sábado, 11 de abril de 2015

REZA EL SANTO ROSARIO






INTERCAMBIO FELIZ

Está escrito: “Dad y se os dará". Tomemos la comparación del Beato Alano: “Si yo te diese cada día ciento cincuenta diamantes, ¿no me perdonarías aunque fueses mi enemigo? ¿No me tratarías como amigo, haciéndome todos los favores que pudieras?”
Si quieren enriquecerse con los bienes de la gracia y de la gloria, saluden a la Santísima Vir­gen, honren a su buena Madre: “Sicut qui thesaurizat, ita est qui honorificat matrem: el que hon­ra a su Madre, la Santísima Virgen, es semejante a un hombre que atesora”.
Ofréndenle cada día por lo menos cincuenta Ave Marías (una corona de cinco misterios), ca­da una de las cuales contiene quince piedras preciosas, que le son más agradables que todas las riquezas de la tierra. ¿Qué no habrían de esperar de su liberalidad? Ella es nuestra Madre y nues­tra amiga. Es la Emperatriz del universo, que nos ama más que todas las madres y reinas juntas amaron a hombre alguno porque —como dice San Agustín— la caridad de la Virgen María ex­cede a todo el amor natural de todos los hombres y ángeles juntos.
Un día Nuestro Señor se apareció ante Santa Gertrudis contando monedas de oro; se animó ella a preguntarle qué contaba. “Cuento —le respondió— tus Ave Marías; es la moneda con que se adquiere mi paraíso”.
El devoto y docto Suárez, de la Compañía de Jesús, tanto estimaba el mérito de la Salutación angélica, que hubiera dado —decía— con gusto toda su ciencia por el precio de un Ave María bien rezada.
“Que aquél que os ama, ¡oh divina María! —exclama el Beato Alano de la Roche— escuche y guste: El cielo se alegra y la tierra se admira cada vez que digo: Ave María. Satanás huye, el infierno rechina los dientes, cuando digo Ave María. Tengo aborrecimiento al mundo, tengo amor a Dios en mi corazón, cuando digo Ave María. Se desvanecen mis temores, se amortiguan mis pasiones, cuando digo Ave María. Crece en mí la devoción y encuentro la compunción, cuando digo Ave María. Se afirma mi esperanza y se aumenta mi consuelo, cuando digo Ave María. Porque la dulzura de esta benigna salutación es tanta, que no hay palabra para explicarla debidamente, y aun después que se hubiera hablado de estas maravillas, tan escondida queda todavía y tan profunda, que no es posible descubrirla. Es corta en palabras pero grande en misterios. Es más dulce que la miel y más preciosa que el oro. Es preciso tenerla con mucha frecuencia en el corazón para meditarla, y en la boca para decirla y repetirla devotamente”,
Refiere el mismo Beato Alano —en el capítulo 69 de su “Salterio’'— que una religiosa devota del Rosario se apareció después de muerta a una de sus hermanas y le dijo: “Si pudiese volver a mi cuerpo para rezar solamente un Ave María, aunque sin mucho fervor, por tener el mérito de esta oración sufriría con gusto, otra vez, todos los dolores que padecí antes de morir”. Hay que advertir que había padecido durante varios años, postrada en su lecho, muy intensos dolores.
Miguel de Lisle, Obispo de Salubre, discípulo y colega del Beato Alano de la Roche en el restablecimiento del Santo Rosario, dice que la Salutación angélica es el remedio para todos los males que nos afligen, con tal que la recemos devotamente en honor de la Santísima Virgen.

RIQUEZAS DE SANTIFICACIÓN CONTENIDAS EN LAS ORACIONES Y MEDITACIONES DEL ROSARIO

Nadie podrá jamás comprender las admirables riquezas de santificación que contienen las oraciones y los misterios del Santo Rosario, La meditación de los misterios de la vida y muerte Nuestro Señor Jesucristo es, para los que la practican, fuente de los frutos más maravillosos.


Hoy se buscan cosas que emocionen, que conmuevan, que produzcan en el alma impresiones profundas. ¿Y qué hay en el mundo más conmovedor que la maravillosa historia de nuestro Redentor, que se desarrolla ante nuestros ojos en quince cuadros que nos recuerdan las grandes escenas de la vida, de la muerte y de la gloria del Salvador del mundo? ¿Qué oraciones hay excelentes y más sublimes, que la Oración dominical y el Ave del ángel? En ellas se encierran todos nuestros deseos y todas nuestras necesidades.
La meditación de los misterios y de las oraciones del Rosario es la más fácil de todas las oraciones, porque la diversidad de las virtudes y estados de Jesucristo que se estudian, recrea y fortifica maravillosamente el espíritu e impide las distracciones. Los sabios hallan en estas fórmulas la doctrina más profunda, y los pequeños las enseñanzas más familiares.
Es preciso pasar por esta fácil meditación antes de elevarse al grado más sublime de la contemplación. Tal es el parecer de Santo Tomás de Aquino y el consejo que nos da cuando dice que es necesario ejercitarse primero, como en un campo de batalla, en la adquisición de todas las virtudes —de las cuales tenemos perfecto modelo en los misterios del Rosario—, porque es ahí -dice el sabio Cayetano— donde adquirimos la unión íntima con Dios, sin la cual la contemplación no es más que una ilusión capaz de seducir las almas.
Si los falsos iluminados de nuestros días o quietistas, hubiesen seguido este consejo, no hubieran tenido tan terribles caídas, ni causado tantos escándalos en el terreno de la devoción. Es una singular ilusión del demonio creer que se puede hacer oraciones más sublimes que las del Padre Nuestro y Ave María.
(...) Un alma que reza su Rosario todos los días, jamás será formalmente herética, ni será engañada por el demonio: ésta es una declaración que firmaría con mi sangre.

EL ROSARIO, ORACIÓN SUBLIME

(...) ¿Quién más elevado en la oración que Santa Magdalena, que todos los días era transportada por los ángeles al cielo y que se formó en la escuela de Jesucristo y de su Santísima Madre?
Y, con todo, un día en que pedía a Dios un buen medio para adelantar en su amor y llegar a la más alta perfección, vino el Arcángel San Miguel a decirle de parte de Dios que no conocía otro que considerar —frente a una cruz que erigió a la entrada de su caverna— los misterios dolorosos que ella había visto desarrollarse ante sus propios ojos.
Que el ejemplo de San Francisco de Sales, gran director de las almas espirituales de su tiempo los mueva a inscribirse en tan santa cofradía, puesto que, por santo que fuera él, se obligó con voto a rezar el Rosario completo, todos los días, mientras viviese.
San Carlos Borromeo lo rezaba también todos los días y encarecidamente recomendaba esta devoción a sus sacerdotes y eclesiásticos en los seminarios, y a todo su pueblo.
San Pío V, uno de los Papas más grandes que han gobernado la Iglesia, rezaba cotidianamente el Rosario. Santo Tomás de Villanueva, Arzobispo de Valencia, San Ignacio, San Francisco Javier, San Francisco de Borja, Santa Teresa, San Felipe de Neri y muchos otros grandes hombres que pasaron en silencio, han sido eminentes en esta devoción.
Sigan sus ejemplos. Facilitarán la obra de sus directores espirituales. ¡Y si supieran éstos los frutos que ustedes podrían obtener con el rezo del Santo Rosario, serían los primeros en incitarlos a ello!

San Luis María Grignion de Montfort

(Extractos de “El secreto admirable del Santísimo Rosario”)