Sabemos que Mons. Fellay
no quiere reprender los innumerables escándalos del Papa Francisco para no
hacer peligrar el reconocimiento de la FSSPX, mediante el cual esa congregación
obtendrá un "rincón seguro" en la iglesia conciliar.
Por eso, en lugar de cumplir el deber de reconvenir varonilmente al Papa demoledor, "el líder de los tradicionalistas" opta por suplicarle blandenguemente con ocasión del sínodo de octubre.
Noten las siguientes
frases que dan el tono pusilánime y sentimental, "políticamente
correcto" y "estratégicamente conveniente" a la súplica de Mons.
Fellay: "con viva inquietud comprobamos", "nos ha
alarmado vivamente", "nuestra alma se ha visto profundamente
perturbada", "estimamos en conciencia que es nuestro deber expresar a
la Sede Apostólica la profunda angustia que nos embarga"...
¿"Situaciones matrimoniales anormales"? ¿Se refiere Monseñor a los católicos adúlteros o concubinos? Suponemos que también a ellos se refiere, porque todo el mundo sabe que los liberales extremos quieren utilizar el sínodo para lograr que esas personas tengan acceso a la comunión sacramental, pese a hallarse en estado de pecado mortal.
Pero las parejas que viven en adulterio o en concubinato no tienen "situaciones matrimoniales anormales", no existe en esos casos un matrimonio que sea calificable ni de normal ni de anormal; simplemente no hay matrimonio.
Por tanto, Mons. Fellay atenta una vez más contra la Verdad al recurrir a su acostumbrada ambigüedad llamando "situaciones matrimoniales anormales" a pecados mortales.
¿Respetos humanos? ¿Miedo a hacer fracasar el traidor proceso de integración de la FSSPX a la iglesia conciliar? ¿Hábito arraigado de uso engañoso de las palabras al modo de los políticos mundanos y de los astutos diplomáticos? ¿Qué lleva a Mons. Fellay recurrir constantemente a la ambigüedad? ¿Es con expresiones calculadamente equívocas que se defiende la Verdad?
No obstante, lo peor de todo el texto está en este
párrafo: "Tenemos plena conciencia, en el contexto actual, que las
personas que se encuentran en situaciones
matrimoniales anormales deben ser acogidas pastoralmente, con
compasión"(...)
¿"Situaciones matrimoniales anormales"? ¿Se refiere Monseñor a los católicos adúlteros o concubinos? Suponemos que también a ellos se refiere, porque todo el mundo sabe que los liberales extremos quieren utilizar el sínodo para lograr que esas personas tengan acceso a la comunión sacramental, pese a hallarse en estado de pecado mortal.
Pero las parejas que viven en adulterio o en concubinato no tienen "situaciones matrimoniales anormales", no existe en esos casos un matrimonio que sea calificable ni de normal ni de anormal; simplemente no hay matrimonio.
Por tanto, Mons. Fellay atenta una vez más contra la Verdad al recurrir a su acostumbrada ambigüedad llamando "situaciones matrimoniales anormales" a pecados mortales.
¿Respetos humanos? ¿Miedo a hacer fracasar el traidor proceso de integración de la FSSPX a la iglesia conciliar? ¿Hábito arraigado de uso engañoso de las palabras al modo de los políticos mundanos y de los astutos diplomáticos? ¿Qué lleva a Mons. Fellay recurrir constantemente a la ambigüedad? ¿Es con expresiones calculadamente equívocas que se defiende la Verdad?
"Satanás es homicida en las persecuciones sangrientas, padre de la
mentira en las herejías, en todas las falsas filosofías y en las palabras equívocas que son la base de las revoluciones,
de las guerras mundiales y de las guerras civiles." Mons. Lefebvre, "El Golpe Maestro de
Satanás".
Fuente: DICI
Súplica
al Santo Padre
Santo Padre,
Con viva inquietud
comprobamos a nuestro alrededor la degradación progresiva del matrimonio y de
la familia, origen y fundamento de la sociedad humana toda. Esta disolución se
acelera con fuerza, sobre todo por la promoción legal de los comportamientos
más inmorales y depravados. La ley de Dios, incluso simplemente natural, es hoy
por hoy pisoteada públicamente, los pecados más graves se multiplican de manera
dramática y claman venganza al cielo.
Santo Padre,
No podemos negar que la
primera parte del Sínodo dedicado a “Los desafíos pastorales de la familia en
el contexto de la evangelización” nos ha alarmado vivamente. Hemos escuchado y
leído, de personas constituidas en dignidad eclesiástica – que se atribuyen
vuestro respaldo, sin ser desmentidas –, afirmaciones tan contrarias a la
verdad, tan opuestas a la doctrina clara y constante de la Iglesia en lo
concerniente a la santidad del matrimonio, que nuestra alma se ha visto
profundamente perturbada. Lo que nos inquieta todavía más son algunas de
vuestras palabras, que dan a entender que podría haber una evolución de la
doctrina para responder a las nuevas necesidades del pueblo cristiano. Nuestra
inquietud brota de la condenación que San Pío X hizo, en su encíclica Pascendi,
del acomodación del dogma a pretendidas exigencias contemporáneas. Pío X y vos,
habéis recibido la plenitud del poder de enseñar, de santificar y de gobernar
en la obediencia a Cristo, que es el Jefe y el Pastor del rebaño en todo tiempo
y en todo lugar, y de quien el Papa debe ser el fiel vicario sobre esta tierra.
Lo que ha sido objeto de una condenación dogmática no puede convertirse, con el
tiempo, en una práctica pastoral autorizada.
