Andrés
de Asboth
Revista
“Roma”, n° 43, abril de 1976.
“Por
lo cual os declaro: que cualquier pecado y cualquier blasfemia se perdonará a
los hombres; pero la blasfemia contra el Espíritu no se perdonará. Asimismo a
cualquiera que hablare contra el Hijo del hombre, se le perdonará; pero a quien
hablare contra el Espíritu Santo no se le perdonará, ni en esta vida ni en la
otra”.
(Mateo
12, 31-32)
“En
verdad os digo que todos los pecados se perdonarán a los hombres, y aun las
blasfemias que dijeren; pero el que blasfemare contra el Espíritu Santo, no
tendrá jamás perdón, sino que será reo de eterno delito”.
(Marcos
3, 28-29)
“Si
alguno hablare contra el Hijo del hombre este pecado se le perdonará; pero no
habrá perdón para quien blasfemare contra el Espíritu Santo”.
(Lucas
12, 10)
Se
enseñaba en religión, cuando el “aggiornamento” aún no había iniciado la
destrucción de la instrucción religiosa, que IMPUGNAR LA VERDAD CONOCIDA era
pecado contra el Espíritu Santo.
En
la actualidad hay mucha gente que impugna verdades conocidas, tan conocidas
como que son hechos de dominio público, cuando tales verdades y hechos
demuestran el error en que incurren personas de alta o, diríamos más, de muy
alta jerarquía.
Expliquémonos.
Existen actitudes, posturas, declaraciones y documentos que proceden de muy
altas autoridades religiosas, que contradicen expresamente lo que la Iglesia
Católica sostuvo durante veinte siglos, lo que enseñó el Magisterio
ininterrumpido de los Papas, siendo, en consecuencia de mala doctrina.
Tan
precisos son los derechos de la verdad y del bien que San Roberto Belarmino,
doctor de la Iglesia, enseña: “Tanto como
es lícito resistir a Pontífice que ataca el cuerpo, es lícito resistir al que
ataca a las almas, o al que causa disturbios al orden civil o, encima de todo, al
que trata de destruir a la Iglesia. Es lícito resistirle no haciendo lo que
manda e impidiendo la ejecución de su voluntad” 1. Como vemos el texto es
contundente; proviene de un doctor de la Iglesia que se dedicó justamente a
exaltar la autoridad de los Papas.
Pues
bien, a pesar de este texto y de otros de autores sagrados con el mismo claro
sentido 2, vemos que personas honestas y serias, a menudo sacerdotes o
dirigentes de organizaciones de apostolado, que —dada su formación católica—
abominaban de posiciones o ideas malas y que ponían el grito en el cielo cuando
esas ideas eran esgrimidas y sostenidas por órganos anticatólicos, se suavizan
cuando aquéllas son adoptadas por ciertas jerarquías. Peor aún, las “explican”
o hasta las alaban y hacen propias. Con esto, IMPUGNAN LA VERDAD CONOCIDA.
Veamos
algunos ejemplos.
Si
durante toda la historia de la Iglesia —por derecho divino— sólo podían recibir
la sagrada comunión los católicos, será sacrílego entregar el Cuerpo de Nuestro
Señor a los no católicos, por más alta que sea la autoridad que lo autorice o
permita.
Si
la desacralización merece condena, adoptar posturas, ritos o ceremonias desacralizantes
también será condenable, por más que lo permitan documentos emitidos según las
formalidades legales.
Si,
según siempre ha enseñado el Magisterio de la Iglesia, el comunismo es
intrínsecamente perverso y no es lícito colaborar con él en ningún terreno,
será repudiable ayudar a este azote de la humanidad, aunque sea con aperturas,
visitas al este, diálogos y silencios que le sirven para extenderse más y más.
Si
ejecutar a empecinados terroristas asesinos de fuerzas del orden, es privativo
derecho de decisión de la autoridad civil —y en ciertos casos es deber—
(porque —no lo olvidemos— la autoridad civil, al igual que la autoridad religiosa
proviene de Dios), es contrario a esa ley de Dios ejercer presiones o protestar
contra tales ejecuciones, por más excelsa que pudiera ser la persona que
concrete tales actitudes.
Hemos
señalado unos pocos casos que antes hubieran horrorizado a muchos, a quienes
hoy, estos mismos hechos, no les parecen repudiables. Peor aún, con su silencio
obsequioso o con su colaboración activa, autorizan cosas que van en detrimento
del culto debido a Dios Nuestro Señor o fomentan actitudes o emiten
declaraciones que hacen avanzar al comunismo y aseguran impunidad a los
colaboradores del marxismo. Con ello –objetivamente- son fautores de la ruina
de la fe y del derrumbe de nuestra civilización.
Se
acentúa el mal de la línea “justificativista” cuando el pecado lo comete una
persona investida de autoridad o de prestigio, porque promueve escándalo, es
decir, induce a otros a seguirlo por el mal camino.
Duele ver a
tantos, entre quienes no faltan sacerdotes con largos años de servicios abnegados
del altar, caminar por esa ruta ancha y momentáneamente cómoda que lleva a la
mediocridad, a la aceptación del mundo y que amenaza con esterilizar el
esfuerzo de los que no aceptan doblegar la bandera del catolicismo íntegro.
