domingo, 13 de octubre de 2013

DIOS HA MUERTO – ESCRIBE EL PADRE CASTELLANI



Esta expresión tan absurda como sacrílega está siendo barajada estos días en esta Buenos Aires. El jueves pasado (6 de agosto) me telefonea­ron dos revistas pidiendo les concediese «una entrevista» (cosa que ya no hago más) para interrogarme acerca de «la muerte de Dios»: ellas eran la revista Así y una yanqui que no conozco, International News.
Este barullito lo ha provocado el padre Carlos Mujica, 40 años, sacerdote secular, profesor de Teología en la Universidad del Salvador y antaño Secretario Privado del Cardenal. Publicó en el n.° 170 (julio 1971) de la revista Panorama y como «Suplemento» un folleto de 16 páginas con ese título. «Llamamos «muerte de Dios» al convenci­miento de que Dios ya no es necesario...». El folleto es por lo menos imprudente y tiene bastantes disparates, aunque no sea «un puro dis­parate», como dijeron en la Curia. Inculpa a la Iglesia «capitalista» de la actual falta de fe en el mundo; y entre otras proposiciones disparatadas canoniza de caridad heroica al guerrillero finado Camilo Torres, y al famoso abate francés Pierre, al cual llama «profeta», cuando se sa­be hoy día que es un chiflado, doliente de neurastenia sexual. Da co­mo «tremendas» las objeciones contra la Iglesia de Marx y Lenin y agracia con el título de «Grandes Teólogos» a Rahner, Schoonenberg, Schillebeeckx y otros tudescos, que son mediocres y gracias, y sospechosos de llapa. Y cosas así.
Sin embargo el trabajo contiene, aunque exageradas si se quiere, al­gunas grandes verdades sobre abusos y desórdenes actuales en la Iglesia Católica.
La expresión «Dios ha muerto», de origen germano (Hegel, Nietszche), nos viene ahora de los yanquis. El magazín Time de New York publicó hace cuatro años (abril de 1966) un número encabezado por un letrero mayúsculo: «Is God dead?», o sea, «¿Ha muerto Dios?», en que da cuenta del progreso de la incredulidad en Norteamérica y otra cantidad de chimentos, concluyendo sin embargo que el 97% de la American people dice que cree en Dios; ahora, que no es seguro to­dos crean en el mismo.
Bien, entre nosotros esto de Mujica pasará como tormenta de vera­no si no ha pasado ya. Pero siempre quedará la siguiente pregunta: ¿por qué es que antiguamente había mucha fe y ahora hay poca fe? Las razones para creer que tengo yo son las mismas que tuvo Santo Tomás de Aquino; y en tiempo del Angel de las Escuelas ellas valían para to­dos o casi, y ahora valen para pocos. No se puede negar que es un problema, tampoco negaré que yo no sé la solución.
¿Será que en aquel tiempo casi todos eran ignorantes, como dice la copla:

En tiempo los Apostóles
los hombres eran barbáros,
pues mataban los pajáros
arriba de los arboles...

