domingo, 13 de octubre de 2013

LA LÍNEA MEDIA





Andrés de Asboth
Revista “Roma”, n| 40, agosto de 1975.



Suele ocurrir que las revoluciones las inicien los extremistas, los exaltados, los radicales y las estabilicen, afiancen y conserven los mode­rados, los cautos, los de la “línea media”. Ex­pliquémonos. Para desatar un movimiento que trastrueque a fondo el orden establecido, que tire abajo valores y costumbres arraigadas, ha­cen falta hombres de empuje, de entusiasmo, de vigor. Mas cuando se ha logrado crear una nueva situación, dicha gente, frecuentemente ca­rente de dotes de gobierno y de sensatez, enco­na a la población, la que comienza a añorar el “antiguo régimen”. Entonces aparecen los “sen­satos y prudentes” cuyo corazón ha sido ganado por las nuevas ideas pero no por sus excesos, o bien que quieren medrar con el estado de cosas a que se ha llegado buscando un “aco­modo” con los nuevos amos, o aun diríamos más, desean alzarse con los logros revoluciona­rios y hacerse dueños del nuevo “orden esta­blecido”.

Estos personajes aparecen revestidos con ropaje contrarrevolucionario. Abominan de los fautores de desórdenes, pero son hombres de componendas. Suelen ser bien recibidos por el hombre de la calle, cansado de las luchas que trae toda época de crisis, y que no advierte aun, en el fondo, vienen a consolidar un estado de cosas que él repudia. Por esto, los de la “línea media” muchas veces tienen más saña contra los auténticos leales al “antiguo régimen” que contra los extremistas revolucionarios, pues los primeros son los que pueden desenmascararlos y demostrar que son los revolucionarios más eficaces.

Hasta ahora hemos utilizado el término “re­volución” en el sentido de un mero trastrueque del orden establecido, sin asignarle ningún jui­cio de valor, mostrando tan sólo lo que pasa en la práctica, lo que suele ocurrir leyendo la historia que es “magistra vitae”.

Pero pensemos en la gravedad de este proce­so, si como vemos en los hechos históricos de cuatro siglos, el mismo se aplica a la Revolu­ción con mayúscula, a la Revolución anticris­tiana, cuyas tres etapas, la protestante, la libe­ral y la comunista, sufre la Cristiandad. Pues esta Revolución ha demostrado hasta el hartaz­go de sí misma —por sus ideas y por sus he­chos— que es satánica. Meditemos, en consecuencia, sobre la responsabilidad de una “línea media” que afiance una obra satánica y medite­mos también sobre la omisión gravísima que comete el cristiano que, al detectarla, no se le oponga.

Pensemos también en el orden religioso. Si la revolución religiosa que padecemos destruye dogmas, leyes y tradiciones que son santas, que conducen a la santificación a innumerables al­mas, ¿cuál será el calificativo de una “línea inedia” que afiance la nueva situación en que estos valores fundamentales ya no tengan aceptación?

Concedemos que, generalmente, los de la “línea| media” católica no abandonan lo estrictamente dogmático, pero transan con lo que ellos califican de “accidental”. Este “accidental” es frecuentemente base de la fe, medio importantí­simo de santificación, cuyo abandono vuelve a las expresiones religiosas ambiguas, es decir pa­sibles de interpretación tanto ortodoxa como herética, conduciendo a la vida espiritual por caminos de chatura y mediocridad. En conse­cuencia, la “línea media” se convierte en medio de alejamiento de la religión, en camino de secularización y de apostasía. Ya Jesús dijo en el Evangelio, “si la sal se hace insípida ¿con qué se le volverá el sabor? Para nada sirve ya, sino para ser arrojada fuera y pisada de las gentes” (Mt. 5,13).

Muchos apoyan a la “línea media” por como­didad, por seguir la corriente, por ignorancia, o por tener un concepto equivocado de la obe­diencia, si bien no puede descartarse la posi­bilidad de que existan personas perfectamente organizadas en las cúpulas de la “línea media”, que llevan a cabo, a sabiendas, la consolidación de la Revolución. Mas la inmensa mayoría de los que se ubican en esta línea no es revolucio­naria, sino todo lo contrario. Hay muchísimas personas bien intencionadas que militan con en­tusiasmo en esta tendencia y otros que, para no abandonarla, parece como si se cerraran a todo aviso, a toda descripción realista de la situación. Esto puede provenir del temor de dejar una postura confortable.

Nos dirigimos a los bien intencionados que suelen equivocarse sobre la obediencia, virtud cristiana excelsa tan desprestigiada por los pro­gresistas en los inicios de su revolución, pero que parecen querer esgrimir cuando se les dis­cute algo de las posiciones que han logrado ocu­par mediante la “autodemolición” de la Iglesia, denunciada por el Papa Pablo VI. Hay gente poco avisada que cree obrar bien cuando se so­mete a una norma dictada por una autoridad eclesiástica que excede a su competencia o que acepta seguir una mera autorización o consejo que va contra unas tradiciones o leyes del ma­gisterio supremo de la Iglesia y que han sido tenidas por siglos como sagradas.

Por otro lado existe el defecto de interpretar una disposición ambigua como de contrapelo al conjunto de las leyes de la Iglesia. Creemos que la norma nueva debe ser interpretada de conformidad con lo que siempre enseñó la Igle­sia. Además si se diera el caso que una dispo­sición o enseñanza episcopal, y aun conciliar o pontificia, sin carácter infalible, estuviera en oposición a lo que la Iglesia Católica, asistida por el Espíritu Santo, con magisterio infalible, enseña y manda obedecer, no la deberíamos aca­tar sino desconocer y detestar, sin que esto sig­nifique que nos pusiéramos en rebeldía contra esta misma sagrada autoridad, a la que ama­mos, veneramos y obedecemos, por venir de Dios Nuestro Señor.

En muchos lados los fieles deben estar alerta para que, con el argumento de obedecer a la jerarquía no los hagan desobedecer a la Iglesia. El pueblo inglés obedeció a su jerarquía y se volvió protestante. Un solo obispo fue fiel, bajo Enrique VIII, y este único fue ilustrado por un laico. El obispo se llama hoy San Juan Fisher y el laico Santo Tomás Moro. De los otros obispos no quedó buena memoria.

(…) Otro aspecto de la “línea media” que atrae al hombre moderno, influido por las corrientes sincretistas de nuestra época, es que ésta se en­cuentra en medio del progresismo y del tradi­cionalismo. No, no es buena táctica, no es pro­ceder correcto, situarse en medio del error y de la verdad. Dios no parece aprobar “las líneas medias”. Dice el Apocalipsis: “por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, estoy por vomitarte de mi boca” (Apoc. 3,16). El cristiano debe abrazarse a la verdad y ser más intransigente que nunca con el error que está de moda, pues éste es el que amenaza arrastrar a las almas al infierno hoy. La fórmula correcta en épocas de crisis nos la propone San Vicente de Lerins (…), estar con lo que la Iglesia siempre enseñó en todos lados. Como ejemplo de los que siguen este principio tan lleno de sabiduría podemos poner a los defensores de la Misa de siempre, codificada por San Pío V.


Invitamos pues a todos a aferrarse con fir­meza a ese árbol añoso y robusto, lleno de vida, de la Tradición católica, que bajo el manto de María, Mediadora de todas las gracias, da fru­tos de vida eterna.