Fidelidad. ¿A quién? |
SACERDOS
ALTER CHRISTUS FIDELIS SERVUS ET PRUDENS
La FSSPX
acaba de dar a conocer, a través del boletín del Seminario de La Reja
“Credidimus caritati” (http://www.fsspx-sudamerica.org/boletines/credi90.pdf), un fragmento del sermón pronunciado por Mons. de
Galarreta el 22 de diciembre de 2012. Desde la introducción dada al mismo se
señala claramente su tema: la fidelidad del sacerdote y el peligro de volverse
infiel por falta de prudencia. Leyendo entre líneas se comprende que detrás de
un sermón aparentemente sencillo pero muy pobre de contenido, se lanza una advertencia
a los nuevos sacerdotes y seminaristas ante el supuesto peligro que representaría
desviarse como lo habrían hecho en los últimos tiempos muchos sacerdotes por
dejar de ser fieles a la Fraternidad. Nuestros comentarios (también en rojo) buscan
profundizar en aquello que Mons. de Galarreta omite o no aclara como debe, con
todo el perjuicio que su prédica engañosa conlleva para los jóvenes sacerdotes
y seminaristas. Los resaltados del sermón también nos pertenecen.
“Sacerdos alter Christus”: el Sacerdote
es otro Cristo. Este axioma católico resume bien lo que es el sacerdote y nos
muestra su dignidad. En efecto si el sacerdote es otro Cristo, pues por su
ordenación participa del único Sacerdocio que es el de Cristo, cada sacerdote
tiene que ser también otro Cristo en el sentido moral, es decir una imagen viva
de Cristo. Sin embargo, es necesario que
el sacerdote sea siempre fiel a aquello que ha recibido, para no empañar ni
perder esa imagen viva de Cristo.
A
continuación, transcribimos un fragmento del Sermón pronunciado por S.E.R. Mons
Alfonso de Galarreta, en las ordenaciones del pasado 22 de diciembre, en donde queda manifiesta la importancia de la
fidelidad para el sacerdote.
“...Querría
insistir sobre un aspecto en el que frecuentemente somos probados. Ayer
celebrábamos la fiesta de Santo Tomás Apóstol y la Iglesia traía a colación en
el oficio, poniendo en primer lugar a nuestra meditación el texto del Apóstol
San Pablo a los Corintios, “lo que los hombres han de ver en nosotros es ministros
de Cristo y dispensadores de los misterios de Dios” (1 Cor 4, 1). Ahora bien, lo que se le pide y exige al ministro de
Cristo y al cooperador en la dispensación de los misterios de Dios es la
fidelidad... Es una virtud en total vía de desaparición. Nadie mejor que Mons. de Galarreta para afirmar tal cosa: su
discurso recto y firme en consonancia con las enseñanzas de Mons. Lefebvre y
crítico del solo acuerdo práctico con Roma sin acuerdo doctrinal fue abandonado
para adoptar un lenguaje acomodaticio al punto de afirmar públicamente que hay
que hacer lo que la mayoría disponga aunque esa mayoría esté equivocada.
La fidelidad no es solamente predicar –y
no vociferar– la verdad o la doctrina, es mucho más que eso. Es ir cumpliendo
con todo lo que le prometí a Dios y a la Iglesia, y delante de los hombres.
Los sacerdotes de la FSSPX –incluido desde luego Mons. de
Galarreta- dicen al final del “Juramento antimodernista”: “Todas estas cosas me comprometo a observarlas fiel, sincera e
íntegramente, a guardarlas inviolablemente y a no apartarme jamás de ellas sea
enseñando, sea de cualquier manera, por mis palabras y mis escritos”. Un
Juramento que entre otras cosas dice: “Igualmente,
repruebo todo error que consista en sustituir el depósito divino confiado a la
esposa de Cristo y a su vigilante custodia, por una ficción filosófica o una
creación de la conciencia humana, la cual, formada poco a poco por el esfuerzo
de los hombres, sería susceptible en el futuro de un progreso indefinido”. Lejos
de este lenguaje claro, la adopción de un lenguaje ambiguo y errático; la confusa
y subjetivista Declaración doctrinal de Mons. Fellay de abril del 2012; muchas
de sus declaraciones públicas y privadas que minimizan o relativizan los graves
errores del Concilio; la aceptación del subjetivismo modernista en la
aceptación del Motu proprio Summorum Pontificum y el “levantamiento” de unas
excomuniones que se tenían por inexistentes; su afirmación de que no había que
exagerar las herejías del Vaticano II; el cambio de actitud hacia una Roma que
no reprueba esos errores subjetivistas que condenó San Pío X y en su
continuidad Mons. Lefebvre, son incumplimientos de la fidelidad debida y el
compromiso adquirido como sacerdotes. En el Apocalipsis, San Juan hace
resaltar en Nuestro Señor el hecho de que es el “testigo veraz y fiel” (Apoc 19,
11).
