“Es
provechoso para nuestro pensamiento el desplazarse hacia atrás y hacia adelante,
a los comienzos y a la culminación de los tiempos evangélicos, a la primera y
a la segunda venida de Cristo. Lo que deseamos es comprender que nos encontramos
en la misma situación que los primeros cristianos, con la misma alianza, el
mismo ministerio, los mismos sacramentos y obligaciones; tomar conciencia de un
estado de cosas muy lejano en el pasado; sentir que vivimos en un mundo
pecador, un mundo asentado en la iniquidad; discernir nuestra posición en él,
que somos testigos en él, que el reproche y el sufrimiento son nuestra parte,
de tal modo que no debe “parecemos extraño” si se lanzan sobre nosotros, sino
más bien una graciosa excepción si no lo hacen; tener nuestros corazones
despiertos, como si hubiésemos visto a Cristo y sus Apóstoles y sus milagros,
despiertos a la esperanza y a la espera de Su segunda venida, aguardándola y, aún
más, deseando ver sus señales; meditando mucho y a menudo acerca del Juicio
que se acerca, penetrando en el pensamiento de que seremos individualmente
juzgados.
Todos
éstos son actos de una fe verdadera y salvífica. Por tanto, un efecto saludable
de la lectura del libro del Apocalipsis y de las otras partes proféticas de la
Sagrada Escritura -sin duda muy distinto nuestro conocimiento de su verdadera
interpretación- es precisamente arrancar el velo que cubre nuestros ojos,
levantar el manto que cubre la faz del mundo y así, día tras día, en nuestras
idas y venidas, al levantarnos y acostarnos, mientras trabajamos, descansamos y
nos entretenemos, permitirnos ver el Trono de Dios presente en medio nuestro,
Su majestad y Sus juicios y la continua intercesión de Su Hijo por sus
elegidos, por sus pruebas y su victoria”.
Card. John Henry
Newman, “Cuatro
sermones sobre el Anticristo”, Ediciones del Pórtico, Buenos Aires, 2006.