“La tentación contra la
fe suele obrar en cada generación con intensidad diversa. A unas consigue
arrastrar enteramente para la herejía; a otras, sin arrancarlas formal y
declaradamente del gremio amoroso de la Iglesia, inspírales su espíritu, de
suerte que en no pocos católicos su corazón late al influjo de doctrinas que la
Iglesia condenó.
¡Cuántas veces observamos
a nuestro alrededor católicos celosos de su condición de hijos de la Iglesia y
que, entretanto, en nada se diferencian de los herejes, de los agnósticos y de
los indiferentes (…) el espíritu que, conscientemente o no, les anima en todas
las circunstancias de la vida es agnóstico, naturalista, liberal.
Como es obvio, se trata
de almas divididas por tendencias contrarias. Y como todo estado de división es
antinatural al hombre, esas almas procuran restablecer la unidad y la paz
dentro de sí, amontonando o juntando en un solo cuerpo de doctrina los errores
que admiran y las verdades con las que no quieren romper.
Esta tendencia a
conciliar extremos inconciliables, de encontrar una línea media entre la
verdad y el error, se manifestó desde los principios de la Iglesia. Ya el
divino Salvador advirtió contra ella a los Apóstoles: ‘Nadie puede servir a dos
señores’”.
Mons. Antonio de Castro Mayer
(Cit. en Revista Iesus
Christus Nº 15, Abril/Junio de 1991)