“¿Quién
es el mentiroso sino el que niega que Jesús es el Cristo? Ese es el Anticristo
que niega al Padre y al Hijo. Quien quiera niega al Hijo tampoco tiene al
Padre; quien confiesa al Hijo tiene también al Padre”.
I
San Juan, II, 22-23.
“Todo
el que va más adelante y no permanece en la enseñanza de Cristo, no tiene a
Dios; el que permanece en la doctrina, ése tiene al Padre, y también al Hijo.
Si viene alguno a vosotros, y no trae esta doctrina, no le recibáis en casa, ni
le saludéis. Porque quien le saluda
participa en sus malas obras”.
II
San Juan 9-11.
La
portada de la última edición del periódico del Vaticano L’Osservatore Romano está encabezada por un título muy
significativo, el cual parece ser la preocupación central o el tema por
excelencia al que reiteradamente se ha referido Francisco: “POR UN MUNDO SIN
ANTISEMITISMO”. Una consigna que sin duda podría ser sostenida –con todo
derecho- por el Rabino mayor de Roma, por ejemplo, y que sin embargo es, desde
el Vaticano II, un tema insoslayable e “irrevocable” en el nuevo magisterio de
la iglesia conciliar.
El
mismo día en que hacía estas declaraciones ante una delegación de la comunidad
judía de Roma, Francisco daba su habitual sermón en la misa en Santa Marta,
diciendo entre otras cosas:
“Volviendo al
Evangelio, el Papa observó que Jesús nos ofrece algunos criterios para entender
esta presencia y reaccionar. “¿Cómo ir por nuestro camino cristiano cuando
existen las tentaciones? ¿Cuándo entra el diablo para turbarnos?”, se preguntó.
El primero de los criterios sugeridos por el pasaje evangélico “es que no se
puede obtener la victoria de Jesús sobre el mal, sobre el diablo, a medias”.
Para explicarlo, el Santo Padre citó las palabras de Jesús referidas por Lucas:
“El que no está conmigo, está contra mí; el que no recoge conmigo, desparrama”.
Y refiriéndose a la acción de Jesús respecto a los poseídos por el diablo, dijo
que se trata sólo de una pequeña parte “de lo que vino a hacer por toda la
humanidad”: destruir la obra del diablo para liberarnos de su esclavitud.
No
se puede seguir creyendo que sea una exageración: “O estás con Jesús o estás
contra Jesús. Y sobre este punto no hay matices. Hay una lucha, una lucha en la
que está en juego la salvación eterna de todos nosotros”. Y no hay alternativas, aunque a veces oigamos “algunas propuestas
pastorales” que parecen más acomodadoras. “¡No! O estás con Jesús -repitió el
Obispo de Roma- o estás en contra. Esto es así. Y éste es uno de los
criterios”.
Entonces,
dice Francisco:
“No se puede seguir
creyendo que sea una exageración: “O estás con Jesús o estás contra Jesús. Y
sobre este punto no hay matices”.
Bien,
Francisco, y los judíos, ¿están con Jesús o contra Jesús? ¿Usted qué dice?
¿Ellos confiesan que Jesús es el Mesías, el Salvador, el Hijo de Dios, o no?
Porque si no están con Jesús, entonces, como Usted mismo lo dice, están contra
Jesús. De hecho, ¿qué afirman de Jesús?
Dada
la alternativa que plantea Francisco en su sermón, el gran problema es estar
contra Jesús. Sin embargo, lejos de condenar el anticristianismo (¿habría que
decir “antijesusismo”, ya que nunca se refiere a Cristo sino a Jesús?),
Francisco ha puesto varias veces el foco en condenar el “antisemitismo”, esto
como sinónimo de “antijudaísmo” o “antisinagoguismo”. Es decir, que según su
criterio no habría que condenar a aquellos que “desparraman” y que “no recogen
con Cristo”. Mas tampoco habla de convertirlos, sino de ser su amigo, y esto a
pesar de que niegan y rechazan a Cristo. “Hay
una lucha, una lucha en la que está en juego la salvación eterna de todos
nosotros”, dijo Francisco. ¿Cree entonces Francisco que los judíos no
necesitan de Cristo para salvarse?
Por
un lado, el gran problema del mundo parece ser el “antisemitismo”. Por el otro,
el gran problema es si se está con Jesús o contra Jesús. La conclusión que
podría obtenerse de la prédica bergogliana es que los judíos están con Jesús,
por eso no hay que ser antisemita.
Pero
entonces, si ellos, ellos que niegan la divinidad de Cristo, están con Jesús,
¿quién es Jesucristo para Francisco? ¿Es Jesús el Cristo, para Francisco?
Pero
así como Francisco “repitió cuanto ya
había dicho el pasado 24 de junio en la audiencia al Comité judío internacional
para las consultas interreligiosas: “Un cristiano no puede ser antisemita”
porque sus raíces “son un poco judías”, entonces tendría que decirles a los
judíos: “Un judío no puede ser anticristiano, porque el Antiguo Testamento es
figura del Nuevo y Jesús es el Mesías anunciado allí por los Profetas”. Pero en
cambio, Francisco calla su boca y pone el “antisemitismo” como eje de su
preocupación, cuando lo que no deja de manifestarse en el mundo es precisamente
un cada vez mayor y feroz anticristianismo.
