viernes, 17 de abril de 2015

LA MISERICORDIA MAL ENTENDIDA








El 11 de octubre de 1962, en el mensaje inaugural del Concilio Vaticano II, el Papa Roncalli dijo: “En nuestro tiempo, sin embargo, la Esposa de Cristo prefiere usar la medicina de la misericordia más que la de la severidad. Ella quiere venir al encuentro de las necesidades actuales, mostrando la validez de su doctrina más bien que renovando condenas”.

En el capítulo IV de su Iota unum, Romano Amerio cuestionó categóricamente esta “medicina de la misericordia”:

Esta proclamación del principio de la misericordia como contrapuesto al de la severidad no tiene en cuenta que en la mente de la Iglesia incluso la condena del error es una obra de misericordia, pues atacando al error se corrige a quien yerra y se preserva a otros del error. Además, hacia el error no puede haber propiamente misericordia o severidad, al ser éstas virtudes morales cuyo objeto es el prójimo, mientras que el intelecto repudia el error con un acto lógico que se opone a un juicio falso. Siendo la misericordia, según la Suma Teológica II.II q 30, a.1., un pesar por la miseria de los demás acompañado del deseo de socorrerles, el método de la misericordia no se puede usar hacia el error (ente lógico en el cual no puede haber miseria) y, sino sólo hacia el que yerra (a quien se ayuda proponiéndole la verdad rebatiendo el error)”.

Más de medio siglo después y a pesar del rotundo fracaso de la medicina recomendada por Juan XXIII-buena parte de la Iglesia no puede soportar “la sana doctrina”-en su bula de convocación al Jubileo Extraordinario de la Misericordia, Francisco insiste en recorrer la senda equivocada:
“Es mi vivo deseo que el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo sobre las obras de misericordia corporales y espirituales. Será un modo para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los privilegiados de la misericordia divina. La predicación de Jesús nos presenta estas obras de misericordia para que podamos darnos cuenta si vivimos o no como discípulos suyos. Redescubramos las obras de misericordia corporales… Y no olvidemos las obras de misericordia espirituales: dar consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe,corregir al que yerra, consolar al triste, perdonar las ofensas, soportar con paciencia las personas molestas, rogar a Dios por los vivos y por los difuntos.

“No podemos escapar a las palabras del Señor y en base a ellas seremos juzgados: …si fuimos capaces de vencer la ignorancia en la que viven millones de personas, sobre todo los niños privados de la ayuda necesaria para ser rescatados de la pobreza…”

Intentando establecer una secuencia lógica respecto de la obra de misericordia espiritual que es corregir al que yerra, Francisco no dice cómo y parece que para él no se trata del error, sino de la ignorancia en que viven “millones de personas” en estado de “pobreza” material. Tal reduccionismo convierte a la Esposa de Cristo en una suerte de Cáritas, más preocupada en socorrer con vacunas y proteínas, que no en remediar la auténtica pobreza: la espiritual, que sólo se satisface con la Verdad. Y predicar y defender la Verdad, supone juzgar, reprobar, condenar al error por pura y verdadera misericordia hacia las almas, no permaneciendo callado e inconmovible frente al cisma y a la herejía, refugiado en la cómoda indefinición de ¿Quién soy para juzgar?