Desde Paulo VI ya no hay una sola Iglesia sino dos. Obedezca
a la Iglesia, obedezca a Roma, nos gritan las jerarquías y los silenciosos[i].
Ellos
pueden gritar hasta cansarse, ellos ya no nos impresionan pues nosotros sabemos
ahora que hay dos Romas, así como hay dos Iglesias. Obedecer
a Roma, obedecer a la Iglesia es todo lo que queremos; y estamos seguros que no
hacemos otra cosa. Pero justamente, Roma, la única Roma, la Roma que todavía
está en Roma, es aquella de los doscientos sesenta y dos pontífices y que no se
contradice con la Roma anterior a Paulo VI, la de antes del concilio.
La
Iglesia, la única Iglesia es la que no opone una misa moderna a la de quince
siglos de Misas; que no sustituye hipócritamente el catecismo de Batavia al
catecismo de Trento; que transmite la Sagrada Escritura integral en lugar de
traficarla; que conserva lo que permanece todavía intacto de la vida religiosa
contemplativa o activa en lugar de desintegrarla y disolverla en nombre de la
obediencia. Nosotros obedecemos a la Iglesia Una, la que supera el
mundo moderno y la pretendida civilización técnica. Nosotros no obedecemos a
una iglesia modernista, una iglesia aparente que está
irremediablemente comprometida en el engranaje de un mundo que pretendió
desposar.
Esta seudo-iglesia puede
ensañarse a reducir a la esclavitud a la única Iglesia, no somos tontos.
Nosotros no somos de la Roma que ya no está en Roma; no somos de la iglesia
aparente y polivalente. Nosotros somos de la Iglesia de siempre, de la
Roma de siempre. Esta es el alma de nuestra resistencia.
(Itinéraires 190, Reclamación al Santo Padre, págs. 9-10.)
Es
necesario tener el valor de ver lo que es: por un proceso insensible una iglesia
aparente está sustituyendo a la verdadera Iglesia. Nosotros sabemos que no
podrá lograrlo; pero la confusión y la corrupción pueden llegar muy lejos,
hasta seducir, si se pudiera, a los mismos elegidos. Es sobre
todo, me parece, mediante la extensión de la iglesia aparente que
se incrementa la apostasía.
(Itinéraires 106,
Teología de la historia, Anexo VII: Seudo-iglesia, pág. 179.)
¿Cómo
hemos descendido hasta este punto y con esta rapidez? Me parece que sería una
explicación insuficiente tener en cuenta únicamente a los teólogos heterodoxos
o incluso el saber-hacer y la audacia de los novadores fanáticos. Fue
necesaria, al mismo tiempo, la acción ininterrumpida de estos organismos
ocultos que son expertos en el temible arte de orquestar las palabras ambiguas
(o francamente heréticas), que las imponen poco a poco a los laicos o a los
eclesiásticos, que hacen sufrir, sin parecerlo, una presión abrumadora sobre
las autoridades oficiales.
Así,
tengamos cuidado de no olvidar a las masonerías de toda especie y su metódico
funcionamiento cuando busquemos una explicación suficiente de esta novedad
apocalíptica de los tiempos actuales: una iglesia aparente que
se infiltra en la verdadera Iglesia y trata de suplantarla. Nosotros hablamos
de infiltración. Se trata en efecto, en nuestros días, de una penetración poco
visible bajo una mirada superficial, poco aparente, insidiosa, más que una
persecución abierta. Siguiendo las sugerencias de Roca y de Saint-Ives
d’Alveydre, las masonerías se preocupan menos de combatir la Iglesia violentamente
que de remover poco a poco y bajo anestesia previa, lo que la constituye: la
vida sobrenatural y la estructura jerárquica con la primacía pontifical.
(Itinéraires 105, Sociedades secretas y victoria de Jesucristo,
pág. 9-10.)
[i] Los silenciosos: alusión al movimiento de los Silenciosos de la Iglesia, lanzado por Pierre Debray, y que quería reagrupar a los católicos conservadores… ¡en la perfecta obediencia al Papa! (NDLR)