lunes, 13 de mayo de 2013

PARA QUE EL NOMBRE DE JESÚS REINE EN LOS CORAZONES…QUE LOS AFECTOS DE MARÍA TEMPLEN NUESTRA VOLUNTAD





Veritas liberavit vos


Por Pío de la Dolorosa
Bien dicen que no se ama lo que no se conoce y, obviamente, poco se amará lo que poco se conoce.
Porque uno de los elementos esenciales para mover nuestra voluntad al ejercicio de una virtud,  la búsqueda de un bien o el rechazo y/o  fuga de un mal, será la comprensión de las ventajas que nos procuraremos si tendemos nuestro pensar, sentir y obrar  hacia un objeto particular, por ejemplo, las consecuencias de permanecer en un trabajo o la conveniencia de buscar otro mejor, la necesidad de cuidar la salud personal y las posibilidades de acción que una buena salud nos proporciona, así como las limitaciones que nos atrae carecer de ella, etc.
Pero enmarcar la relación conocimiento – voluntad en un mero sentido utilitarista de valorar las cosas por las ventajas que nos otorgan, restaría en mucho el reconocimiento pleno y real de lo que el objeto de nuestro conocimiento por sí mismo representa, y que es independiente del grado de comprensión y de simpatía o antipatía que tengamos al respecto.
Evidentemente, en la medida que profundicemos las cosas y lo que de ellas sepamos sean nociones seguras y verdaderas, nuestras ideas serán más claras y se ajustarán mejor a la realidad de lo que estudiamos. Esto, en cuanto a conocer.
Sin embargo, ningún conocimiento por certísimo que éste pueda ser  bastará de por sí para movernos a actuar según lo que hemos aprendido, conforme a  lo que tenemos por  bueno, juicioso y digno de ser acatado si no lo acompañamos con nuestra voluntad.
 Tal es el caso de personas que padecen una enfermedad: conocen por su médico o la experiencia propia a qué remedio acudir y,  sin embargo, son negligentes en tomarlo o,  incluso  por diferentes causas, se niegan a usarlo.
Otro ejemplo es el del padre de familia con problemas de alcoholismo que reconoce su responsabilidad ante sus hijos y su esposa de procurarles sustento, conoce las consecuencias de su despilfarro en bebidas embriagantes, el perjuicio para sí y sus seres queridos y,  no obstante, continúa desperdiciando su salario, manteniendo la degradación moral, para luego lamentar su proceder cuando se encuentre sobrio y con necesidades que cubrir.
Esta es la realidad que a la mayoría de los seres humanos  nos toca vivir repetidamente;  es decir, es lo que hablaba  San Pablo  de que hacemos el mal que no queremos y dejamos de hacer el bien que queremos, que hay una ley en nuestros miembros que se opone a la ley del espíritu y que  Cristo lo resumirá en una frase célebre y muy iluminadora, pronunciada justamente en un momento en que dará cumplimiento a una decisión nada placentera ni fácil, pero justísima y necesaria, cuál fue aceptar Su rol divino de Redentor y Expiador: “el espíritu está pronto, pero la carne es débil.” 
Contamos con continuas luces del cielo, poseemos conciencia, sabemos que el auxilio de Dios no está lejos de nosotros, nos alegramos del bien, pero somos débiles en nuestros propósitos, estamos acostumbrados a tratar sobre las cosas terrenas y a sumergirnos en mil preocupaciones como si éstas agotaran toda la vitalidad de nuestra existencia, en fin, resentimos una especie de ausencia de Dios, no porque Su Presencia no lo llene todo, sino porque descuidamos colocarnos bajo Su voluntad y contemplarlo, no solo en los momentos de oración que le ofrezcamos, pero también, y es de capital importancia, en la ejecución de nuestras distintas actividades diarias.
Añadamos, pues, al conocimiento que nos otorga la ciencia y la fe católica, y toda verdad que viene del Espíritu Santo, el amor y afecto hacia el Sumo Bien y a los demás bienes inferiores que de Él nos vienen. Reconozcamos nuestra debilidad, pero no perdamos la esperanza de ser mejores y  de poder ser útiles a los demás,  recordando  que el mayor privilegio del hombre es haber sido creado capax Dei, capaz de Dios, por tanto, facultado para conocerle y amarle desde ahora, en esta vida.
