El
sitio web de Italia de la Nueva FSSPX publica un artículo llamado Papolatría, cuya traducción ofrece el
blog Tradición Digital. Creemos que vale la pena reproducirlo muy
especialmente porque el mismo nos da a conocer de qué manera en la actual FSSPX
muchos son capaces de ver la paja en el ojo ajeno mientras no ven la del propio
ojo –o tal vez se dedican a criticar afuera
lo que no se atreven a criticar adentro.
Esto es, que lo que puertas afuera les parece mal, puertas adentro es aceptado.
Nos parece que es una muy clara muestra de hasta dónde la “Superiorlatría” u
obediencia ciega hoy instalada –a fuerza de ignorancia culpable, pereza y
coacción- oscurece el discernimiento que deberían tener los fieles de una congregación
cuya característica ha sido la de oponerse a eso que se pretende denunciar como
uno de los males que corroen a la iglesia conciliar.
Agregamos
nuestros comentarios en color rojo.
26
agosto, 2013 | Marco Bongi - FSSPX-Italia
Papolatría
Con el término
“papolatría”, deliberadamente exagerado para resaltar claramente las
distorsiones, no pretendo en modo alguno poner en cuestión el sentido del
respeto, la justa reverencia, la docilidad al Magisterio ni la obediencia
debida al Santo Padre cuando ejercita su enseñanza suprema en materia de fe y
moral. Tampoco se quiere desconocer o rebajar el Primado de jurisdicción o la
potestad de gobierno directo sobre la Santa Iglesia que la doctrina católica ha
reconocido siempre al Sumo Pontífice.
Más bien me
refiero, y espero que los críticos me disculpen, a una actitud psicológica generalizada,
muy popular en el mundo católico, tanto entre el clero como entre los llamados
“laicos comprometidos”, que conduce siempre a alabar, más allá de todos los
límites de la decencia intelectual, todo acto, conducta o estilo de acción del
Papa, presentándola siempre como la mejor posible, la más justa en absoluto, la
más correcta, la más apropiada solución posible a la situación contingente del
momento.(Esto
es precisamente lo que está ocurriendo ahora en la FSSPX con respecto a la
figura del Superior general Monseñor Fellay, a quien se le justifican todas sus
contradicciones, errores, ambigüedades, injusticias y traiciones).
¿Quién no se ha
encontrado, por ejemplo, con comentarios de este tipo?:
“Palabras
realmente conmovedoras y significativas las del primer saludo del Papa
Francisco en la loggia delle benedizioni en la noche de su
elección: Buenas noches …” o bien, para no referirse solo al Pontífice
reinante, cómo evaluar las alabanzas desechas en elogios, escritas y dichas a
menudo por los mismos observadores, que juzgaron de la misma manera como
“heroica”, “valiente” y “un signo de profunda fe en el Todopoderoso”, la
decisión de Juan Pablo II de resistir hasta la muerte en la Cátedra de Pedro, y
la actitud diametralmente opuesta de Benedicto XVI al presentar su
renuncia. (De
la misma manera, muchos en la NeoFraternidad que antes alababan a Mons.
Lefebvre por su postura intransigente y su rechazo al protocolo de acuerdo de
1988, ahora proponen retomar los términos de ese protocolo y evitan las citas
más duras de Monseñor Lefebvre, porque…Vea el lector el próximo parrafito).
Habían pasado,
después de todo, sólo ocho años, por lo tanto es difícil de invocar el cambio
en el contexto histórico. (Claramente aquí se acepta que puede haber un
cambio de contexto histórico que motive un cambio en la posición. Digamos: 25
años después de las consagraciones episcopales, podría aceptarse entonces el
cambio de contexto histórico…pese a que hace apenas cinco años Mons. Fellay
afirmaba que nada había cambiado en Roma, cfr. Cor Unum Nº 90 de junio
2008…aunque también allí incurría Mons. Fellay en un lenguaje acomodaticio y
nada definitivo en cuanto a condenar toda posibilidad de entendimiento con
Roma).
Frente a
contradicciones como éstas, los interlocutores a menudo se sienten incómodos,
pero no se desarma. Invocan la diferencia del contexto histórico, (como hace la NeoFraternidad
ahora) la diversidad de vocaciones y, sobre todo, cada vez
con mayor frecuencia, el argumento, de sabor claramente relativista, de que
lleva inevitablemente a definir buenas y justas, en la misma medida, actitudes
claramente opuestas y antitéticas (claro, como considerar que sólo puede
haber acuerdo si Roma se convierte…y luego afirmar que no es necesario que se
convierta para acordar con Roma).
Benedicto XVI
exigía que los comulgantes recibieran la Eucaristía arrodillados (pero no se oponía a
que la recibieran en la mano; lo dice en su libro-entrevista Luz del mundo).
El papa Francisco ni siquiera hace la genuflexión en la consagración… ¿Y bien?
¿Qué hay de extraño? Son excelentes los dos comportamientos… ¡Solamente
enfatizan dos aspectos complementarios de la misma verdad! (Exactamente como se
“complementa” la “misma verdad” sobre las “dos misas” mediante el Motu proprio
Summorum Pontificum que la NeoFSSPX ha aceptado alegremente como algo
positivo).
Juan Pablo II
organizaba viajes espectaculares y grandiosos sin reparar en gastos. El papa
Francisco lleva la maleta en el avión haciendo ostentación de una pobreza que
roza el pauperismo… Se trata solamente de dos modalidades “aparentemente”
diversas de vivir el Cristianismo… Cada uno tiene su propia personalidad y por
cierto que Dios quería de cada uno lo que, en ese momento, hicieron. (La FSSPX –se ha dicho
muchas veces- es esa pequeña y humilde congregación, “David”, que va a pelear
contra el gigante “Goliat”, Roma, pero…hay un gran gusto por mencionar los
inmensos números de la misma –es el ítem que figura arriba de todos en el sitio
oficial de la Fraternidad-, y su seminario en EEUU no es nada modesto, por
cierto…Se quiere ser David, pero sin quitarse como éste la pesada armadura).
