Si el amor tiene cara de mujer, como decía una famosa telenovela de
los años ’60, quizás pueda decirse hoy que la
felicidad tiene la cara de Francisco. No sabemos si Bergoglio está dotado
de algún mágico don como el Rey Midas, o si se graduó en la “Escuela de la
Felicidad” de Coca-Cola,
pero lo cierto es que el Obispo de Roma (como suele llamarse él) tiene el
increíble don de hacer felices a las personas con quienes se encuentra. Ya se trate de católicos o no católicos, de
judíos o protestantes, de comunistas o musulmanes, de súbditos o gobernantes, de mujeres u
homosexuales, de embarazadas o
transexuales, de periodistas o futbolistas, de peronistas o radicales, y
hasta incluso de católicos tradicionales sin comunión plena con Roma, quienes
también se confiesan muy felices gracias a Francisco.
Así es, estimado lector, como
apareció exultante en estos días el Superior de Distrito de Italia de la Neo-FSSPX, don Pierpaolo
Petrucci, que dijo con su mejor sonrisa:
“Lo
que ha hecho el papa Francisco es increíble, es bellísimo, estamos muy felices
todos”.
Claro que
en italiano suena todavía más bellíssimo al oído. Entendemos que sus
Superiores estarán aún más felices, y que esa felicidad les será transmitida en
todos los idiomas a sus feligreses. ¡Al fin un papa católico como Dios manda!
¡Al fin un Sumo Pontífice a la altura de San Pío X!
EL
DECÁLOGO DE LA FELICIDAD
¡Oh, sí!
Cumpliendo una de sus consignas para ser feliz, Francisco vive y deja vivir y
además respeta al que piensa distinto. Así, los neo-fraternitarios
se alegran porque los deja vivir y pensar distinto. Por eso como dice Petrucci “hay un reconocimiento
jurídico de parte del Papa sin que nos haya solicitado una contraparte”. ¡Qué
bien! ¡Eso se llama generosidad! ¡Cuántos gestos generosos! Ayer fue el Cardenal
Poli en Buenos Aires, y ahora es Francisco en Roma.
¡Oh,
qué lejos estamos de octubre del 2013, cuando Alessandro Gnocchi, teniendo a su
derecha a don Petrucci, empezaba su discurso en el 21 Congreso de Estudios
Católicos de la FSSPX en Rimini diciendo: “"En estos días, estamos experimentando la ferocidad de la Iglesia de la
Misericordia..."!
Y cuán lejos, más lejos aun
estamos de agosto de 2002, cuando bajo
el título “¿Mundialismo o civilización cristiana?”,
don Petrucci publicaba este texto, en la Revista Iesus Christus N° 82 (remarcamos algo con negritas):
“He aquí el por qué será imposible llegar a la
construcción política del "Templo", a la "República
Universal", si no se construye una nueva religión, ya no fundada más sobre
los dogmas, sobre lo sobrenatural, sobre la esperanza de una vida futura, sino
una religión de la humanidad.
Se trata, claro está, de la
construcción religiosa humanitaria de la cual ya hablaba Renán, en el siglo
XIX: "Mi convicción íntima es que la religión del futuro será el puro
humanismo, es decir, el culto de todo lo que es del hombre".
Uno de los fines capitales de los
obreros que tratan de construir este nuevo templo de la humanidad es, por lo
tanto, actuar de tal manera que las
diferentes religiones se reúnan, dejando de lado sus dogmas, y que todas
cooperen al bien social y terrenal del hombre.
Aquí reconocemos aspectos muy característicos de lo que pasa
en la Iglesia conciliar. Sus obras sociales toman el paso sobre el aspecto
sobrenatural, el ideal del sacerdote mismo es reducido al papel de asistente
social.
El esfuerzo ecuménico, las
reuniones de los representantes de todas las religiones, desde la reunión de
Asís hasta la de Kyoto, pasando aún por Roma para el año santo para llegar a
una nueva reunión ecuménica en Asís (aparentemente un solo terremoto no bastó
para hacer reflexionar) van en esta misma dirección sincretista, querida y
buscada por la Masonería.
