domingo, 5 de mayo de 2013

DOMINGO QUINTO DE PASCUA - EFICACIA DE LA ORACIÓN




por el R.P. Leonardo Castellani


Tomado de Domingueras Prédicas
Ediciones Jauja, Mendoza, Rep. Argentina, 1997


"Aquel día no me preguntaréis nada. En verdad, en verdad os digo: lo que pidáis al Padre os lo dará en mi nombre. Hasta ahora nada le habéis pedido en mi nombre. Pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea colmado. Os he dicho todo esto en parábolas. Se acerca la hora en que ya no os hablaré en parábolas, sino que con toda claridad os hablaré acerca del Padre. Aquel día pediréis en mi nombre y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros, pues el Padre mismo os quiere, porque me queréis a mí y creéis que salí de Dios. Salí del Padre y he venido al mundo. Ahora dejo otra vez el mundo y voy al Padre.» Le dicen sus discípulos: «Ahora sí que hablas claro, y no dices ninguna parábola. Sabemos ahora que lo sabes todo y no necesitas que nadie te pregunte. Por esto creemos que has salido de Dios.» Jesús les respondió: «¿Ahora creéis? Mirad que llega la hora (y ha llegado ya) en que os dispersaréis cada uno por vuestro lado y me dejaréis solo. Pero no estoy solo, porque el Padre está conmigo. Os he dicho estas cosas para que tengáis paz en mí. En el mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo!: yo he vencido al mundo.»

(Jn. 16,23-33)


En este tercer fragmento de la Despedida de Cristo, que es el final, Cristo trata de la oración; y en toda la despedida trata de la Esperanza sobrenatural, como está dicho. La Esperanza es la nutrición y al mismo tiempo la nutridora de la oración.

Cristo hace a los Apóstoles una promesa estupefaciente: "Todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, os será dado"; y los Apóstoles se entusiasman enormemente —en falso.

La oración nos religa con Dios; y por tanto es el acto más importante de la Religión; palabra que significa "religamiento".

La Escritura dice de la oración: "Bendito sea Dios que no apartó de mí ni mi oración ni su misericordia" —uniendo así nuestra oración con la misericordia de Dios, y prometiendo implícitamente que mientras hagamos oración obtendremos misericordia. Es muy consoladora esta promesa del Psalmo 65, versículo 20.

Varias veces en mi vida he dicho este versículo; varias veces en mi vida me he encontrado en lo que llaman "conciencia perpleja"; y me he pacificado recordándolo. Pondré un ejemplo pequeño, porque decía el Santo Cura de Ars que no hay que decir en la predicación sino aquello de que uno tiene experiencia propia. Por ejemplo, cuando enseñaba Filosofía en el Instituto del Profesorado, tenía graves escrúpulos, porque era claro que DE HECHO yo Filosofía no enseñaba (a causa, creo, de la nula disposición del alumnado) y cobraba tranquilamente $258 mensuales. Yo seguía en el puesto, con "conciencia perpleja", una, porque algo enseñaba, aunque no fuese Filosofía y dos, porque si renunciaba, ocupaba mi lugar un profesor que no sólo no enseñaría Filosofía sino a lo mejor enseñaba objeciones contra la Religión cristiana con el nombre de Filosofía, como hacían entonces Sansón Raskowsky y José Luis Kriegman. Pero con esta conciencia perpleja, yo veía que seguía orando; no muy bien, pero orar, oraba. Al fin Perón me sacó del problema echándome de la cátedra; no Perón propiamente sino otros del costado de Perón.

Esto: "bendito sea Dios que no apartó de mí ni mi oración ni su misericordia" está dicho en alabanza de la oración; es la mayor que hay. Ahora viene otra alabanza, del severo Tertuliano, en sentido contrario: "Yo tiemblo, dice el severo Africano, de pensar que un hombre pueda pasar un solo día sin orar". El primer dicho significa que aquél que ora, se salva; ¿significa este otro que aquel que no ora, no se salva? En la mente de Tertuliano, sí; pero no se puede sostener: pues en definitiva Tertuliano, Padre de la Iglesia, a fuerza de rigurosidad, cayó en herejía, en la herejía montañista, semejante a la herejía jansenista del siglo XVII. En la Escritura no está el dicho de Tertuliano. En la Escritura está que el que ora se salva; la negativa, "el que no ora, no se salva", no está. No lo sabemos. No quiere decir que no sea peligroso pasar la vida sin orar; pero en fin, Dios sea loado, hay muchas maneras de orar; y a veces se ora sin saberlo.

Esto precisado, podemos considerar el alcance de la promesa de Cristo. Cristo promete que el Padre nos dará lo que le pidamos. Los Apóstoles se fueron por las nubes; pero Cristo les añade que "hasta ahora no me habéis pedido nada"; y le habían pedido cosas, pero eran cosas insensatas; por ejemplo "que hiciera caer una bomba atómica (o sea, fuego del cielo) sobre las ciudades de Cafarnao y Bethsaida Julia. Por eso advirtió que había que pedir en su nombre y junto con El; o sea, que no había que pedir cualquier cosa.

