Por
Alexander Solyenitzin
Del discurso
pronunciado en la Universidad de Harvard
el
8 de Junio de 1978
La
merma de coraje podría ser la característica más sobresaliente que un
observador externo notaría hoy en Occidente. El mundo occidental ha perdido su
coraje cívico, tanto en forma genérica como en forma particular, en cada país,
en cada gobierno, en cada partido político y, por supuesto, en las Naciones
Unidas. Esta declinación del coraje se nota particularmente en las élites
gobernantes e intelectuales, causando la impresión de una pérdida de coraje en
la sociedad entera. Existen muchos individuos valientes, pero no tienen
influencia sobre la vida pública.
Los
funcionarios políticos e intelectuales exhiben esta depresión, esta pasividad y
esta perplejidad tanto en sus acciones como en sus declaraciones, y más aún en
sus autojustificaciones tendientes a demostrar cuan realista, cuan razonable y
cuan intelectual y hasta moralmente justificable resulta fundamentar políticas
de Estado sobre la debilidad y la cobardía. Y esta declinación del coraje, que
en ocasiones llega hasta lo que podría considerarse como falta de hombría,
resulta irónicamente resaltada por ocasionales exabruptos de inflexibilidad por
parte de los mismos funcionarios cuando éstos tienen que tratar con gobiernos
débiles, con países que carecen de respaldo, o con corrientes desacreditadas,
claramente incapaces de ofrecer resistencia alguna. Pero quedan mudos y
paralizados cuando tienen que vérselas con gobiernos poderosos y fuerzas
amenazadoras, con agresores y con terroristas internacionales.
¿Habrá
que señalar que, desde la más remota antigüedad, la pérdida de coraje ha sido
considerada siempre el primer síntoma del fin?