jueves, 12 de septiembre de 2013

EL BOMBARDEO NO FUE DE OBAMA, SINO DE FRANCISCO





Decía San Pío X al inicio de su Pascendi, que nunca han faltado, “por instigación del enemigo del género humano, hombres que enseñan doctrinas perversas, charlatanes de novedades y seductores, metidos en el error y que arrastran hacia el error.”

Veamos algunas de las “enseñanzas” vertidas por Francisco en la carta que remitió a Eugenio Scálfari, el ateo fundador del diario la Repubblica, el 11-09-2013, incluida en ese periódico y difundida mundialmente.

Con respecto a la pregunta de Scalfari sobre si el Dios de los cristianos perdona a los que no creen y a los que no buscan la fe, el Papa dice: «la cuestión para los que no creen en Dios radica en el obedecer la propia conciencia. El pecado, incluso para los que no tienen fe, existe cuando se va en contra de la conciencia. Escuchar y obedecerla significa, de hecho, decidir frente a lo que se percibe como bien o como mal. Y sobre esta decisión se juega la bondad o la maldad de nuestras acciones».

La Iglesia ha enseñado siempre que el pecado es una desobediencia voluntaria a la Ley de Dios o de la Iglesia. Lo que afirma Francisco es una herejía gravísima. Porque si, supongamos, un terrible pecador, un criminal, un sodomita o un pedófilo, no siente en su conciencia que el pecado o delito que comete va contra su conciencia –y las más de las veces su conciencia está anestesiada o corrompida por su propia perversidad-, pues entonces puede seguir cometiendo tales actos, ya que no percibe en su conciencia que comete un pecado ¿contra quién? ¿Contra sí mismo? Por supuesto, porque sólo su conciencia es la que le indica lo que está bien o mal. ¡Su conciencia es infalible! Y el pecado es una falta contra el hombre mismo, no contra Dios. Lo que está haciendo Francisco es decirles –en otras palabras- a los ateos e infieles del mundo entero que no hace falta que se conviertan y sean cristianos. ¡No necesitan de Dios para evitar el pecado! ¡Ustedes son su propio dios!


Y sobre la idea de que «no existe nada absoluto y por lo tanto tampoco ninguna verdad absoluta, sino una serie de verdades relativas y subjetivas», Francisco responde: «Para empezar, yo no hablaría, ni siquiera para los que creen, de verdad absoluta, en el sentido de que lo absoluto es lo que no está vinculado, es decir lo que es anterior a cualquier relación. Entonces, la verdad según la fe cristiana es el amor de Dios por nosotros en Jesús. Cristo. Así pues, ¡la verdad es una relación! Tan es así que cada uno de nosotros acoge la verdad y la expresa a partir de sí, de su historia y cultura, de la situación en la que vive, etc. Esto no significa que la verdad sea variable y subjetiva, todo lo contrario. Significa que la verdad se da a nosotros siempre y solamente como un camino y una vida. ¿No fue  acaso el mismo Jesús el que dijo: "Yo soy el camino, la verdad, la vida"? En otras palabras, siendo en definitiva la verdad toda una con el amor, exige humildad y apertura para ser buscada, escuchada y expresada. Por lo tanto, es necesario aclarar bien los términos y, tal vez, para salir de los encajonamientos de una contraposición... absoluta, replantear a fondo la cuestión. Pienso que esta es hoy una necesidad imperiosa para entablar ese diálogo sereno y constructivo que tanto deseo y del cual hablaba en mis primeras líneas.

Al definir la verdad como “una relación” Francisco remite a la definición de “Persona” dada por Card. Kasper (su “maestro” a quien recomendara públicamente en su primer Angelus), para quien la Persona es una relación. De manera tal que si en su “filosofía dialogal” se dice “Yo no puedo estar sin ti”, la verdad así definida viene a entenderse como “Yo, la verdad, no puedo estar sin Ti, con quien dialogo”, es decir, con el error, que viene a ser otra parte de esa verdad. Dice que “la verdad no es variable y subjetiva” pero tampoco es “absoluta”, ¡y si no es subjetiva, es objetiva! Pero no la define como objetiva, sino como “relación”. Por eso habla de evitar una “contraposición…absoluta”, así la verdad no sería intransigente (dijo esto también de la fe), sino parte del diálogo.


“Como último punto me pregunta si, con la desaparición del hombre sobre la tierra, desaparecerá también el pensamiento capaz de pensar a Dios. Sin duda, la grandeza del hombre radica en su capacidad de pensar a Dios. Es decir en su capacidad de vivir una relación consciente y responsable con Él. Pero la relación se da entre dos realidades. Dios -  este es mi pensamiento y esta es mi experiencia, ¡pero cuántos, ayer y hoy, los comparten!  - no es una idea, si bien altísima, fruto del pensamiento del hombre. Dios es realidad con "R" mayúscula. Jesús nos lo revela  -  y vive la relación con Él  -  como un Padre de bondad y misericordia infinita. Dios no depende, por lo tanto, de nuestro pensamiento”.  
   