y ahora todos sabemos leer y escribir, y si se nos antoja ir a la luna, pongo por caso, pues vamos a la luna en un periquete; o por lo menos podemos quedarnos en casa leyendo el diario y la revista Panorama vez de ir a la iglesia a escuchar al sermón? El progreso de la Ciencia ha matado la fe, dicen muy serios en la revista Time.
No me convence: sin poder ir a la luna, Santo Tomás y una manga de alumnos y compañeros tenían ciencia; mientras que el ir a la luna, más bien que cuestión de ciencia es cuestión de habilidad, algo así como trabajo de relojería, pero en grande. Y aún hoy día hay grandes sabios que tienen fe: sin ir más lejos, los tres que fueron a la luna.
Cuando yo era muchacho había en el colegio un padrecito muy viejo que decía: toda la culpa la tiene el cine. Tampoco me convenció.
¿Será la gran suelta de herejías que se hizo en el siglo XVI? ¿O la fa­mosa libertad de prensa, por la cual cualquier pelafustán puede ense­ñar al pueblo lo que se le antoja, si tiene una rotativa? ¿Será la deca­dencia de la educación, con que hoy en vez de formar la razón enseñamos a los gurises cosas útiles, aunque sean inútiles? Todo eso puede haber influido, pero no basta.
Lo que yo sé es que Jesucristo dijo una vez bruscamente: «Cuando vuelva el Hijo del Hombre ¿creéis que encontrará la fe en la tierra?». Por donde se ve el Profeta de Nazareth tenía la idea de que la fe iba a crecer enormemente primero (parábola del Grano de Mostaza) y des­pués iba a decaer.
La causa más plausible que he hallado hasta ahora es la que expli­ca el Profesor austríaco Friedrich Heer en su libro Terror religioso, Terror político, recientemente traducido: paulatinamente se introdujo en la Cristiandad el viejo intento de transferir a los hombres la auto­ridad de Dios; es decir, la autoridad religiosa y la autoridad civil se hincharon y endurecieron; y eso fue creciendo hasta que vino el re­ventón, que fue en el siglo XVI la Rebelión Protestante, que quebró la autoridad eclesiástica, y en el XVIII la Revolución Francesa, que quebró el Trono; y de estas dos quiebras se introdujeron en nuestro tiempo el desorden y la confusión, que están en la raíz de la actual crisis religiosa. «En efecto, toda la historia del terror puede ser en­tendida, de acuerdo a uno de sus rasgos característicos, como un in­tento de pasar a manos del hombre, a modo de instrumentum regni, el poder original de la Divinidad...».
Esta hipótesis me peta, por varias razones, sin que por eso me dé total certeza:
1. Eso que describe el sabio vienés es simplemente el viejo fari­seísmo, contra el cual gritó Jesucristo con toda la voz que tenía; atribuyéndole la causa de la caída de la Sinagoga.
2. En el largo curso de mis 71 años de vida, he tropezado en la autoridad eclesiástica con cada abuso y atropello que temblaba el misterio de la Santísima Trinidad. O sea, con Jerarcas que se «endiosaban» tranquilamente agarrados a su mitra, y aun a su sotana. «Soberbia satánica», como decía César Pico.
3. El novelista Dostoiewski, que fue un genio religioso, retrata esta misma aberración de hipertrofia de la autoridad externa, la que atribuye a la Iglesia Católica, en su tremenda «Leyenda del Gran Inquisidor», contenida en el centro de su gran novela Los her­manos Karamazoff.
Hay que notar que el sabio vienés es optimista y cree que la Iglesia saldrá victoriosa de la presente crisis, como ha salido de otras; eso sí, por el hierro y por el fuego, Pero el camino de salida que él allí imagi­na nos parece sumamente improbable.
Si la Iglesia no saliera desta universal crisis y ella continúa imperversando, tendrá que volver Jesucristo a arreglarlo. Durante su vida mortal, Él habló con toda seriedad de su Retorno a la tierra, prome­tiéndolo como prometió su Resurrección, y más todavía. Eso sí que no lo creen hoy día Carlos Mujica y los demás «asesinos de Dios». Estos desdichados no se dan cuenta que dicen sin saber una verdad tremen­da, porque en efecto, han matado en sí mismos a Dios, renegando de la fe.
En cuanto a la pretensión majadera de que la Ciencia va a matar, si no ha matado, a Dios, hace más de dos siglos un españolete llamado Padre Astete respondió en su Catecismo —que enseñaban aquí a los chicos y yo aprendí de chico— a los soberbios «científicos» contempo­ráneos, que en rigor no son sino técnicos, o sea relojeros, con los si­guientes sencillos versos:

La ciencia más acabada
es que el hombre en gracia acabe,
pues al fin de la jomada,
aquel que se salva, sabe,
y el que no, no sabe nada.


Ecos del Colorado, 1971.