Hoy, más que
nunca, hacen falta santos, hacen falta defensores acérrimos de la auténtica y
verdadera civilización cristiana. Para conseguirlos es necesario volver a los
medios que formaron santos, a las prácticas que templaron a quienes se
entregaron, totalmente y con santa intransigencia, al servicio de la Causa
Católica. Los errores, en este terreno, aunque fueran en poca cosa, pueden ser trágicos.
Es hora ya que se forme la élite que diga ¡basta! Y esta élite necesita
primordialmente de una virtud, la más desdeñada en nuestros días: la fortaleza.
Cuando
dos enemigos satánicos, el comunismo y la inmoralidad, cercan lo que queda de
la Civilización Cristiana, es procedimiento poco inteligente abrirles la
puerta “un poquito”. Se debe oponerles el “oppositum per diametrum”, de San
Ignacio. Resistirles de frente, como lo hizo el rey Pelayo con los moros en
Covadonga, cuando todo parecía perdido.
Frente a este
programa, que no es otro que el que siempre tuvo el catolicismo, se levanta la
llamada “línea media”, ni tradicionalista ni progresista, que recibe aplausos
de un aparato eclesiástico que se suele calificar como “conservador”, y trata
de acomodar las cosas, navegando entre dos aguas, con una pericia digna de
mejor causa. Se obceca en negar hechos evidentes.
Este
cegarse de la “línea media” enerva a todo el catolicismo. Mucha gente de buena
voluntad pero de menor formación e ilustración, a las que sus ocupaciones
cotidianas impiden adquirir por sí mismas una idea más clara de la situación,
recurren a la dirección de “ponderadas” personas de esta “línea media”, que se
presentan con aspectos de piedad y seriedad. Así se ven conducidas luego, sin
darse cuenta siquiera, a una no resistencia al mal. La “línea media” pone
dique, frena, limita, atempera ese sano rechazo del progresismo que se nota por
doquier en las filas católicas, rechazo que va en aumento entre los fieles
sencillos, que no entienden mucho, pero advierten que lo que pasa no puede ser
bueno. Que el Concilio no trajo ninguna “primavera de la Iglesia” sino “nubarrones
y tempestades”.
Se parece la
posición de la “línea media”, al pecado contra el Espíritu Santo, ya que es un enceguecimiento
que al no contemplar rectificación —porque adopta un falso y engañoso “justo
medio”— impide una aceptación clara y sincera de toda la verdad.
Dirán
los que propugnan una “línea media”, que resistir al mal de frente, oponerse a
cambios nocivos, ¿no podrá configurar desobediencia a la Jerarquía? ¿No es
mejor buscar un “modus vivendi”, ya que los tiempos son confusos? Nada de eso.
Lo que hay que hacer es estar unidos al Magisterio constante e ininterrumpido
de la Cátedra de Pedro pero resistir rodo lo que contradiga este magisterio,
viniere de donde viniere. Quienes prefieren antes que la infalibilidad de la
Iglesia, antes que su magisterio ordinario, simples mandatos o meros consejos,
para recibir por ello el calificativo de obedientes, son, en el fondo,
verdaderos desobedientes.
El
Papa es infalible cuando habla ex-cathedra, en materia de fe y costumbres, pero
no es impecable ni omnisapiente. La política que pueda practicar el Vaticano
tampoco goza de inerrabilidad ni es necesariamente virtuosa.
En
este punto de política debemos recordar que el poder temporal tiene un campo de
acción que le es propio. El día del juicio universal no servirá de disculpa, a
los gobernantes que omitieron tomar medidas contra el comunismo y sus aliados,
no haberlo hecho por temor de disgustar al Vaticano. Nuestro Señor dijo: “Dad
al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” 3. Si la seguridad
nacional exige medidas duras, es deber patriótico apoyar esas medidas. Deber
patriótico del que no están excluidos los obispos, aunque con esto pudiesen
disgustar a la Santa Sede.
San
Pablo resistió de frente y en público a un Papa, cuando lo tuvo que hacer. Y
ese Papa era nada menos que San Pedro.
Dejamos
expresamente constancia que no acusamos a nadie en particular, de cometer tal
pecado contra el Espíritu Santo ni de cometer pecado alguno. Las intenciones
están reservadas al juicio de Dios. Realmente no tenemos autoridad para juzgar
las conciencias individuales de nadie. Sólo queremos llamar a reflexión a
quienes corresponda, pues nos urge la caridad, para que se eviten grandes
males. Tenemos humana simpatía y aun afecto personal por muchos sostenedores
de tan lamentables posiciones como las que hemos descripto. Este artículo
quiere ser como grito de alerta, para que se atienda la verdad —que hoy se ha
vuelto evidencia— se saquen consecuencias y se resista al mal y al error,
viniera de donde viniese.
1
San Roberto Belarmino, doctor de la Iglesia, “De Romano Pontífice”, libro II,
capítulo 29. Este texto ha sido traducido de una versión inglesa.
2
Santo Tomás de Aquino, ad Gal. 2,11-14, lect. III, nv 83-81; Cardenal Cayetano,
citado por Vitoria y este último en sus “Obras”, pp. 486-487; Suárez, “de
Fide”, disp. X, MCI. VI. nv 16; Cornelio a Lapide, ad Gal. 2,11.
3
Mateo 22,21.