Boletín Sala Stampa de la Santa Sede (texto en ocho idiomas - text in eight languages - texte en huit langues)
"Una última
consideración se dirige a los fieles que por diversos motivos frecuentan las
iglesias donde celebran los sacerdotes de la Fraternidad de San Pío X. Este Año
jubilar de la Misericordia no excluye a nadie. Desde diversos lugares, algunos
hermanos obispos me han hablado de su buena fe y práctica sacramental, unida,
sin embargo, a la dificultad de vivir una condición pastoralmente difícil.
Confío que en el futuro próximo se puedan encontrar soluciones para recuperar
la plena comunión con los sacerdotes y los superiores de la Fraternidad. Al
mismo tiempo, movido por la exigencia de corresponder al bien de estos fieles,
por una disposición mía establezco que quienes durante el Año Santo de la
Misericordia se acerquen a los sacerdotes de la Fraternidad San Pío X para
celebrar el Sacramento de la Reconciliación, recibirán válida y lícitamente la
absolución de sus pecados"
Al venerado hermano
Monseñor Rino Fisichella
Presidente
del Consejo pontificio para la promoción de la nueva evangelización
La cercanía del Jubileo extraordinario de la Misericordia me
permite centrar la atención en algunos puntos sobre los que considero
importante intervenir para facilitar que la celebración del Año Santo sea un
auténtico momento de encuentro con la misericordia de Dios para todos los
creyentes. Es mi deseo, en efecto, que el Jubileo sea experiencia viva de la
cercanía del Padre, como si se quisiese tocar con la mano su ternura, para que
se fortalezca la fe de cada creyente y, así, el testimonio sea cada vez más
eficaz.
Mi pensamiento se dirige, en primer lugar, a todos los
fieles que en cada diócesis, o como peregrinos en Roma, vivirán la gracia del
Jubileo. Deseo que la indulgencia jubilar llegue a cada uno como genuina
experiencia de la misericordia de Dios, la cual va al encuentro de todos con el
rostro del Padre que acoge y perdona, olvidando completamente el pecado
cometido. Para vivir y obtener la indulgencia los fieles están llamados a
realizar una breve peregrinación hacia la Puerta Santa, abierta en cada
catedral o en las iglesias establecidas por el obispo diocesano y en las cuatro
basílicas papales en Roma, como signo del deseo profundo de auténtica
conversión. Igualmente dispongo que se pueda ganar la indulgencia en los
santuarios donde se abra la Puerta de la Misericordia y en las iglesias que
tradicionalmente se identifican como Jubilares. Es importante que este momento
esté unido, ante todo, al Sacramento de la Reconciliación y a la celebración de
la santa Eucaristía con una reflexión sobre la misericordia. Será necesario
acompañar estas celebraciones con la profesión de fe y con la oración por mí y
por las intenciones que llevo en el corazón para el bien de la Iglesia y de
todo el mundo.
Pienso, además, en quienes por diversos motivos se verán imposibilitados
de llegar a la Puerta Santa, en primer lugar los enfermos y las personas
ancianas y solas, a menudo en condiciones de no poder salir de casa. Para ellos
será de gran ayuda vivir la enfermedad y el sufrimiento como experiencia de
cercanía al Señor que en el misterio de su pasión, muerte y resurrección indica
la vía maestra para dar sentido al dolor y a la soledad. Vivir con fe y gozosa
esperanza este momento de prueba, recibiendo la comunión o participando en la
santa misa y en la oración comunitaria, también a través de los diversos medios
de comunicación, será para ellos el modo de obtener la indulgencia jubilar. Mi
pensamiento se dirige también a los presos, que experimentan la limitación de
su libertad. El Jubileo siempre ha sido la ocasión de una gran amnistía,
destinada a hacer partícipes a muchas personas que, incluso mereciendo una
pena, sin embargo han tomado conciencia de la injusticia cometida y desean
sinceramente integrarse de nuevo en la sociedad dando su contribución honesta.
Que a todos ellos llegue realmente la misericordia del Padre que quiere estar
cerca de quien más necesita de su perdón.