Inútil sería emprender el camino de la regeneración y la vida espiritual, sin la ayuda imprescindible de la gracia y sin detenernos a considerar y contemplar las distintas perfecciones divinas. Su plan creador, Su Providencia que sostiene y encamina todo hacia su fin último, la obra de la Redención, la invitación a la intimidad del alma con Su Padre celestial, la belleza del espíritu viviendo en amistad con el Señor, la alegría que produce obrar el bien y la tristeza, desgracia, hambre y atadura que causa el pecado, la brevedad de lo temporal y la inmensidad de lo eterno, entre tantas otras meditaciones. 
Esto, acompañado de una oración humilde y constante, confiada y generosa, nos encaminará a producir un afecto e inclinación al Señor, a los bienes celestiales y a hermosear nuestra propia alma, que ya nuestros pensamientos, deseos y obras no actuarán principalmente por interés puramente propio, aunque bueno, sino más allá, por el hecho de que vivir cristianamente nos hace descubrir gradualmente la belleza única y dignidad sublime del Señor.
Porque proceder según la voluntad divina, aunque a veces sabe amargo en el paladar, al digerirlo produce satisfacción más agradable que la miel, y poco a poco desaparecerá nuestro yo y nuestras cosas a favor del Tú sempiterno y lo que le ha de contentar.
Estas reflexiones de carácter general, producirán mejor efecto si incluimos a Dios, a María Santísima y a la práctica del Santo Rosario como un ejemplo viviente de una enorme e inimaginable relación de conocimiento-voluntad.
El Santo Rosario  nos ayudará, a través de la meditación,  a conocer mejor las cosas de Dios  y lo que Él y Su Madre son en esencia y, por medio de la contemplación de los misterios divinos y la reproducción de sus aspectos operativos, a encaminar nuestra voluntad según el beneplático divino.
Démosle espacio ahora a la enseñanza del gran santo mariano San Luis Grignon de Montfort, sin olvidar que el rezo del Santo Rosario es benéfico si es hecho individualmente pero es mucho más eficaz cuando se lo reza a nivel grupal y familiar porque atrae muchas gracias y bienes, incluso las indulgencias obtenidas  son mayores.
 Aprendamos de este grandioso medio  de santificación y salvación, la imitación de los afectos y virtudes de la Madre de Dios, especialmente su obediencia a la ley divina, su humildad sin par y su caridad fraterna, los cuales nos llevarán  a apreciar y gustar más el  Corazón Sagrado y Santísimo de Nuestro Señor Jesucristo para luego  suplicar que Su Nombre, sobre todo nombre, extienda Su reino en nuestros corazones de manera duradera
En su libro, “El Secreto admirable del Santísimo Rosario”, San Luis nos dice: “Guardaos, si no lo lleváis a mal, de mirar esta práctica como insignificante y de escasas consecuencias, como hace el vulgo y aun muchos sabios orgullosos; es verdaderamente grande, sublime, divina. El cielo es quien os la ha dado para convertir a los pecadores más endurecidos y los herejes más obstinados. Dios ha vinculado a ella la gracia en esta vida y la gloria en la otra. Los santos la han ejercitado y los Soberanos Pontífices la han autorizado”.  ¡Afirmaciones y promesas que bien vale la pena atender!
Acerca de la recitación del Avemaría y del Rosario, nuestro santo nos exhorta en su “Tratado de la verdadera devoción a María Santísima”, en el número 249: “Recitarán con gran devoción el Avemaría…cuyo valor, mérito,  excelencia y necesidad apenas conocen los cristianos, aun los más instruidos.
Ha sido necesario que la Sma. Virgen se haya aparecido muchas veces a grandes y muy esclarecidos santos –como Santo Domingo, San Juan de Capistrano o el Beato Alano de la Roche- para manifestarle por sí misma el valor del Avemaría…
Proclamaron a voces y predicaron públicamente que habiendo comenzado la salvación del mundo por el Avemaría, a esta oración está vinculada también la salvación de cada uno en particular; que esta oración hizo que la tierra seca y estéril produjese el fruto de vida y que, por tanto, esta oración bien rezada hará germinar en nuestras almas la palabra de Dios y producir el fruto de vida, Jesucristo; que el Avemaría es un rocío celestial que riega la tierra, es decir, el alma para producir fruto en tiempo oportuno y que un alma que no es regada por esta oración o rocío celestial, no produce fruto sino malezas y espinas y está cerca de recibir la maldición.”
