sábado, 6 de mayo de 2017

SOBRE DISCUSIONES Y CONVERSACIONES CON LOS MODERNISTAS






Desde la actuación del GREC allá por 1997, y aproximadamente desde el año 2000 en la Fraternidad, se iniciaron diferentes encuentros, más o menos formales, más o menos discretos, con mayor asiduidad a medida que nos acercamos a nuestro tiempo, entre las autoridades de la Fraternidad San Pio X y las autoridades modernistas de la Iglesia oficial. Siempre en la boca de las autoridades de la Fraternidad se sostuvo que se buscaba la conversión de los liberales y modernistas romanos. Ahora nos recordamos de un sermón muy combativo (sí, palabras bien duras, pero luego dejadas de lado en la acción) de Mons. Tissier de Mallerais, que sin embargo, afirmaba también que la apostasía y herejía de los romanos, “no impide a la Fraternidad San Pío X de encontrarse con prelados u obispos conciliares para ayudarlos a convertirse a la Tradición. Nosotros continuamos de intentar de convertirlos a la Tradición. Por reuniones privadas con los prelados o los obispos. ¿Qué hacemos nosotros hoy? Nosotros intentamos de ayudarles a convertirse a la Tradición (Sermón de Mons. Tissier de Mallerais, 1° de enero de 2015, capilla de la FSSPX en Chicago).

Tras casi veinte años de “reuniones privadas con prelados u obispos conciliares”, nos gustaría que nos presentasen a aquellos sacerdotes, obispos o cardenales que se han convertido a la Tradición, porque nosotros no los conocemos. Más bien estamos asistiendo a lo contrario: los fraternitarios se están convirtiendo al liberalismo y pluralismo conciliar, sin siquiera advertirlo. Esta “des-conversión” de los neo-fraternitarios los está llevando a caer en la trampa del acuerdo con Roma. Ese estado de ilusión o autoengaño –muy probablemente fruto de la soberbia y la imprudencia que llevaron a desechar las enseñanzas de Mons. Lefebvre- nos hace pensar en unas sabias palabras de San Agustín, que bajo el título AGUDEZA DE LOS PELAGIANOS. CON ELLOS MÁS SE HA DE LOGRAR ORANDO QUE DISCUTIENDO, dicen así:

A los hombres soberbios no les entra esto; más poderoso es el Señor para persuadirlos como El lo sabe. Nosotros tenemos mayor propensión a indagar el modo de refutar las objeciones que se hacen a nuestro error que a buscar los medios saludables para no errar. Por lo cual, mejor que disputando con estos herejes, hemos de trabajar orando por ellos y por nosotros” (De la naturaleza y de la gracia, Cap.XXV.)

Allá por el año 1993, los Padres Dominicos de Avrillé enviaron al cardenal Ratzinger un ejemplar del n° 6 de su revista Le Sel de la terre - surgida bajo el patronazgo de Santo Tomás de Aquino y a partir del consejo y el espíritu de Mons. Lefebvre, para continuar su combate contra los errores propagados por la iglesia conciliar y defender la verdad y ortodoxia católicas-, proponiéndole al cardenal Ratzinger, encargado de la “defensa de la fe”, de continuar recibiendo la revista si lo deseaba (desde luego, a los fines de ser instruido en la buena doctrina católica tradicional). Como respuesta, por una carta de la Pontificia Comisión “Ecclesia Dei”, (del 14 de diciembre de 1993), los Dominicos fueron invitados a ir a Roma, “para ver y oír qué pensamos verdaderamente en Roma, sin prestar oído a lo que dicen otros”, según decía en la misiva Mons. Camille Perl.


El 28 de diciembre de 1993, los Dominicos enviaron su respuesta, firmada por el P. Pierre-Marie, secretario de Le Sel de la terre:

“Usted nos propone ir a Roma, pero Usted comprende que antes de aceptar una tal invitación, nosotros debemos preguntarle: ¿a qué Roma? ¿Es “a la Roma católica, guardiana de la fe y de las tradiciones necesarias al mantenimiento de esta fe, a la Roma eterna maestra de sabiduría y de verdad” (1)? ¿O bien es a la “Roma de tendencia neo-modernista y neo-protestante que se ha manifestado claramente en el concilio Vaticano II y después del concilio en todas las reformas que de él salieron” (2)? También nosotros esperamos tener una expresión clara de vuestro pensamiento sobre los puntos mencionados antes de ir a verlo.
Otros han aceptado una invitación como la vuestra. Los artículos del P. Mura, y especialmente aquel aparecido en el n° 5 de Le Sel de la terre [sobre las consagraciones episcopales de 1988, ndb], muestran en lo que ellos se han convertido. Ellos pensaban antes como nosotros, es decir, como la Iglesia ha pensado durante 2000 años. Ahora ellos han cambiado, sin dar explicaciones válidas a sus cambios.
Nosotros no somos favorables al falso ecumenismo, es decir, a una armonía de fachada que deja de lado los problemas doctrinales, los cuales son en realidad las cuestiones esenciales. Hay que comenzar por tratar esas cuestiones antes que todas las otras.
Deseando que este año 1994 sea el año del retorno de “Roma” a la Tradición, le rogamos de creer, Monseñor, en nuestras oraciones fervientes al Niño Jesús.
(cfr. Le Sel de la terre n°8, primavera 1994).

1-Declaración de Mons. Lefebvre de 21 de noviembre de 1974.
2-Idem.


¡Ah, si la Fraternidad hubiese sabido dar esta clase de respuestas, si hubiese tenido esta actitud prudente y varonil ante los modernistas de Roma, cuántos inconvenientes se habría evitado, y cómo aún seguiría el camino recto del buen combate, sin desviarse a uno u otro lado, manteniendo la línea trazada por Mons. Lefebvre, como hacen actualmente los Dominicos! Pero, ¡ay!, la Fraternidad en sus líneas superiores cayó víctima de una gran ilusión respecto de sí misma (este es un tema que urge estudiar, siguiendo especialmente las sabias conferencias del P. Faber al respecto), lo cual la llevó a crearse una ilusión respecto de sus enemigos. Como dijo el masón Bemjamín Franklin: “La gente cree fácilmente en lo que desea”. La Fraternidad deseó ser “reconocida” y así creyó fácilmente que los modernistas romanos querían verdaderamente "reconocerla", es decir, “favorecerla”. Ya no más deseo de la cruz, ya no deseo del martirio, de la imitación de Jesucristo. Lo que la Fraternidad tanto ha deseado, el “reconocimiento”, le será dado. Pero, es de advertir: el diablo siempre paga mal. Los modernistas sabrán aplicar eficazmente esta máxima del destructor Juan Jacobo Rousseau: “El derecho de la guerra es matar al vencido”.