Esta fiesta puede parecer un anacronismo sin sentido, porque es
verdad que Cristo es Rey, pero también
es verdad que Cristo ha sido destronado.
N. Señor debe reinar sobre almas,
familias y Estados, pero los hombres
le han dicho no queremos que éste reine sobre nosotros, como los malos súbditos
de la parábola de las minas. Los liberales han destronado a Cristo.
El Papa León XIII dijo: es
incalculable el número de almas que se condenan a causa de las condiciones que
los principios del Derecho liberal imponen a los pueblos. Estas
palabras fueron dichas a fines del s. XIX. ¿Qué pensar del
siglo XX? Y ni hablar de nuestro siglo.
Esta fiesta fue instituida por Pío XI en 1925, en plena lucha entre la Iglesia y la masonería, esa
maldita bestia promotora del liberalismo.
Y el satánico liberalismo triunfó con el Concilio Vaticano II, en el que la
jerarquía se rindió a los falsos principios liberales, los hizo suyos, y los
enseña desde entonces en el Nombre de Cristo. Los pastores se convierten en
lobos: la Jerarquía liberal de la Iglesia enseña la mentira en Nombre de la
Verdad que es N. S. Jesucristo. Los Papas, desde Juan XIII en adelante, los
Obispos y los Sacerdotes, se hacen envenenadores de las almas.
Algunas de esas mentiras
masónico-diabólicas, algunos de esos falsos principios son: la separación de
Iglesia y Estado, la libertad religiosa, el democratismo y la soberanía popular,
la doctrina de los llamados “derechos humanos”. Todas estas falaces doctrinas
nacieron en el secreto de las oscuras logias y ahora son difundidas no sólo
desde las tribunas de los políticos, sino también desde todos los púlpitos y
desde la misma sede de Pedro.
Por eso, ante la evidencia de la
victoria del liberalismo sobre los derechos reales de Cristo, podemos
preguntarnos si vale la pena seguir hablando de la realeza social de N. S.
Jesucristo. La respuesta, junto con la explicación de la actual derrota, pueden
ser encontradas en la Sagrada Escritura ,
especialmente en el salmo 2:
¿Por qué se amotinan las gentes -dice el salmo- y
las naciones traman planes vanos? Esto se cumple hoy al pie de la letra
y más claramente que nunca. El instigador de esta rebelión es el diablo, de
quien dice el Espíritu Santo en Jeremías: desde los siglos quebraste mi yugo, rompiste
mi cadena y dijiste: no te serviré. Non serviam. No te serviré, sino que seré libre. Esta idea diabólica de
libertad como independencia de Dios es
la esencia del liberalismo. Dice Santo Tomás de Aquino que el diablo intenta desde el principio apartar al hombre de la obediencia
a Dios, bajo el pretexto de la libertad (ST III c. 8 a. 7), pero no es sino hasta el siglo XIX que
el demonio logra inspirar a la humanidad un sistema de pensamiento que exalta
la libertad hasta el grado de ponerla en el lugar de Dios. Eso es el
liberalismo: la idolatría de la diosa libertad. Se amotinan las gentes: vivimos en un motín permanente, en “estado
de revolución”. La Revolución Francesa, la violenta demolición del antiguo
orden cristiano y su sustitución por el orden -o, mejor dicho, desorden-
liberal, comenzó en 1789, pero no ha terminado. El Card. Ratzinger dijo, en
cierta ocasión, que el concilio Vaticano II “fue un 1789 en la Iglesia”.
Sigue el salmo diciendo: Se
alzan los reyes de la tierra y los príncipes se confabulan unidos contra Dios y
contra su Ungido, esto es, contra Cristo, pues Cristo significa ungido.
Todos los poderosos del mundo, liberales de izquierdas y de derechas; los
Caifás, los Herodes, y los Pilatos de todos los tiempos y del presente: por
sobre sus diferencias, los une la común oposición a Cristo: todos son
liberales.
Siguiente versículo: Rompamos
sus ataduras y arrojemos de nosotros su yugo. ¡Fuera ataduras, fuera
yugos! ¡Libertad! ¡Libertad! Grito de guerra éste que les enseña su padre el
demonio. Los sediciosos o revolucionarios, los sodomitas y, en general, los
grandes criminales, son llamados “hijos del diablo” en la Biblia. Rompamos sus ataduras: los vínculos de
la fe y de la caridad. Arrojemos de
nosotros su yugo: la moral verdadera, los deberes del cristiano y la misma
Cruz de Cristo (“porque mi yugo es suave
y mi carga ligera”). Sin embargo, estas ataduras y este yugo son lo que nos
une a Dios y salva nuestras almas.
Pero Dios se ríe, se burla de ellos. A su tiempo les
hablará en su ira, continúa el salmo. Debemos tener ánimo, porque aunque reconocemos la derrota actual y pasajera de los derechos soberanos de Cristo,
también tenemos certeza absoluta -causada por la fe divina- en cuanto a la
victoria final y total de Cristo sobre todos sus enemigos.
Termina el salmo diciendo: Bienaventurados
todos los que se refugian en Él. Estas palabras señalan cuál debe ser
nuestra actitud: ningún olvido de los derechos que Cristo tiene como Rey de
todo y de todos; ninguna transacción o acuerdo traidor con el enemigo: el
demonio y su liberalismo, sino resistir contra todo y contra todos refugiándonos
en la fe verdadera y en las verdades de siempre, manteniéndonos firmes e intransigentes en nuestro
puesto de combate en esta guerra, aunque el territorio esté arrasado y copado
por el enemigo; para lo cual, ante todo, debemos procurar que Cristo reine allí
donde está en nuestras manos hacer que reine y no sea destronado jamás: en
nuestras almas. Someternos totalmente a Dios, obedecer siempre a su voluntad: eso
es ser antiliberal convencido y militante; católico cabal, resuelto y
combatiente. Si no hacemos esto, hay una mentira en nosotros, una cierta hipocresía,
y terminaremos más o menos liberales.
Y para que Cristo reine en nuestras
almas, estimados fieles, debemos recurrir a 3 medios principales: cumplir los mandamientos, frecuentar los sacramentos y orar, y en particular rezar el santo Rosario, porque Nuestra Señora
ha prometido en Fátima: al final, mi Corazón Inmaculado triunfará.
Y cuando triunfe el Corazón de nuestra Madre, triunfará el Corazón sacratísimo
del Rey nuestro y de todos y de todo, el Corazón de Nuestro Señor Jesucristo.