Podemos continuar:
Benedicto XVI era tan aficionado a la música de Mozart… la tocaba a menudo con
el piano instalado en el apartamento Pontificio… Se alegraba de asistir a
cualquier concierto clásico.
Francesco no sólo
“ha dado plantón” a los que habían organizado un concierto en su honor sino que
incluso se justifica diciendo desdeñosamente que no se siente un príncipe
renacentista.
¿Y qué hacen
nuestros comentaristas? hace dos años nos venían con la exaltación de la
“profunda sensibilidad” del sucesor de Pedro, una sensibilidad que se
manifiesta con fuerza en el amor por la música. Hoy en día, los mismos
personajes, se complacen en el sentido práctico expresado por el Obispo de Roma
que lo lleva a desdeñar oropeles inútiles y ceremoniales anacrónicos.
Entendámonos.
Siempre los papas han diferido mucho de unos a otros, por su carácter,
personalidad y estilo de vida. El asceta Celestino V llevó una vida diametralmente
opuesta al resolutivo Bonifacio VIII. El tímido Clemente XIV no se parecía nada
al valiente Gregorio VII. Y ¿qué decir del mundano Alejandro VI respecto al
piadosísimo San Pío V?
Esto ciertamente
no es el problema. La cuestión se plantea en otros términos bien diversos.
Nadie me puede
acusar de no sentir “cum Ecclesia” si dijera, por ejemplo, que Calixto III fue
probablemente un simoníaco, que Alejandro VI llevó una vida inmoral, que
Clemente XIV se mostró débil cuando disuelve la Compañía de Jesús, que los
papas de Avignon eran sumisos a los deseos del rey de Francia, que Urbano VIII
se equivocó –en realidad no pienso así- al condenar a Galileo Galilei. (Pero sí nos pueden
acusar dentro de la Nueva FSSPX de desestabilizadores, sedevacantistas, subversivos,
etc. si decimos que el Superior general se mostró ambiguo, contrario hasta
contradictorio respecto de Mons. Lefebvre en muchas de sus palabras y acciones
y que ha cometido injusticias con muchos miembros de la congregación).
Cualquier crítica
es posible formularla sin correr el riesgo de “excomunión”, hasta y
absolutamente no más allá de Pío XII. A partir de 1958 hacia adelante… ¡Ay de
cualquiera que se atreviera a airear, aunque tímidamente, incluso una pequeña
reserva hacia los Papas sucesivos! (¡Ay de cualquiera que se atreve a
sugerir o plantear una pequeña reserva acerca de Monseñor Fellay! ¿A qué lejano
rincón del planeta lo destinarán, si es sacerdote? ¿Y si es Obispo? Será
expulsado, indefectiblemente).
¡Todos perfectos,
todos insuperables, todos santos! Dentro de unos siglos seguramente muchos se
reirán de nuestro conformismo siniestro y acrítico (Los que empiezan a
reírse ahora son los modernistas viendo cómo se derrumba la otrora temida e
inclaudicable congregación de Mons. Lefebvre).
¿Será la
adulación? ¿Será solamente el afán de mantenerse en el candelero? ¿Será, sobre
todo para los periodistas y escritores, que… “tengo familia que mantener”? (¿Será la comodidad, el
espíritu de cuerpo, la ceguera? “Tengo una congregación-familia que me
mantiene”).
En conclusión,
podemos decir felizmente que esta pobreza intelectual no tiene nada de
auténticamente católica. Una cosa es el respeto hacia las doctrinas proclamadas
y el Magisterio constante del Romano Pontífice, una cosa es la obediencia a las
órdenes con el fin de defender y transmitir el depósito de la fe.
Otra cosa bien
distinta es el servilismo obtuso, la adulación descarada, la exaltación
incondicional. (Bien
dicho pero…¡mal aprendido!).
Además, en mi
opinión, estas actitudes intelectuales, además de quitar la autoridad a quien
las propone, terminan por conducir, tarde o temprano, al camino que conduce a
la indiferencia. De hecho, cuando el valor de una declaración o comportamiento
depende, en última instancia, no del contenido intrínseco del mismo, sino de la
persona que los ejecuta (es
lo que ha ocurrido con la nefasta declaración doctrinal del 15 de abril del
2012 de Mons. Fellay, “el infalible”), es posible que
no se tenga más la capacidad de distinguir lo que es verdaderamente justo y
verdadero de lo que está mal y por lo tanto es falso.
El juicio no se
basa en factores objetivos, sino sobre todo en temas relacionados
exclusivamente, o casi exclusivamente, con la persona y el papel que desempeña (Idem Nueva
Fraternidad).
Menos mal que los
grandes santos, verdaderamente católicos, nos han enseñado a huir del
“cristianismo de sacristía” (Sin dudas, y por ello fueron perseguidos y
maltratados incluso por los hombres de Iglesia y sus Superiores muchas veces).
San Pablo, San Atanasio y Santa Catalina de Siena amaban tanto a San Pedro o a
su sucesor que, por amor y verdadera caridad hacia él, ni le negaron incluso
las advertencias y reclamos (Del mismo modo ha ocurrido en el seno de la FSSPX,
donde un obispo, varios sacerdotes e incluso fieles actuaron así con las
máximas autoridades, recibiendo en pago maltratos, silenciamientos o
declaraciones hipócritas, como este artículo que comentamos).
¿Obediencia filial o sumisión obsecuente? ¿Amor
o temor?