“Charlemos”, dice el
tango. “Charlemos, nada más/Soy el cautivo/de un sueño tan fugaz/que ni lo vivo”.
Decía
Monseñor Lefebvre: “La unión adúltera de
la Iglesia y la Revolución se concreta en el diálogo”.
Vieja
estrategia que empezó con la serpiente ante Eva, la Roma ocupada por los modernistas
ha ofrecido el “diálogo” a la Fraternidad San Pío X para hacerla caer del mismo
astuto modo. Y la Fraternidad, como la primera mujer, ha aceptado el convite y
entrado en esa dialéctica tramposa y embarulladora cuyos resultados son la
caída que hoy se observa. Consagrado oficialmente por la secta modernista en el
Vaticano II, ya anteriormente había dicho Pablo VI sobre el diálogo: “A
propósito de este impulso interior de caridad que tiende a traducirse en un don
exterior, Nos empleamos el nombre que ha llegado a ser usual de diálogo” (Ecclesiam
suam, 6 de agosto de 1964).
Continuaba Mons. Lefebvre: “Nuestro Señor dijo: “Id, enseñad a las naciones y
convertidlas”, pero no dijo “Dialogad con ellas sin tratar de convertirlas”. El
error y la verdad no son compatibles, dialogar con el error supone colocar a Dios
y al demonio en el mismo plano” (Carta abierta a los católicos perplejos). Pero
la aceptación del diálogo para un acuerdo doctrinal sin la conversión de Roma “porque
no es práctico” se convirtió en la política oficial de Menzingen, con la excusa
de que a partir de 2006 habían cambiado las cosas en Roma y había posibilidades
de “restaurar todo en Cristo”…a través del diálogo.
Dialoguemos.
“La
mayor victoria del diablo –dijo Mons. Lefebvre- consiste en haber emprendido la
destrucción de la Iglesia sin hacer mártires”. Ahora se podría decir que “la
mayor victoria de la Roma modernista consiste en haber emprendido la
destrucción de la Fraternidad San Pío X inoculando el liberalismo en sus
conductores, dialogando con ella y “levantando sus excomuniones” sin haber
firmado nada. Con el saldo para Menzingen de un obispo y varios sacerdotes
despedidos, perseguidos y despreciados…por no aceptar el diálogo con vistas a
un acuerdo sin la conversión de Roma.
En su
citado e indispensable libro, Monseñor Lefebvre pone un ejemplo: “Tuve la
oportunidad de ser testigo de una operación de este tipo en mi congregación, de
la cual fui superior general durante un tiempo. Lo que primero se exige al
sujeto es que “confiese el cambio”: el concilio ha determinado cambios, por lo
tanto es menester que también nosotros mismos cambiemos”. Del mismo modo
Monseñor Fellay ha confesado el “cambio” de Roma (véase el Cor Unum de marzo de
2012) y exige ahora a todos que acepten esa mirada suya conciliadora con “los
nuevos amigos” de Roma. ¡Nada nuevo hay bajo el sol! Sólo las caras cambian,
pero el enemigo de Dios usa siempre el mismo truco, con diferentes agentes
cooperadores, conscientes o no.
Extracto
del excelente libro del Padre Álvaro Calderón “Prometeo. La religión del
hombre. Ensayo de una hermenéutica del Concilio Vaticano II” (puede leerse en este enlace)
Comunión
y Diálogo
“Los vínculos que establecen la Comunión que es la
Iglesia, son múltiples y están librados a una múltiple interpretación. Hay
vínculos verticales con Dios y horizontales entre los hombres (cf. Communionis
notio n. 3), visibles e invisibles (ibíd. n. 4); entre los visibles están
los ministerios jerárquicos, los sacramentos, los «elementa Ecclesiae»,
los «semina Verbi»; entre los invisibles, la unión quodammodo de
todo hombre con Cristo. Pero si quisiéramos encontrar la noción vinculante necesariamente
asociada a la de Comunión, que tenga la misma amplitud y la misma aceptación,
no habría que buscarla en el orden entitativo (pues lo que las cosas son en sí
hoy está puesto en discusión y reina la libertad de opinión), sino en el operativo:
es el «Diálogo» (que no se discute porque es discusión). Es verdad que si
consideramos qué es una comunidad dialógica, más que la Iglesia nos aparece la
Humanidad, pues el diálogo es propio del hombre en cuanto animal social.
Pero entonces comprobamos que no andamos desencaminados, pues a esta identificación quería llegar el humanismo
conciliar. El verdadero vínculo que, a modo de sacramento instituido por
el Concilio, significa y realiza la unidad de la Iglesia en el Género
Humano, es el sacrosanto Diálogo:
• El diálogo ad intra. Ya no es el
Magisterio infalible quien establece y sostiene el vínculo fundamental de
la Iglesia, la fe en la Revelación, sino el diálogo de la comunión
eclesiástica.
