LA TRAICIÓN DE MONS. FELLAY CADA VEZ MÁS AL DESCUBIERTO
Esta
declaración, por lo tanto, es profundamente ambigua y peca por omisión contra
la denuncia clara y nítida de los principales errores que proliferan en el
interior de la Iglesia y que destruyen la fe de los fieles. Esta declaración,
tal cual se presenta, deja suponer que nosotros aceptaríamos el presupuesto de
la hermenéutica de la continuidad. Tal documento, principio de un acuerdo,
volvería a este equívoco desde el comienzo y favorecería todas las desviaciones
subsecuentes.
P.
de Jorna
CRÍTICA DE LA DECLARACIÓN DE
MONS. FELLAY POR EL PADRE DE JORNA
El documento que vamos a leer ha sido distribuido a todos los miembros del Capítulo de julio de 2012.
Su exposición no provocó ninguna
objeción de ningún miembro.
El Padre de Jorna [Nota del Blog: este Sacerdote es director del Seminario
de Ecône y uno de los mejores teólogos de la FSSPX] demuestra aquí que la Declaración de
Monseñor Fellay no es otra cosa que “la hermenéutica de la continuidad” de
Benedicto XVI.
Además, este
documento manifiesta dos cosas: La
podredumbre intelectual de Monseñor Fellay, retomando una expresión del Padre
de La Rocque, al mismo tiempo que su deshonestidad, como nos fue revelado por
el Padre Faure, testigo de los hechos:
Después de la exposición del
Padre de Jorna, el Padre Pagliarani se levantó (probablemente de acuerdo con la
Casa General) y rompió el silencio favoreciendo a Monseñor Fellay en estos
términos: “¡Queridos cofrades! No vamos a infligir una bofetada a
nuestro superior exigiéndole una retractación, esta se hará de forma implícita
en la Declaración final del Capítulo”. Después se pasó a otro
tema… el asunto estaba cerrado.
Acababan de manipular el Capítulo.
La Casa General acababa de engañar a los capitulares haciéndoles creer que la
Declaración había sido retirada con una desaprobación implícita de su autor.
Monseñor Tissier fue engañado como los otros. En una carta del 29 de marzo de
2013, cuenta que él “había concluido tácitamente que no
había por qué insistir sobre este asunto, visto que era evidente que
el Superior General lamentaba su paso en falso y estaba
resuelto a no volverlo a hacer” (B.O. n° 251, anexo a la carta
circular n° 2013-04).
Los capitulares creyeron
entonces, en razón del silencio de la Casa General, que Monseñor Fellay había
comprendido la malicia intrínseca de su Declaración y que reprobaba tácitamente
su forma de pensar. Pero no fue así. Desde entonces, Monseñor Fellay no ha dejado
de asumir el contenido de su declaración sediciosa. Para hacerlo, tuvo que
abusar del juramento de los capitulares. Monseñor Fellay pensó que, como los
miembros juraron guardar silencio, nadie se atrevería a contradecir la versión
oficial de la Casa General que es mentirosa y profundamente deshonesta.
En efecto, este discurso
oficial presenta la Declaración doctrinal como “un texto minimalista que
pudo causar confusión entre nosotros” (Monseñor Fellay, Cor Unum 102).
Un “texto suficientemente claro” (Monseñor
Fellay, Ecône, 7 de septiembre de 2012). Una Declaración doctrinal donde“toda
ambigüedad estaba descartada en cuanto a nuestro juicio sobre el
concilio, comprendiendo la famosa hermenéutica de la continuidad”. Una
Declaración “que no fue comprendida por algunos miembros
eminentes de la Fraternidad, que vieron una ambigüedad, una adhesión a la
tesis de la hermenéutica de la continuidad” (Monseñor Fellay, Cor Unum
104, “Nota sobre la declaración doctrinal del 15 de abril de 2012”).
Si Monseñor Fellay juzgó su
texto como no ambiguo, ¿por qué no combatió la exposición del Padre Jorna? ¿Por
qué, durante el Capítulo, no ayudó a losmiembros eminentes de la Fraternidad a
comprender bien su Declaración? ¿Por qué dejó que el Padre Pagliarani tomara su
defensa para evitarle una“bofetada”, prefiriendo una
retractación implícita, pues él dijo oficialmente que su Declaración era
irreprochable como la de Monseñor Lefebvre?
