Esta
expresión tan absurda como sacrílega está siendo barajada estos días en esta Buenos
Aires. El jueves pasado (6 de agosto) me telefonearon dos revistas pidiendo
les concediese «una entrevista» (cosa que ya no hago más) para interrogarme
acerca de «la muerte de Dios»: ellas eran la revista Así y una yanqui que no
conozco, International News.
Este
barullito lo ha provocado el padre Carlos Mujica, 40 años, sacerdote secular,
profesor de Teología en la Universidad del Salvador y antaño Secretario Privado
del Cardenal. Publicó en el n.° 170 (julio 1971) de la revista Panorama y como
«Suplemento» un folleto de 16 páginas con ese título. «Llamamos «muerte de
Dios» al convencimiento de que Dios ya no es necesario...». El folleto es por
lo menos imprudente y tiene bastantes disparates, aunque no sea «un puro disparate»,
como dijeron en la Curia. Inculpa a la Iglesia «capitalista» de la actual falta
de fe en el mundo; y entre otras proposiciones disparatadas canoniza de caridad
heroica al guerrillero finado Camilo Torres, y al famoso abate francés Pierre,
al cual llama «profeta», cuando se sabe hoy día que es un chiflado, doliente
de neurastenia sexual. Da como «tremendas» las objeciones contra la Iglesia de
Marx y Lenin y agracia con el título de «Grandes Teólogos» a Rahner,
Schoonenberg, Schillebeeckx y otros tudescos, que son mediocres y gracias, y
sospechosos de llapa. Y cosas así.
Sin
embargo el trabajo contiene, aunque exageradas si se quiere, algunas grandes
verdades sobre abusos y desórdenes actuales en la Iglesia Católica.
La
expresión «Dios ha muerto», de origen germano (Hegel, Nietszche), nos viene
ahora de los yanquis. El magazín Time de New York publicó hace cuatro años
(abril de 1966) un número encabezado por un letrero mayúsculo: «Is God dead?»,
o sea, «¿Ha muerto Dios?», en que da cuenta del progreso de la incredulidad en
Norteamérica y otra cantidad de chimentos, concluyendo sin embargo que el 97%
de la American people dice que cree en Dios; ahora, que no es seguro todos
crean en el mismo.
Bien,
entre nosotros esto de Mujica pasará como tormenta de verano si no ha pasado
ya. Pero siempre quedará la siguiente pregunta: ¿por qué es que antiguamente
había mucha fe y ahora hay poca fe? Las razones para creer que tengo yo son las
mismas que tuvo Santo Tomás de Aquino; y en tiempo del Angel de las Escuelas
ellas valían para todos o casi, y ahora valen para pocos. No se puede negar
que es un problema, tampoco negaré que yo no sé la solución.
¿Será
que en aquel tiempo casi todos eran ignorantes, como dice la copla:
En tiempo los Apostóles
los hombres eran
barbáros,
pues mataban los
pajáros
arriba de los
arboles...
y
ahora todos sabemos leer y escribir, y si se nos antoja ir a la luna, pongo por
caso, pues vamos a la luna en un periquete; o por lo menos podemos quedarnos en
casa leyendo el diario y la revista Panorama vez de ir a la iglesia a escuchar
al sermón? El progreso de la Ciencia ha matado la fe, dicen muy serios en la
revista Time.
No
me convence: sin poder ir a la luna, Santo Tomás y una manga de alumnos y
compañeros tenían ciencia; mientras que el ir a la luna, más bien que cuestión
de ciencia es cuestión de habilidad, algo así como trabajo de relojería, pero
en grande. Y aún hoy día hay grandes sabios que tienen fe: sin ir más lejos,
los tres que fueron a la luna.
Cuando
yo era muchacho había en el colegio un padrecito muy viejo que decía: toda la
culpa la tiene el cine. Tampoco me convenció.
