NON POSSUMUS
Este excelente artículo de Le Sel de la Terre de los Dominicos de
Avrillé, aunque escrito en el 2004, nos pareció muy adecuado para reflexionar
sobre Monseñor Fellay y “sus nuevos amigos en Roma”.
Adúlteros,
¿no sabéis que la amistad con el mundo es enemistad contra Dios? Quien, pues,
quiere ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios.
(Ep.
del Apóstol Santiago, IV, 4)
En una época más
“ordinaria” no tendríamos que abordar esta materia. Podríamos dedicarnos a la
exposición serena de la sabiduría teológica y mística de Santo Tomás de Aquino.
Desgraciadamente, la realidad está allí imponiéndose: estamos sumergidos en una
terrible crisis.
Por lo tanto, no
podemos hacer abstracción de esta situación concreta.
El Concilio
Vaticano II soñó con reconciliar la Iglesia con el mundo. Este es el sueño de
todos los liberales. Ellos desean “reconciliar plenamente el cristianismo con
el siglo”, mientras que los verdaderos católicos ambicionan “reconciliar la
sociedad con Dios”. (Bernard Bonvin, “Lacordaire-Jandel”).
Que el Concilio
haya querido esta amistad con el mundo, es notorio en toda su historia,
especialmente en el discurso de apertura de Juan XXIII declarando que se
necesitaba dejar de lanzar anatemas, o del discurso de clausura de Paulo VI que
explicó: “una simpatía inmensa ha penetrado (el Concilio) completamente (…) Su
actitud fue clara y voluntariamente optimista. Una corriente de afecto y
admiración se ha volcado del Concilio hacia el mundo moderno”.
Pero, al buscar la
amistad con el mundo, el Concilio tomó el riesgo de convertirse en “adúltero” y
“enemigo de Dios”. Es el Apóstol Santiago que nos lo advierte en su Epístola:
“Adúlteros, ¿no sabéis que la amistad con el mundo es enemistad contra Dios?
Quien, pues, quiere ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios.”
LA IGLESIA
CONCILIAR ES UNA IGLESIA BASTARDA
El Concilio, por
su amistad con el mundo se convirtió, según la terminología del Apóstol
Santiago, en un “concilio adúltero”. De esta unión adúltera, dijo Monseñor
Lefebvre, salieron frutos bastardos (29 de agosto de 1976 en Lille): nueva
misa, nuevos sacramentos, nuevo catecismo, nuevo Derecho Canónico, en una
palabra, la Iglesia conciliar.
La Iglesia
conciliar existe: nadie puede negar la existencia de la nueva liturgia fundada
sobre “la doctrina del misterio”, del nuevo catecismo fundado sobre la “nueva
teología”, de la nueva doctrina moral y social fundada sobre los derechos del
hombre, etc.
Esta Iglesia
conciliar es una Iglesia cismática, porque rompe con la Iglesia Católica de
siempre. Ella tiene sus nuevos dogmas, su nuevo sacerdocio, sus nuevas
instituciones, su nuevo culto que fueron condenados por la Iglesia en muchos
documentos oficiales y definitivos. (Monseñor Lefebvre, carta del 29 de julio
de 1976, Le Sel de la Terre 36).
La falsa Iglesia
que se muestra entre nosotros desde el curioso concilio Vaticano II, se aparta
sensiblemente, año con año, de la Iglesia fundada por Jesucristo. La falsa
Iglesia pos-conciliar se aparta cada vez más de la Santa Iglesia que salva las
almas desde hace 20 siglos. La pseudo-Iglesia en construcción se aparta cada
vez más de la Iglesia verdadera, la única Iglesia de Cristo, por las
innovaciones cada vez más extrañas tanto en la constitución jerárquica como en
su enseñanza y la moral. (Padre Calmel, “Autoridad y santidad en la Iglesia”).
Mi convicción
firme y tenaz, es que entre la religión católica profesada hasta hace algunos
años en el mundo católico y esta religión abiertamente impuesta al siglo como
“nueva”, “progresista”, “evolucionada”, existe una diferencia de especie o
diferencia por alteridad. Por lo tanto tenemos actualmente dos iglesias,
gobernadas y servidas por una misma jerarquía: La Iglesia Católica de siempre,
y la Otra. (Gustavo Corcao, Itineraires, 223)
LA ENEMISTAD ES
IRRECONCILIABLE
San Luis María
Grignion de Montfort explica que la enemistad entre el mundo y la Iglesia es
irreconciliable, porque ella ha sido hecha y formada por Dios: por
consecuencia, ella durará hasta el fin. Dios ha decretado esta enemistad en el
paraíso terrenal cuando dijo:
Pondré enemistad
entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya. Ella quebrantará tu
cabeza y tu acecharás su calcañar (Génesis, III,15)
Que lo queramos o
no, hay y siempre habrá una guerra aquí abajo entre estas dos razas, la de los
hijos de la Mujer (la Sma. Virgen) –y por lo tanto hermanos de Nuestro Señor
Jesucristo- y la de los hombres que viven bajo la influencia del diablo, el
mundo.
