María nos ama por ser
fruto de su dolor
(San Alfonso María de Ligorio, Las glorias de María)
También somos hijos muy queridos de María porque le hemos
costado excesivos dolores. Las madres
aman más a los hijos por los que más cuidados y sufrimientos ha tenido para
conservarles la vida. Nosotros somos esos hijos por los cuales María, para
obtenernos la vida de la gracia, ha tenido que sufrir el martirio de ofrecer la
vida de su amado Jesús, aceptando, por nuestro amor, el verlo morir a fuerza de
tormentos. Por esta sublime inmolación de María, nosotros hemos nacido a la
vida de la gracia de Dios. Por eso somos los hijos muy queridos de su corazón,
porque le hemos costado excesivos dolores. Así como del amor del eterno Padre
hacia los hombres, al entregar a la muerte por nosotros a su mismo Hijo, está
escrito: “Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su propio Hijo” (Jn 3, 16),
así ahora –dice san Buenaventura- se puede decir de María. “Así nos amó María,
que nos entregó a su propio Hijo”.
¿Cuándo nos lo dio? Nos lo dio, dice el P. Nieremberg, cuando le
otorgó licencia para ir a la muerte. Nos lo dio cuando, abandonado por todos,
por odio o por temor, podía ella sola defender muy bien ante los jueces la vida
de su Hijo. Bien se puede pensar que las palabras de una madre tan sabia y tan
amante de su hijo hubieran podido impresionar grandemente, al menos a Pilato,
disuadiéndole de condenar a muerte a un hombre que conocía, y declaró que era
inocente. Pero no; María no quiso decir una palabra a favor de su Hijo para no
impedir la muerte, de la que dependía nuestra salvación. Nos lo dio mil y mil
veces al pie de la cruz durante aquellas tres horas en que asistió a la muerte
de su Hijo, ya que entonces, a cada instante, no hacía otra cosa que ofrecer el
sacrificio de la vida de su Hijo con sumo dolor y sumo amor hacia nosotros, y
con tanta constancia que, al decir de san Anselmo y san Antonino, que si
hubieran faltado verdugos ella misma hubiera obedecido a la voluntad del Padre
(si se lo exigía) para ofrecerlo al sacrificio exigido para nuestra salvación.
Si Abrahán tuvo la fuerza de Dios para sacrificar a su hijo (cuando Él se lo
ordenó), podemos pensar que, con mayor entereza, ciertamente, lo hubiera
ofrecido al sacrificio María, siendo más santa y obediente que Abrahán.
Pero volviendo a nuestro tema, ¡qué agradecidos debemos vivir
para con María por tanto amor! ¡Cuán reconocidos por el sacrificio de la vida
de su Hijo que ella ofreció con tanto dolor suyo para conseguir a todos la
salvación! ¡Qué espléndidamente recompensó el Señor a Abrahán el sacrificio que
estuvo dispuesto a hacer de su hijo Isaac! Y nosotros, ¿cómo podemos agradecer
a María por la vida que nos ha dado de su Jesús, hijo infinitamente más noble y
más amado que el hijo de Abrahán? Este amor de María –al decir de san
Buenaventura- nos obliga a quererla muchísimo, viendo que ella nos ha amado más
que nadie al darnos a su Hijo único al que amaba más que a sí misma.