Está
escrito: “Dad y se os dará". Tomemos la comparación del Beato Alano: “Si yo te diese cada día ciento cincuenta
diamantes, ¿no me perdonarías aunque fueses mi enemigo? ¿No me tratarías como
amigo, haciéndome todos los favores que pudieras?”
Si quieren enriquecerse con los bienes de la gracia y de la gloria, saluden a la Santísima Virgen, honren a su buena Madre: “Sicut qui thesaurizat, ita est qui honorificat matrem: el que honra a su Madre, la Santísima Virgen, es semejante a un hombre que atesora”.
Si quieren enriquecerse con los bienes de la gracia y de la gloria, saluden a la Santísima Virgen, honren a su buena Madre: “Sicut qui thesaurizat, ita est qui honorificat matrem: el que honra a su Madre, la Santísima Virgen, es semejante a un hombre que atesora”.
Ofréndenle
cada día por lo menos cincuenta Ave Marías (una corona de cinco misterios), cada
una de las cuales contiene quince piedras preciosas, que le son más agradables
que todas las riquezas de la tierra. ¿Qué no habrían de esperar de su
liberalidad? Ella es nuestra Madre y nuestra amiga. Es la Emperatriz del
universo, que nos ama más que todas las madres y reinas juntas amaron a hombre
alguno porque —como dice San Agustín— la caridad de la Virgen María excede a
todo el amor natural de todos los hombres y ángeles juntos.
Un
día Nuestro Señor se apareció ante Santa Gertrudis contando monedas de oro; se animó
ella a preguntarle qué contaba. “Cuento
—le respondió— tus Ave Marías; es la
moneda con que se adquiere mi paraíso”.
El
devoto y docto Suárez, de la Compañía de Jesús, tanto estimaba el mérito de la
Salutación angélica, que hubiera dado —decía— con gusto toda su ciencia por el
precio de un Ave María bien rezada.
“Que aquél que
os ama, ¡oh divina María! —exclama el Beato
Alano de la Roche— escuche y guste: El
cielo se alegra y la tierra se admira cada vez que digo: Ave María. Satanás
huye, el infierno rechina los dientes, cuando digo Ave María. Tengo
aborrecimiento al mundo, tengo amor a Dios en mi corazón, cuando digo Ave
María. Se desvanecen mis temores, se amortiguan mis pasiones, cuando digo Ave
María. Crece en mí la devoción y encuentro la compunción, cuando digo Ave María.
Se afirma mi esperanza y se aumenta mi consuelo, cuando digo Ave María. Porque
la dulzura de esta benigna salutación es tanta, que no hay palabra para explicarla
debidamente, y aun después que se hubiera hablado de estas maravillas, tan
escondida queda todavía y tan profunda, que no es posible descubrirla. Es corta
en palabras pero grande en misterios. Es más dulce que la miel y más preciosa que
el oro. Es preciso tenerla con mucha frecuencia en el corazón para meditarla, y
en la boca para decirla y repetirla devotamente”,
Refiere
el mismo Beato Alano —en el capítulo 69 de su “Salterio’'— que una religiosa
devota del Rosario se apareció después de muerta a una de sus hermanas y le
dijo: “Si pudiese volver a mi cuerpo para
rezar solamente un Ave María, aunque sin mucho fervor, por tener el mérito de
esta oración sufriría con gusto, otra vez, todos los dolores que padecí antes
de morir”. Hay que advertir que había padecido durante varios años,
postrada en su lecho, muy intensos dolores.
Miguel
de Lisle, Obispo de Salubre, discípulo y colega del Beato Alano de la Roche en
el restablecimiento del Santo Rosario, dice que la Salutación angélica es el
remedio para todos los males que nos afligen, con tal que la recemos
devotamente en honor de la Santísima Virgen.
RIQUEZAS
DE SANTIFICACIÓN CONTENIDAS EN LAS ORACIONES Y MEDITACIONES DEL ROSARIO
Hoy
se buscan cosas que emocionen, que conmuevan, que produzcan en el alma impresiones
profundas. ¿Y qué hay en el mundo más conmovedor que la maravillosa historia de
nuestro Redentor, que se desarrolla ante nuestros ojos en quince cuadros que
nos recuerdan las grandes escenas de la vida, de la muerte y de la gloria del
Salvador del mundo? ¿Qué oraciones hay excelentes y más sublimes, que la
Oración dominical y el Ave del ángel? En ellas se encierran todos nuestros
deseos y todas nuestras necesidades.
La
meditación de los misterios y de las oraciones del Rosario es la más fácil de
todas las oraciones, porque la diversidad de las virtudes y estados de
Jesucristo que se estudian, recrea y fortifica maravillosamente el espíritu e
impide las distracciones. Los sabios hallan en estas fórmulas la doctrina más
profunda, y los pequeños las enseñanzas más familiares.
Es
preciso pasar por esta fácil meditación antes de elevarse al grado más sublime
de la contemplación. Tal es el parecer de Santo Tomás de Aquino y el consejo
que nos da cuando dice que es necesario ejercitarse primero, como en un campo
de batalla, en la adquisición de todas las virtudes —de las cuales tenemos
perfecto modelo en los misterios del Rosario—, porque es ahí -dice el sabio
Cayetano— donde adquirimos la unión íntima con Dios, sin la cual la contemplación
no es más que una ilusión capaz de seducir las almas.
Si
los falsos iluminados de nuestros días o quietistas, hubiesen seguido este
consejo, no hubieran tenido tan terribles caídas, ni causado tantos escándalos
en el terreno de la devoción. Es una singular ilusión del demonio creer que se
puede hacer oraciones más sublimes que las del Padre Nuestro y Ave María.
(...)
Un alma que reza su Rosario todos los
días, jamás será formalmente herética, ni será engañada por el demonio: ésta es
una declaración que firmaría con mi sangre.
EL
ROSARIO, ORACIÓN SUBLIME
(...)
¿Quién más elevado en la oración que Santa Magdalena, que todos los días era
transportada por los ángeles al cielo y que se formó en la escuela de
Jesucristo y de su Santísima Madre?
Y,
con todo, un día en que pedía a Dios un buen medio para adelantar en su amor y
llegar a la más alta perfección, vino el Arcángel San Miguel a decirle de parte
de Dios que no conocía otro que considerar —frente a una cruz que erigió a la
entrada de su caverna— los misterios dolorosos que ella había visto
desarrollarse ante sus propios ojos.
Que
el ejemplo de San Francisco de Sales, gran director de las almas espirituales
de su tiempo los mueva a inscribirse en tan santa cofradía, puesto que, por
santo que fuera él, se obligó con voto a rezar el Rosario completo, todos los
días, mientras viviese.
San
Carlos Borromeo lo rezaba también todos los días y encarecidamente recomendaba
esta devoción a sus sacerdotes y eclesiásticos en los seminarios, y a todo su
pueblo.
San
Pío V, uno de los Papas más grandes que han gobernado la Iglesia, rezaba
cotidianamente el Rosario. Santo Tomás de Villanueva, Arzobispo de Valencia,
San Ignacio, San Francisco Javier, San Francisco de Borja, Santa Teresa, San
Felipe de Neri y muchos otros grandes hombres que pasaron en silencio, han sido
eminentes en esta devoción.
Sigan
sus ejemplos. Facilitarán la obra de sus directores espirituales. ¡Y si
supieran éstos los frutos que ustedes podrían obtener con el rezo del Santo
Rosario, serían los primeros en incitarlos a ello!
San Luis María Grignion de Montfort
(Extractos
de “El secreto admirable del Santísimo Rosario”)