Dios autor de la naturaleza
estableció la unión estable del hombre y de la mujer con vistas a perpetuar la
especia humana. La Revelación del Antiguo Testamento nos enseña de modo
clarísimo que el matrimonio, único e indisoluble, entre un hombre y una mujer,
fue establecido directamente por Dios, y que sus características esenciales
fueron sustraídas a la libre elección de los hombres para permanecer bajo una
protección divina particularísima: “No codiciarás la mujer de tu prójimo”
(Éxodo 20, 17).
El Evangelio nos enseña que
Jesús mismo, en virtud de su autoridad suprema, restableció definitivamente el
matrimonio, alterado por la corrupción de los hombres, en su pureza primitiva:
“Lo que Dios ha unido, ningún hombre lo separe” (Mateo 19, 6).
Es gloria de la Iglesia
católica a lo largo de los siglos haber defendido contra viento y marea, a
pesar de las solicitaciones, amenazas y tentaciones, la realidad humana y divina
del matrimonio. Siempre ha llevado bien alto – incluso si hombres corruptos la
abandonaban por ese solo motivo – el estandarte de la fidelidad, de la pureza y
de la fecundidad que caracterizan el verdadero amor conyugal y familiar.
Ahora que se acerca la
segunda parte de este Sínodo consagrado a la familia, estimamos en conciencia
que es nuestro deber expresar a la Sede Apostólica la profunda angustia que nos
embarga al pensar en las “conclusiones” que podrían ser propuestas en esta
ocasión, si por gran desgracia fueran un nuevo ataque contra la santidad del
matrimonio y de la familia, un nuevo debilitamiento de la naturaleza de la
sociedad conyugal y de los hogares. Esperamos de todo corazón que, por el
contrario, el Sínodo hará obra de verdadera misericordia recordando, para el
bien de las almas, la doctrina salvífica íntegra referente al matrimonio.
Tenemos plena conciencia,
en el contexto actual, que las personas que se encuentran en situaciones
matrimoniales anormales deben ser acogidas pastoralmente, con compasión, para
mostrarles el rostro misericordiosísimo del Dios de amor que la Iglesia da a
conocer.
Sin embargo, la ley de
Dios, expresión de su eterna caridad para con los hombres, constituye en sí
misma la suprema misericordia para todos los tiempos, todas las personas y
todas las situaciones. Rezamos, pues, para que la verdad evangélica del
matrimonio, que debería proclamar el Sínodo, no sea en la práctica eludida
mediante múltiples “excepciones pastorales” que desnaturalizarían su verdadero
sentido, o por una legislación que anularía casi infaliblemente su alcance
real. En cuanto a esto, no podemos disimularos que las recientes disposiciones
canónicas del Motu proprio Mitis iudex Dominus Iesus, que permiten
declaraciones de nulidad aceleradas, abrirán de facto las
puertas a un procedimiento de “divorcio católico” sin llevar el nombre de tal,
a pesar de las referencias a la indisolubilidad del matrimonio que lo
acompañan. Estas disposiciones van en la dirección de la evolución de las
costumbres contemporáneas, sin tratar de rectificarlas según la ley divina;
¿cómo, pues, no estar conmocionado por la suerte de los niños nacidos de estos
matrimonios anulados de manera expeditiva, que serán las tristes víctimas de la
“cultura del descarte”?
En el siglo XVI el Papa
Clemente VII denegó a Enrique VIII de Inglaterra el divorcio que éste
solicitaba. Frente a la amenaza del cisma anglicano, el Papa mantuvo, contra
todas las presiones, la enseñanza inmodificable de Cristo y de su Iglesia sobre
la indisolubilidad del matrimonio. ¿Veremos ahora esta decisión desaprobada por
un “arrepentimiento canónico”?
En todo el mundo en estos
últimos tiempos numerosas familias se han movilizado valientemente contra las
leyes civiles que socavan la familia natural y cristiana, y alientan
públicamente comportamientos infames, contrarios a la moral más elemental.
¿Puede la Iglesia abandonar a aquellos que, a veces en detrimento propio y
siempre bajo burlas y ataques, libran este combate necesario pero difícil? Ello
constituiría un antitestimonio desastroso y sería para estas personas fuente de
hastío y desaliento. Los hombres de Iglesia, por el contrario, por su misión
misma deben aportarles un apoyo firme y motivado.
Santo Padre,
Por el honor de nuestro
Señor Jesucristo, para consuelo de la Iglesia y de todos los fieles católicos,
por el bien de la sociedad y de la humanidad toda, en esta hora crucial, os
suplicamos, pues, que hagáis resonar en el mundo una palabra de verdad, de
claridad y de firmeza, en defensa del matrimonio cristiano, e incluso
simplemente humano, para sostén de su fundamento, a saber, la diferencia y
complementariedad de los sexos, como apoyo de su unicidad y de su
indisolubilidad.
Confiamos esta humilde
súplica al patronazgo de San Juan Bautista, que conoció el martirio por haber
defendido públicamente, contra una autoridad civil comprometida por un “nuevo
matrimonio” escandaloso, la santidad y la unicidad del matrimonio, suplicando
al Precursor de conceder a Vuestra Santidad el valor de recordar ante el mundo entero
la verdadera doctrina del matrimonio natural y cristiano.
En la fiesta de Nuestra
Señora de los Dolores, 15 de septiembre de 2015
+Bernard FELLAY
Superior General de la
Fraternidad San Pío X
IMAGEN AFEMINADA QUE ACOMPAÑA EN DICI LA SÚPLICA DE
MONS. FELLAY.
EL TÍTULO DE LA FOTOGRAFÍA PODRÍA SER "TERNURA
ROSA", O ALGO POR EL ESTILO.