, absolutamente igualitario, la tienen. Democracia y tiranía son sinónimos.

Comprobamos que ya hablaba de lo que hoy estamos viendo SS. Benedicto xv, hace exactamente cien años:

“De hecho, el advenimiento de una cierta república universal, que se basa en la igualdad absoluta de los hombres y en la comunión de bienes, y en la que ya no hay distinción de nacionalidad, ha madurado en los votos y expectativas de los más sediciosos. No se reconoce la autoridad del padre sobre los hijos, ni del poder público sobre los ciudadanos, ni de Dios sobre los hombres reunidos en el consorcio civil. Todas las cosas que, de implementarse, darían lugar a tremendas convulsiones sociales, como lo que ahora está desolando una parte no pequeña de Europa. Y precisamente para crear una condición similar de las cosas entre otros pueblos, vemos que la plebe está emocionada por la furia y la insolencia de unos pocos, y aquí y allá los disturbios ocurren repetidamente”.
(Motu proprio Bonum sane, sobre la devoción a San José, 25 de julio de, 1920)

Así que se trata de un combate del “espíritu universal” panteísta que todo lo amalgama, bajo la mirada de la Madre Tierra o Pachamama, indispensable para forjar un Nuevo Orden Mundial mediante un “Green New Deal”, contra el “espíritu católico” que se sostiene en personas singulares, pero que cuentan con millones de aliados en este mundo y en el más allá. Es el espíritu del devenir incesante de la dialéctica hegeliana-marxista, contra el Ser inconmovible que se sostiene en una cruz, capaz de abarcarlo todo. Es el espíritu de esclavitud que bestializa en la mentira, contra el espíritu de libertad que diviniza en la verdad.

En palabras del Padre Castellani, los dos campos están perfectamente definidos:

“No hay que engañarse: en el mundo actual no hay más que dos partidos. El uno, que se puede llamar la Revolución, tiende con fuerza gigantesca a la destrucción de todo el orden antiguo y heredado, para alzar sobre sus ruinas un nuevo mundo paradisíaco y, una torre que llegue al cielo; y por cierto que no carece para esa construcción futura de fórmulas, arbitrios y esquemas mágicos; tiene todos los planos, que son de lo más delicioso del mundo. El otro, que se puede llamar la Tradición, tendido a seguir el consejo del Apokalypsis: «conserva todas las cosas que has recibido, aunque sean cosas humanas y perecederas” (Cristo, ¿vuelve o no vuelve?).

Por todo esto, “Nadar contra la corriente no es necedad si las aguas corren hacia cataratas” (Nicolás Gómez Dávila). Es indispensable luchar contra lo políticamente correcto a todo nivel, pero sobre todo contando con las armas espirituales, que son las decisivas en esta batalla.

Entonces aunque venga la guerra, nos sostendremos, de seguir aún en este mundo, con la fe, la caridad y la esperanza en la promesa de Ntra. Sra. de Fátima, de que tras la consagración de Rusia y su conversión, su Corazón Inmaculado triunfará. El mismo Jesucristo nuestro Salvador nos dejó su gran mensaje del Sagrado Corazón: “Yo reinaré a pesar de mis enemigos y de todos aquellos que se opusieren a ello”.


Ignacio Kilmot