Pero
a decir verdad la fidelidad no basta, y
si hay otra virtud que falta mucho hoy día es la prudencia y no es una
virtud fácil. Si uno no la tiene, lo que tiene que hacer con un poco de
humildad –eso lo puede salvar– es fiarse
de los que son prudentes. O sea de nosotros, parece
decir Mons. de Galarreta. Pero si uno no tiene prudencia, ¿cómo reconocer a los
prudentes? Dice Santo Tomás (Suma teológica - Parte II-IIae - Cuestión 47): “A enseñanza del Filósofo, en VI Ethic., de
que hay dos especies de prudencia política: la legislativa, propia de los
gobernantes, y otra que conserva el nombre común de política, y versa sobre las
cosas singulares. Ahora bien, esta última debe darse también en los súbditos.
Luego la prudencia no se da sólo en los
gobernantes, sino también en los súbditos.
La prudencia
radica en la razón cuya función propia es regir y gobernar. Por lo tanto, en la
medida en que cada cual participa del gobierno y dirección necesita de la razón
y de la prudencia. Por otra parte, es evidente que al súbdito y al siervo, en
cuanto tales, no les compete regir y gobernar, sino más bien ser regidos y
gobernados. Y por eso la prudencia no es virtud del siervo ni del súbdito en
cuanto tales. Mas, dado que todo hombre,
por ser racional, participa algo del gobierno según el juicio de la razón, en
esa medida le corresponde tener prudencia. Resulta, pues, evidente que la
prudencia reside en el príncipe como mente arquitectónica, según el Filósofo en
VI Ethic.; en los súbditos, en cambio, como arte mecánica o ejecutores de un
plan”. Siendo esto así, ¿esta subordinación de los inferiores a los
superiores haría que los inferiores debieran cerrar los ojos en lo que
concierne al gobierno de los superiores? De ser así, ¿cómo Mons. Lefebvre o
cualquiera de nosotros podría juzgar a un superior como el Papa? Respondemos: “Debemos juzgarle como nos dijo nuestro
Salvador: “Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con
vestiduras de ovejas, mas por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los
conoceréis” (Mt. 7, 15-16). No podemos cooperar ciegamente en la destrucción de
la Iglesia tolerando la aplicación de una nueva religión, o no haciendo todo lo
que podamos para defender nuestra Fe católica. Sin duda Mons. Lefebvre fue un
modelo de ello” (“Breviario sobre la Hermandad San Pío X”, Seminario de la
Santa Cruz, Australia, 1998). De manera tal que contra esa confianza ciega que
solicitaría Mons. de Galarreta por parte de los subordinados, como si la
humildad consistiera en ello, está lo que dice Nuestro Señor: “Yo te alabo, oh Padre, Señor del cielo y de
la tierra, porque encubres estas cosas a los sabios y a los prudentes, y las
revelas a los pequeños” (Mt. XI, 25) con lo que se quiere manifestar que
los humildes en tanto que tales reciben una sabiduría y una prudencia que
pueden volverse falsas o carnales en aquellos que creen o presumen de poseerlas.
En todo caso, el humilde no puede carecer de prudencia, y por lo tanto no puede
confiar ciegamente sin discernimiento. Si no fuera así, San Juan no nos habría
dicho: “Carísimos, no creáis a todo
espíritu, sino poned a prueba los espíritus si son de Dios; porque muchos
falsos profetas han salido al mundo” (I Jn, IV, 1). Y San Pablo: “Examinadlo todo y quedaos con lo bueno”
(I Tes. V, 21).