Y
Francisco despide a sus “amigos” de la siguiente forma: "Queridos amigos, les agradezco su visita e
invoco con ustedes la protección y la bendición del Altísimo para nuestro
camino común de amistad y de confianza. Que Él, en su benevolencia, conceda a
nuestros días su paz. ¡Gracias!", usando una fórmula que puede caber
para cualquier hereje o pagano (¡o masón!, claro) y cuidándose de no mencionar
la Santísima Trinidad y de no recordarles que Jesucristo es Dios. ”No tendrás otro Dios más que a Mí”. “Quien quiera niega al Hijo tampoco tiene al
Padre”, dice San Juan en su Epístola. Los judíos niegan al Hijo, por lo
tanto no tienen al Padre, no tienen a Dios. ¿Francisco tiene el mismo Dios que
los judíos, al decir “invoco con ustedes
la protección y bendición del Altísimo”? ¿Y quién es ese “Altísimo”? Sí, ya lo
dijo hace poco en una entrevista el mismo Francisco: “Dios no es un Dios
católico”. Eso sería ser exclusivista, y Francisco ha dicho que “la fe no debe
ser intransigente”, pues él propicia la “cultura del encuentro”.
Nuevamente
surge la pregunta: ¿quién es Jesucristo para Francisco?
O
Dios no es un Dios católico –es decir, el Dios de la Iglesia Católica- o el que
no es católico es Francisco. ¿Ustedes qué creen?
Lo
concreto es que haciendo suyas las ideas, el lenguaje, los modos judeo-masónicos,
Francisco no hace sino demostrar que es el principal enemigo de la Iglesia
Católica, la cual supuestamente gobernaría. Pero he aquí que los Papas
anteriores al maldito Vaticano II lo condenan, la Tradición Católica lo condena
y por eso, sean cuales fueren sus intenciones y su cargo –pues las dudas no
dejan de surgir en una situación extraordinaria como la que vivimos-, el
católico fiel a la Iglesia no puede seguirlo y debe, en la medida en que
Francisco persiste en destruir la Fe, resistirle y combatirlo, imitando en esto
a los santos que siempre se atuvieron en los momentos críticos a la Tradición.
“Tanto como es lícito
resistir a Pontífice que ataca el cuerpo, es lícito resistir al que ataca a las
almas, o al que causa disturbios al orden civil o, encima de todo, al que trata
de destruir a la Iglesia. Es lícito resistirle no haciendo lo que manda e
impidiendo la ejecución de su voluntad”.
(San
Roberto Belarmino)
“Estamos, ¡ay!, en unos tiempos
en que se acogen y adoptan con gran facilidad ciertas ideas de conciliación de
la Fe con el espíritu moderno, ideas que conducen mucho más lejos de lo que se
piensa, no sólo al debilitamiento, sino a la pérdida total de la Fe. Ya no
causa asombro oír a personas que se deleitan con palabras muy vagas de aspiraciones
modernas, de fuerza del progreso y de la civilización, que afirman la
existencia de una conciencia seglar, de una conciencia política, opuesta a la
conciencia de la Iglesia, contra la que se sostienen el derecho y el deber de
reaccionar para corregirla y enderezarla. No es sorprendente encontrar
personas que expresen dudas e incertidumbres sobre las verdades, e incluso que
afirman obstinadamente errores manifiestos, cien veces condenados, y que a
pesar de eso se persuaden de no haberse alejado jamás de la Iglesia, porque a
veces han seguido las prácticas cristianas. ¡Oh!, cuántos navegantes, cuántos
capitanes, por poner su confianza en novedades profanas y en la ciencia embustera
del tiempo, en lugar de arribar a puerto han naufragado!”.
“Entre tantos peligros, en toda
ocasión no he dejado de hacer oír mi voz para llamar a los extraviados, para
señalar los daños y trazar a los católicos la ruta a seguir. Pero mi palabra no
ha sido siempre por todos bien oída ni bien interpretada, por clara y precisa
que haya sido... Decid solemnemente que los hijos abnegados del Papa son los
que obedecen a su palabra y la siguen en todo, no los que estudian los medios
de eludir sus órdenes o de obligarle por instancias dignas de mejor causa, a
exenciones o dispensas tanto más dolorosas, cuanto que causan mayor mal y escándalo”.
(San Pío X, 27-5-1914).
“...Así se engendraron los monstruosos errores
del modernismo, que nuestro Predecesor llamó justamente síntesis de todas las
herejías y condenó solemnemente. Nos, venerables hermanos, renovamos aquí esta
condenación en toda su extensión. Y dado que tan pestífero contagio no ha sido
aun enteramente atajado, sino que todavía se manifiesta acá y allá, aunque
solapadamente, Nos exhortamos a que con sumo cuidado se guarde cada uno del
peligro de contraerlo [...] Y no solamente deseamos que los católicos se
guarden de los errores de los modernistas, sino también de sus tendencias o del
espíritu modernista, como suele decirse; el que queda inficionado de este
espíritu rechaza con desdén todo lo que sabe a antigüedad y busca con avidez la
novedad en todas las cosas: en el modo de hablar de las cosas divinas, en la
celebración del culto sagrado, en las instituciones católicas y hasta en el
ejercicio privado de la piedad. Queremos, por tanto, que sea respetada aquella
ley de nuestros mayores: “Que nada sea innovado, si no es en el sentido de la
tradición” (Nihil innovetur, nisi quod traditum est); la cual, si por una
parte, ha de ser observada inviolablemente en las cosas de fe, por otra, sin
embargo, debe servir de norma para todo aquello que pueda sufrir mutación, si
bien aún en esto vale generalmente la regla: Non nova, sed noviter (no
novedades, sino de un modo nuevo)”.
(Benedicto XV, Ad Beatissimi, 1-11-1914)