• El diálogo ad extra. Ya no es la
Misión evangelizadora quien convierte las almas y las incorpora por el bautismo
a la unidad eclesiástica, sino que el diálogo ecuménico une religiones y
culturas en el respeto de la diversidad (1).
Dijo
la serpiente a la mujer: “No moriréis”
Hagamos una última observación. Se trata del
diálogo de un subjetivismo optimista, es decir, de un diálogo que cree
progresar siempre por la superación de la simple y llana contradicción, no al
modo escolástico sino al modo hegeliano (2). De manera que es un diálogo sin
adversarios, que siempre une y nunca provoca división (3). Este aspecto tan
esencial del pensamiento conciliar, pues constituye el entramado de la nueva
«Comunión de los Santos» (es decir, de todo hombre) y el fundamento de su
esperanza, nos parece quizás el más perverso. Porque cree hallar el progreso de
la Comunión no en la suma de los iguales, que nada nuevo pueden aportar, sino
en la complementariedad de los contradictorios. Pero entonces se va a buscar el
crecimiento de la verdad por el aporte de la falsedad (4) y el aumento del bien
por la contribución del mal.
Por desgracia, no se trata de divagaciones
metafísicas. La que hasta ahora consideramos peor afirmación del Concilio, al
hablar «de la ayuda que la Iglesia recibe del mundo moderno», sostiene: “La
Iglesia confiesa que le han sido de mucho provecho y le pueden ser todavía de
provecho la oposición y aun la persecución de sus contrarios” (Gaudium et spes
44). Es una gran verdad católica que las herejías causaron el progreso de la
doctrina de la Iglesia y las persecuciones el crecimiento de su santidad, pero
¡no son causas per se a las que haya
que agradecerles tales efectos! Es horrible expresarlo, pero ¿la Virgen debía
agradecer a Caifás la crucifixión de su Hijo, que todo bien trajo a la
humanidad? Es una burla satánica sobre la cuestión del mal, pero así piensa y
funciona la dialéctica hegeliana: los contradictorios son causas per se de la síntesis superadora. El
Concilio agradece a la Revolución francesa haber guillotinado a sus clérigos,
porque la Iglesia aprovechó para ser más democrática; le agradece al Islam
haber descuartizado a sus fieles, porque se volvió más ecuménica. Este sistema
de teoría y praxis lleva a la jerarquía actual a traicionar sistemáticamente a
los fieles y dialogar amablemente con los perseguidores (5). Ignora a los rusos
uniatas y dialoga con los cismáticos; silencia a los católicos chinos
martirizados y conversa con los «patriotas»; evita a los cubanos anticomunistas
y fuma un habano con Fidel Castro. Es así que convocó la Comunión de Asís y
excomulgó la Tradición. El concilio ha retomado el diálogo de Eva con la serpiente, que pone en entredicho la
veracidad de Dios”.
Notas de Syllabus:
(1) En ese marco
de respeto de la diversidad –siempre y cuando se mantenga el carácter de
diversidad y, por lo tanto, de anomalía o mera curiosidad, pero no de norma o
uniformidad-, es que Roma ha entablado el diálogo con las distintas
congregaciones de la Tradición, que una a una fueron perdiendo de a poco su
identidad inicial para convertirse en un elemento más –con sus peculiaridades- de
la gran mezcla ecuménica modernista. Este ecumenismo ad extra, entonces, ha
sido aplicado para las congregaciones de la Tradición como si éstas fueran
embajadoras de otras religiones y a las cuales había que aplicarles el “diálogo
interreligioso”, aceptado por la Fraternidad. La única condición de Roma a la Tradición es
que ésta respete también su “diversidad” (diversidad con respecto a la Tradición,
no con respecto a ellos mismos), esto es, su sumisión al ídolo del Vaticano II.
Una medida clave al respecto fue el motu proprio Summorum Pontificum, donde se
reconoce la “diversidad” de la Misa tradicional pero subordinada a la Misa nueva, cosa que la Fraternidad
aceptó. Una vez que se acepta –aunque sea a regañadientes, lo mismo da- la
conciliación o la convivencia entre las diferencias inconciliables, se acepta
esa superación de las diferencias que ha traído el “diálogo”.
(2) En efecto, del (aparentemente) modo escolástico propuesto para
las discusiones doctrinales se pasó luego del fracaso de éstas al modo
hegeliano para buscar un acuerdo práctico sin acuerdo doctrinal.