El hecho que Monseñor Fellay
no se atreviera a defender su Declaración ante el Capítulo, muestra no
solamente que él la sabía indefendible sino también que no quería cambiar de
forma de pensar. Cuando se reconoce tácitamente haber dado un mal
paso, ¡no se acusa a los otros en el Boletín oficial! ¡Cuando uno
reconoce haberse equivocado, no pretende haber sido engañado por Roma e
incomprendido por eminentes cofrades! Tampoco pretende en una
conferencia que este texto era “extremadamente delicado”, y que él
“no tenía la unanimidad en la Fraternidad”, “así que le dije a Roma: lo
retiro, no sirve de nada si no ha sido comprendido entre nosotros, pues, porque
probablemente era demasiado sutil, bueno, tanto peor, lo
retiramos” (Monseñor Fellay, Lille, 7 de mayo de 2013); no
pretende “que era demasiado sutil y no suficientemente claro tal
cual fue escrito”( Mons Fellay – Family Catholic News, oct 2013 en Kansas City) »
¿Qué pensar de tales
declaraciones y de tal manera de actuar? ¿Qué pensar de un hombre que es capaz
de decir: “los indicios son suficientemente variados y numerosos para
que podamos afirmar que este nuevo movimiento de reforma o de restauración es
muy real (en la iglesia). (Carta a los amigos y benefactores n°76, 7
de mayo de 2010); y decir después: La situación de la Iglesia es una
verdadera catástrofe” (Angelus, Kansas City, octubre de 2013)? ¿Qué
pensar de un hombre que juzga que “en sus sermones, vemos que Francisco
tiene la fe… no vemos todavía aplicación concreta, pero los sermones no están
mal… vemos que tiene la fe…” (Lille, 7 de mayo de 2013) pero que por
respuesta de Francisco concluye: “no es verdaderamente
católico!... ¡Nos enfrentamos con un verdadero modernista” (Angelus,
Kansas City, octubre de 2013)?
¡Francisco es un
verdadero modernista que tiene la fe! ¿Sutil,
muy sutil o demasiado sutil? ¿Deshonestidad voluntaria o ceguera
intelectual? ¿Traición consciente o agitación de un hombre incapaz de gobernar
una sociedad antiliberal en un mundo envenenado de liberalismo?
Ahora el
texto del Padre de Jorna:
Crítica
de la declaración doctrinal del 15 de abril de 2012
II. Habría que hacer distinciones absolutamente
necesarias sobre el magisterio. Nosotros aceptamos todo el magisterio de la
Iglesia hasta el Vaticano II. Pero después hay un nuevo magisterio, y una buena
parte de éste es opuesto al magisterio anterior. No podemos declarar que
aceptamos este nuevo magisterio como magisterio de la Iglesia. “O bien
estamos con sus predecesores que han proclamado la verdad de siempre, que están
en concordancia con la Iglesia desde los Apóstoles hasta Pío XII. O estamos con
el concilio y entonces estamos en contra de los predecesores de los Papas
actuales. Hay que escoger, hay una elección que hacer. Es evidente que la
Tradición se encuentra con los 250 papas que han precedido al papa Juan XXIII y
al concilio Vaticano II. Está claro. O entonces la Iglesia siempre se ha
equivocado. He aquí la situación en la cual nos encontramos. Hay que ser
firmes, claros, decididos y no dudar” (Monseñor Lefebvre, 14 de
mayo de 1989 en Vue de haut n° 13, pág. 70). Esta distinción es tan importante
que Benedicto XVI declaró su intención: “Los problemas a tratar ahora
son esencialmente de naturaleza doctrinal, en particular aquellos que
conciernen la aceptación del Vaticano II y el magisterio posconciliar de los
papas… No se puede congelar la autoridad del magisterio de la Iglesia en 1962 y
eso debe estar claro para la Fraternidad” (10 de marzo de 2009,
en DC 2421, pág. 319-320). Por otra parte la profesión de fe de 1989 siempre
fue rechazada por nuestro Fundador porque impone la adhesión al Vaticano II.
III,
1. Nosotros no podemos aceptar
la doctrina de LG III. Incluso comprendida a la luz de la Nota prævia, el n° 22
de LG conserva toda su ambigüedad porque da a entender que hay en la Iglesia un
doble sujeto del primado y abre así la puerta a la negación de la enseñanza del
Vaticano I (DS 3054). Monseñor Lefebvre insistió sobre este error con ocasión
de la publicación del nuevo código de 1983 (14 de mayo de 1989, Vue de haut n°
13 pág. 69-70) Este § III, 1 no evita una gran ambigüedad en el hecho que
declara aceptar a la vez la enseñanza del Vaticano I sobre el primado del Papa
y la del del Vaticano II sobre la colegialidad, entonces es por lo menos
seriamente discutible que esto sea posible. Y la santa sede no dejará de ver la
posibilidad e incluso el deber de interpretar el Vaticano I en función del
Vaticano II. Monseñor Lefebvre jamás hubiera firmado las afirmaciones
contenidas en este número. En el protocolo de 1988 no encontramos ninguna
alusión al cap. II de LG.
