La
entrevista
Iremos publicando
diversos fragmentos de la tan comentada entrevista que el P. Antonio Spadaro,
S.J. le realizara a Francisco, la cual fue publicada en principio en La Civiltá
Cattolica el 19 de septiembre de 2013, y en español en la Revista Razón y Fe de
España.
Francisco:
“Una
imagen de Iglesia que me complace es la de pueblo santo, fiel a Dios. Es la
definición que uso a menudo y, por otra parte, es la de la Lumen Gentium en su número 12. La pertenencia a un pueblo tiene un
fuerte valor teológico: Dios, en la historia de la salvación, ha salvado a un
pueblo. No existe identidad plena sin pertenencia a un pueblo. Nadie se salva
solo, como individuo aislado, sino que Dios nos atrae tomando en cuenta la
compleja trama de relaciones interpersonales que se establecen en la comunidad
humana. Dios entra en esta dinámica popular”.
“El
pueblo es sujeto. Y la Iglesia es el pueblo de Dios en camino a través de la
historia, con gozos y dolores. Sentir con la Iglesia, por tanto, para mí quiere
decir estar en este pueblo. Y el conjunto de fieles es infalible cuando cree, y
manifiesta esta infalibilidad suya al creer, mediante el sentido sobrenatural
de la fe de todo el pueblo que camina. Esta es mi manera de entender el sentir
con la Iglesia de que habla san Ignacio. Cuando el diálogo entre la gente y los
obispos y el Papa sigue esta línea y es leal, está asistido por el Espíritu
Santo. No se trata, por tanto, de un sentir referido a los teólogos”.
Francisco
explicita en esta entrevista –con la jerigonza propia del lenguaje
liberal-conciliar-, uno de los tres postulados del Modernismo. Resumimos la
crítica a este fragmento a partir de un artículo del P. Jean-Michel Gleize
(Revista Iesus Christus Nº 112):
“La constitución “Lumen
gentium” sobre la Iglesia la define como Pueblo de Dios, es decir, como la
comunidad de los bautizados reunidos por Cristo, y que el Espíritu Santo
continúa a suscitar a lo largo de la historia. En aras de su propia cohesión,
esta comunidad dispone, por estímulo del Espíritu, del servicio del ministerio
apostólico. En esta definición la Iglesia es antes que nada y sobre todo una
comunión mística, el pueblo sacerdotal de Dios. El misterio jerárquico viene a
superponerse a esta comunión sacerdotal y está a su servicio. El pueblo de los
fieles y su constitución jerárquica son distintos e inseparables, tal como lo
son una asamblea mística y aquello que asegura su durabilidad en el tiempo y en
el espacio.
“Esta inversión vuelve a encontrarse —y ello en perfecta
continuidad con el Vaticano II— en la catequesis de Benedicto XVI y en el
Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica publicado en junio de 2005. En
el punto 154 del Compendio se define a la Iglesia como Pueblo de Dios, calco
textual de la definición dada en el cap. 2, n° 9 de “Lumen gentium”. Se trata de una realidad mística en sus orígenes e
igualitaria o comunitaria en su esencia. La Iglesia es (no sólo, es verdad,
pero antes que nada y sobre todo) una comunión sin intermediarios jerárquicos:
la jerarquía existe, pero no es eso lo que define fundamentalmente a la
Iglesia como una realidad que ante todo es de tipo social.
“El punto 155 confirma esta noción puntualizando que este
igualitarismo vuelve a encontrarse a nivel de la triple función sacerdotal,
profética o magisterial y real o gubernamental: esta triple función es propia
de cada bautizado como tal. Ahí también vemos cómo se retoma el n° 10 del cap.
2 de “Lumen gentium”. Sólo en los
números 177 a 193, al abordar no la esencia de la Iglesia sino sus miembros,
se distinguirá entre los miembros de la jerarquía y los fieles. Pero antes de
distinguirlos, se va a recordar una vez más que esta distinción no es lo que
distingue esencialmente la Iglesia en su naturaleza intrínseca. La Iglesia no
es una sociedad, es decir, un conjunto de personas en donde se distingue antes
que nada a los que gobiernan de los que son gobernados.
“El n° 177 recuerda la definición esencial de la Iglesia,
que es la de una comunión, en cuyo seno todos son iguales en virtud del
bautismo: el Pueblo de Dios es una comunidad de fieles bautizados. Cada uno
posee en virtud de este título el mismo sacerdocio común de base. Existen los
ministros (n° 178-187) y los laicos (n° 188- 191). Y en relación a los
ministros podrán verse todas las frases aparentemente tradicionales sobre la
jerarquía. Sin embargo, esta fraseología debe entenderse en función de una
lógica absolutamente diferente: ya no es más la lógica de la Iglesia-sociedad,
sino la de la Iglesia- comunión.”
Es notoria la coincidencia entre Francisco y Mons. Fellay en algún punto:
ambos se complacen en recurrir a la constitución “Lumen Gentium” del Vaticano II. Así Mons. Fellay en su declaración
doctrinal del 15 de abril de 2012, por ejemplo:
“II.
Nosotros declaramos aceptar las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia en
materia de fe y de moral, dándole a cada afirmación doctrinal el grado de
adhesión requerido, según la doctrina contenida en el n° 25 de la Constitución
dogmática Lumen Gentium del Concilio
Vaticano
III
En particular:
1
Nosotros declaramos aceptar la doctrina sobre el Pontífice romano y sobre el
Colegio de los obispos, con su jefe, el Papa, enseñada por la Constitución
dogmática Lumen Gentium del Concilio
Vaticano II, capítulo 3 (De constitutione hierarchica Ecclesiæ et in specie de
episcopatu), explicada e interpretada por la Nota explicativa prævia de este
mismo capítulo.
Recordamos la crítica
hecha por el P. Calderón en su libro “La
lámpara bajo el celemín” a uno de los puntos citados favorablemente por
Mons. Fellay: "Si hay una página (...) que parece reafirmar y hacer
progresar la enseñanza tradicional es, justamente, la que trata de la autoridad
del magisterio jerárquico, en el n. 25 de Lumen Gentium. ¿Podemos al menos
rescatar este texto? No, por cierto, porque en el capítulo anterior este mismo
documento ha subordinado el oficio jerárquico al sensus fidei, lo que obliga a
entender la doctrina del n. 25 de manera muy distinta a lo enseñado por el
Vaticano I".
El
silencio
A
todo esto: luego de la tan larga como publicitada entrevista a Francisco,
considerada por muchos como un testimonio clave de lo que está siendo y ha de
ser su pontificado, hay un silencio que persiste. Es el de Monseñor Fellay,
quien hasta ahora sólo ha atinado a decir, entre otras frases “prudentes”:
“Con
la llegada del Papa Francisco, de quien todavía es difícil adivinar las
intenciones, los proyectos que pueda tener para la Iglesia y para la
Fraternidad…”
"Seamos
prudentes, no precipitemos los acontecimientos, veremos."
“Nosotros
debemos conservar la más grande prudencia antes de emitir un juicio (sobre
Francisco), mientras no lo veamos en las obras.”