Nuestro
Señor lo manifiesta claramente en el Evangelio: alaba al “servidor fiel y
prudente, que es constituido sobre toda la familia” (Mt 24, 44), es decir, que
es constituido en autoridad en la Iglesia. ¿Qué quiere
decir con esto? ¿Qué ellos han sido constituidos en esos servidores fieles y
prudentes? Pues San Juan Crisóstomo se refiere a ese pasaje evangélico (en
realidad se trata del versículo 45) diciendo, según Mons. Straubinger, que
Nuestro Señor quiere mostrar “cuán pocas veces se hallan estas cualidades”. Y
¡ay del que se alaba a sí mismo! Así
que los sacerdotes debemos brillar por
una fidelidad en todo –como dije–, cosa que incluye la fidelidad a la Fraternidad
Sacerdotal en la cual somos incardinados y para la cual somos ordenados
sacerdotes. A veces espanta ver la
facilidad con la que algunos traicionan sus fidelidades, Mons. de Galarreta
parece hacer de la Fraternidad un absoluto, pero se equivoca. La Fraternidad es
un medio, un medio para servir a Nuestro Señor Jesucristo y éste es el motivo
de nuestra fidelidad, no otro, no un motivo humano o de simpatías o afectos
derivados de ello. Por lo tanto, la fidelidad tiene una condición. Y esa
condición es la fidelidad misma de la Fraternidad a la Tradición católica que
nos une y nos lleva a servir a Cristo. ¿Pero hace falta recordar que San Pablo
no dijo a sus fieles que le debían ser fieles, sino que él mismo podía ser
infiel, y por lo tanto "Pero aun
cuando nosotros mismos, o un ángel del cielo os predicase un Evangelio distinto
del que os hemos anunciado, sea anatema” (Gal. I, 8)? “Ése es el secreto de
la verdadera obediencia”, decía Monseñor Lefebvre. Y también nuestro Fundador
decía claramente que “todo fiel puede y
debe resistir a aquello que afecte su fe, apoyándose en el catecismo de su
niñez. Si se encuentra en presencia de una orden que lo pone en peligro de
corromperla, la desobediencia es un deber imperioso” (Carta abierta a los
católicos perplejos) y si los fieles hicieran eso en su matrimonio nos
escandalizaríamos horrorosamente. La comparación no es
válida porque la Fraternidad no es un Sacramento. Su comparación parecería
implicar que ser infiel a la Fraternidad (esto es, no seguir las directivas liberales
de Mons. Fellay) equivaldría a ser infiel al Sacerdocio. Esto no lo dice, pero
entonces ¿por qué vincula la fidelidad a la Fraternidad con la fidelidad en el
Matrimonio? Así, pues, ser fieles. Pero a la vez, la fidelidad o el celo sin prudencia pueden dar cualquier cosa y en
cualquier sentido. El demonio muchas
veces no nos tienta con cosas burdas, se disfraza de ángel de luz y nos tienta
bajo apariencia de bien, incluso bajo apariencia de fidelidad. Ciertamente, como ha ocurrido con Mons. Fellay y los
liberales de la Fraternidad que parecen haber sido tentados por las luces
“restauradoras” de Benedicto XVI y su posible “rehabilitación” de la
Fraternidad. O con el “levantamiento de las excomuniones” o las “amistades”
romanas. Cómo olvidaron la Sabiduría divina, como cuando Dios nos dice:
“No recibas regalos; porque el
regalo ciega a los prudentes y pervierte las causas justas” (Éxodo, XXIII,
8).