III,
2 y 3. La tradición
puede entenderse en tres sentidos (el sujeto, el acto y el objeto) y los
modernos juegan con la ambigüedad de esta pluralidad de sentidos. Solamente la
tradición en el sentido del sujeto y del acto puede ser llamada viviente, no la
Tradición en el sentido del objeto. Esta es inmutable en su significado. Más
hubiera valido retomar las expresiones de nuestras discusiones doctrinales y no
hablar más que de la Tradición constante. El juramento anti modernista (DS
3548-3549) rechaza claramente la falsa noción de la nueva tradición viviente
evocando “la verdad absoluta e inmutable” de la Tradición
divina. Estas aclaraciones son todavía más importantes pues Benedicto XVI desarrolla
una idea falsa de la Tradición en el sentido evolucionista. Por otra parte,
decir que “la Iglesia perpetúa y transmite todo lo que ella es y todo
lo que ella cree” no carece de ambigüedad. Por una parte porque para
Benedicto XVI y el Vaticano II, el sujeto fundamental que transmite la
Tradición es la Iglesia en el sentido de Pueblo de Dios completo, sujeto vivo
que camina a través de la historia; por otra parte porque el magisterio de la
Iglesia no transmita lo que la Iglesia es y cree, sino que transmite,
conserva y defiende el depósito objetivo de la fe, recibido de Cristo por los
Apóstoles, el conjunto de verdades reveladas por Dios, conservando siempre el
mismo sentido. Para Benedicto XVI, la Iglesia pueblo de Dios transmite su
creencia y hay que entender por eso una experiencia en el sentido inmanentista.
Más valdría decir que el magisterio de la Iglesia enseña con autoridad, en el
nombre de Dios, el significado definitivo e inmutable de la verdad revelada,
recurriendo a expresiones normativas que son los dogmas. Nosotros, (Mons.
Fellay…) no podemos decir sin más precisión que el Vaticano II aclara,
profundiza y explica ciertos aspectos de la vida y de la doctrina de la
Iglesia. Porque en el espíritu de Benedicto XVI, el Vaticano II ha querido redefinir
la relación entre la fe de la Iglesia y ciertos elementos esenciales del
pensamiento moderno. Esto ha conducido a contradecir o cuestionar la enseñanza
constante de la Tradición católica sobre algunos puntos esenciales. La libertad
religiosa está en contradicción con la Tradición. El ecumenismo y la
colegialidad están también en ruptura con la Tradición. Recordemos lo que dijo
Monseñor Lefebvre en 1978:« Nosotros profesamos la fe católica íntegra
y totalmente… Nosotros rechazamos y anatemizamos todo lo que ha sido rechazado
y anatemizado por la Iglesia… En la medida que los textos del concilio Vaticano
II y las reformas posconciliares se opongan a la doctrina expuesta por estos
Papas anteriores al Vaticano II, y dejan libre curso a los errores que ellos
han condenado, que nosotros nos sentimos en conciencia obligados a tener graves
reservas sobre esos textos y sobre estas reformas ». (en
Itinéraires n° 233, mayo 19 pág. 108-109). Hay que repetir lo que nuestro
Fundador repitió siempre: “decir que vemos, que juzgamos los documentos
del concilio a la luz de la Tradición, eso significa evidentemente que
rechazamos aquellos que son contrarios a la Tradición, que interpretamos
según la Tradición los que son ambiguos y que aceptamos los que son conformes a
la Tradición” (en Vue de haut n. 13, p. 57). Precisiones
que son tanto más necesarias pues las autoridades romanas juegan con la palabra
tradición. “En el pensamiento del Santo Padre y en el pensamiento del
Cardenal Ratzinger, si he comprendido bien, habría que llegar a integrar los
decretos del concilio en la Tradición, arreglarse para hacerlos entrar a
cualquier precio. Es una empresa imposible”. (en Vue de haut, n. 13,
p. 57). Nosotros no podemos dejar suponer que sería posible y necesario
conciliar el Vaticano II y la Tradición; nosotros perderíamos la libertad de
denunciar los errores y estaríamos metidos en la jaula de oro de los “espacios
de libertad teológica” de los cuales habla Monseñor Ocariz.
/
III, 7.No podemos
conformarnos con afirmar que el NOM es válido. La nueva misa es mala en sí
misma. Ella representa una ocasión de pecado de infidelidad. Este es el por qué
ella no puede constituir materia de obligación para santificar el domingo. En
el tiempo en que Roma reconoce los dos ritos, es necesario recordar: “respecto
a la nueva misa, destruyamos inmediatamente esta idea absurda: si la nueva misa
es válida, se puede participar en ella. La Iglesia siempre ha prohibido asistir
a las misas de los cismáticos y herejes, aunque sean válidas. Es evidente que
no se puede participar en misas sacrílegas, ni en las misas que ponen nuestra
fe en peligro” (en Troadec, Clovis 2005 p. 391).
/
III, 8. Nosotros
siempre hemos rechazado el nuevo código de 1983. “Está imbuido de ecumenismo
y personalismo, él peca gravemente contra la finalidad misma de la ley” (Mons.
Lefebvre, Ordenanzas de la FSSPX p. 4). Además, este nuevo código es el
vehículo del espíritu de la nueva eclesiología, democrática y colegialista.
Conclusión. Esta declaración, por lo tanto, es
profundamente ambigua y peca por omisión contra la denuncia clara y nítida de
los principales errores que proliferan en el interior de la Iglesia y que
destruyen la fe de los fieles. Esta declaración, tal cual se presenta, deja
suponer que nosotros aceptaríamos el presupuesto de la hermenéutica de la
continuidad. Tal documento, principio de un acuerdo, volvería a este equívoco
desde el comienzo y favorecería todas las desviaciones subsecuentes.