En efecto, si todas las
religiones son buenas, es la señal que ninguna es verdadera y que son la obra
del hombre: lo que hay que retener de cada una de ellas, es el sentimiento de fraternidad que debe
unir a todos los hombres, justamente en esta nueva religión de la humanidad,
donde las creencias no tienen más importancia, y donde sólo cuenta la acción
social en favor del progreso de la humanidad hacia el paraíso sobre la tierra.
Sin embargo, esta religión de la
humanidad no es todavía nada más que una etapa, puesto que no puede contestar
en absoluto a la necesidad de adoración que se encuentra en el fondo del
corazón del hombre.
"Ella es sólo un
encaminamiento hacia otra cosa, un medio de desapegar a los hombres de la
religión divina, para poder comprometerlos después en una religión satánica"
(Mons. Delassus, op. cit., pág. 219).
Sabemos por la Sagrada Escritura
que el demonio tiene un plan de conquista de las almas que se acabará por la
venida del Anticristo.
San Pablo nos previno: "Que
nadie nos extravíe de ninguna manera; pues antes vendrá la apostasía y se manifestará
el hombre de pecado, el hijo de la perdición, el adversario que se levanta
contra todo lo que es llamado Dios u honrado con un culto hasta sentarse en el
santuario de Dios y presentarse como si fuera Dios" (II Tesalonicenses,
II).
Satanás quiere hacerse adorar
como si fuese Dios. Es la construcción satánica del Templo, de la nueva
humanidad de la cual tenemos ante los ojos los bosquejos.
Así, se ve la difusión de las
sectas satánicas, de la literatura de inspiración demoníaca, incluso para niños
(Harry Potter), la iniciación al culto de Satanás por medio de juegos, la
"música" rock, las fiestas cristianas reemplazadas por ritos
neopaganos (Halloween).
He aquí el plan del enemigo de
Dios que conviene conocer, no para tener miedo de él, sino para llevar a cabo el combate que nos espera en
cuanto cristianos.
Efectivamente, a pesar de los
éxitos de las fuerzas anticristianas, no hay nada irreversible en sus
conquistas. Nuestro Señor todavía quiere reinar, y reinará, a pesar de sus enemigos.
A nosotros nos toca ser
instrumentos dóciles en sus manos. Para eso no hay que vacilar ni tampoco buscar compromisos. Ya hemos
elegido nuestro campo. Lo que se trata
es de ser fieles, de conocer este
plan anticristiano para combatirlo con todas nuestras fuerzas sin dejarnos
impresionar por el poder de nuestros adversarios, ni seducir por sus promesas
mentirosas. Es así que, con la gracia de Dios, podremos contribuir a
restaurar la civilización cristiana”.
¡Caramba! ¡Cómo cambia la gente!
¿Pensará ahora don Petrucci que Francisco está restaurando la civilización
cristiana? ¿O quizás aquellas sus palabras sólo fueron palabras, simples
palabras que había que decir para permanecer en la FSSPX pero que no habían
arraigado en él? ¿Será toda una impostura de la Neo-FSSPX que por eso dicta
conferencias sobre el liberalismo, la masonería y la gnosis, para luego
contradecir con sus acciones lo que enseñaron para tranquilidad de los fieles?
Acabada la ferocidad de la “Iglesia de la Misericordia”, afloran los días de la
eficaz “Misericordina” de origen kasperiano, que busca la inclusión de todas
las creencias en el nuevo Panteón romano, sin nadie que reclame un culto
exclusivo y una exclusiva e intransigente declaración de la verdad, sin
extremistas que hagan juramentos antimodernistas. Todos son bienvenidos,
mientras no “discriminen” a los que piensan distinto, mientras no les importe
contradecirse, todo OK. Ya lo dijo Francisco: “vive y deja vivir”. Don Petrucci
aprendió de Mons. Fellay a decir: “a mí que me dejen vivir, que me dejen rezar
todo el día de rodillas con don Rossi, lo demás (o sea, la verdad) es algo que
no me interesa”. Es lo que podría llamarse "moverse remansadamente" en dirección a la apostasía. Allí, don Petrucci, créanos, no se sentirá feliz.
TODOS
FELICES
PETRUCCI
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LA
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