Entonces la promesa parece irse al diablo; parece equivaler a esto: "Hay que pedir a Dios cosas; si Dios quiere nos las dará, si no quiere no". Para ese viaje no se necesita alforja; lo sabíamos ya, Cristo podía haberse ahorrado ese jueguito de palabras, mantantiru tiru la.

Tampoco es eso. La oración "eficaz" fue delimitada cuidadosamente por Cristo durante su predicación: tiene dos condiciones necesarias: una, que tiene que ser constante; otra, que tiene que ser de lo conveniente. "Supongamos que uno pide a Dios algo inconveniente, que su deseo se cumple, y él atribuye a Dios el don de algo dañoso; eso es cómico" —dice el filósofo Kirkegord.

"Si uno pide a su Padre un pan ¿le dará una piedra? Si le pide un huevo ¿le dará un alacrán? Si le pide un pescado ¿le dará una víbora? —dice Cristo. Lo malo es que a veces pedimos una piedra, un alacrán y una víbora; y Dios no nos los da. ¿Es inútil entonces mi oración? Nunca, si es ferviente y constante. "Aut dabit quod petis aut quod noverit melius", dice San Agustín: "o te dará lo que pides o lo que El sabe es mejor".

Cristo reiteró igualmente que la oración sea constante: "sine intermissione orate", orad sin aflojar; y lo ilustró con la Parábola del Amigo Insistente, que viene a medianoche a pedir panes prestados al amigo que está durmiendo, y éste lo manda al diablo con diez maldiciones y el otro sigue golpeando la puerta, hasta que se levanta el amigo rico y se los da; "así —dice Cristo— si Dios no os otorga lo que pedís por su benignidad, puede ser que lo otorgue de puro cansado". Y así vemos en las vidas de los Santos cuántas veces Dios hizo esperar a alguien incluso toda la vida.

Pero si Dios sabe lo que necesitamos, sabe lo que nos conviene, y Dios nos ama ¿qué necesidad hay de pedir? Casi parece hacer un agravio a la Paternidad de Dios. "Sabe vuestro Padre Celestial que tenéis necesidad destas cosas" —dijo Cristo.

Esta objeción se oye, e incluso la han escrito algunos filósofos, Spinoza, Renouvier, Vacherot —no grandes filósofos por cierto, como se ve por el hecho de que es bastante tonta. Breve y elegantemente respondió hace mucho tiempo San Agustín: "Dios no necesita que le digas lo que necesitas; pero tú sí lo necesitas". O sea, sea que Dios conceda, sea que no conceda lo que imploramos, la imploración nos hace bien.

¿Qué bien nos hace? El gran sabio francés Alexis Carrel en su libro "El Hombre, Ese Desconocido" (L'Homme, Cet Inconnu), traducido entre nosotros con el título de La Incógnita del Hombre, hace un agudo análisis, que no hay tiempo de repetir, del provecho natural que imparte al hombre la oración, visto solamente a los ojos de la razón natural. Pero el provecho religioso es mayor, y él incluye este otro provecho natural. El provecho religioso de la oración, aun en el caso de no obtener lo pedido; o sea, ese "algo mejor" que dice San Agustín, es en resumen:

1º- nos pone en contacto con Dios; o sea, un acto de fe.

2º- despliega confianza en Dios; o sea, un acto de esperanza.

3º- confiesa que Dios es bueno; o sea, un acto de caridad.

4º- nos pone vivamente ante los ojos de la mente el objeto que deseamos; o sea, un acto de prudencia; puesto que la prudencia depende del considerar y la oración nos hace considerar.

5º- finalmente, nos calma, lo cual también pertenece a la virtud de prudencia.

Consideremos una viejita que está sentada al lado de su nieto enfermo rezando el Rosario; con muchas distracciones por supuesto. Ahí está un chiquito enfermo y ahí está la abuela en la presencia de Dios: la repetición monótona de una y otra vez la misma fórmula le calma los nervios; la confianza en Dios le calma los arrebatados afectos de temor y tristeza —y después de su oración podrá atenderlo mejor; la fe le hace someter su voluntad a la incógnita y más sapiente Voluntad de Dios; la conciencia de lo que pide le pone ante los ojos la verdad de la muerte y de lo deleznable de la vida humana; los misterios del Rosario la sacan del monoideísmo o idea fija, recordándole por ejemplo la Pasión de Cristo o el gran asunto de la salvación eterna; y el deseo de alcanzar lo que pide le sugiere el propósito de buenas obras o el arrepentimiento de malas acciones; y sobre todo eso, quién te dice que a Dios no se le ocurra hacerle la gracia o, si a mano viene, el milagro. "O te dará lo que pides o lo que Él ve que es mayor".

De modo que, resumiendo, la promesa de Cristo en la Última Cena, aunque no sea una cosa de magia, supone que nuestra oración es verdadera oración, o sea prudente y constante; y la oración es el foco vivo de la religión. Los sabios la han alabado de provechosa; pero ¿qué alabanza es comparable a la que della hace la Iglesia? Desde que existe la Iglesia existen las Órdenes contemplativas, que ella no solamente ha aprobado sino que ha creado para promover la búsqueda de lo "Único Necesario".