¿Qué
es lo que falta ahí? Lo que falta es prudencia, es luz, es esa inteligencia
sobrenatural, el consejo: el don de Consejo. Una fidelidad y un celo sin
discreción son tremendamente destructores. ¿Qué
es lo que me permite a mí resistir a las autoridades eclesiásticas romanas, y
qué lo que me obliga a obedecer a mi superior general?, ¿es la fidelidad? No,
ciertamente (que tengo que ser fiel es una condición y es un supuesto, pero, en
todo caso, tengo, que ser más fiel a la Iglesia y a las autoridades romanas que
a mi Superior General); sino la prudencia sobrenatural, que me guía y que me
hace ver que en un caso estoy obligado ––para obedecer a Dios– a resistir, y en
el otro caso –para obedecer a Dios– tengo que obedecer. Claro, eso no es un
absoluto; nunca lo fue ni lo será, pero algo está bien o está mal. Lo que no es
un absoluto en sí, tiene una sola resolución concreta; entonces, si yo obedezco
en un caso estoy bien, y en otro caso estoy mal; y si desobedezco, en un caso
estoy bien y en el otro caso estoy mal. ¿De qué depende eso finalmente? De la
verdad, de lo objetivo. Bien, al fin dice algo concreto
y veraz. Pero son precisamente las críticas objetivas acerca de la verdad las
que jamás las autoridades de la Fraternidad han buscado o podido refutar en el
caso de Monseñor Williamson y de aquellos que se han ido o han sido expulsados
de la Fraternidad. Por el contrario, la actitud de estas autoridades ha sido el
silenciamiento, los castigos arbitrarios o finalmente la expulsión, todo en
nombre de la obediencia, no de razones que impugnaban a partir de la verdad
supuestas falsedades de los “rebeldes”.
Por eso la necesidad de la humildad, del espíritu de sacrificio y
de conformarse con la voluntad de Dios. Y por eso la necesidad de la oración y
de vivir en la caridad. Para estar y caminar siempre en la verdad. Palabras que suenan muy bien
pero que están vaciadas de su contenido porque el subtexto es “los que se
fueron son soberbios, dejaron la oración y de vivir en la caridad. La prueba
está en su desobediencia”. Repetimos que el que vive en la verdad es capaz de
refutar el error, pero las autoridades de la FSSPX jamás lo han hecho, por el
contrario, tornáronse indulgentes y permisivas con los errores del Vaticano II
y las autoridades modernistas de Roma. Ya lo he podido decir muchas
veces. A mí, ¿qué me importa si me
desvío a la derecha o la izquierda, si en los dos casos me alejo del recto
camino? Finalmente, ¿qué importa si me fui a la derecha o la izquierda,
arriba o abajo si salí del buen camino? Perfectamente.
Y es hacia la izquierda donde se ha desviado la actual FSSPX con su búsqueda de
un acuerdo práctico sin acuerdo doctrinal con Roma. Por eso acusan a los que se
han mantenido en la posición de siempre de estar en la “derecha”.
La
virtud cristiana –y la virtud sacerdotal con mayor razón– no consiste en una
sola virtud potenciada al infinito, sino en un equilibrio de virtudes. El
equilibrio de virtudes tampoco es una medianía en cada virtud o entre todas las
virtudes: “entre la justicia y la misericordia trazamos el medio, la mediana y
ya está”, “yo tengo que practicar eso”. Bueno, ¿a ver quién puede practicar
eso?, para empezar. La virtud consiste siempre en evitar un exceso y un
defecto. Se trata de un equilibrio de virtudes, y si tengo una gran fe tengo
que tener una gran caridad y una gran esperanza también; no me basta la fe, ni
tampoco me basta una supuesta caridad; eso es imposible sin fe. Ni me basta la fe y la caridad, necesito la
esperanza firme para, por ejemplo, no volverme impaciente ni imponer a la
realidad mi solución, la que yo me imaginé. Bien
dicho, pero nadie mejor que Mons. Fellay para escuchar esa prédica. ¿Qué otra
cosa hizo sino querer imponer a todo el mundo mediante un optimismo infundado
la solución que él imaginó por parte de Benedicto XVI y los “amigos en Roma”
con sus soluciones a la crisis de la Iglesia, una visión completamente errada
sostenida a su tenor por el P. Bouchacourt cuando dijo que el Vaticano II
estaba dando su “canto del cisne” para, unos meses después, admitir que con el
papa Francisco –catapultado a Roma gracias a la revolucionaria renuncia de
Benedicto- el modernismo vuelve a estar más vivo que nunca? ¿Dónde estaba la
firmeza de esa esperanza que lo llevó a Mons. Fellay a realizar concesiones a
Roma con la Declaración doctrinal del 15 de abril del 2012 para luego mostrarse
decepcionado con el renunciante Benedicto porque esperaba de éste “un gesto”
hacia la Fraternidad, como le dijo Mons. Fellay en una carta? ¿No es esa más
bien la impaciencia, y no la de los que confían plenamente en Nuestro Señor y
por eso no se vuelven negociantes de la fe en el marco de unos acuerdos
interminables e imposibles con los enemigos de Cristo que ocupan Roma? Y así con las demás virtudes. Claro que
tenemos que ser fuertes, pero hay que ser prudentes; claro que hay que confesar
la fe con fortaleza y con firmeza y hay que ser intransigentes en la doctrina,
pero a la vez hay que ser prudentes, inteligentes y entender las cosas humanas.
