“Muéstrasenos Jesucristo
pendiente de una cruz, atravesado con tres clavos, arroyado en sangre todo su
sacratísimo Cuerpo, y agonizando en medio de un piélago de dolores. Y yo
pregunto: ¿Por qué el Dios Humanado se ofrece a nuestras miradas en un estado
tan conmovedor? ¿Es sólo para excitar nuestra compasión? No, por cierto: si
quiso reducirse a tan lastimoso estado, no fue tanto para enternecernos con sus
padecimientos, como para que le amásemos. Harto nos había obligado a amarle al
declararnos que nos ama desde toda la eternidad. Te amé-dice a cada uno de
nosotros- con eterno amor (Jr. 31, 3). Mas, al ver que esto no bastaba para
arrancarnos de nuestra tibieza, y con el fin de inducirnos a amarle como El lo
deseaba, quiso probarnos de una manera práctica y con hechos el amor que nos
tenía; y, para ello, se presentó a nuestra vista cubierto de heridas y acabado
de dolores en las agonías de la muerte por nuestro bien y remedio, a fin de
hacernos comprender el tierno e inmenso amor en que por nosotros se abrasa su
Corazón. Que es, cabalmente, lo que por admirable manera expresa San Pablo al
decir: Cristo Jesús nos amó, y se entregó a Sí mismo por nosotros (Ef. 5,2).”
San Alfonso
María de Ligorio, “Dios es amor”.