Este párrafo absolutamente modernista está muy bien explicado por San Pío X en su “Pascendi”: “Si, pasando al creyente, se desea saber en qué se distingue, en el mismo modernista, el creyente del filósofo, es necesario advertir una cosa, y es que el filósofo admite, sí, la realidad de lo divino como objeto de la fe; pero esta realidad no la encuentra sino en el alma misma del creyente, en cuanto es objeto de su sentimiento y de su afirmación: por lo tanto, no sale del mundo de los fenómenos. Si aquella realidad existe en sí fuera del sentimiento y de la afirmación dichos, es cosa que el filósofo pasa por alto y desprecia. Para el modernista creyente, por lo contrario, es firme y cierto que la realidad de lo divino existe en sí misma con entera independencia del creyente. Y si se pregunta en qué se apoya, finalmente, esta certeza del creyente, responden los modernistas: en la experiencia singular de cada hombre.
Con cuya afirmación, mientras se separan de los racionalistas, caen en la opinión de los protestantes y seudomísticos.
Véase, pues, su explicación. En el sentimiento religioso se descubre una cierta intuición del corazón; merced a la cual, y sin necesidad de medio alguno, alcanza el hombre la realidad de Dios, y tal persuasión de la existencia de Dios y de su acción, dentro y fuera del ser humano, que supera con mucho a toda persuasión científica. Lo cual es una verdadera experiencia, y superior a cualquiera otra racional; y si alguno, como acaece con los racionalistas, la niega, es simplemente, dicen, porque rehúsa colocarse en las condiciones morales requeridas para que aquélla se produzca. Y tal experiencia es la que hace verdadera y propiamente creyente al que la ha conseguido.
¡Cuánto dista todo esto de los principios católicos! Semejantes quimeras las vimos ya reprobadas por el concilio Vaticano”.
Francisco también aclara que “Sin la Iglesia  - créame -  no habría podido encontrar a Jesús, bien sabiendo que ese inmenso don de la fe reposa en la frágil vasija de arcilla de nuestra humanidad”, pero porque es precisamente la Iglesia la que crea las condiciones adecuadas para tener esa “experiencia” y ese “sentimiento” que lo hacen encontrar a Jesús. Por eso define bien a esta clase de modernistas, San Pío X, como protestantes.


El soporte intelectual de las herejías bergoglio/franciscanas: Ratzinger y Kasper.


“La fe cristiana, símbolo de la luz, fue calificada por la modernidad como la obscuridad de la superstición que se opone a la luz de la razón. Así entre la Iglesia y la cultura de inspiración cristiana, de una parte, y la cultura moderna de matriz iluminista de otra, se llegó a la incomunicabilidad. Ha llegado ahora el tiempo, y el Vaticano II ha inaugurado esta estación, de un diálogo abierto y sin preconceptos, que reabra las puertas de un serio y profundo encuentro”.

Párrafo el anterior condenado por el Syllabus de S.S. Pío IX. Proposición condenada del punto 80:
“El Romano Pontífice puede y debe reconciliarse y transigir con el progreso, el liberalismo y la civilización moderna”.
Aloc. “Jamdudum cernimus”, del 18 de marzo de 1861.


Asimismo, en su breve carta a este periodista, Francisco menciona la palabra “diálogo” siete veces, y hace mención tres veces del Vaticano II. Sin dudas que está cumpliendo apresuradamente los deberes encomendados de acuerdo a la diabólica revolución conciliar modernista. Y para ello parece haber tomado como gran maestro a Kasper, que por ejemplo en su libro “La Naturaleza y la finalidad del Diálogo ecuménico” decía cosas como estas: “El otro no es el límite de mí mismo; el otro es parte y enriquecimiento de mi propia existencia. Así que el diálogo es un paso indispensable en el camino hacia la autorrealización humana. La identidad de la persona solo puede ser una identidad de diálogo abierta” o estas otras: “Tal diálogo no es solo esencial y necesario para los individuos. El diálogo concierne también a las naciones, culturas, religiones. Toda nación, cultura, religión, tienen su riqueza y sus dones, también sus límites y su peligros. La nación, cultura o religión se torna estrecha y evoluciona en ideología cuando se encierra en sí misma y cuando se absolutiza a sí misma”. Recordemos que frecuentemente Francisco ha recurrido en sus alocuciones al concepto de ideología con el mismo sentido kasperiano, en contraposición a la “cultura del encuentro”.

Para ir más lejos, Francisco dice en esta carta que “este diálogo no es un accesorio secundario de la existencia del creyente: sino que es una expresión íntima e indispensable”, y lo justifica con unas palabras tomadas de la encíclica de Benedicto XVI que lleva su firma: “la fe no es intransigente, sino que crece en la convivencia que respeta al otro”. Al otro sí, pero ¿a su error?

Como bien dijera Mons. Lefebvre: “La unión adúltera de la Iglesia y de la revolución se concreta en el diálogo. Nuestro Señor dijo: “Id, enseñad a las naciones y convertidlas”, pero no dijo “Dialogad con ellas sin tratar de convertirlas”. El error y la verdad no son compatibles, dialogar con el error supone colocar a Dios y al demonio en el mismo plano” (Carta abierta a los católicos perplejos).

Ya hicimos mención aparte sobre las aberraciones de Francisco acerca de los judíos, por los cuales sin duda ha demostrado tener predilección, al punto de ser llamado por un rabino de Bs.As. "nuestro rabino Bergoglio".

¿Para qué seguir? Mejor nos quedamos con las palabras con que nos previene y exhorta San Pablo (Rom. XVI, 17-18):

“Os exhorto, hermanos, que observéis a los que están causando las disensiones y los escándalos, contrarios a la enseñanza que habéis aprendido, y que os apartéis de ellos; porque los tales no sirven a nuestro Señor Cristo, sino al propio vientre, y con palabras melosas y bendiciones embaucan los corazones de los sencillos”.