Más palabras que suenan
muy lindo, pero vaciadas de contenido sin
referencia a los hechos concretos y el modo de aplicar esas virtudes en la
presente crisis de la Fraternidad. Si los Superiores son tan fieles, firmes,
prudentes, fuertes e intransigentes en la doctrina, ¿por qué ocurrió la crisis
que ocurrió, la más grave en la historia de la FSSPX? ¿Acaso la culpa recae
sólo en el papa Benedicto, sólo en los modernistas? Pero si la crisis es
interna el problema ha sido interno, más allá de los enemigos externos. ¿No les
parece? Leer un poquito la historia de la Iglesia, ¿no?, eso haría mucho
bien; también repasar un
poquito la vida y obra de Monseñor Lefebvre, como cuando decía: “Queda
claro que lo que se nos pide sin cesar: entera sumisión al papa, entera
sumisión al Concilio, aceptación de toda la reforma litúrgica, va en un sentido
contrario a la tradición, en la medida en que el papa, el Concilio y las
reformas nos arrastran lejos de la tradición, como los hechos lo prueban más y
más a través de los años. Pedirnos esto es pedirnos colaborar con la
desaparición de la fe. ¡Imposible! Los mártires han muerto por defender la fe.
¡Tenemos los ejemplos de cristianos prisioneros, torturados, enviados a campos
de concentración por su fe! Un grano de incienso ofrecido a la divinidad, y ya
está, habrían salvado sus vidas. Me han aconsejado a veces: ‘¡Firmad, firmad
que aceptáis todo y luego continuad como antes!’ ¡No! ¡No se juega con la fe!”
(“Le destronaron. Del liberalismo a la apostasía. La tragedia conciliar”,
capítulo XXXI) repasar un poco, y entonces veríamos cómo son las cosas
de los hombres y las cosas de la historia, y cómo obra la Divina Providencia. Y
eso lo digo porque, finalmente, hablamos de lo que el sacerdote ha de ser y debe
ser; aquí les pongo en guardia contra una de las tentaciones más corrientes
entre nosotros y que hacen caer a muchos, porque
el demonio los va a tentar preferentemente de este modo, bajo apariencia de
bien. Ciertamente, bajo apariencia de hacer un
bien, pero adoptando medios malos o mezclando la verdad con el error. Bajo
apariencia de bien se entró en el “diálogo” con el enemigo, para
“convertirlo”…y el convertido fue Mons. Fellay y su Fraternidad. Bajo
apariencia de bien se pidió la “libertad” para la Misa tradicional…y se terminó
aceptando que ésta es subalterna y “extraordinaria” con respecto al rito
“ordinario”, el Novus Ordo. Bajo apariencia de bien se pidió el “retiro del
decreto de las excomuniones”…y se terminó aceptando que las excomuniones eran válidas
al aceptar su levantamiento. Todo bajo apariencia de bien, por el bien general
de la Iglesia…Pero por los frutos se conoce al árbol, y lejos de una renovación
del fervor y el avance de la tradición, lo que ha avanzado es el liberalismo,
como puede constatarse en la misma Fraternidad. Lo que se requiere son
esas disposiciones, más personales e interiores, de humildad, de buscar
realmente conformarse a la voluntad de Dios, de sacrificar el hombre viejo con
sus exigencias, sus orgullos, sus concupiscencias; y luego, una prudencia
sobrenatural: buscarla, pedirla; y también una paz y tranquilidad
sobrenaturales. Dios no nos va a abandonar; nos dará siempre –siempre y en cada
momento– todas las gracias necesarias para vivir cristianamente, queridos
fieles, y para ser santos sacerdotes; y, en todo caso, para ir conformándonos
cada día más y mejor a Nuestro Señor Jesucristo.