En las capillas de las cárceles podrán ganar la indulgencia, y cada vez que atraviesen la puerta de su celda, dirigiendo su pensamiento y la oración al Padre, pueda este gesto ser para ellos el paso de la Puerta Santa, porque la misericordia de Dios, capaz de convertir los corazones, es también capaz de convertir las rejas en experiencia de libertad.
He pedido que la Iglesia redescubra en este tiempo jubilar
la riqueza contenida en las obras de misericordia corporales y espirituales. La
experiencia de la misericordia, en efecto, se hace visible en el testimonio de
signos concretos como Jesús mismo nos enseñó. Cada vez que un fiel viva personalmente
una o más de estas obras obtendrá ciertamente la indulgencia jubilar. De aquí
el compromiso a vivir de la misericordia para obtener la gracia del perdón
completo y total por el poder del amor del Padre que no excluye a nadie. Será,
por lo tanto, una indulgencia jubilar plena, fruto del acontecimiento mismo que
se celebra y se vive con fe, esperanza y caridad.
La indulgencia jubilar, por último, se puede ganar también
para los difuntos. A ellos estamos unidos por el testimonio de fe y caridad que
nos dejaron. De igual modo que los recordamos en la celebración eucarística,
también podemos, en el gran misterio de la comunión de los santos, rezar por
ellos para que el rostro misericordioso del Padre los libere de todo residuo de
culpa y pueda abrazarlos en la bienaventuranza que no tiene fin.
Uno de los graves problemas de nuestro tiempo es,
ciertamente, la modificación de la relación con la vida. Una mentalidad muy
generalizada que ya ha provocado una pérdida de la debida sensibilidad personal
y social hacia la acogida de una nueva vida. Algunos viven el drama del aborto
con una consciencia superficial, casi sin darse cuenta del gravísimo mal que
comporta un acto de ese tipo.
Muchos otros, en cambio, incluso viviendo ese momento como una derrota, consideran no tener otro camino por donde ir. Pienso, de forma especial, en todas las mujeres que han recurrido al aborto. Conozco bien los condicionamientos que las condujeron a esa decisión. Sé que es un drama existencial y moral. He encontrado a muchas mujeres que llevaban en su corazón una cicatriz por esa elección sufrida y dolorosa. Lo sucedido es profundamente injusto; sin embargo, sólo el hecho de comprenderlo en su verdad puede consentir no perder la esperanza. El perdón de Dios no se puede negar a todo el que se haya arrepentido, sobre todo cuando con corazón sincero se acerca al Sacramento de la Confesión para obtener la reconciliación con el Padre. También por este motivo he decidido conceder a todos los sacerdotes para el Año jubilar, no obstante cualquier cuestión contraria, la facultad de absolver del pecado del aborto a quienes lo han practicado y arrepentidos de corazón piden por ello perdón. Los sacerdotes se deben preparar para esta gran tarea sabiendo conjugar palabras de genuina acogida con una reflexión que ayude a comprender el pecado cometido, e indicar un itinerario de conversión verdadera para llegar a acoger el auténtico y generoso perdón del Padre que todo lo renueva con su presencia.
Una última consideración se dirige a los fieles que por
diversos motivos frecuentan las iglesias donde celebran los sacerdotes de la
Fraternidad de San Pío X. Este Año jubilar de la Misericordia no excluye a
nadie. Desde diversos lugares, algunos hermanos obispos me han hablado de su
buena fe y práctica sacramental, unida, sin embargo, a la dificultad de vivir
una condición pastoralmente difícil. Confío que en el futuro próximo se puedan
encontrar soluciones para recuperar la plena comunión con los sacerdotes y los
superiores de la Fraternidad. Al mismo tiempo, movido por la exigencia de
corresponder al bien de estos fieles, por una disposición mía establezco que
quienes durante el Año Santo de la Misericordia se acerquen a los sacerdotes de
la Fraternidad San Pío X para celebrar el Sacramento de la Reconciliación,
recibirán válida y lícitamente la absolución de sus pecados.
Confiando en la intercesión de la Madre de la Misericordia,
encomiendo a su protección la preparación de este Jubileo extraordinario.
Vaticano, 1 de septiembre de 2015.
FRANCISCUS