En
medio del proclamado por Benedicto XVI “Año de la Fe”, el mismo Sumo Pontífice abdicó
(¿por falta de fuerzas o por falta de fe?) para dejar su lugar al cardenal Bergoglio,
bajo el nombre de Francisco.
En
la homilía de su asunción como nuevo Papa, Francisco se ha olvidado por completo
de la fe y del año de la fe, para dejar en claro que su pontificado tiene otras
premisas sobre las que “caminar, construir y confesar” (¿acaso una nueva
versión de la tríada revolucionaria “libertad, igualdad, fraternidad”? ¿Caminar
para ser libres, construir igualdad y confesar que todos somos hermanos?). Pues
si bien en la homilía durante su primera misa habló de confesar a Jesucristo,
¿de qué Jesucristo se trata? ¿Del mismo que se llenan la boca los protestantes,
los humanistas agnósticos, los teólogos de la liberación, los judíos?
Los
estadígrafos han hecho un recuento de las palabras citadas por Francisco en su
sermón de asunción (ver imagen arriba). Hay que esforzarse para encontrar la palabra “fe”, que
acaso la mencionó sólo una vez.
¿Pero
cuál es la fe del cardenal Bergoglio? ¿En qué cree?
Aquí
está su respuesta:
“Creo en el hombre. No digo que es bueno o
malo, sino que creo en él, en la dignidad y la grandeza de la persona (…) Para
mí la esperanza está en la persona humana, en lo que tiene en su corazón”.
(El jesuita, Conversaciones con el
cardenal Jorge Bergoglio, sj, Ed. Vergara, pág. 160).
El
credo antropocéntrico del cardenal Bergoglio se opone tajantemente a las
enseñanzas de Nuestro Señor:
“Pero
Jesús no se fiaba de ellos, porque a todos los conocía, y no necesitaba de
informes acerca del hombre, conociendo por sí mismo lo que hay en el hombre” (Jn. II, 24-25)
“Esto
dice el Señor: Maldito sea el hombre que confía en el hombre, y se apoya en un
brazo de carne, y aparta del Señor su corazón” (Jer. XVII, 5)
“La
cosa más dolosa y perversa es el corazón, ¿quién podrá conocerlo” (Jer. XVII, 9)
Comenta
Monseñor Straubinger (Nota a I Cor. 3, 20):
“Uno de los grandes secretos prácticos de la vida del cristiano está en
comprender cómo se armoniza la caridad con la desconfianza que hemos de tener
en los hombres. El más celoso amor de caridad, que desea en todo el bien del
prójimo y nos impide hacerle el menor mal, no nos obliga en manera alguna a
confiar en el hombre, ni a creer en sus afirmaciones para halagar su amor
propio. Así el Evangelio nos libra de ser víctimas de engaño”.