(3) ¿Qué pasó con el
diálogo “doctrinal” entre la FSSPX y Roma? Luego de dos años de diálogo, no
hubo acuerdo acerca de la doctrina, es decir, no hubo acuerdo acerca de lo que
dialogaron. Sin embargo, Roma hizo una propuesta para llegar a un acuerdo, y la
Fraternidad la aceptó con unas condiciones que la ponían en manos de Roma (sólo
la oposición de los ultramodernistas, que deseaban obtener más de inmediato, evitó
el escandaloso acuerdo). Se decidió superar la contradicción a partir de las
diferencias. Ya lo dijo el padre Niklaus Pfluger, en Hattersheim, en abril
de 2012: “Estos
acontecimientos sugirieron a Monseñor Fellay dejar de lado el principio que guio
las negociaciones con Roma. Este principio era: “ninguna solución práctica sin
acuerdo doctrinal”. Pero los acontecimientos pasados probaron que las
diferencias relativas a la cuestión doctrinal no pueden ser resueltas. El papa
quiere una solución canónica para la FSSPX… Si la Fraternidad rechaza un
acuerdo, incluso en estas circunstancias, el resultado podría ser nuevas
excomuniones". Y también Mons. Fellay en su conferencia a
los sacerdotes y seminaristas en el Seminario de La Reja en octubre del 2012:
“La condición del capítulo del 2006 que decía que no debemos buscar una
solución práctica antes de la doctrinal, es en teoría muy clara pero en la
práctica impracticable. ¿Qué significa “doctrinal resuelta”? Eso jamás estará
porque en la Iglesia Militante siempre habrá problemas. Por eso hemos tomado
una perspectiva más concreta, no hay diferencia con la primera, porque decir
que tenemos derecho a atacar los errores significa que la autoridad está de
acuerdo, significa una conversión. Es muy claro. Significa que la cabeza no es
liberal porque un liberal, modernista, un liberal no puede permitir que se
ataque al liberalismo. Poner las cosas de modo más práctico. No hay diferencia
fundamental con la primera (2006), es más fácil de verificar”. Hay aquí
entonces un subjetivismo optimista producto de largos años de diálogos con los
modernistas, que sin haber llegado a las conclusiones que se pretendían
coincidentes con los interlocutores, ahora llega a otras conclusiones “más prácticas”.
El truco está en no hacer tan contradictorios a esos contrarios, en disminuir
las diferencias, las distancias, entre lo absolutamente inconciliable.
(4) Retengamos esto: “el crecimiento de la verdad por el
aporte de la falsedad”. ¿No fue esta acaso la táctica utilizada para la
imposición de dos medidas aplaudidas por la cúpula de la Fraternidad como dos
grandes logros y triunfos de la Tradición? Nos referimos a 1. el ya mencionado
motu proprio sobre la misa tradicional, que mezcla la verdad con el error y
falsifica el verdadero alcance que debe tener la misa tradicional que no puede
convivir con una misa mala y que “se
aleja de manera impresionante, en conjunto y en detalle, de la teología
católica de la Santa Misa, cual fue formulada en la XXII Sesión del Concilio de
Trento, el cual, al fijar definitivamente los “cánones” del rito, levantó una
barrera infranqueable contra toda herejía que pudiera menoscabar la integridad
del mismo” (Cardenales Bacci y Ottaviani, “Breve examen crítico del “Novus
Ordo Missae”), un rito que, como dicen los mismos autores, “complacerá en sumo grado a todos aquellos
grupos que, ya próximos a la apostasía, devastan a la Iglesia, ya sea manchando
su cuerpo, ya sea corroyendo la unidad de su doctrina, de su moral, de su
liturgia y de su disciplina. Peligro más terrible que éste nunca existió en la
Iglesia”. y 2. El “levantamiento de
las excomuniones” falsas, so pretexto de acercar más fieles a la Tradición y la
misa tradicional; véase acá la gran contradicción: se acepta y agradece un motu
proprio que coloca a la misa nueva como el rito ordinario de la Iglesia, y
después se pretende aceptar una medida irreal e injusta con la excusa de que
los fieles podrán participar más de la misa tradicional, que para el motu
proprio aceptado es el rito extraordinario de la Iglesia. Si la Iglesia lo
impone como extraordinario, ¿cómo esperar después que deje de serlo por sí
mismo? “Roma locuta, causa finita”.
(5) Del mismo modo la FSSPX ha sido llevada por sus
actuales autoridades a dialogar amablemente
con los perseguidores de la Tradición católica, con los amigos de los
perseguidores de Cristo, con los que persiguen a Cristo con sus herejías
modernistas. ¿Cómo se puede conciliar al Papa de las Sinagogas, de la nueva
reunión de Asís, del Vaticano II y del Nuevo Orden Mundial con la Tradición
católica? Allí aparece la dialéctica hegeliana: tesis-antítesis y síntesis: una
Fraternidad San Pío X para la cual criticar muy duramente el Vaticano II puede
conducir al sedevacantismo, para quien aquel enseñó una libertad religiosa “muy,
muy limitada”, para quien es aceptable el nuevo Código de Derecho canónico,
para quien la situación ha cambiado a partir del 2006 y entonces se debe ser
optimista, etcétera.