Prosigue en el 250: “He aquí lo que la Sma. Virgen reveló al Beato Alano de la Roche…en…De dignitate Rosarii…:’Sabe, hijo mío, y hazlo conocer a todos, que es señal probable y próxima de condenación eterna el tener aversión, tibieza y negligencia a la recitación de la salutación angélica, que trajo la salvación a todo el mundo ‘ [La trajo, porque del saludo del ángel a María y la aceptación de Ella al plan de Dios, se hizo posible la Encarnación del Verbo divino y consigo, la ejecución de la obra redentora. Nota del escritor]…Pues siempre se ha observado que llevan la señal de la reprobación –como los herejes, impíos, orgullosos y mundanos- odian y desprecian el Avemaría y el Rosario.
Los herejes aprenden a rezar el Padrenuestro, pero no el Avemaría, ni el Rosario. ¡A éste lo consideran con  horror! Antes llevarían una serpiente que un rosario.
Asimismo los orgullosos, aunque católicos, teniendo como tienen las mismas inclinaciones que su padre, Lucifer, desprecian o miran con indiferencia el Avemaría y consideran el Rosario como devoción de mujercillas, solo buena para ignorantes y analfabetos.
Por el contrario, la experiencia enseña que quienes manifiestan grandes señales de predestinación, estiman y rezan con gusto y placer el Avemaría, y cuanto más unidos viven a Dios, más aprecian esta oración…”
Preguntémonos: ¿qué tanto apreciamos esta sublime devoción? ¿Nos parecemos más en nuestras actitudes a los reprobados o a los predestinados? ¿Qué haremos en el futuro para mejorar nuestra oración y meditación?
Número 251: “No sé cómo ni por qué, pero es real: no tengo mejor secreto para conocer si una persona es de Dios, que observar si gusta de rezar el Avemaría y el Rosario. Digo si gusta porque puede suceder que una persona esté natural o sobrenaturalmente imposibilitada de rezarlos, pero siempre los estima y recomienda a otros” [No vayamos a ser presuntuosos y excusarnos de nuestras negligencias espirituales, si fácilmente justificamos el no rezar estas bellas oraciones, alegando que supuestamente es un impedimento que Dios nos ha permitido. A veces, esto es cierto, pero no la mayor parte de los casos cuyas causas se encontrarán más bien en nuestra falta de fervor, obstinación pecaminosa o indiferencia. Nota del escritor]
Número 252: “Recuerden, almas predestinadas, esclavas de Jesús en María, que el Avemaría es la más hermosa de todas las oraciones después del Padrenuestro. El Avemaría es el más perfecto saludo que pueden dirigir a María. Es…el saludo que el Altísimo le envió por medio de un arcángel para conquistar su corazón y fue tan poderoso sobre el Corazón de María, que no obstante su profunda humildad, Ella dio su consentimiento a la Encarnación del Verbo. Con este saludo debidamente recitado, también ustedes conquistarán infaliblemente su Corazón.
Número 253: “El Avemaría bien dicha, es decir, con atención, devoción y modestia, es –según los santos- el enemigo del diablo, a quien hace huir, y el martillo que lo aplasta. Es la santificación del alma, la alegría de los ángeles, la melodía de los predestinados, el cántico del Nuevo Testamento, el gozo de la Sma. Virgen y la gloria de la Sma. Trinidad…”.
Concluimos con San Luis, motivándonos en el número 254: “Les ruego, pues, con la mayor insistencia y por el amor que les profeso en Jesús y María…que recen también el Rosario y, si tienen tiempo, los quince misterios, todos los días. A la hora de la muerte bendecirán el día y la hora en que aceptaron mi consejo. Y después de haber sembrado en las bendiciones de Jesús y María, cosecharán las bendiciones eternas. ‘Quien hace siembras generosas, generosas cosechas tendrá’ (2 Cor 9,6).”