“El
católico simplemente resabiado de Liberalismo se conoce en que, siendo hombre
de bien y de prácticas sinceramente religiosas, huelen no obstante a
Liberalismo en cuanto habla o escribe o trae entre manos. Podría decir a su
modo, como Mad. Sevigné: "No soy la rosa, pero estuve cerca de ella, y
tomé algo de su olor". El buen resabiado discurre y habla y obra como
liberal de veras, sin que él mismo, pobrecito, lo eche de ver. Su fuerte es la
caridad: este hombre es la caridad misma. ¡Cómo aborrece él las exageraciones
de la prensa ultramontana! Llamarle malo a un hombre que difunde malas ideas,
parécele a ese singular teólogo pecado contra el Espíritu Santo. Para él no hay
más que extraviados. No se debe resistir
ni combatir; lo que se debe procurar siempre es atraer. "Ahogar el mal
con la abundancia del bien", esta es su fórmula favorita, que leyó un día
en Balmes por casualidad, -y fue lo único que del gran filósofo catalán se le
quedó en la memoria. Del Evangelio aduce únicamente los textos que saben a miel
y almíbar. Las invectivas espantosas
contra el fariseísmo diríase que las tiene él por genialidades e intemperancias
del divino Salvador. A bien que sabe usarlas él mismo muy reciamente contra los
irritables ultramontanos, que con sus exageraciones comprometen cada día la
causa de una Religión que toda es paz y amor. Contra éstos anda acerbo y duro el buen resabiado, contra éstos es
amargo su celo y agria su polémica y agresiva su caridad. Por él exclamó el
P. Félix en un discurso célebre, a propósito de las acusaciones de que era
objeto en persona del gran Veuillot: "Señores, amemos y respetemos hasta a
nuestros amigos". Pero no; el buen
resabiado no lo hace así: guarda todos sus tesoros de tolerancia y de caridad
liberal para los enemigos jurados de su fe. ¡Es claro, como que el infeliz los ha de atraer! En cambio, no tiene
más que el sarcasmo y la intolerancia cruel para sus más heroicos defensores.
En suma, al buen resabiado, aquello de la oposición per diametrum del Padre San
Ignacio en sus Ejercicios espirituales, nunca le pudo entrar. No conoce más táctica que la de atacar por
los flancos, que en religión suele ser la más cómoda, pero no la más decisiva.
Bien quisiera él vencer, pero a trueque
de no herir al enemigo ni causarle mortificación o enfado. El nombre de guerra le alborota los nervios;
mas le acomoda la pacífica discusión. Está
por los Círculos liberales en que se perora y delibera, no por las Asociaciones
ultramontanas en que se dogmatiza e increpa. En una palabra, si por sus
frutos se conoce al liberal fiero y al manso, por sus acciones principalmente
es como al resabiado de liberalismo se le ha de conocer”.
R. P.
Félix Sardá y Salvany, El Liberalismo es
pecado.