Por Christopher Fleming
tradiciondigital.es
San Antonio
Magno, también conocido como San Antonio Abad, vivió entre 251 y 356. Sus 105
años, una vida increíblemente larga para la época, desde la edad de 18 fueron
un ejemplo maravilloso de oración, pobreza y mortificación. Conocemos muchos
detalles de su vida gracias a su biografía escrita por otro santo, el Padre de
la Iglesia San Atanasio de Alejandría. Éste era un gran
admirador de San Antonio y lo llamó a su diócesis para ayudarle en la lucha
contra la herejía arriana. La Iglesia le ha conferido a San Antonio el título
de “padre de todos los monjes”.
Entre los
dichos de San Antonio figura esta profecía sobre los últimos tiempos, que
cuando la he leído me ha parecido encajar perfectamente con los tiempos que
estamos viviendo:
“Los
hombres se rendirán al espíritu de los tiempos. Dirán que si hubieran vivido en
nuestros días, la fe hubiera sido sencilla y fácil. Mas en su día dirán que las
cosas son complejas; que la Iglesia debe actualizarse y hacerse relevante a los
problemas de la época. Cuando la Iglesia y el mundo estén en unión, aquellos
días habrán llegado”.
¿Cuál es el
“espíritu de los tiempos” ahora? Evidentemente, desde la Revolución Francesa de
1789 es el liberalismo. Durante casi 200 años la Iglesia Católica
luchó incansablemente para erradicar esta plaga y los Papas escribieron
encíclicas para condenar sus errores. Pero, para nuestra desgracia, con el
Concilio Vaticano II hemos visto el triunfo del liberalismo en la Iglesia. A
partir de ese momento la Iglesia, en lugar de oponerse a los errores del
liberalismo, decidió claudicar en la lucha y adoptar sus principios. Los frutos
de tan nefasta “orientación” son fácilmente visibles para todos: la
apostasía. El Papa Juan XXIII dijo querer “abrir las ventanas de la
Iglesia” con el fin de dejar entrar algo de aire fresco. Pero lo que entró, en
palabras de su sucesor Pablo VI, fue el “humo de Satanás”.
El mundo,
junto con el Demonio y la carne, siempre se ha considerado uno de los tres
enemigos del cristiano. Nuestro Señor dijo a sus discípulos en la Última Cena:
“Si el
mundo os odia, sabed que primero me odió a mí. Si fuerais del mundo, el mundo
amaría lo suyo. Pero, como no sois del mundo, sino que yo os elegí, sacándoos
del mundo, por eso os odia el mundo”. (Juan 15:18-19)
Sin
embargo, ahora resulta que los católicos tenemos que abrazar este mundo, con
todos sus errores y engaños.
Joseph
Ratzinger, ahora Benedicto XVI,
en su libro “Principios de la Teología Católica” de 1982, escribe:
“El texto
[de Gaudium et Spes] desempeña el papel de contra-Syllabus en la medida en
que representa un intento de reconciliación entre la Iglesia y el mundo tal y
como es desde 1789… Por un lado esta imagen clarifica el complejo del ghetto que
hemos mencionado anteriormente. Por otro lado, nos permite entender el
significado de esta nueva relación entre la Iglesia y el Mundo Moderno…. Esto
implica que ya no hay vuelta posible a la Syllabus… Por tanto, la
“demolición de las murallas” que Hans Urs von Balthasar ya pidió en 1952, era
en realidad un deber urgente”.
El Papa
actual, que fue uno de los teólogos que participaron en la elaboración de los
textos del Concilio Vaticano II, aboga por una “reconciliación entre la Iglesia
y el mundo”. Es exactamente lo que profetizó San Antonio, una señal de que
estamos viviendo en los últimos tiempos. Todos los días oímos a nuestros
prelados hablar de la necesidad de ser “relevantes” para el mundo de hoy. La
Iglesia post-conciliar parece obsesionada con ser aceptada por todos, caer
bien, ser “moderna”. No oímos a los obispos hablar de la necesidad de la
conversión de los herejes, cismáticos e infieles, ni se menciona el dogma
“fuera de la Iglesia no hay salvación”. Estas ideas están pasadas de moda. Ya
no se habla de salvar almas, porque no quieren meter miedo a los fieles
hablándoles del Infierno. La dicotomía salvación-condenación, que es el eje
central de la vida cristiana, es ahora considerada un concepto demasiado
simplista; hace falta una fe más “adulta”.
El ideal de
la Ciudad Católica,- una ciudad defendida por soldados leales a un
rey cristiano, fortificada contra sus enemigos,- una idea tan común antes del
Concilio, se ha olvidado, porque se ha olvidado que estamos en guerra. Se ha
ordenado la “demolición de las murallas”, traicionando así la memoria de los
que han vertido su sangre defendiendo dichas murallas. Ahora la Iglesia pide
perdón por su pasado, en especial por la Cruzadas y la Inquisición. En otras
palabras, se pide perdón por haberse defendido de sus enemigos, por haber
creído hasta el extremo en su divina misión de convertir al mundo. Ahora en
lugar de conversión y conquista, se habla de paz y de concordia. El Papa se reúne
para orar con infieles, a la vez que la sangre de nuestros hermanos mártires
clama venganza al Cielo. Los obispos adulan a los peones del Enemigo que son
nuestros políticos, y aquí en España no dudan un instante en dar la sagrada
comunión al Rey Juan Carlos I, a la vez que firma leyes que
permiten el asesinato masivo de seres humanos no nacidos.
A juzgar
por las publicaciones “católicas” de ahora, entender el mensaje de las Sagradas
Escrituras es como descifrar un jeroglífico, algo inalcanzable para un católico
de a pie. Los “teólogos” hablan de la Resurrección como un hecho
“meta-histórico”. Las interpretaciones figurativas y rebuscadas de los
Evangelios abundan, hasta el punto de obscurecer el sentido literal; habría que
informarles a los exegetas modernistas que a veces la Biblia significa
exactamente lo que dice, ni más ni menos. Por ejemplo, ahora muy pocos
católicos creen lo que dice la Biblia sobre la Creación,- que Dios creó el
mundo en seis días,- cuando es lo que los católicos han creído desde siempre y
en todas partes. Allí está la historia de la Creación, en blanco y negro, y se
resisten a creerlo. Dicen los que niegan la infalibilidad de las Sagradas
Escrituras: “antes se podía creer el relato de la Creación en Génesis, porque
el conocimiento científico era muy limitado. Pero ahora que sabemos tantas
cosas sobre el universo y la biología, no es posible seguir creyendo en una
Creación de seis días.” Es decir, se cumple la profecía de San Antonio en
nuestro tiempo: “Dirán que si hubieran vivido en nuestros días, la fe
hubiera sido sencilla y fácil. Mas en su día dirán que las cosas son complejas”.
La fe se va
apagando. El hombre se ha apartado de Dios. “Cuando venga el Hijo del
Hombre, ¿encontrará fe en la tierra?” (Lucas 18:8)
¡SAN ANTONIO MAGNO, RUEGA POR NOSOTROS!