Los primeros
luchan por la oración, la penitencia, el testimonio de la palabra y de las
buenas obras –testimonio que puede llegar hasta el martirio.
En cuanto a los
otros, ellos luchan –como su padre Satanás, por medio de la mentira y por el
asesinato:
-Ellos luchan
matando los cuerpos por las guerras, el aborto, la contracepción, la droga,
pero, aún más, matando a las almas llevándolas al pecado por la triple
concupiscencia que reina en el mundo.
-Y cuando ellos no
pueden matar, emplean métodos sucios como mentiras, calumnias y todos los
artificios.
LOS ENEMIGOS DE
MIS AMIGOS SON MIS ENEMIGOS
Es propio de los
amigos, nos dice Santo Tomás de Aquino siguiendo a Aristóteles, querer las
mismas cosas, entristecerse y alegrarse por el mismo objeto. Se dice también
que un amigo es otro yo, un “alter-ego” . Es por eso que la amistad nos hace
compartir las amistades de nuestros amigos: los amigos de mis amigos serán mis
amigos, y los enemigos de mis amigos serán mis enemigos.
Por consecuencia,
si la Iglesia conciliar busca la amistad del mundo, ella se constituirá enemiga
de “aquellos que el mundo odia” (Juan XV, 18), es decir, los verdaderos
discípulos de Nuestro Señor, a los que se les llama tradicionalistas.
No podemos hacer
nada contra esta enemistad querida por Dios. La Iglesia conciliar, que predica
por todas partes la paz y la unidad, que suprime todos los anatemas, ha
pronunciado sin embargo la excomunión de los tradicionalistas, es decir, contra
los verdaderos católicos. Excomunión ciertamente inválida pero que manifiesta
una profunda verdad: nosotros somos sus enemigos.
Ciertamente, los
que no conocen bien la cuestión, piensan que se debería por lo menos llegar a
entenderse, a hacer la paz, a reconciliarse con “Roma” –“Vean ustedes, dicen
ellos, este papa tan tradicional en la moral, miren al Cardenal Ratzinger que
defiende la misa tradicional, etc”.
En realidad, en
tanto que la Roma conciliar mantenga su amistad con el mundo, no podremos
“reconciliarnos”. Pero el día en que la Roma conciliar rompa su amistad con el
mundo, la Iglesia conciliar dejará de existir y todas las dificultades
desaparecerán.
LOS QUE NO ESTAN
CONTRA USTEDES, ESTAN CON USTEDES
A Jean Madiran le
gusta mucho citar la frase del Evangelio: “Los que no están en contra vuestra,
están con vosotros (Qui non est adversum vos, pro vobis est” San Marcos, IX,
39). El concluye que los tradicionalistas no deberían criticar a los que ya
hicieron el acuerdo con Roma, porque ellos, aunque presten vasallaje a Roma, no
están en “contra” de la Tradición (lo que veremos pronto…).
Pero de hecho,
esta frase del Evangelio presupone que “los que no están en contra nuestra” no
estén “contra Nuestro Señor”. Esta frase se aplica a un hombre que hace
milagros en el nombre de Nuestro Señor y que, según lo afirma Jesús mismo “no
puede hablar luego mal de mí” (Marcos IX, 38).
Este no es el caso
de los acuerdistas. Haciéndose amigos de la Iglesia conciliar, ellos comparten
las amistades y las enemistades: ellos se hacen “amigos del mundo” y por lo
tanto “enemigos de Dios”.
La frase del
Evangelio no puede entonces aplicarse a los acuerdistas: sin duda, algunos de
entre ellos no quieren estar “contra nosotros”, pero sí están, de hecho,
“contra Nuestro Señor”, entonces ¿cómo podrían estar “con nosotros”?
El Papa Pío IX
condenó esta proposición en su Syllabus:
El Pontífice romano
puede y debe reconciliarse y transigir con el progreso, el liberalismo y la
civilización moderna.
Es contradiciendo
la Epístola de Santiago y la condenación de Pío IX que se ha establecido la
nueva Iglesia, la Iglesia conciliar. Ella se constituyó en todos los que buscan
“la amistad con el mundo” y la “reconciliación con la civilización moderna”; y
como una enfermedad contagiosa, se extiende a todos los que se adhieren a ella.
Contra estas
cuestiones de amistad y enemistad, nadie puede hacer nada: son leyes teológicas
(Padre Meinvielle en El judío en el
misterio de la historia)
Lo que nosotros
podemos –y debemos- hacer, es estudiar y trabajar en adquirir las virtudes
cristianas, a fin de que Dios nos ayude a escoger el lado bueno: el de la
descendencia de la Mujer y no el de la descendencia de la Serpiente.
LE SEL DE LA
TERRE, N° 48, Primavera del 2004, págs. 1-6.