Fragmento del capítulo IV de “Los
papeles de Benjamín Benavides”, del Padre Castellani. Coloquio en
Roma, entre un periodista y el judío converso Benjamín Benavides (Don Benya).
-¿Qué es el modernismo? –pregunté yo.
El judío se rascó la cabeza. Parecía agotado.
-No se puede definir brevemente – dijo con voz
plañidera –. Es una cosa que era, y no es, y que será; y cuando sea,
durará poco. Técnicamente los teólogos llaman modernismo a
la herejía aparentemente complicada y difícil que condenó el papa Pío X en la
encíclica Pascendi; pero esa herejía no es más que el núcleo explícito y
pedantesco de un impalpable y omnipresente espíritu que permea el mundo de hoy.
Su origen histórico fue el filosofismo del siglo XVIII, en el cual con certero
ojo el padre Lacunza vio la herejía del Anticristo, la última herejía, la más
radical y perfecta de todas. Desde entonces acá ha revestido diversas formas,
pero el fondo es el mismo, dice siempre lo mismo:
cuá cuá – debajo del río”.
-¿Y qué dice?
-¡Cualquiera interpreta lo que dice una rana! –dijo
riendo el rabí –: es más un ruido que una palabra. Pero es un ruido mágico,
arrebatador, demoníaco, lleno de signos y prodigios… Atrae, aduerme, entontece,
emborracha, exalta.
-Pero al menos así aproximado, a bulto…; ¡ánimo don
Benya, no se achique!
-El cuá-cuá del liberalismo es “libertad,
libertad, libertad”; el cuá-cuá del comunismo es “justicia social”;
el cuá-cuá del modernismo, de donde nacieron los otros y los reunirá un día,
podríamos asignarle éste: “Paraíso en Tierra; Dios es el Hombre; el
hombre es Dios”.
-¿Y la democracia? –pregunté yo.
-Es el coro de las tres juntas: democracia política,
democracia social y democracia religiosa:
Demó – cantaba la rana
cracia – debajo del río.
-¿Y la democracia cristiana? – le dije sonriendo.
-Nunca he entendido del todo lo que entienden los
entendidos por ese compuesto, aunque entiendo que se puede entender por él
varias cosas buenas –barbotó él –, a saber: “amor al pueblo”, “representación
popular”, “participación de todos en lo político”, o simplemente “gobierno
bueno” –gruñó el judío – . Con este mixto no me meto; con el simple me meto yo,
¡con el simple! Con la canción de la rana, que significa un régimen político
religiosamente salvífico y por lo tanto necesario y hasta obligatorio para
todos los pueblos “núbiles” que decía Víctor Hugo. Lo cual es
una simpleza. Y una herejía definitiva contra el vero Salvador, contra “el
único hombre que puede salvar al hombre”, que dijo San Pedro. “Las
nuevas herejías ponen el hacha no en las ramas sino en la misma raíz” –
dijo Pío X en la encíclica Pascendi.
-Pero herejías siempre las ha habido, y algunas muy
extremadas y perversas… ¿por qué estas tres de ahora han de ser las Tres Ranas
o Demonios [que menciona el Apocalipsis]; y no quizá otras tres cualesquiera…
por ejemplo, otras tres que surjan en el futuro de aquí a mil años, pongamos
por ejemplo?
-¡Eche años! –dijo el hebreo con un rictus –. No,
éstas son las tres primeras herejías con efecto político y alcance universal; y
son las tres últimas herejías, porque no se puede ir más allá en materia de
falsificación del cristianismo. Son literalmente los pseudocristos que predijo
el Salvador. En el fondo de ellas late la“abominación de la desolación”…
-¿Qué es la “abominación de la desolación”?
Tengo entendido que los Santos Padres entienden por esa expresión semítica la
idolatría…
-La peor idolatría. Pues en el fondo del modernismo
está latente la idolatría más execrable, la apostasía perfecta, la adoración
del hombre en lugar de Dios; y eso bajo formas cristianas y aun manteniendo tal
vez el armazón exterior de la Iglesia. ¿Ha leído usted The soul of
Spain del psicólogo inglés Havelock Ellis?
-No. ¿Qué dice?
-Es un libro de viajes por España. Lea usted el
capítulo titulado Una misa cantada en Barcelona y verá lo que
quiero decir cuando hablo del modernismo.
-¿Ridiculiza la misa cantada?
-¡Qué! ¡Al contrario! La cubre de flores, la colma
de elogios… estéticos. Dice que es un espectáculo imponente, una creación
artística y que no hay que dejar caer esa egregia conquista del “patrimonio
cultural” de la humanidad, sino procurar que se conserve y perfeccione…, podada,
eso sí, de la pequeña superstición que ahora la informa, a saber, la presencia
real de Cristo en el Sacramento… Anulada esa pequeña superstición, todo lo
demás…
-¡Pero si eso es el alma de la ceremonia, es el
núcleo central que le da sentido y, por tanto, la vuelve imponente! –exclamé yo
riendo –. ¿Cómo se puede podar eso? ¡Quite usted eso y la ceremonia
queda vacía! Podar en este caso significa mutilar, aniquilar….
-En efecto, queda vacía… –dijo el judío –, queda
vacía hasta que otro ocupe el lugar de Cristo en el Sacramento.
Se estremeció. Yo lo miré un rato en silencio, y
viendo que él volvía a sus buches y el sol se ocultaba detrás de la lejana copa
azul de San Pedro, salí en busca del tren, del ómnibus o de lo que encontrase,
muy meditabundo.