« Nuestro
tiempo no es tiempo de temor ya que somos testigos de un Dios que ofreció la
vida para lograr hacerse amar. La pasión de Jesús fue llamada un exceso, por lo
cual nadie que la medite podrá seguirle a medias.
Si
quieres crecer en la vida del espíritu, piensa todos los días en los
padecimientos del Señor porque pensando en ellos es imposible que no te llenes
de amor y fortaleza; amor capaz de relativizar los demás efectos en comparación
con el suyo, y fortaleza para sobrellevar con gozo las pruebas y las cargas
inevitables de la vida.
¿Quién
podrá desesperarse o irritarse por lo injusto de sus sufrimientos viendo a
Jesús herido y despedazado? ¿Quién rehusará sujetarse a las exigencias del bien
común al recordar a Cristo obediente hasta la muerte? ¿Quién podrá temer si se
abraza a la cruz de nuestro Redentor?
Se
lamentaba Santa Teresa de que algunos libros le hubieran aconsejado dejar de
meditar la pasión, porque la humanidad de Cristo hubiera pudiera impedirle la
contemplación de su divinidad; y consciente del error exclamaba: "Oh
Señor y bien mío, Jesús crucificado, me parecía haberte hecho una gran
traición, pues ¿de dónde me vinieron todos los bienes sino de vuestra
cruz?".
Decía
San Pablo que solo ambicionaba saber la ciencia de la cruz, es decir, el amor
que ella encierra: "Pues no quise entre vosotros sino a Jesucristo, y
éste crucificado" (1 Co 11,2).
Preguntado
San Buenaventura de dónde sacaba tan copiosa y excelente doctrina como ponía en
sus obras, dijo mostrando un crucifijo: "Este es el libro que me dicta
todo lo que escribo. Aquí he aprendido lo poco que sé".
¿Dudarías
de consagrarte por entero al Redentor si verdaderamente conocieras el misterio
de la cruz? ¿Cómo habiéndote amado hasta la locura no ha logrado aún gobernarte
el corazón? Ten presente que "Cristo murió por todos, para que los que
viven no vivan para sí, sino para El que murió y resucitó por ellos"
(2 Co 5,15) .»
San Alfonso
María de Ligorio