Pidamos
entonces a la Santísima Virgen que nos dé este deseo, renovarlo y acrecentarlo,
y hacer todo lo necesario para conformarnos a Nuestro Señor Jesucristo, a sus
sentimientos y disposiciones; y que la Santísima Virgen –a la que llamamos
Virgo fidelis, pero también Virgo prudentissima–, nos dé esta fuerza, esta
firmeza y esta fidelidad en la Fe, pero a la vez esta prudencia sobrenatural que
nos permitirá guardar realmente el espíritu de Caridad."
Por nuestra parte terminamos nuestros comentarios con esta notable y
muy pertinente cita: “En una admirable
página, León XIII nos recuerda la necesidad de luchar por la verdad: “Hay, escribe, quienes no quisieran que nos
opongamos abiertamente al triunfo de la injusticia todopoderosa, por miedo a
exasperar la cólera de los adversarios. Esas gentes, ¿están a favor o contra la
Iglesia? No se sabría qué responder. No hay nada más impropio para hacer retroceder
al mal. Tenemos, en efecto, enemigos cuyos designios (y no los ocultan, sino
que los expresan bien alto) son aniquilar, si pudieran, la verdadera religión,
la religión católica, y para conseguirlo, nada hay que no intenten; saben bien
que, intimidando el coraje de los buenos, se facilitan ellos su tarea. Además,
es hacerles el juego en vez de detenerlos, encapricharse con esta prudencia de la carne que quiere
ignorar la ley impuesta al cristiano de ser militante…
Ceder o callar cuando de todos
lados se levanta tal clamor contra la verdad, es, o bien desinterés, o bien
dudar de la fe; en los dos casos es un deshonor
y hacer injuria a Dios; es
comprometer la propia salvación y la de los otros, es trabajar a favor de los
enemigos de la fe, pues nada aumenta
tanto la audacia de los malos, como la debilidad de los buenos... Además de
todo eso, los cristianos han nacido para
la lucha...”.
“El deber de
todos los Católicos, escribía a su vez Pío X, deber que deben cumplir religiosa
e inviolablemente en todas las circunstancias, tanto de la vida privada, como
de la social y pública, es guardar firmemente y profesar sin timidez los
principios de la Verdad cristiana enseñados por el Magisterio de la Iglesia
Católica”. Persuadidos también de que “es
aprobar el error no oponerse a él, y que es ahogar la verdad, el no defenderla”,
vamos a evitar todos esos falsos
pretextos que inspira una falsa
prudencia y una verdadera
cobardía.
Primer
pretexto: esperanza de atraerse la
consideración de los otros. — “Qué grave error es el de quienes, pensando
servir a la Iglesia y trabajar fructuosamente por la salvación eterna de los
hombres, se permiten, por una prudencia
completamente mundana, amplias concesiones (…) en la vana esperanza de
ganar más fácilmente la benevolencia de los amigos del error; de hecho, se
exponen ellos mismos al peligro de perder su propia alma. La Verdad es una e
indivisible; eternamente la misma, no está sometida a los caprichos del
tiempo”.
Segundo
pretexto: La prudencia humana.
— “Cuando los católicos debieran
reivindicar y proteger los derechos de la Iglesia con mayor celo, algunos de
entre ellos, obedeciendo a una cierta prudencia humana, siguen un
partido opuesto o se muestran tímidos y demasiado complacientes en su modo de
obrar. Se comprende con facilidad que este proceder expone a graves peligros”.
Tercer
pretexto: El deseo de paz. — “Más
absurdo es todavía el error cuando, por la falsa y vana ilusión de obtener la
paz, se disimulan los derechos e intereses de la Iglesia, se los sacrifica a
intereses particulares, se los disminuye injustamente, se pacta con el mundo… ¿Desde cuándo puede haber A C U E R D O
entre la luz y las tinieblas, entre Cristo y Belial?” ” (“Liberalismo y Catolicismo”, P. Roussel).