sábado, 9 de marzo de 2013

EL COMBATE CONTRA LOS ERRORES DENTRO DE LA IGLESIA




"Importa, sin embargo, considerar no sólo las deficiencias de la naturaleza caída, sino también la acción del demonio.

A éste fue dado hasta el fin de los siglos el poder de tentar a los hombres en todas las virtudes y, por consiguiente, también en la virtud de la Fe, que es el propio fundamento de la vida sobrenatural. Así, es claro que hasta la consumación de los siglos la Iglesia está expuesta a los internos brotes del espí­ritu de la herejía, y no hay progreso que la inmu­nice de modo definitivo contra este mal.

Cuánto se empeña el demonio en provocar tales crisis, superfluo es demostrarlo.

Así, el aliado que él consigue implantar dentro de las huestes fieles, es su más precioso instrumento de combate. La experiencia de nuestros días nos en­seña que la quinta columna supera en eficacia a los más terribles armamentos. Formado en los medios católicos el tumor revolucionario, las fuerzas se divi­den, las energías que debían ser empleadas entera­mente en la lucha contra el enemigo exterior, se gastan en las discusiones entre hermanos. Y si, para evitar tales discusiones, los buenos cesan en la oposi­ción, mayor es el triunfo del infierno, que puede, en el interior mismo de la ciudad de Dios, implantar su estandarte y desenvolver rápida y fácilmente sus conquistas. Si el infierno dejase de intentar en cierta época maniobra tan lucrativa, sería el caso de decir que esa época el demonio habría dejado de existir. Este es el doble origen natural y preterna­tural de las crisis internas de la Iglesia.

Como veis, estas dos causas son perpetuas y per­petuo será su efecto. En otros términos, la Iglesia tendrá que sufrir siempre la embestida interna del espíritu de las tinieblas. Para esclarecimiento de vuestro apostolado, importa recordar las tácticas que él adopta. A fin de que su acción se conserve oculta, la hace disfrazada. El embuste es la regla fundamental de quien obra a ocultas en el campo del adversario. El demonio sopla, pues, para llegar a su fin, un espíritu de confusión que seduce a las almas y las lleva a profesar el error, hábilmente disi­mulado con apariencias de verdad.

No creáis que en esta lucha el adversario lanzará sentencias claramente contrarias a las verdades ya definidas.

Sólo lo hará cuando se juzgue enteramente señor del terreno. Las más de las veces hará “pulular o germinar errores ocultos bajo una apariencia de verdad... con una terminología pretenciosa y oscu­ra” (Carta de la Sagrada Congregación de Seminarios al Episcopado Brasileño, A. A. S. 42, p. 839).
Y la manera de extender este brote de errores, será velada e insidiosa. El Santo Padre Pío XII, la des­cribe así:

“Estas nuevas opiniones, ya nazcan de un repro­bable afán de novedad, ya de una causa laudable, no son propuestas siempre en el mismo grado, con igual claridad y con las mismas palabras, ni siempre con un consentimiento unánime de sus autores; en efecto, lo mismo que hoy es enseñado por algunos más encu­biertamente y con ciertas cautelas y distinciones, mañana será propuesto por otros más audaces con claridad y sin moderación, no sin escándalo de mu­chos, principalmente del clero joven, ni sin detri­mento de la autoridad eclesiástica. Y si se suele obrar con más prudencia en los libros impresos para el público, se habla ya con mayor libertad en los opúsculos privadamente distribuidos, en las lecciones y en los círculos de estudio. Tales opiniones no se divulgan solamente entre los miembros del clero secular y regular en los seminarios y en los institutos religiosos, sino aun entre los seglares, especialmente entre los que se dedican a la educación e instrucción de la juventud”. (Enc. “Humani Generis”, A. A. S. 42, pág. 565.)

Así, pues, no os debéis asustar si algunas veces fueseis de los pocos en distinguir el error en propo­siciones que a muchos parecerán claras y ortodoxas o, por lo menos, confusas, pero susceptibles de buena interpretación. O, si os encontraseis en ciertos ambientes donde las medias tintas sean hábilmente dispuestas para que se difunda el error, pero se dificulte el combate.

La táctica del adversario fue calculada precisa­mente para colocar en esta posición embarazosa a los que se le opusiesen. Con esto, él atraerá a veces contra vosotros hasta la antipatía de personas que no tienen la menor intención de favorecer el mal. Os tacharán de visionarios, de fanáticos, tal vez de calumniadores. Eso fue precisamente lo que dijeron en Francia contra San Pío X los acérrimos segui­dores del “Sillón” y de Marc Sangnier.

¿Por miedo a estas críticas retrocederéis delante del adversario? ¿Dejaréis abiertas las puertas de la ciudad de Dios?

Por cierto, debéis evitar con cuidado delante de Dios cualquier exageración, cualquier precipitación y cualquier juicio infundado. Pero igualmente debéis gritar, siempre que el adversario, vestido de piel de oveja, se presente delante de vosotros, sin cederle una pulgada de terreno por miedo a que él os impute excesos de los que vuestra conciencia no os acusa.

Obrando así obedeceréis a las expresas normas del Santo Padre.

En todos los documentos que ha publicado relativos a este asunto, el Romano Pontífice gloriosamente reinante viene recomendando a los Obispos y a los Sacerdotes de todo el orbe, que instruyan diligente­mente a los fieles para que no se dejen engañar por los errores que ocultamente circulan entre ellos. La Instrucción deseada por el Santo Padre ha de ser preventiva y represiva.

No juzgue un sacerdote en cuya parroquia el error parezca que no ha penetrado, que está dispensado de trabajar. Dado el engaño en que se desenvuelven estos errores, teniendo en cuenta los procesos de difusión, a veces casi impalpables, de que se sirven sus autores, pocos son los párrocos que pueden tener la certeza de que todas sus ovejas están inmunizadas. Además, el buen Pastor no se contenta con remediar, sino que está gravemente obligado a prevenir.

No seamos como el hombre de quien nos habla el Evangelio, el cual dormía mientras el enemigo sembraba la cizaña en medio de su trigo. La simple obligación de prevenir justificaría los esfuerzos que empleéis en este sentido.

Mons. Antonio De Castro Mayer. "Verdades oportunas que se oponen a los errores contemporáneos"