Hace
siete años, Monseñor Fellay hizo las siguientes declaraciones a la Revista
Fideliter de mayo/junio de 2006, en una entrevista concedida al padre Célier.
Esta
entrevista desapareció de internet y solamente pudo ser encontrada en el caché del sitio
oficial de la Fraternidad de Gran Bretaña, en el boletín del Distrito de fecha
julio de 2006.
Como
nuestros lectores se darán cuenta, por su propia boca Monseñor Fellay se
condena a sí mismo.
En
esta entrevista Monseñor Fellay habla sobre las etapas a seguir para el
reconocimiento de la FSSPX por parte de Roma. Se han traducido solamente las
partes más relevantes de la entrevista.
CELIER:
¿Aludió usted a un procedimiento en tres etapas?
Monseñor
Fellay: Así es. Tenemos contempladas tres etapas para
llegar a una solución de la crisis: prerrequisitos, discusiones y acuerdos.
Para tener una idea clara de la situación, es necesario comprender la
naturaleza y el objetivo de estas tres etapas. La idea detrás de los
prerrequisitos es la siguiente. La Fraternidad, y por lo tanto todo lo que es
un poco conservador o tradicional de la Iglesia, ha sido estigmatizada por
medio de las supuestas excomuniones. Los fieles y los sacerdotes que se unen a
Ecclesia Dei pueden decir lo que quieran, ellos pueden distanciarse tanto como
quieran de nosotros, pero ellos sufren las consecuencias de este estigma. Por
lo tanto solicitamos que en primer lugar Roma deje este juego
negativo y haga una restauración a favor de lo que es tradicional en la
Iglesia. Esta es la razón detrás de la tan cacareada solicitud para el
levantamiento del decreto de excomunión. También es la razón de la solicitud
del reconocimiento público de que la Misa tradicional nunca ha sido prohibida y
que cada sacerdote puede celebrarla libremente. Es una cuestión de cambiar un
poco el clima anti-tradicional, que se ha apoderado de la Iglesia de hoy.
A este respecto
hablamos de crear un nuevo clima, uno favorable hacia la Tradición dentro de la
Iglesia. No es simplemente una cuestión de sentimiento o publicidad positiva,
consiste más bien en acciones muy reales que harían posible una vez más la vida
conforme a la Tradición, teológica, litúrgica y espiritualmente.
CELIER:
¿Pero si Roma aceptara estos prerrequisitos?
Monseñor Fellay: En este nuevo ambiente (y es importante no
subestimar la apertura que el otorgamiento franco y sincero de los prerrequisitos
crearía en la Iglesia), sería posible pasar a la segunda etapa, es decir, las
discusiones. Aquí la gran dificultad estaría en llegar a los propios principios
de esta crisis, y no sólo lamentarse de las desastrosas consecuencias de estos
mismos principios. Mientras que los principios se mantengan intactos, las
consecuencias continuarán inevitablemente. Debo decir que en la
actualidad Roma no parece en absoluto dispuesta a mirar hacia los principios,
si se considera, por ejemplo, el discurso de Benedicto XVI del 22 de diciembre
2005 en el que trató de rescatar el Concilio de naufragio.
Esta etapa de las
discusiones sería difícil, ardua y probablemente bastante larga. ¿De cuánto
tiempo estamos hablando? No lo sé, está en las manos del Buen Dios quien puede
hacer que las cosas vayan rápido o despacio, pero humanamente hablando, estamos
muy lejos del final. En cualquier caso, es imposible e
inconcebible pasar a la tercera etapa antes de que estas
discusiones hayan conseguido exponer y corregir los principios
en la raíz de la crisis.
CELIER:
¿Esto significa que la crisis deberá resolverse completamente antes de firmar
un acuerdo?
Monseñor
Fellay: No. No pretendemos esperar hasta que todo se
resuelva en un nivel práctico y humano, hasta la última consecuencia de la
crisis, en todas partes y para todos. Eso no sería razonable.
Sin embargo, es
obvio que no firmaremos ningún acuerdo hasta que las cosas se resuelvan
en el nivel de los principios. Es por eso que necesitamos
tener discusiones profundas; no podemos permitir ambigüedades. El
problema de querer hacer acuerdos rápidos es que estarían basados
necesariamente en nociones vagas, y tan pronto sea firmado, la crisis
reaparecería de nuevo con renovado vigor.
Entonces, para
resolver el problema, las autoridades Romanas tendrían que manifestar claramente
y sin ambigüedad, para que todo el mundo lo vea, que solamente hay un
camino para salir de la crisis, el que la Iglesia redescubra completamente su
propia Tradición bimilenaria. El día que esta convicción sea clara para las
autoridades Romanas, incluso si las cosas en otras partes queden sin
resolverse, será el tiempo cuando los acuerdos pueden ser hechos fácilmente.