sábado, 15 de julio de 2017

PRAXIS REVOLUCIONARIA Y FSSPX



La FSSPX está atrapada en el engranaje revolucionario de la iglesia conciliar.



Ya decía Mons.  Lefebvre que “el golpe maestro de Satanás” era “difundir los principios revolucionarios introducidos en la Iglesia por la misma autoridad de la Iglesia”. Pero lo que no han llegado a comprender los que se dicen sus discípulos y seguidores en la FSSPX, es la manera de actuar de los revolucionarios, para hacer participar gradualmente de esos mismos principios a quienes en la teoría son sus opositores. Decía Jean Ousset (citado en un artículo de nuestro blog): “Para conducirnos al ateísmo, el comunismo no exige creer en tales o cuales argumentos abstractos, exige participar en su acción, lo que, en la práctica, es mucho más eficaz. ¡Y cuántos caen en la trampa, con el pretexto de que no se les pide renegar explícitamente de su fe!” (“Marxismo y Revolución”, Cruz y Fierro Editores, Bs. As. 1977).

En efecto, “el fin de la técnica revolucionaria –explica Luce Quenette, en “Révolution et Contre-révolution”, Lettre de la Péraudière, 2011- no es de convencer, sino de hacer aceptar la regla del juego, es decir el medio. El contenido de la discusión, el sujeto que se tratará en la reunión a la cual se os ha invitado, es superfluo (Courrier de Rome, n° 47). No es el fondo lo que importa, es la forma que se le va a dar delante de Usted, lo que quieren que acepte por vuestra sola presencia, lo mismo si Usted no dice una sola palabra. Las ideas no importan más, sino el mecanismo de la máquina”.

Maestro consumado de esta praxis revolucionaria, Francisco no deja de decir que la teología lo tiene sin cuidado, para afirmar de diversas maneras y sobre todo con miles de gestos que lo que importa es “caminar juntos”, “dialogar”, “tender puentes y no erigir muros”, practicar la “cultura del encuentro”, etc. “Se asiste hoy al último asalto del ultra-modernismo respecto al tradicionalismo – dice don Curzio Nitoglia- para que, mediante la trampa del “dialogo”, lleguen a la coexistencia después de haber aceptado imprudentemente y casi inadvertidamente un cambio teológico apresurado y temerario. Principalmente, el papa Bergoglio está llevando adelante una guerra psicológica más o menos oculta respecto a los tradicionalistas, la cual apunta no a destruir sino a debilitar, poco a poco, su resistencia a los errores modernistas (1900-1950), neo-modernistas (1950-2013) y ultra modernistas (2013-2016)”.

Francisco actúa como un gran Reformador (así incluso lo llama la prensa y se titula un libro), y al respecto bien vale esta caracterización, que hace Maritain de Lutero en su libro “Tres Reformadores”, en el capítulo “Lutero o el advenimiento del Yo” (citado por J. Ousset en su obra ya mencionada): “Hay un rasgo asombroso de la fisonomía de Lutero. Lutero es un hombre entera y sistemáticamente dominado por sus facultades afectivas y apetitivas; es un Voluntario puro caracterizado ante todo por la potencia en la acción”. (…) Esta actitud del alma debía estar naturalmente acompañada de un profundo antiintelectualismo, favorecido además por la formación occamista y nominalista que Lutero había recibido en filosofía”. ¿Sorprende entonces el pragmatismo hábil, el utilitarismo astuto de Bergoglio? ¿No es acaso Bergoglio quien se ha animado a meter a Lutero dentro del Vaticano, cuando llevó su estatua y reivindicó la figura del heresiarca?




La FSSPX entró de lleno, a partir de los llamados “diálogos doctrinales”, en la trampa revolucionaria de los modernistas, que no interesándose en absoluto en esclarecer su doctrina y aún menos ponerla en cuestión, vieron con satisfacción que los representantes de la FSSPX se sentaran a la misma mesa para “dialogar”. Tras las sesiones de diálogos doctrinales entre los teólogos modernistas romanos y los teólogos de la Fraternidad, que resultaron previsiblemente un fracaso, la Fraternidad continuó sentándose a dialogar, esta vez a propósito de beneficios canónicos, favores, reconocimientos y demás temas que en verdad para Roma no contaban demasiado porque, para ellos, lo importante era que la FSSPX continuara dialogando. Mons. Fellay afirma muy alegre que ahora se puede discutir el concilio, que es una cuestión abierta, etc. Sabemos muy bien que para los modernistas romanos el Vaticano II es incuestionable y marca su hoja de ruta. Pero la táctica revolucionaria es la de entrar en “discusión” (el diálogo es acción, praxis), sabiendo que, como ocurrió antes, esas discusiones no conducirán a otra cosa sino a debilitar más a la FSSPX, debido a los contactos permanentes con los modernistas. “En esa reunión –sigue diciendo Luce Quenette- a la cual el vicario os invita con tanta gentileza e insistencia, se os va a demandar vuestra opinión, a Usted “integrista”, de igual modo que se le pide al progresista, al ateo, al comunista también invitados. Acepte usted, y es todo, usted está dentro del engranaje”.

La enseñanza antiliberal que pudo darse en la Fraternidad, el examen pormenorizado y exhaustivo de los documentos del Vaticano II, no tuvo como correlativa enseñanza el conocimiento del combate contrarrevolucionario, indispensable para entender qué es la revolución y cómo actúan sus agentes. La FSSPX ya es parte del engranaje revolucionario conciliar, pues no sólo aceptó participar de la “técnica revolucionaria” sino que también aceptó todo aquello que “generosamente” Roma le dio para atraerla aún más a su yugo sutil. La única solución que le queda es cortar con la máquina, romper el trato con los revolucionarios, afirmando lo que al final de su vida Mons. Lefebvre, cuando comprendió perfectamente con quiénes estaba tratando: ¿Quieren tener contacto con nosotros? Acepten las encíclicas antliberales, rechacen el modernismo. En otras palabras: conviértanse. Pero esto ya no es posible, pues los jerarcas de la congregación no han comprendido en absoluto la naturaleza de este combate y están imbuidos de la conducta típicamente liberal que los lleva a la contradicción y el doble lenguaje permanente. Eso es producto de, como Eva, haber hablado con la serpiente, cuando debió haberse mantenido alejada para no caer en la tramposa seducción revolucionaria.