Andrés de Asboth
Revista “Roma”, n| 40,
agosto de 1975.
Suele
ocurrir que las revoluciones las inicien los extremistas, los exaltados, los
radicales y las estabilicen, afiancen y conserven los moderados, los cautos,
los de la “línea media”. Expliquémonos. Para desatar un movimiento que trastrueque
a fondo el orden establecido, que tire abajo valores y costumbres arraigadas,
hacen falta hombres de empuje, de entusiasmo, de vigor. Mas cuando se ha
logrado crear una nueva situación, dicha gente, frecuentemente carente de
dotes de gobierno y de sensatez, encona a la población, la que comienza a
añorar el “antiguo régimen”. Entonces aparecen los “sensatos y prudentes” cuyo
corazón ha sido ganado por las nuevas ideas pero no por sus excesos, o bien que
quieren medrar con el estado de cosas a que se ha llegado buscando un “acomodo”
con los nuevos amos, o aun diríamos más, desean alzarse con los logros
revolucionarios y hacerse dueños del nuevo “orden establecido”.
Estos
personajes aparecen revestidos con ropaje contrarrevolucionario. Abominan de
los fautores de desórdenes, pero son hombres de componendas. Suelen ser bien
recibidos por el hombre de la calle, cansado de las luchas que trae toda época de
crisis, y que no advierte aun, en el fondo, vienen a consolidar un estado de
cosas que él repudia. Por esto, los de la “línea media” muchas veces tienen más
saña contra los auténticos leales al “antiguo régimen” que contra los
extremistas revolucionarios, pues los primeros son los que pueden desenmascararlos
y demostrar que son los revolucionarios más eficaces.
Hasta
ahora hemos utilizado el término “revolución” en el sentido de un mero
trastrueque del orden establecido, sin asignarle ningún juicio de valor,
mostrando tan sólo lo que pasa en la práctica, lo que suele ocurrir leyendo la
historia que es “magistra vitae”.
Pero
pensemos en la gravedad de este proceso, si como vemos en los hechos
históricos de cuatro siglos, el mismo se aplica a la Revolución con mayúscula,
a la Revolución anticristiana, cuyas tres etapas, la protestante, la liberal
y la comunista, sufre la Cristiandad. Pues esta Revolución ha demostrado hasta
el hartazgo de sí misma —por sus ideas y por sus hechos— que es satánica.
Meditemos, en consecuencia, sobre la responsabilidad de una “línea media” que
afiance una obra satánica y meditemos también sobre la omisión gravísima que
comete el cristiano que, al detectarla, no se le oponga.
Pensemos
también en el orden religioso. Si la revolución religiosa que padecemos
destruye dogmas, leyes y tradiciones que son santas, que conducen a la
santificación a innumerables almas, ¿cuál será el calificativo de una “línea
inedia” que afiance la nueva situación en que estos valores fundamentales ya no
tengan aceptación?
Concedemos
que, generalmente, los de la “línea| media” católica no abandonan lo estrictamente
dogmático, pero transan con lo que ellos califican de “accidental”. Este
“accidental” es frecuentemente base de la fe, medio importantísimo de
santificación, cuyo abandono vuelve a las expresiones religiosas ambiguas, es
decir pasibles de interpretación tanto ortodoxa como herética, conduciendo a
la vida espiritual por caminos de chatura y mediocridad. En consecuencia, la
“línea media” se convierte en medio de alejamiento de la religión, en camino de
secularización y de apostasía. Ya Jesús dijo en el Evangelio, “si la sal se
hace insípida ¿con qué se le volverá el sabor? Para nada sirve ya, sino para
ser arrojada fuera y pisada de las gentes” (Mt. 5,13).
Muchos
apoyan a la “línea media” por comodidad, por seguir la corriente, por
ignorancia, o por tener un concepto equivocado de la obediencia, si bien no
puede descartarse la posibilidad de que existan personas perfectamente
organizadas en las cúpulas de la “línea media”, que llevan a cabo, a sabiendas,
la consolidación de la Revolución. Mas la inmensa mayoría de los que se ubican
en esta línea no es revolucionaria, sino todo lo contrario. Hay muchísimas
personas bien intencionadas que militan con entusiasmo en esta tendencia y
otros que, para no abandonarla, parece como si se cerraran a todo aviso, a toda
descripción realista de la situación. Esto puede provenir del temor de dejar
una postura confortable.
Nos
dirigimos a los bien intencionados que suelen equivocarse sobre la obediencia,
virtud cristiana excelsa tan desprestigiada por los progresistas en los
inicios de su revolución, pero que parecen querer esgrimir cuando se les discute
algo de las posiciones que han logrado ocupar mediante la “autodemolición” de
la Iglesia, denunciada por el Papa Pablo VI. Hay gente poco avisada que cree
obrar bien cuando se somete a una norma dictada por una autoridad eclesiástica
que excede a su competencia o que acepta seguir una mera autorización o consejo
que va contra unas tradiciones o leyes del magisterio supremo de la Iglesia y
que han sido tenidas por siglos como sagradas.
Por
otro lado existe el defecto de interpretar una disposición ambigua como de
contrapelo al conjunto de las leyes de la Iglesia. Creemos que la norma nueva
debe ser interpretada de conformidad con lo que siempre enseñó la Iglesia. Además
si se diera el caso que una disposición o enseñanza episcopal, y aun conciliar
o pontificia, sin carácter infalible, estuviera en oposición a lo que la
Iglesia Católica, asistida por el Espíritu Santo, con magisterio infalible,
enseña y manda obedecer, no la deberíamos acatar sino desconocer y detestar,
sin que esto signifique que nos pusiéramos en rebeldía contra esta misma
sagrada autoridad, a la que amamos, veneramos y obedecemos, por venir de Dios
Nuestro Señor.
En
muchos lados los fieles deben estar alerta para que, con el argumento de
obedecer a la jerarquía no los hagan desobedecer a la Iglesia. El pueblo inglés
obedeció a su jerarquía y se volvió protestante. Un solo obispo fue fiel, bajo
Enrique VIII, y este único fue ilustrado por un laico. El obispo se llama hoy
San Juan Fisher y el laico Santo Tomás Moro. De los otros obispos no quedó
buena memoria.
(…)
Otro aspecto de la “línea media” que atrae al hombre moderno, influido por las
corrientes sincretistas de nuestra época, es que ésta se encuentra en medio
del progresismo y del tradicionalismo. No, no es buena táctica, no es proceder
correcto, situarse en medio del error y de la verdad. Dios no parece aprobar
“las líneas medias”. Dice el Apocalipsis: “por cuanto eres tibio, y no frío ni
caliente, estoy por vomitarte de mi boca” (Apoc. 3,16). El cristiano debe
abrazarse a la verdad y ser más intransigente que nunca con el error que está
de moda, pues éste es el que amenaza arrastrar a las almas al infierno hoy. La
fórmula correcta en épocas de crisis nos la propone San Vicente de Lerins (…),
estar con lo que la Iglesia siempre enseñó en todos lados. Como ejemplo de los
que siguen este principio tan lleno de sabiduría podemos poner a los defensores
de la Misa de siempre, codificada por San Pío V.
Invitamos
pues a todos a aferrarse con firmeza a ese árbol añoso y robusto, lleno de
vida, de la Tradición católica, que bajo el manto de María, Mediadora de todas
las gracias, da frutos de vida eterna.