¿Será
la gran suelta de herejías que se hizo en el siglo XVI? ¿O la famosa libertad
de prensa, por la cual cualquier pelafustán puede enseñar al pueblo lo que se
le antoja, si tiene una rotativa? ¿Será la decadencia de la educación, con que
hoy en vez de formar la razón enseñamos a los gurises cosas útiles, aunque sean
inútiles? Todo eso puede haber influido, pero no basta.
Lo
que yo sé es que Jesucristo dijo una vez bruscamente: «Cuando vuelva el Hijo
del Hombre ¿creéis que encontrará la fe en la tierra?». Por donde se ve el
Profeta de Nazareth tenía la idea de que la fe iba a crecer enormemente primero
(parábola del Grano de Mostaza) y después iba a decaer.
La
causa más plausible que he hallado hasta ahora es la que explica el Profesor
austríaco Friedrich Heer en su libro Terror
religioso, Terror político, recientemente traducido: paulatinamente se
introdujo en la Cristiandad el viejo intento de transferir a los hombres la
autoridad de Dios; es decir, la autoridad religiosa y la autoridad civil se
hincharon y endurecieron; y eso fue creciendo hasta que vino el reventón, que
fue en el siglo XVI la Rebelión Protestante, que quebró la autoridad
eclesiástica, y en el XVIII la Revolución Francesa, que quebró el Trono; y de
estas dos quiebras se introdujeron en nuestro tiempo el desorden y la
confusión, que están en la raíz de la actual crisis religiosa. «En efecto, toda
la historia del terror puede ser entendida, de acuerdo a uno de sus rasgos
característicos, como un intento de pasar a manos del hombre, a modo de instrumentum regni, el poder original de
la Divinidad...».
Esta
hipótesis me peta, por varias razones, sin que por eso me dé total certeza:
1.
Eso que describe el sabio vienés es simplemente el viejo fariseísmo, contra el
cual gritó Jesucristo con toda la voz que tenía; atribuyéndole la causa de la
caída de la Sinagoga.
2. En el largo curso de mis 71 años
de vida, he tropezado en la autoridad eclesiástica con cada abuso y atropello
que temblaba el misterio de la Santísima Trinidad. O sea, con Jerarcas que se
«endiosaban» tranquilamente agarrados a su mitra, y aun a su sotana. «Soberbia
satánica», como decía César Pico.
3. El novelista Dostoiewski, que
fue un genio religioso, retrata esta misma aberración de hipertrofia de la
autoridad externa, la que atribuye a la Iglesia Católica, en su tremenda
«Leyenda del Gran Inquisidor», contenida en el centro de su gran novela Los hermanos
Karamazoff.
Hay
que notar que el sabio vienés es optimista y cree que la Iglesia saldrá
victoriosa de la presente crisis, como ha salido de otras; eso sí, por el
hierro y por el fuego, Pero el camino de salida que él allí imagina nos parece
sumamente improbable.
Si
la Iglesia no saliera desta universal crisis y ella continúa imperversando,
tendrá que volver Jesucristo a arreglarlo. Durante su vida mortal, Él habló con
toda seriedad de su Retorno a la tierra, prometiéndolo como prometió su Resurrección,
y más todavía. Eso sí que no lo creen hoy día Carlos Mujica y los demás
«asesinos de Dios». Estos desdichados no se dan cuenta que dicen sin saber una
verdad tremenda, porque en efecto, han matado en sí mismos a Dios, renegando
de la fe.
En
cuanto a la pretensión majadera de que la Ciencia va a matar, si no ha matado,
a Dios, hace más de dos siglos un españolete llamado Padre Astete respondió en
su Catecismo —que enseñaban aquí a los chicos y yo aprendí de chico— a los
soberbios «científicos» contemporáneos, que en rigor no son sino técnicos, o
sea relojeros, con los siguientes sencillos versos:
La ciencia más acabada
es que el hombre en
gracia acabe,
pues al fin de la
jomada,
aquel que se salva,
sabe,
y el que no, no sabe
nada.
Ecos
del Colorado, 1971.